Philip Kerr - Violetas De Marzo

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La primera vez que conocemos al ex policía Bernie Gunther la acción se sitúa en 1936, en Violetas de Marzo (un eufemismo que usaron los primeros nazis para describir los últimos conversos), cuando los Juegos Olímpicos están a punto de empezar.
Algunos de los amigos judíos de Bernie se van dando cuenta de que tendrían que haber huido cuando aún podían hacerlo, y Gunther recibe el encargo de investigar dos muertes que afectan a los máximos cargos del partido nazi. El antiguo policía Bernie Gunther creía que ya lo había visto todo en las calles de Berlín de los años treinta. Pero cuando dejó el cuerpo para convertirse en detective privado, cada nuevo caso lo iba hundiendo un poco más en los horribles excesos de la subcultura nazi. Después de la guerra, en medio del esplendor imperial y decadente de Viena, Bernie incluso llega a poner al descubierto un legado que, en comparación, convierte las atrocidades cometidas enépoca de guerra en un juego de niños…

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El municipio independiente de Alt Kölln, desde hacía tiempo absorbido por la capital, es una pequeña isla en el río Spree. En gran parte ocupada por museos, se ha ganado el sobrenombre de Isla Museo. Pero tengo que confesar que nunca he puesto el pie en ninguno de ellos. No me interesa mucho el pasado y, si quieren saberlo, es la obsesión de este país por la historia lo que, en parte, nos ha metido donde estamos ahora: en la mierda. No puedes entrar en un bar sin que algún caraculo te dé la paliza hablando sobre las fronteras de antes de 1918, o remontándose hasta Bismarck, cuando corrimos a patadas a los franceses. Son heridas viejas y no sirve de nada hurgar en ellas.

Desde el exterior, nada en aquel sitio habría hecho que alguien que pasara por allí se decidiera a entrar para tomar algo: ni la desconchada pintura de la puerta, ni las flores secas de la jardinera de la ventana, ni mucho menos el letrero, escrito con mala letra y colocado en la sucia ventana, que decía: «Aquí se puede escuchar el discurso de esta noche». Solté una maldición, porque eso significaba que Pepe el Tullido iba a dirigirse a una concentración del partido aquella noche y, como resultado, habría el acostumbrado caos de tráfico. Bajé los escalones y abrí la puerta.

El interior del Künstler Eck todavía ofrecía menos para que un visitante casual quisiera quedarse un rato. Las paredes estaban cubiertas de sombrías tallas de madera: modelos en miniatura de cañones, cabezas de la muerte, ataúdes y esqueletos. En la pared del fondo había un gran órgano pintado para que pareciera un cementerio, cuyascriptas y tumbas dejaban al descubierto sus muertos, y en el cual un jorobado estaba tocando una pieza de Haydn. Lo hacía más para su disfrute que para el de nadie más, ya que un grupo de guardias de asalto estaba cantando «Mi Prusia se alza tan orgullosa y grande» con el suficiente entusiasmo como para ahogar casi por completo la interpretación del jorobado. En mi vida he visto unas cuantas cosas extrañas en Berlín, pero esto parecía salido de una película de Conrad Veidt, y de una no muy buena, además. Estaba casi seguro de que de un momento a otro haría su aparición el capitán de policía manco.

En lugar de ello, encontré a Illmann sentado en un rincón, sosteniendo una botella de Engelhardt. Pedí dos más de lo mismo y me senté mientras los guardias acababan su canción y el jorobado empezaba a machacar una de mis sonatas favoritas de Schubert.

– Vaya mierda de sitio has ido a escoger -dije con gesto sombrío.

– Me temo que lo encuentro curiosamente pintoresco.

– Es justo el sitio para encontrarte con el amigable ladrón de cadáveres del barrio. ¿No ves bastante muerte a lo largo del día que tienes que venir a beber a un osario como éste?

Se encogió de hombros, impertérrito.

– La muerte a mi alrededor es lo único que me recuerda constantemente que sigo estando vivo.

– Hay mucho que decir a favor de la necrofilia.

Illmann sonrió, como si estuviera de acuerdo conmigo.

– Así que quieres saber algo del pobre Hauptsturmführer y de su esposa, ¿eh?

Asentí.

– Es un caso interesante, y si no te importa que lo diga, los casos interesantes son cada vez más raros. Con todos los que acaban muertos en esta ciudad, pensarías que tengo que estar muy ocupado. Pero, claro, no suele haber mucho misterio en la forma en que la mayoría han llegado a ese estado. La mitad del tiempo me encuentro presentando un informe forense de un homicidio a los mismos que lo causaron. Es un mundo al revés, este en el que vivimos. -Abrió la cartera y sacó una carpeta azul-. He traído las fotos. Pensé que querrías ver a la feliz pareja. Me temo que están bien achicharrados. Sólo pude identificarlos por sus anillos de boda, el de él y el de ella.

Hojeé el informe. El ángulo de la cámara variaba, pero el tema seguía siendo el mismo: dos cadáveres de color gris metal, calvos como faraones egipcios, yacían en los muelles ennegrecidos y visibles de lo que fuera una cama, como salchichas que alguien ha dejado demasiado tiempo en la parrilla.

– Bonito álbum. ¿Qué estaban haciendo, dándose de puñetazos? -pregunté al observar cómo los dos cadáveres tenían los puños levantados como si fueran boxeadores sin guantes.

– Es algo bastante común en una muerte como ésta.

– ¿Y esos cortes en la piel? Parecen heridas de cuchillo.

– También lo que podría esperarse -dijo Illmann-. El calor de una deflagración hace que la piel se parta y se abra como si fuera un plátano maduro. Es decir, si puedes recordar qué aspecto tiene un plátano.

– ¿Dónde se encontraron las latas de gasolina?

Alzó las cejas, burlón.

– Oh, sabes eso, ¿eh? Sí, encontramos dos latas vacías en el jardín. No creo que llevaran allí mucho tiempo. No estaban oxidadas y quedaba un poco de gasolina sin evaporar en el fondo de una de ellas. Y según los bomberos olía muy fuerte a gasolina por todas partes.

– Fue un incendio provocado, entonces.

– Sin ninguna duda.

– Entonces, ¿qué fue lo que te hizo buscar balas?

– La experiencia. Cuando haces una autopsia después de un incendio, siempre tienes presente la posibilidad de que haya habido un intento de destruir pruebas. Es un procedimiento habitual. Encontré tres balas en la mujer, dos en el hombre y tres en el cabezal de la cama. La mujer estaba muerta antes de que empezara el fuego. La alcanzaron en la garganta y en la cabeza. El hombre no. Había partículas de humo en los conductos respiratorios y monóxido de carbono en la sangre. Los tejidos seguían de color rosado. Le dieron en el pecho y en la cara.

– ¿Se ha encontrado ya el arma? -pregunté.

– No, pero puedo decirte que lo más probable es que sea una automática de 7,65 mm, y bastante potente para su munición, algo como una vieja Mauser.

– ¿Y desde qué distancia les dispararon?

– Diría que el asesino estaba a un metro y medio de sus víctimas cuando disparó el arma. Las heridas de entrada ysalida encajan con la idea de que estaba al pie de la cama; y tenemos además las balas en el cabezal.

– ¿Crees que sólo hubo un arma?

Illmann asintió.

– Ocho balas -dije-. Eso es todo un cargador para una pistola de bolsillo, ¿no? Alguien quería asegurarse bien. O puede que estuviera furioso. ¿Y los vecinos no oyeron nada?

– Por lo que parece, no. Si lo oyeron, probablemente pensaron que la Gestapo daba una pequeña fiesta. No se avisó del fuego hasta las tres y diez de la mañana, y para entonces ya no había esperanza alguna de controlarlo.

El jorobado abandonó su recital de órgano cuando los guardias se lanzaron a una interpretación de Alemania, eres nuestro orgullo. Uno de ellos, un tipo enorme y musculoso, con una cicatriz en la cara tan larga y correosa como la corteza de una loncha de beicon, empezó a pasear por el bar, blandiendo su cerveza y exigiendo que el resto de clientes del Künstler Eck se uniera a la canción. A Illmann pareció no importarle, y cantó con una fuerte voz de barítono. Mi propia interpretación mostraba una falta considerable de entusiasmo y afinación. No por cantar a voz en cuello te conviertes en un patriota. El problema con esos mierda de nacionalsocialistas, especialmente los jóvenes, es que piensan que tienen el monopolio del patriotismo. Y aunque no lo tengan ahora, tal como van las cosas, pronto lo tendrán.

Cuando acabó la canción, le hice unas cuantas preguntas más a Illmann.

– Los dos estaban desnudos -me dijo-, y habían bebido mucho. Ella se había tomado varios cócteles Ohio, y él una buena cantidad de cerveza y schnapps. Es más que probable que estuvieran bastante borrachos cuando les dispararon. Hice también un frotis del cuello de la vagina a la mujer y encontré semen reciente, del mismo tipo sanguíneo del hombre. Creo que habían tenido una buena noche. Ah, sí, ella estaba embarazada de ocho semanas. Ay, la vida es una vela que arde tan brevemente…

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