Nate le echó un vistazo cuando se iba y dijo:
– Seguro que lo haré.
Después se dirigió a Jetsam.
– Querías verme con tiempo. ¿Qué pasa?
Flotsam se sumió en su pose de «No tengo nada que ver con esto», y Jetsam dijo:
– Hace tres noches extendimos un multa de parking a un tipo llamado Leonard Stilwell. ¿El nombre te dice algo?
Nate puso cara de confusión y luego negó con la cabeza.
– Un tipo blanco con pinta de gusano. Quizás un yonqui o alguien que se mete crack. De unos cuarenta tacos, peso medio, pelo rojo, pecas. Conduce un Honda negro tuneado.
Nate sacudió la cabeza y dijo:
– Nada. ¿Debería conocerlo?
– No lo sé, pero tenía una dirección en su coche, y sólo por joder, la comprobamos, porque el tipo no debería tener una dirección de Mount Olympus. A no ser que vaya a ir allá a limpiar un garaje o algo así. Tiene un par de denuncias previas por robo.
– Sigo sin pillarlo -dijo Nate.
– Bueno, no encontramos la dirección -dijo Jetsam-. El número no coincidía. Pero cerca de donde se suponía que podía estar vimos un coche.
– ¿Su coche? -dijo Nate.
– No, su coche no -dijo Jetsam.
La conversación se detuvo. Nate frunció el ceño ligeramente y dijo:
– ¿Visteis mi coche?
– SAG4NW -dijo Jetsam-. Así que pensamos que igual tú sabías algo sobre este Stilwell, eso es todo.
Flotsam corrigió a su compañero:
– Él pensó que podrías saber algo. Yo soy neutral en este asunto.
Hollywood Nate calló unos instantes, luego dijo:
– Dijiste que era una dirección equivocada.
– No había una dirección a la que asociar exactamente el pedazo de papel. Si recuerdo bien, la dirección que tú visitabas acababa en 26 mientras que su dirección acababa en 48. Pero cuando la calle gira, los números son totalmente distintos. La casa en la que estabas es la más próxima al número que él escribió.
Flotsam estaba harto de todo aquello.
– Colega -le dijo a Nate-, lo que mi compañero cree es que quienquiera que viva en esa casa puede ser la futura víctima de un crimen, o quizás un criminal si está relacionado con ese saco de mierda, Leonard Stilwell. Ésta es la versión abreviada del drama.
– ¿Y cuál es la versión larga? -dijo Nate.
– La versión larga es que mi colega está tierno perdido por Sinclair al Cuadrado, y le encantaría convertirse en un cuervo y trabajar con ella aunque no diferencie una tabla de surf de una de planchar. Pero, ahora que lo pienso, cuando alguien le pide que le planche algo, se divorcia. Y dado que ella no se casa con nadie que no se apellide Sinclair, me gustaría que mi colega cambiara su nombre a Sinclair de una vez o detener toda esta mierda al estilo Sherlock ¡porque me está agotando!
Jetsam miró a su compañero, alucinado. Nunca había visto a Flotsam explayarse de ese modo.
– ¿Qué relación tiene el calentón que lleva con Ronnie con el ladrón? -le preguntó Nate a Flotsam, como si Jetsam no estuviese ahí.
– Oyó que Ronnie y Bix Rumstead andaban trabajando esa parte de Hollywood Hills, besando el culo a todos esos gilipollas ricos de allá arriba, y él trata de aportar luz al asunto y de anotarse unos tantos delante de Ronnie y quizá también del sargento cuervo.
Jetsam todavía miraba a su compañero con sorpresa y, finalmente, dijo:
– Hermano, ¿por qué no te conectas a mi frecuencia? ¡No sabía que estuvieras tan alejado de la realidad!
– He estado intentándolo a todas horas -dijo Flotsam-. Pero no has sido el mismo desde que lanzaste las bengalas sobre el taller de coches. Estás totalmente ido, tío. ¡No escuchas el lenguaje corporal!
– ¡No sabía que estuvieras tan hasta el cuello de mierda, hermano!
– Arreglad vuestros asuntos domésticos más tarde -dijo Nate-. Puedo aseguraros que la persona que vive en esa casa no es ninguna clase de malhechor. En cuanto a si es un objetivo potencial para ese tío, Stilwell, no tengo ni idea.
– ¿Es tu rollito? -dijo Flotsam con malicia.
– ¡Hey! Yo no te pregunto por tus nenas -dijo Nate.
– Tío, estás hormonalmente alterado -dijo Flotsam con admiración.
Rebotado de la diatriba con Flotsam, Jetsam le dijo a Nate:
– No le haríamos daño a nadie si le preguntamos a tu rollito… Me refiero a la persona que vive ahí, si conoce a Leonard Stilwell. Si no, tal vez tengamos que hablar con Prevención de Robos. Confía en mí, hermano, ese cubo de pus de Stilwell es un deshecho, y no anda metido en nada bueno.
– La llamaré -dijo Nate-, y a ver qué sabe.
– ¿Es una tía buena o simplemente es rica? -dijo Flotsam a Nate, con la misma malicia incómoda.
– Es sólo alguien que ha puesto su coche a la venta -dijo Nate-. Estuve hablando con ella sobre su vehículo utilitario deportivo.
Había resbalado de la boca de Nate antes de poder pararlo, y Jetsam se abalanzó:
– ¡Eh, hermano! Se trata del coche del taller, ¿verdad? La tía con la que hablaste, ¿cierto?
Nate vio a ambos surfistas mirándolo ahora con expectación. Decidió decir la verdad.
– Sí, ésa es. Y sí, es una tía de bandera, pero no pasó nada.
– ¡Esto es el destino en acción, hermano! -dijo Jetsam teatralmente-. Hay muy pocos grados de separación. ¡Somos parte del mismo plan inescrutable!
Nate se quedó sin habla hasta que Flotsam dijo:
– Se pone así después de haber estado practicando surf. Se sienta en el agua y tiene estas visiones. Lo convierten en una simple tabla de surf el resto del día. No tardará en estar bien.
– Al menos os podríais estirar con el té helado -dijo Nate mientras acababa su bebida.
– Sí, colega, va a nuestra cuenta -dijo Flotsam-. Pero si quieres mi opinión, deberías olvidarte de esas pavas de las colinas. Toda esa carne esculpida y los diamantes de cinco quilates pintan bien, pero hay mejores maneras de escapar de tu aburrida existencia. Pilla una tabla y vente a Malibú. Seremos tus gurús.
Jetsam asintió y añadió:
– Hermano, es jodido encapricharse de esas zorritas de Mount Olympus que piensan que su mierda debería ser dorada y colgar de una cadena de oro.
– Sí -insistió Flotsam-, creen que sus zurullos deberían ser de bronce y mantenerlos en una caja de trofeos, tío.
– Ven a Malibú, hermano -dijo Jetsam-. Quizá también tengas una visión y encuentres tu auténtico yo.
Nate se puso en pie, asintió y dijo:
– Estoy contento de haber venido aquí hoy. Todo este tiempo he estado comprando billetes de lotería y acechando a cazatalentos, y la respuesta estaba ante mis propios ojos. No he sido capaz de verla hasta que vosotros, babosas marinas, me abristeis los ojos. Todo pasa por el surf. ¡Es la materia de la que están hechos los sueños!
Para Ronnie Sinclair no había mejor momento del día en Hollywood que el atardecer. Cuando el sol poniente se expandía a través de la bruma baja veraniega tintaba la polución de un color burdeos chillón. Después, una luz púrpura se proyectaba sobre los bulevares anunciando a todos: «Este lugar es incomparable. ¡Aquí, incluso los gases tóxicos son bonitos!».
Ronnie examinó superficialmente la calle para ver si había signos del campamento de los vagabundos y después condujo de regreso hacia Hollywood Boulevard. Bix Rumstead contestó a su móvil y la expresión de su cara la asustó.
Bix enrojeció y susurró al teléfono:
– Estoy trabajando. No puedo hablar. Te llamo luego.
Cerró el teléfono de un golpe y dijo:
– Mi hermano Pete. Está en apuros. Siempre me está pidiendo pasta, para no devolverla nunca.
– Sí, mi hermana solía ser así hasta que su marido la hizo rica -dijo Ronnie, mirando a Bix que sonreía, pero no con esos inmensos ojos grises que ella amaba, así que comprendió que volvía a mentir. No era su hermano Pete el que estaba al otro lado del teléfono.
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