– Ah, ¿es la misma perra? -preguntó Bridget -. Bueno, pues entonces lo ha expiado quitando de enmedio a Corneáis Arps.
– ¿Por qué no le ha escrito el lugarteniente un informe elogioso como a mí? -preguntó Matthews y los hombres se echaron a reír.
– Aquí hay un sospechoso que se busca por intento de asesinato a las dos y once -dijo O'Toole -. Se llama Calvin Tubbs, varón, negro, nacido el 6-12-35, uno setenta y cinco, ochenta quilos, cabello negro, ojos oscuros, tez de color intermedio, cabello rizado, grandes bigotes, conduce un Ford descapotable modelo 1959, blanco sobre castaño, permiso John Victor David uno siete tres. Suele actuar aquí en Universidad por Normandie y Adams y por la Oeste y Adams. Ha robado a un conductor de un camión de pan y le pegó un disparo. Le han pillado en otros seis delitos, todos camiones de pan. No es difícil encontrarle y podéis pillar a este cerdo.
– La verdad, eso de robar camiones y autobuses… -dijo Matthews.
– Ya lo sabéis -dijo O'Toole mirando por encima de las gafas bifocales -. Para el buen gobierno de los hombres nuevos, debemos deciros que no es seguro conducir un autobús por esta zona de la ciudad. Los bandidos armados roban un autobús casi cada día y a veces roban también a los pasajeros. Por lo tanto, si pincháis un neumático viniendo al trabajo, será mejor que llaméis un taxi. Y los conductores de camiones de pan o cualquiera que sea un vendedor callejero son atacados también con regularidad. Sé de un conductor de camión de pan que fue atacado veintiuna veces en un año.
– Este individuo es una víctima profesional.
– Probablemente sabe más que cualquier investigador de robos -dijo Matthews.
Gus miró a los dos oficiales negros que estaban sentados el uno al lado del otro en la parte de delante, pero se reían cuando los otros lo hacían y no daban la impresión de sentirse molestos. Gus sabía que buena parte de los delitos eran cometidos por negros y se preguntó si les molestarían personalmente todas aquellas bromas. Pensó que ya debían estar acostumbrados.
– Hubo un homicidio interesante la otra noche -prosiguió OToole con su voz monótoma-. Riña familiar. Un lechuguino le dijo a su mujer que era una ramera y ella le disparó dos veces y él se cayó por el porche; entonces ella corrió al interior de la casa, fue a por un cuchillo de cocina, volvió y empezó a aserrarle la pierna; casi se la había cercenado por completo cuando llegó el primer coche-radio de la policía. Dicen que ni siquiera fue posible practicarle un análisis de sangre. El sujeto ya no tenía sangre en las venas. Tuvieron que extraérsela del bazo.
– A saber si ella sería de veras una ramera -dijo Leoni.
– A propósito -dijo el sargento Bridget-. ¿Alguno de vosotros conoce a una señorita mayor llamada Alice Hockington? ¿Que vive en la Veintiocho, cerca de Hoover?
No contestó nadie y el sargento Bridget añadió:
– Llamó anoche y dijo que la semana pasada un coche de la policía había ahuyentado a un merodeador sospechoso a requerimiento suyo. ¿Quién fue?
– ¿Por qué quiere saberlo? -preguntó una voz de bajo.
– Maldita sea, qué recelosos sois los policías -dijo Bridget sacudiendo la cabeza-. Pues entonces fastidiaos. Iba a deciros simplemente que la señora ha muerto y ha dejado diez mil dólares para los amables policías que pusieron en fuga al merodeador. ¿Alguien tiene algo que ver con eso?
– Fui yo, sargento -dijo Leoni.
– Ni hablar -dijo Matthews -, fuimos yo y Cavanaugh.
Los demás se echaron a reír y Bridget dijo:
– Bien, la señora llamó anoche. No ha muerto pero tiene intenciones de hacerlo. Ha dicho que el apuesto y alto policía de bigote negro (pareces tú, Lafitte) pase todas las tardes y compruebe si está el periódico de la tarde. Si a las cinco en punto, el periódico todavía está en el porche, significa que ella ha muerto y desea que eche abajo la puerta si sucediera tal cosa. Por el perro, dijo.
– ¿Teme que se muera de hambre o teme que no se muera? -preguntó Lafitte.
– Vuestra amabilidad es francamente conmovedora, muchachos -dijo Bridget.
– ¿Puedo seguir con los delitos u os estoy aburriendo, muchachos? -dijo O'Toole -. Intento de violación anoche, a las once y diez, tres-seis-nueve de la calle Treinta y Siete Oeste. El sospechoso despertó a la víctima tapándole la mano con la boca y diciéndole: "No se mueva. La amo y quiero demostrárselo". Acarició las partes íntimas de la víctima mientras exhibía un revólver de cinco centímetros para que ella lo viera. El sospechoso llevaba un traje azul…
– ¿Un traje azul? -preguntó Lafitte-. Parece un policía.
– El sospechoso llevaba un traje azul y una camisa de color claro -prosiguió OToole -. Era varón, negro, de veintiocho años, metro ochenta y cinco, noventa quilos, cabello negro, ojos castaños, tez de color intermedio.
– Parece exactamente igual que Gladstone. Creo que ya lo tenemos solucionado -dijo Lafitte.
– La víctima gritó y el sospechoso saltó por la ventana y fue visto subir a un coche último modelo color amarillo aparcado en Hoover.
– ¿Qué coche tienes, Gladstone? -preguntó Lafitte y el corpulento policía negro se volvió sonriendo y dijo:
– No hubiera gritado de haber sido yo.
– Cómo no -dijo Matthews-. Una vez vi a Glad en las duchas de la academia. Hubiera sido asalto con un arma mortífera.
– Asalto con un arma benévola -dijo Gladstone.
– Vamos a trabajar-dijo el sargento Bridget y Gus se alegró de que no hubiera inspección porque no creía que sus botones pasaran la prueba y se preguntó con cuánta frecuencia se realizarían inspecciones en las divisiones. No muy a menudo, supuso, a juzgar por los uniformes que veía a su alrededor y que ciertamente no se ajustaban a los cánones académicos.
Pensó que sería un ambiente tranquilo. Él también se tranquilizaría pronto. Formaría parte del mismo.
Gus permaneció de pie con su cuaderno de notas a poca distancia de Kilvinsky y sonrió al volverse éste.
– Gus Plebesly -dijo Gus estrechando la ancha y suave mano de Kilvinsky.
– Yo me llamo Andy -dijo Kilvinsky mirando desde arriba a Gus y sonriéndole.
Gus pensó que debía medir un metro noventa.
– Creo que vamos juntos esta noche -dijo Gus.
– Todo el mes. Y no me importa.
– Estaré de acuerdo con todo lo que diga.
– Eso por descontado.
– Sí, señor.
– No tienes que tratarme de usted -dijo Kilvinsky riendo-. El hecho de que tenga el cabello gris sólo significa que hace tiempo que ando por aquí. Somos compañeros. ¿Tienes un cuaderno de notas?
– Sí.
– Muy bien, tú te encargarás de las anotaciones durante la primera semana. Cuando aprendas a redactar los informes y conozcas un poco más las calles, te dejaré conducir. A todos los policías nuevos les encanta conducir.
– Lo que sea. Yo estaré de acuerdo con todo.
– Creo que ya estoy preparado, Gus. Bajemos -dijo Kilvinsky y ambos franquearon la puerta de doble hoja y bajaron la escalera de caracol de la vieja comisaría de la Universidad.
– ¿Ves estas fotografías, compañero? -dijo Kilvinsky señalándole las fotografías cubiertas de cristal de policías de la comisaría de la Universidad que habían muerto en acto de servicio-. Estos individuos no son héroes. Estos individuos tuvieron mala suerte y murieron. Dentro de poco te encontrarás cómodo y tranquilo, igual que todos nosotros. Pero no estés demasiado tranquilo. Acuérdate de los chicos de las fotografías.
– No creo que vaya a sentirme tranquilo nunca -dijo Gus.
– Claro que sí, compañero. Seguro que sí -dijo Kilvinsky-. Vamos a por nuestro blanco y negro y empecemos a trabajar.
Читать дальше