Edmund Crispin - El caso de la mosca dorada

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Una joven y temperamental actriz, a quien la totalidad de su compañía teatral detesta, muere asesinada en Oxford, en extrañas circunstancias, durante los ensayosde una nueva obra. Afortunadamente para la policía el crimen ocurre en la propia Facultad donde Gervase y Fen, hombre de letras y detective aficionado, imparte su enseñanza.
Edmund Crispin se mueve, en EL CASO DE LA MOSCA DORADA, dentro de las características de la novela policiaca inglesa para relatar una historiaen la que también aparecen concomitancias con un antiguo relato de fantasmas.
Esta novela es la primera en la que aparece Gervase Fen, excéntrico detective aficionado, profesor de Inglés y Literatura en St Christopher's College, supuestamente basado en el profesor de Oxford W.E. Moore. El libro contiene abundantes alusiones literarias que van desde la antigüedad clásica a mediados del siglo 20.

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– Concedido -admitió Rachel-, pero creo que todos están exagerando su valor como molestia, especialmente ahora que está muerta. A fin de cuentas, no era más que una de las tantas personas latosas con que la Providencia ha creído prudente castigar a la humanidad.

– De acuerdo -dijo Fen-. Este dichoso asunto nos ha tenido a mal traer -suspiró-. A todos les faltó tiempo para correr a decirle a la policía hasta qué punto la detestaban (supongo que para alejar las sospechas de ellos, exagerando la nota), y el resultado fue ocultar matices de opinión más sutiles e importantes.

– ¿Acostumbran los detectives -preguntó Robert, mansamente- a discutir así el crimen con los sospechosos, con tanta imparcialidad y franqueza?

– Un sine qua non -respondió Fen-. Se supone que durante la conversación traicionarán sus sentimientos recónditos. Pero ¿acaso se considera entre los sospechosos?

– Bueno -dijo Robert, en tono displicente-, supongo que nada me impedía salir corriendo del lavabo, matar a Yseut y después volver a esconderme para reaparecer en el momento apropiado.

– Lamento decirle que por razones analizadas a fondo no podría haber hecho nada de eso. De esa acusación puede considerarse a salvo.

– No diré que eso me tranquiliza porque sinceramente nunca la tuve por posibilidad seria. Pero siempre conviene aclarar las cosas -Robert parecía estar archivando el asunto en algún rincón perdido de su mente.

– ¿Y yo? -intervino Rachel-. ¿También estoy bajo sospecha?

– Depende -repuso Fen, afablemente-. ¿Qué hacía en el momento del crimen? -la apostrofó con severidad.

– Estaba en el cine, meditando sobre los defectos del sexo fuerte.

– ¡Cómo! -se sorprendió Fen-. Tenía entendido que unos amigos de North Oxford le brindaban una coartada impecable.

– Yo tengo la culpa -terció Robert-. Mi mente literaria y la alta opinión que tengo de mi persona me impiden ver que eso era un mero pretexto para huir de mí.

– El inspector comenzó a sospechar cuando lo supo -siguió diciendo Rachel-. Para colmo de males no puedo recordar qué cine era (simplemente entré en el primero que me salió al paso) y tampoco la película que daban. Lo cierto es que no le presté ninguna atención, creo que ni siquiera podría decir de qué trataba. Por lo visto el inspector es de esas personas que van a ver una película determinada, llegan puntualmente al comienzo y se entregan a ella en cuerpo y alma hasta el final.

Fen asintió.

– Personalmente -comentó distraído- siempre que voy al cine es para dormir; encuentro soporífica la atmósfera de las salas -miró alrededor aparentemente buscando la admiración y el aplauso de los presentes para aquella excentricidad. Luego una sombra cruzó sus facciones, y añadió-: Pero yo que usted no trataría con tanta ligereza esa falta de coartada. Sabemos que todo es muy lógico y humano, pero eso no quita para que siga sin poder justificar sus movimientos a la hora del crimen.

Merezco la reprimenda -admitió Rachel, seriamente-. Por supuesto que tiene razón. Pero ¿está absolutamente probado que Yseut no se suicidó? Sé que suena poco probable, pero…

– No hay certeza absoluta -la interrumpió Fen- hasta tanto la policía se decida. Mal que mal, informarán al coroner, éste a su vez informará al jurado, y a menos que surja alguna otra prueba desconocida hasta el presente el asunto descansará sin mayores variantes.

– Pero usted está colaborando con la policía -insistió Rachel-. Entre nosotros, ¿qué opina?

– Que fue un asesinato -respondió Fen, acentuando las palabras-, y desde hace algún tiempo sé quién es el asesino.

Robert hizo un esfuerzo por denotar indignación en el grado adecuado.

– Entonces ¿por qué no se lo dice a la policía -preguntó- y terminan de una vez? ¿No hay pruebas suficientes?

– No, no hay pruebas incidentales suficientes. Aunque desde luego el hecho primario aparece claro como el día. Una sola persona en el mundo puede haber matado a Yseut Haskell. Admito que todo depende de la veracidad de un testigo, pero no tengo razones para suponer que el testigo en cuestión miente respecto a ese punto -su expresión era solemne.

– Entonces ¿van a hacer arrestarlo? -preguntó Robert-. ¿Qué impide que sea en seguida?

Fen esbozó un ademán vago.

– El asesino es un ser humano, no una cifra, una x, aun cuando sigue siéndolo hasta que lo descubren. Hecho el descubrimiento, el ritmo de la cacería por fuerza disminuye. Uno ha estado persiguiendo a una liebre de trapo, y cuando la tiene acorralada descubre de pronto que es real. Confieso que me disgusta… -calló de improviso.

Robert asintió, comprensivo.

– Se entiende -dijo-, aunque la suya es una actitud demasiado sentimental. El crimen es un golpe repentino, decisivo, imprevisto, en tanto que desenmascarar al criminal posee toda la crueldad acumulada de la cacería. Pero, en el fondo, un crimen es siempre un crimen -pareció hallar consuelo en esa sencilla reflexión.

Nigel se aproximó, trayendo la cerveza pedida, que Fen contempló con tristeza. Depositando el vaso sobre el mostrador le volvió la espalda, aparentemente con la esperanza de que al verse ignorado desapareciera con su contenido.

– Recuerdo -dijo a Robert sin ningún propósito aparente- haber leído algo acerca de un viaje que hizo a América del Sur antes de la guerra. ¿Fue agradable?

Robert pareció desconcertado.

– Por lo que veo, mis viajes le interesan sobre manera -dijo secamente-. Anoche era Egipto. Sí, estuve en América del Sur en varias oportunidades; casi siempre en Buenos Aires y en Río.

– Y dime, Nigel -Fen disparó la pregunta a quemarropa-, ¿con qué asocias a América del Sur?

– Cocos, pampas y Carmen Miranda -respondió Nigel sin pensarlo dos veces.

Fen hizo unos ruidos confusos que querían denotar placer.

– ¡Excelente! -dijo-. Un índice espléndido de lo que encierra la mente de un periodista. La libre empresa no deja de tener sus ventajas.

– Debemos ponernos en movimiento -dijo Robert, echando una ojeada a su reloj. De infinita mala gana Fen volvió su atención a la cerveza, que engulló de un trago con gran aspaviento.

– Creo que no debería haber hecho eso -dijo pensativo mientras dejaba el vaso vacío sobre el mostrador.

Revenons à nos moutons, muchachos -decía Robert-. Vamos, vamos, que es tarde -en grupitos de dos o tres desfilaron hacia la puerta, bajo la mirada indiferente del loro.

11

LA BESTIA SUELTA

Y distante y apartado en el techo, más allá del banquete,

Oí el chillido de la bestia hambrienta

Que se rascaba en el espacio en blanco

Entre la sustancia de la reina y la reina misma.

Charles Williams.

Jane les salió al encuentro en la entrada de artistas.

– Justamente iba en su busca -dijo a Fen-. Lo llaman por teléfono, un tal sir Richard Freeman. Dice que es urgente y que ha estado tratado de localizarlo por todas partes.

Dándole las gracias, Fen se encaminó al teléfono. Nigel fue a la sala y se sentó dispuesto a ver el resto del ensayo. Lo impresionó el aire de fría eficiencia que había cobrado la producción desde el martes; ahora la guardarropía requerida estaba disponible, el decorado completo, el apuntador en su puesto, la gente ya no llevaba papeles en la mano; los actores se movían con soltura por el escenario, y los cortes eran relativamente pocos. Nigel lamentó no haber asistido a los demás ensayos. Habría sido interesante seguir paso a paso la transformación de obra y actores, verlos cobrar convicción, realismo, asistir a la desintegración gradual de la barrera que los aislaba de la pieza, a la convergencia progresiva y a la fusión eventual de los personajes de la vida con los de la ficción. Ciertamente el proceso hace que uno comprenda la tensión nerviosa que actrices y actores van acumulando hasta la noche del estreno.

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