Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones

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En Los nuevos centuriones Joseph Wambaugh nos presenta los cinco años de complejo aprendizaje de tres policías de Los Ángeles durante la década de los sesenta. En este tiempo, investigan robos y persiguen a prostitutas, sofocan guerras entre bandas y apaciguan riñas familiares. Pero también descubren que, a pesar de coincidir en una base autoritaria, sus puntos de vista divergen en la necesidad de cada uno de rozar el mal y el desorden. Con un ritmo vertiginoso, en esta historia de casos urgentes y frustraciones cada semana implica nuevos peligros y nuevas rutinas, largas horas de trabajo de oficina o la violenta y repentina erupción de disturbios raciales. Tanto en el vehículo de patrulla nocturna, como en el escuadrón de suplentes, cada hombre tiene que aprender -y pronto- la esencia de las calles y la esencia de las gentes. Para escribir Los nuevos centuriones, su primera novela, Wambaugh partió de sus propias experiencias como policía de Los Ángeles. Algunos de sus antiguos compañeros se sintieron incómodos con la imagen inquietante de agentes de moral ambigua que reflejaba, pero eso no impidió que el debut literario de Wambaugh causara sensación entre la crítica y se convirtiera en un éxito de ventas. "Me lo zampé de un tirón. Es un tratado implacable del trabajo policial visto como un periplo inquietante y de moral ambigua." – JAMES ELLROY

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– Claro -dijo Rov-. Soy convencional, ¿no lo recuerdas?

– San Francisco es una ciudad bonita. ¿Has estado allí alguna vez?

– No, vayamos a San Francisco.

– Es también una ciudad muy tolerante. Desde ahora habrá que tener en cuenta cosas como ésta.

– Todo está tan tranquilo ahora -dijo Roy-. Anoche, cuando estaba muy asustado, pensé durante un buen rato que el fuego no cesaría jamás. Pensé que siempre escucharía el fuego rugiendo en mis oídos.

22 Reunión

– Creo que a partir de mañana volveremos prácticamente a los despliegues normales de fuerzas -dijo Roy.

Le agradaba decirlo porque él y Laura habían decidido que, en cuanto cesaran por completo los disturbios, él pediría unos cuantos días de permiso y se irían a pasar una semana a San Francisco tras contraer matrimonio en Las Vegas donde podrían quedarse algunos días, aunque también era posible que, estando en Las Vegas, se fueran a pasar una noche a Tahoe…

– Desde luego será estupendo poder librarse de los turnos de doce horas -dijo Roy en un estallido de exuberancia al pensar que iba a hacerlo y ahora que él y Laura iban a hacerlo todas sus dudas se desvanecieron.

– Ya estoy harto-dijo Serge Durán efectuando un desganado viraje en U en Crenshaw donde se encontraban patrullando la zona perimétrica, y a Roy le gustó la seguridad en conducir de Durán, más aún, le gustaba Durán al que sólo había visto como unas doce veces en el transcurso de aquellos cinco años y al que jamás se había molestado en intentar conocer mejor. Pero sólo habían pasado dos horas juntos esta noche y le había gustado y estaba contento de que, al establecerse las patrullas de perímetro, Durán le hubiera dicho al sargento:

– Déjeme trabajar con mis dos compañeros de clase Fehler y Plebesly.

Y Gus Plebesly le parecía muy honrado y Roy esperó poder hacerse amigo de aquellos dos hombres. Era agudamente consciente de que no tenía amigos entre los policías, jamás había tenido ninguno, pero lo cambiaría, estaba cambiando muchas cosas.

– Ahora que los disturbios casi han terminado, cuesta creer que haya podido suceder -dijo Gus y Roy pensó que Plebesly había envejecido mucho en cinco años. Recordaba a Plebesly como un muchacho tímido, quizás el de más baja estatura de la clase, pero ahora parecía más alto y más fuerte. Recordaba desde luego el inhumano aguante de Plebesly y sonrió al pensar que su resistencia había sido una amenaza para su instructor de adiestramiento, el oficial Randolph.

– No cuesta creer que haya podido suceder si se baja por la avenida Central o por las calles Cien y Tercera -dijo Serge -. ¿Estuviste por allí el viernes por la noche, Roy?

– Estuve -dijo Roy.

– Creo que nosotros también estuvimos -dijo Cus -, pero estaba demasiado asustado para saberlo seguro.

– Igual te digo, hermano -dijo Roy.

– Pero yo estaba tan asustado que apenas puedo recordar lo que sucedió -dijo Gus y Roy vio que la tímida sonrisa seguía siendo la misma al igual que aquellos modales desaprobatorios que solían molestar a Roy porque era por aquel entonces demasiado estúpido para comprender que eran auténticos.

– Hoy justamente estaba yo pensando lo mismo -dijo Serge -. La noche del viernes se está convirtiendo en una especie de bruma en mi cerebro. No puedo recordar grandes retazos. Exceptuando el miedo, claro.

– ¿Tú también piensas lo mismo. Serge? -dijo Gus-. ¿Y tú, Roy?

– Pues claro, Gus -dijo Roy -. Tenía un miedo de muerte.

– Es curioso -dijo Gus y se sumió en el silencio y Roy supuso que Gus se sentía tranquilizado.

Resultaba consolador hablar con un policía que, al igual que uno, se sentía evidentemente embargado por las dudas y ahora compadeció a Gus y experimentó la atracción de la amistad.

– ¿Terminaste la universidad, Roy? -preguntó Serge -. Recuerdo que en la academia me hablaste de obtener el título en criminología. Ya te faltaba poco entonces.

– Nunca llegué a terminar, Serge -dijo Roy riendo y le asombró no descubrir ironía alguna en su risa y supuso que, al final, había hecho las paces con Roy Fehler.

– Yo tampoco pasé muchos exámenes -dijo Serge asintiendo con la cabeza en señal de comprensión-. Ahora me arrepiento porque se acerca el primer examen para el puesto de sargento. ¿Y tú, Gus? ¿Estudias algo?

– De vez en cuando -dijo Gus-. Espero conseguir el título de administración comercial dentro de un año más o menos.

– Estupendo, Gus -dijo Roy -. Cualquier día trabajaremos a tus órdenes.

– Oh, no -dijo Gus excusándose-. No he estudiado para el examen de sargento y, además, en los exámenes me quedo como helado. Sé que fracasaré miserablemente.

– Serás un gran sargento, Gus -dijo Serge y parecía ser sincero.

Roy experimentó una oleada de simpatía hacia ambos y quiso hablarles de su próxima boda -quiso hablarles de Laura, de un policía blanco con una esposa negra, y hubiera querido saber si pensaban que estaba loco porque estaba seguro de que eran compasivos. Pero aunque pensaran que estaba loco y se lo dieran a entender mediante un cortés asombro, nada cambiaría.

– Está oscureciendo, gracias a Dios -dijo Gus -. Hoy ha sido un día muy brumoso y caluroso. Me encantaría poder nadar un poco. Un vecino nuestro tiene piscina. Quizá mañana le pida permiso.

– ¿Y qué te parecería esta noche? -dijo Serge -. Cuando terminemos de trabajar. Hay piscina en mi edificio. Sería mejor que lo aprovecháramos porque pronto me voy a trasladar.

– ¿Dónde te trasladas? -preguntó Gus.

– Mi novia y yo vamos a comprar una casa. Tendremos que cortar césped y arrancar hierbas en lugar de nadar a la luz de la luna, creo.

– ¿Te casas? -preguntó Roy-. Yo me casaré en cuanto pueda conseguir una semana de vacaciones.

– ¿Tú también vas a caer? -dijo Serge sonriendo -. Me tranquiliza.

– Creía que ya estabas casado, Roy -dijo Gus.

– Lo estaba cuando estudiábamos en la academia. Me divorcié poco tiempo después.

– ¿Tienes hijos, Roy? -preguntó Cus.

– Una niña -dijo Roy y entonces pensó en el domingo anterior cuando la había llevado al apartamento de Laura. Pensó en cómo había jugado Laura con ella y en cómo ésta se había ganado el cariño de Becky.

– ¿No te has hartado del matrimonio? -le preguntó Serge.

– No tengo nada en contra del matrimonio -dijo Roy-. Te dan hijos y Gus podrá decirte lo que los hijos le dan a uno.

– No podría vivir sin ellos -dijo Gus.

– ¿Cuánto tiempo llevas casado, Gus? -preguntó Serge.

– Nueve años. Toda la vida.

– ¿Cuántos años tienes?

– Veintisiete.

– ¿Cómo se llama tu novia, Serge? -preguntó Roy al ocurrírsele una idea.

– Mariana.

– ¿Qué os parece si fuéramos a nadar mañana? -dijo Roy-. Quizá Gus y su mujer y Laura y yo podríamos venir a tu casa y conocer a tu novia y podríamos nadar y tomarnos unas cervezas antes de entrar a trabajar por la tarde.

Ya estaba hecho, pensó. Sería la primera prueba.

– Muy bien -dijo Serge entusiasmado -. ¿A ti te parece bien, Gus?

– Bueno, mi mujer no se ha encontrado bien últimamente pero a lo mejor le apetecerá venir aunque no se bañe. A mí me encantará.

– Estupendo. Os espero -dijo Serge -. ¿Qué os parece a las diez de la mañana?

– Muy bien -dijo Gus y Roy pensó que aquella sería la mejor manera de comprobarlo. Llevarla consigo y ver qué sucedía. Al diablo las excusas y las advertencias. Que la vieran, en cantidad, con sus largas piernas, tan bien formada e incomparable en traje de baño. Entonces sabría cómo iba a ser, lo que podía esperar…

– Sería demasiado… -dijo Gus vacilando-. Me fastidia pedírtelo… Si a la casera no le gusta o quizá no quieres tener cerca a una manada de niños ruidosos… lo comprendo…

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