– Sugerencia aceptada. ¿Y como vas a organizar tu viaje?
– En dos etapas. Durante la primera haré lo mismo que hicieron los obispones y los Padres de la Iglesia, según Voltaire, en el concilio de Nicea.
– No me asustes, Dionisio. ¿Qué insinuaba aquel réprobo? -Insinuaba o más bien afirmaba categóricamente que los capitostes de la inicua asamblea zanjaron la controversia sobre la presunta ortodoxia o heterodoxia de los mil y un evangelios existentes a la sazón colocándolos todos sobre una mesa de patas cojas que luego, acto seguido, zarandearon vigorosamente. Muchos de los libros se cayeron, pero algunos-no más de siete u ocho-se agarraron como lapas a la superficie del mueble y resistieron en ella. Son, estos últimos, los que desde entonces forman parte del Canon. Ya sabes: los evangelios según Lucas, Marcos, Mateo y Juan, los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis y las veintidós epístolas. Y pare usted de contar. Todos los volúmenes caídos se consideraron y declararon heréticos. Reconoce que “se non e vero”, que no lo será, “e ben trovato”.
– Lo que significa, si te he entendido bien, que tienes la santa intención de tirar por el sumidero de cualquier letrina las seiscientas o setecientas obras sobre Jesús que, según dijiste antes, te has tomado la molestia de consultar con lupa.
– Eres un lince. -¿Y después? No me tengas en ascuas. Me devora la incertidumbre.
– Después vendrá la segunda etapa. -Me gustaría hacerte una pregunta seria, tanto -por lo menos- como la que tú me has hecho.
– Dispara.
– ¿De verdad eres cristiano? Yo mismo lo he dado por supuesto al elegirte como autor de las memorias de Jesús, pero -entre nosotros- no estoy nada seguro de que lo seas. Muchos lo dudan. Dicen que es una pose de escritor desengañado de todo y deseoso de encontrar tierras vírgenes para sus andanzas y para su pluma.
– No lo es, Jaime. Te lo juro. Puedes poner por mí no sólo la mano en el fuego, sino incluso los testículos. No se te quemarán.
– Me alegro, porque si no fueses cristiano, Dionisio, tu libro volaría a ras del suelo y terminaría en una fosa común. No se puede escribir si no se cree en aquello sobre lo que se escribe.
– Sabes de sobra que siempre he sostenido eso. No me robes las ideas. Y tranquilízate: soy cristiano de la cruz a la bola. Cristiano de estirpe y de nacimiento, cristiano por educación, cristiano por elección, cristiano por convicción y cristiano, sobre todo, por obra y gracia de Jesús de Galilea.
– Voy a decirte algo que te irritará: me vuelvo a Barcelona convencido de que mi gestión ha dado fruto. Vas a responder que sí. Tienes de plazo hasta el próximo lunes.
– ¡Insolente, que eres un insolente! Y, además, un presuntuoso. ¿Qué es lo que te autoriza a llegar a esa aventurada conclusión?
– Tus propias palabras, Dionisio. Te has de clarado cristiano en un tono y en unos términos que no dejan resquicio a la duda. Supongo que te gustará saber que me has convencido. Y no era fácil.
– No eches las campanas a repicar antes de tiempo ni de saber hacia dónde apunto. No te regocijes por mi declaración de fe. He dicho que soy cristiano y, naturalmente, lo mantengo, pero cristiano a mi manera, que a lo mejor no es la manera de la Iglesia. Anda, pregúntame si soy budista, o taoísta, o hinduista, o musulmán, y también te diré que sí. Lo uno no quita lo otro.
– Totalmente de acuerdo, fray Dionisio, y repara en que te lo dice un pecador incrédulo que ve los toros desde la barrera. Nadie tiene el monopolio del Espíritu.
– Ni del Altísimo. -¿No es lo mismo?
– Sí, lo es, pero yo iría aún más lejos, Jaime. Yo diría que nadie tiene el monopolio de Jesucristo. ¿Sabes lo que sostenía el loco de Tertuliano, que es mi padre de la Iglesia favorito, y lo que machaconamente repetía el maestro Jung?
– Lo sabré cuando tú me lo cuentes. No soy el Larousse.
– Pues decían los dos que el alma es naturalmente cristiana. ¿Te suena?
– Como una música en sordina. No sé muy bien por dónde vas.
– Te la silbaré al oído. Explicaba Jung que la autoridad y la eficacia de la Revelación no dependen de la mayor o menor verosimilitud de su supuesta realidad histórica, que es irrepetible e imposible de verificar y cuyo radio de acción sólo abarca un período muy breve y un territorio muy estrecho, sino de la universalidad del simbolismo agazapado en ella. El mensaje de Jesús desde este punto de vista, sería algo así como el máximo común denominador de la conciencia y de la psique, capaz de existir en sí y por sí mismo de forma autónoma y con absoluta independencia respecto a lo que nos cuentan los evangelios. De ahí, Jaime, que mi fe en Jesucristo y mi sujeción a sus preceptos sean un punto fijo en mi vida espiritual y no dependan ni poco ni mucho ni nada de los vaivenes a los que nos tiene acostumbrados, según la ideología o las creencias del enteradillo de turno y el discurso de valores dominante en cada época, la investigación neotestamentaria. Lo que Jung afirma, y lo que yo-salvando las distancias-corroboro, es que hay un Cristo precristiano y otro no cristiano, de donde se deduce, en contra de lo que nos enseñaron en la catequesis cuando éramos niños, que fuera de la Iglesia también es posible la salvación.
– Antes o después terminarás quemado en la plaza pública por los inquisidores que ese día estén de guardia.
– Si Pascal no dio con sus huesos en una hoguera, explícame por qué tendría que hacerlo yo.
– ¿Qué pito toca Pascal en esta historia?
– El de ser el hombre que mejor ha entendido a Jesús y que más cerca ha estado de él después de san Francisco de Asís. ¿Y sabes por qué? Porque sólo él, aunque luego le saldría una legión de imitadores…
– Tú entre ellos.
– … Se atrevió a apostar existencialmente, jugándose entero en la apuesta, por un Cristo personal-subraya, por favor, el adjetivo-y, probablemente, intransferible. Esa es también mi postura, Jaime, o quizá, no lo sé, mi impostura. Pero creo, y siento, que hay tantos Cristos como cristianos y que cada hombre tiene que encontrar el suyo, el que le es consanguíneo, el que lleva grabado en su corazón desde el primer latido de éste, el que por ley de karma o de lo que sea le corresponde. Jesús como opera aperta e inconclusa. Y todo lo demás, Jaime, sobra. Sobra la liturgia, sobra el credo, sobra el Papa sobra el dogmatismo, sobra la definición del pecado, sobran los sentimientos de culpa, sobran las condenas y las amenazas, sobran el terrorismo espiritual y la intimidación moral, sobra el mito de la Caída (aunque no la evidencia del progresivo deterioro de la condición humana), sobran los filósofos de la escolástica (por mucho que yo los admire), sobran los integristas (por mucho que yo los entienda), sobran los concilios, sobran incluso los evangelios, aunque esto lo digo mordiéndome la lengua y titubeando después de contar hasta mil, y sobra, por encima de casi todo lo dicho, el nefasto poder temporal de la Iglesia.
– Habrías tardado mucho menos tiempo en decir lo que no sobra-dijo Jaime cáusticamente-, si es que hay algo que en tu opinión no sobre, claro.
– Lo hay, lo hay.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué es, si puede saberse. No me tengas en ascuas.
– Repasa el Diario intimo de Unamuno y quizá encuentres la respuesta.
– Tu visión de Jesús es demasiado corrosiva, iconoclasta y genérica.
– Muy bien. Es demasiado corrosiva, iconoclasta y genérica. ¿Y con eso?
– ¿En qué se diferencia el Jesús que postulas de otros grandes profetas, semidioses, iniciados y maestros? ¿Qué añade o qué quita? ¿Qué aporta que otros no hayan aportado antes? O después.
– Aporta poco, Jaime, pero no plantees así la cuestión. No compares. No cuantifiques. No confundas valor y precio. Te repito, y te recuerdo, que sólo existe una Verdad. Mahoma decía que Dios ha dado a cada pueblo un profeta que habla en su lengua y asume formas acordes con su tradición, sus usos y sus costumbres. Eso, Jaime, se llama tolerancia: una moneda de escasa circulación en el territorio del cristianismo eclesiástico.
Читать дальше