Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– ¿Has oído, Einar?

– Ya estuvieron aquí. -Se encogió de hombros con indiferencia -. Mandaron a un chico de pelo rizado. Como para asustarte, ja, ja.

– El mismo que vino a verme a mí -señaló Gøran -. No parecía muy listo.

– Los más listos se quedan en la central de homicidios -apuntó Frank.

Mode estaba absorto en sus pensamientos.

– Me pregunto si harán un perfil del homicida -dijo -. Está muy de moda últimamente. Y lo peor es que no suelen fallar.

– Escucha -dijo Nudel -. Esto no es exactamente Chicago, ¿sabes?

– Ya, pero de todas formas…

Mode tenía una manera como soñadora de hablar, como si estuviera pensando en voz alta.

– Por cierto, me pregunto si los homicidas prefieren determinadas marcas de coche. Algo así como «Dime qué coche tienes y te diré quién eres».

Los demás se rieron, porque conocían la predilección de Mode por las conclusiones rápidas.

– Pensemos en un Volvo, por ejemplo -dijo Mode -. El Volvo es un coche típico de vejestorios. Lo mismo ocurre con el Mercedes. Pensad en Jomann y en Kalle Moe y veréis cómo encaja mi teoría. Uno que lleva un coche francés, sin embargo, es un tío con cierta idea de estilo, confort y elegancia. Pero no tiene ni pizca de sentido práctico. Los coches franceses son bonitos, pero imposibles de reparar. Los que conducen coches japoneses, por el contrario, tienen precisamente sentido práctico, pero carecen de estilo y elegancia.

Estas consideraciones provocaron las risas de todos, puesto que conocían el coche de Frank.

– Luego está el BMW -prosiguió Mode, pensativo -. Ese es para los que quieren muchas cosas. El BMW es pura ostentación. Muchos hombres un poco afeminados conducen coches ingleses. Luego está el Opel -añadió -. El Opel demuestra estilo, sentido práctico y confianza en uno mismo. ¡Por no hablar del Saab!

Nuevas risas ruidosas alrededor de la mesa. Mode tenía un Saab.

Bebió un trago de cerveza y miró a Gøran.

– En cuanto al Skoda y el Lada, prefiero no decir nada.

– Solo nos queda el Golf -dijo Nudel mirando a los demás.

Gøran escuchaba con los brazos cruzados.

– El Golf -dijo Mode – es muy interesante. Suele conducirlo gente con mucho genio. Gente que necesita que todo vaya deprisa y estar en constante movimiento. Gente rápida con el acelerador y todo eso. Un poco irascible, tal vez.

– Deberías prestar tus servicios a la policía -dijo Einar desde la barra -. Con tus conocimientos sobre las personas y los coches serías inestimable.

– Lo sé -dijo Mode entre risas.

Einar cerró el lavaplatos y apagó y encendió la luz tres veces. Los hombres gruñeron descontentos, pero se acabaron sus jarras a toda prisa y las dejaron en la barra. Nadie llevaba la contraria a Einar. A veces se preguntaban por qué.

14

Se hizo de noche. La luz desapareció y los árboles se convirtieron en siluetas negras. Gunwald puso la correa al perro y fue caminando lentamente por la orilla del bosque. No se decidió a cruzar el prado, se mantuvo en el borde. El perro jadeaba, con la lengua colgándole del hocico.

– Ven, gordo -dijo Gunwald -. Los dos necesitamos hacer ejercicio.

Tomaron el camino que bajaba hasta el lago Norevann. Después de cien metros se detuvo y se dio media vuelta. Miró hacia atrás, al prado. El silencio le molestaba y no entendía por qué. Todo lo ocurrido le había conmocionado sobremanera. Todos los habitantes del lugar eran para él rostros conocidos. Un forastero había venido a sembrar muerte y destrucción. Si es que realmente se trataba de un forastero. Gunwald nunca había tenido miedo a la oscuridad. Sacudió la cabeza y siguió andando. Era el paseo que hacía todas las noches. Le hacía sentir que había cumplido con su rollizo perro. El animal le hacía mucha compañía. Seguramente no tenía una gran personalidad, no era un perro de exhibición, ni tampoco era muy obediente. Solo era una compañía callada, unas patas que se movían, ladridos familiares cuando alguien se movía por las cercanías de la casa. Ya se había acabado el camino, y Gunwald se adentró en una explanada verde que bajaba hasta el agua. Sus pasos se volvieron silenciosos. El cielo sobre él respiraba, notaba que los pelos de la cabeza se le movían. De repente oyó un sonido familiar. El motor de un coche apenas perceptible, pero que se acercaba rápidamente. Miró el reloj. Un coche por los alrededores del lago Norevann tan tarde, qué raro… Se escondió entre los árboles y esperó, mientras el perro hacía sus necesidades. Gunwald no entendía por qué de repente sentía miedo. Era ridículo, había andado por allí durante años, como muchos otros, con y sin perro. Escuchó atentamente el sonido del coche. Se acercaba, deslizándose lentamente, casi vacilante, por el camino de carruajes. Se detuvo. Los faros iluminaron el agua con una fría luz de halógeno azul blanquecina. Se apagaron y todo volvió a quedar sumido en la oscuridad. Emergió una figura que sacó algo del maletero del coche y luego fue hacia el istmo. Gunwald retrocedió entre los árboles y pensó: Ahora el perro se pondrá a ladrar. Pero no lo hizo; también él se quedó esperando. A la débil luz del cielo, Gunwald vio la silueta de un hombre en la punta del istmo, con algo grande y pesado en la mano. Parece una maleta, pensó. La persona se volvió y miró a su alrededor. Luego lanzó algo con mucha fuerza y se oyó el ruido al caer al agua. Gunwald notó cómo le latía con fuerza el corazón. El perro permanecía a su lado, como hechizado. El hombre volvió rápidamente al coche. El que la gente tire cosas al agua seguramente no significa nada, pensó Gunwald. Y sin embargo estaba temblando. Aquel coche que había surgido de la nada y aquel hombre mirando a uno y otro lado lo habían asustado. Ya había llegado al coche. Durante unos instantes se quedó mirando fijamente la penumbra, mientras Gunwald se agachaba entre los árboles. El perro estaba como contagiado por el miedo de su amo, como si se hubiera congelado. Las orejas se le erizaron. El hombre arrancó y dio marcha atrás. Describió una curva cerrada y enderezó el coche. Desapareció camino arriba, hacia la carretera principal. Gunwald estaba completamente seguro. El hombre era Einar Sunde.

Permaneció mucho tiempo sentado en su sillón, pensando. ¿Debería informar sobre lo que había visto? Si no recordaba mal, había leído en el periódico algo sobre una maleta desaparecida. Pero se trataba de Einar, un hombre al que conocía desde siempre, un padre de familia muy trabajador, con una conducta irreprochable. Era cierto que corrían rumores sobre que su matrimonio iba mal, y que su mujer tenía secretos que guardar. Gunwald era generoso, no juzgaba a la gente por esas cosas. Seguramente Einar se había librado de su basura, lo que no era exactamente legal, pero no se llamaba a la policía por algo así. Si llamaba, querrían saber quién era. Alguien podría usarlo en su contra más adelante. Y Einar no había matado a una mujer indefensa, claro que no. Estaba seguro de ello. Pero tal vez era importante. ¿Por qué habría tirado una maleta al agua? Si realmente era una maleta. Podría llamar y permanecer en el anonimato. Por lo visto, era legal. Cerró los ojos y volvió a ver en su interior el contorno de aquella figura. De repente, se quedó helado. Se levantó, sacó una botella de brandy del armario y se sirvió una generosa copa. No quería verse mezclado en ese tipo de asuntos. Pero la joven Linda Carling, que pasó por el lugar en bicicleta, sí que contó todo lo que vio, sin reservas. Pero ella era joven y estaba llena de energía. Él era viejo, mucho más de sesenta. ¿Y si llamaba y decía: «Alguien estuvo en la punta del istmo y tiró algo al lago Norevann»? «Yo estaba dando un paseo con mi perro. No sé quién era y no vi lo que tiraba, pero puede que fuera una maleta.» Entonces tal vez rastrearan el lago y encontraran algo. Y si era un saco con basura, entonces no habría pasado nada. Llamaría enseguida y diría solo eso. No mencionaría el nombre de Einar. Bebió más brandy. Y además, aunque fuese el coche de Einar, no era seguro que fuera él quien lo conducía. Einar tenía un hijo que de vez en cuando lo usaba: Ellemann. Podría tratarse de Ellemann Sunde. Pero él era bajo, y el hombre que había visto era alto. Estaba seguro de que se trataba del coche de Einar. Gunwald no se había fijado en la matrícula, pero conocía bien la parte trasera de ese vehículo, que siempre estaba aparcado delante del bar con la parte trasera hacia la carretera. Un Sierra familiar. Lo veía todos los días desde su tienda. ¿Esa línea de teléfono abierta al público funcionaría a esas horas de la noche? Bebió un poco más de brandy. Resultaba difícil acostarse sin podérselo contar a nadie. Pensó que Einar nunca tiraría basura al lago. Fuera del bar tenía un enorme contenedor que la empresa Vestengen Transport vaciaba una vez al mes. Gunwald nunca lo había visto lleno. Dentro había vasos de cartón y estiropor y filtros de café. Miró al perro. Le acarició la cabeza.

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