– Muy bien, aquí están los delitos -dijo el lugarteniente tras pasar lista.
Perkins llevó la hoja en la que figuraban los nombres al teletipo de abajo para ser entregada a Comunicaciones, con el fin de que Comunicaciones del centro supiera qué coches trabajaban en Hollenbeck. Los policías abrieron sus cuadernos de notas por una hoja limpia y se dispusieron a escribir.
El lugarteniente Jethro era un hombre de piel arrugada y cetrina, con una expresión de dureza en la boca y ojos muy fríos. Serge sabía sin embargo que era el supervisor más querido de la división. Los hombres le consideraban justo.
– Ha habido un robo en el veintinueve veintidós de la Avenida Brooklyn -leyó mecánicamente-. En el restaurante Gran G. Hoy, a las nueve y media de la mañana. Sospechoso: varón, mexicano, de veintitrés a veinticinco años, metro sesenta y tres a metro sesenta y seis, setenta y cinco a ochenta kilos, cabello negro, ojos oscuros, tez clara, con camisa oscura y pantalones oscuros, llevaba arma de fuego, se llevó ochenta y cinco dólares de la registradora y también la cartera de la víctima e I.D… ¡Maldita sea, qué cochinada de descripción! -dijo de repente el lugarteniente Jethro -. De esto estábamos hablando anoche en el adiestramiento al pase de lista. ¿De qué demonios os sirve una descripción así?
– Puede que fuera lo único que consiguieron sacarle al individuo, lugarteniente -dijo Milton, el corpulento azuzador de supervisores que siempre ocupaba el último asiento de la última mesa de la sala de pasar lista y cuyas cuatro barras, que indicaban veinte años de servicio, le autorizaban a dirigir constantes ataques de fuego concentrado de artillería a los sargentos. Sin embargo, solía mostrarse poco agresivo con el lugarteniente, pensó Serge.
– Tonterías, Milt -dijo Jethro-. Este pobre bastardo de Héctor López ha sido atacado media docena de veces este año. Siempre veo su nombre en robos, hurtos y robos con escalo. Se ha convertido en una víctima profesional y siempre proporciona una perfecta descripción del sospechoso. Se debe a que algún oficial -en este caso era un oficial de guardia de día -tenía mucha prisa y no se molestó en obtener una descripción como es debido. Es un buen ejemplo de trozo de papel sin valor que de nada puede servir a los investigadores. Esta descripción se ajustaría a un veinte por ciento de los individuos que andan por las calles en este momento.
"Sólo son necesarios algunos minutos más para conseguir una buena descripción que los investigadores puedan utilizar -prosiguió Jethro -. ¿Cómo iba peinado el sujeto? ¿Llevaba bigote? ¿Gafas? ¿Tatuajes? ¿Alguna manera especial de andar? ¿Y los dientes? ¿La ropa? Hay docenas de detalles en la ropa que pueden ser importantes. ¿Cómo hablaba? ¿Tenía la voz como cascada? ¿Tenía acento español? ¿Y el arma? Este informe dice arma de fuego. ¿Qué demonios os dice esto? Sé perfectamente bien que López conoce la diferencia existente entre una automática y un revólver. ¿Estaba plateada al cromo o era acero azul? -Jethro introdujo con desagrado los papeles en el "dossier" -. Hubo montones de delitos anoche pero ninguna de las descripciones de los sospechosos valen para nada y no voy a molestarme en leerlas -. Cerró las carpetas y se reclinó en su asiento situado sobre el estrado de dos metros y medio, observando a los policías de la guardia de noche -. ¿Alguien tiene algo que decir antes de que comencemos la inspección? -preguntó.
Se produjo un murmullo al escucharse la palabra "inspección" y Serge se frotó las puntas de cada zapato contra la parte posterior de sus tobillos, molesto por el tráfico de Los Angeles que le había impedido llegar al cuartelillo con la antelación suficiente para cepillárselos.
Los ojos sin color de Jethro miraron alegremente a su alrededor unos momentos.
– Si a nadie se le ocurre nada que decir, podemos empezar la inspección. Dispondremos de más tiempo para inspec cionar más a fondo.
– Espere un momento, lugarteniente -dijo Milton con una húmeda colilla de puro entre sus pequeños dientes -. Deme un segundo, pensaré en algo.
– No te culpo por querer entretenerme, Milt -dijo Jethro -. Parece que te has limpiado los zapatos con una barra de Hershey.
Los hombres se rieron y Milton rebosó de gozo desde su asiento de la última fila de mesas de la parte posterior de la sala del escuadrón. En el transcurso de su primera noche en Hollenbeck, Milton le había dicho a Serge que la última fila de mesas pertenecía a los veteranos y que los novatos solían sentarse generalmente hacia la parte frontal de la estancia. Serge todavía no había trabajado oon Milton y lo estaba deseando. Era turbulento y agobiante pero los nombres le habían dicho que aprendería mucho con Milton, si a Milton le apetecía enseñarle.
– Una cosa antes de la inspección -dijo Jethro -. ¿Quién trabaja Cuarenta y Tres esta noche? ¿Tú, Galloway?
El compañero de Serge asintió.
– ¿Quién trabaja contigo, uno de los nuevos? Durán, ¿verdad? Controlad los planos de alfileres antes de salir. En la Avenida Brooklyn nos están matando hacia la media noche. Ha habido tres roturas de ventanas esta semana y dos la semana pasada. Más o menos a la misma hora, y se están llevando mucho botín.
Serge miró hacia las paredes que estaban cubiertas de planos idénticos de las calles de la sección de Hollenbeck. Cada plano presentaba alfileres de distintos colores, algunos para indicar robos y los multicolores para indicar si habían ocurrido por la mañana, durante el día o por la noche. En otros planos se mostraba dónde se estaban produciendo los hurtos. En otros se mostraban las localizaciones de los robos de coches y de los robos del interior de vehículos.
– Empecemos la inspección -dijo el lugarteniente Jethro.
Era la primera inspección a que se sometía Serge desde que había dejado la academia. Se preguntaba si se podrían alinear catorce hombres en la abarrotada habitación. Advirtió rápidamente que empezaban a alinearse a lo largo de la pared lateral frente a los planos de alfileres. Los hombres altos se dirigieron hacia la parte frontal de la habitación, por lo que Serge se encaminó también hacia allí situándose al lado de Bressler, que era el único oficial que superaba su estatura.
– Muy bien, creo que estáis en posición de firmes -dijo suavemente el lugarteniente a un policía del centro de la fila (pie estaba murmurando acerca de algo.
– ¡A intervalo cerrado, a la derecha!
Los policías, con las manos a lo largo de las caderas y los codos rozando al hombre que tenían a la derecha formaron la fila rutinariamente y Jethro no se molestó en comprobarla.
– ¡AI frente!
Al inspeccionarle Jethro, Serge miró fijamente hacia la parte superior de la cabeza del lugarteniente, tal como le habían enseñado a hacer en el campamento seis años antes, cuando tenía dieciocho, recién terminados sus estudios secundarios, dolorido al comprobar que la guerra de Corea había terminado antes de que tuviera ocasión de intervenir en ella y ganar varios kilos de medallas que después pudiera prendar en el hermoso uniforme azul del Cuerpo de Marina que no le proporcionaban a uno y que jamás pudo comprarse porque creció con demasiada rapidez entre las sorprendentes realidades del campamento del Cuerpo de Marina.
Jethro se detuvo unos segundos más de lo habitual frente a Rubén Gon.sálvez, un alegre mexicano de morena piel que, supuso Serge, era un veterano con diez años de antigüedad por lo menos en el Departamento.
– Cada día estás más gordo, Rubén -dijo Jethro con su voz monótona y sin sonreír.
– Sí, lugarteniente -contestó Gonsálvez y Serge aún no se atrevió a mirar la fila.
– Veo que has estado comiendo otra vez en Manuel -dijo Jethro y, con visión periférica, Serge pudo ver que el lugarteniente estaba tocando la corbata de Gonsálvez.
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