Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Una mujer en tu camino: краткое содержание, описание и аннотация

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– ¿Un pasajero? ¿Aquí? ¿Se fue en dirección a la ciudad?

– No -contestó ella -. Fue hacia la izquierda, hacia Randskog.

Sejer frunció el ceño.

– En otras palabras: ¿hacia Hvitemoen?

– Sí.

Miró muy serio a la joven Torill.

– ¿Estás completamente segura de que fue hacia la izquierda y no hacia la derecha, hacia la ciudad?

– Claro que estoy segura, vi el intermitente y todo. -Torill lo miró a los ojos -. Estoy completamente segura.

¡Qué demonios!, pensó Sejer. Al salir se quedó mirando el bar de Einar, que se encontraba justo enfrente. ¿Y si Kolding se hubiera quedado en la gasolinera haciendo tiempo para ver si Poona volvía a aparecer? Quizá la mujer india se le había metido en la cabeza, y sabía que estaba sola y desamparada. Puede que la mujer bajara la escalera arrastrando la maleta y Kolding la siguiera para volver a cogerla en el coche. Con la batería en el maletero. ¿O Torill recordaba mal? Afirmación contra afirmación. Eso ocurría siempre. Pero era poco probable que Torill tuviera algo que esconder. Kolding estaba sentado en el caldeado vehículo con Poona en el asiento de atrás, mirándola por el espejo retrovisor. Él era joven. Atrapado en un matrimonio con un bebé llorón que obviamente le atacaba los nervios. Agotado, tal vez desequilibrado. Y a pesar de todas las peticiones no llamó a la policía.

Sejer condujo lentamente hacia su casa. Las imágenes iban y venían en su cabeza. Los ojos enrojecidos de Kolding. Sus nerviosas manos jugueteando con el portamonedas. Un hombre menudo y de escasa fuerza física. Pero con una batería de coche no necesitaba músculos.

Linda fue a por los periódicos viejos amontonados en la escalera del sótano. Luego se sentó junto a la mesa de la cocina y se puso a hojearlos lentamente. Había muchos artículos sobre el asesinato de Hvitemoen. Fue a por unas tijeras y empezó a recortar. Había varias fotos de policías, pero ninguna de Jacob. Su rostro estaba a punto de desaparecer. Pero Linda se acordaba de su voz y de sus ojos.

Le preocupaba un poco lo del coche. Cada vez que pensaba en él, sentía un leve miedo. No había llamado a Jacob. Lo que era una casualidad a lo mejor podría resultar importante. ¿Y si simplemente lo llamara y le dijera: «Podría haber sido un Golf»? Nada más que eso. Nada más seguro que eso. Así podrían descartar otros. No era, por ejemplo, un Volvo, ni tampoco un Mercedes. Las tijeras rasgaron el papel, había recopilado un buen montón de recortes con texto y fotos. Luego los clasificó cronológicamente y los metió en una carpeta transparente. Por un instante se sintió tentada a subrayar algunas frases. «Un testigo que pasaba en bicicleta dice haber visto a dos personas en el lugar de los hechos, que podrían ser la víctima y su asesino.» O: «Un nuevo testigo importante en el caso de Elvestad». Pero no, ella no era tan infantil. Fue al salón y se sentó junto al teléfono con la tarjeta de Jacob en la mano. Se acarició la mejilla con ella, la olió y la besó. Y, muy coqueta, besó tres veces el nombre de Jacob. No importaba lo que hiciera mientras nadie la viese. En realidad, era una idea tentadora. Y marcó el número. Cuando el hombre contestó, a Linda le entraron tantos temblores que tuvo que esforzarse para parecer calmada y reflexiva, lo que no había sido nunca. Intentó ser breve, había decidido decir una sola cosa: que podría haber sido un Golf. Pero Jacob no se contentó con eso. Linda no estaba preparada para ese devenir de la conversación y perdió el control. Era incapaz de retirarse o colgar, pues en ese caso Jacob desaparecería.

– ¿Conoces a alguien que conduzca un Golf?

Al principio, Linda se puso a la defensiva y contestó rápidamente:

– ¡No!

– ¿Has visto algún coche así en Elvestad?

– Es posible -contestó entonces -, pero no de alguien que conozca bien.

– Pero, entonces, ¿sí que sabes de una persona en Elvestad que tiene un Golf rojo?

Linda se mordió el labio.

– Él no tiene nada que ver con el asesinato -dijo -, lo único que pasa es que su coche se parece.

– Entiendo -contestó Skarre con aplomo -. A mí solo me interesa saber cómo has llegado a esa conclusión. La de que podría tratarse de un Golf. Por eso pregunto. Si sabes su nombre, me gustaría que me lo dijeras.

Linda miró el jardín y los árboles a través de la ventana. Se erguían como soldados beligerantes con sus copas puntiagudas. El corazón le latía muy deprisa. ¿Jacob no iría a verla? ¿No volvería a verlo? Sintió miedo. La sensación de desencadenar algo. Temblaba por dentro solo con pensarlo. Pero ¿dar su nombre? ¿Y esas heridas que tenía? Parecían garras largas e iracundas.

– ¿Estás ahí, Linda? -preguntó Jacob a través del auricular. Ella se deshizo inmediatamente. Ahora el hombre le estaba suplicando.

– Gøran -dijo -. Gøran Seter. Alguien le ha arañado la cara.

Justo en ese instante una intensa luz blanca rajó el cielo, luego se repitió varias veces, como un flash. No se oyó ningún trueno, solo un suave rumor. Un relámpago, pensó Linda sin aliento. Solo un relámpago. Ya es otoño.

Cuando Skarre vio a la temblorosa chica, pensó inmediatamente en un filete de rosbif. Delgadísima y cruda, para metérsela rápidamente en la boca. Rogó a Dios que le perdonara ese atroz pensamiento y sonrió lo más amable que pudo.

A Linda no le gustó que anotara todo lo que decía, y que luego ella tuviera que leerlo y poner su nombre debajo.

– Podemos omitir el nombre de Gøran, ¿no? -preguntó con preocupación.

– Claro -contestó Skarre -. Y voy a darte un pequeño consejo. No hables de esto con nadie. Así no tendrás problemas más adelante. Las habladurías de la gente no son nada agradables, ni tampoco lo es la prensa. Por cierto, ¿han estado aquí?

– No -contestó.

No sabía muy bien cómo iba a resistirse si llegaban con cámaras y todo. No había dicho absolutamente a nadie lo del Golf, y en ese momento su mirada era sincera, porque, de hecho, estaba diciendo la verdad. Se esforzó por pensar de qué otro modo podía impresionar a Jacob. Él dobló el papel y se levantó. Ella hizo un último intento desesperado.

– ¿Tendré que asistir al juicio como testigo cuando encontréis al que lo ha hecho?

Jacob la miró sonriente.

– No creo, Linda. Tus observaciones no son lo suficientemente precisas.

Linda sintió una decepción indecible. Él desapareció y ella permaneció de pie, tapándose la boca con la mano. Sentía como si tuviera los labios enormes. Sacó la guía telefónica, buscó por la S y encontró Skarre, Jacob, con dirección en Nedre Storgate, 45, y luego su número de teléfono, que memorizó dos veces y se le quedó grabado en el cerebro. Cogió la carpeta con los recortes de periódicos y subió a su habitación. Allí permaneció unos instantes frente al espejo. Luego volvió a leer los recortes. Tendría que mantener el caso caliente. Tendría que avivarlo como se avivan las brasas. Se había convertido en algo de lo que se nutría, algo así como su misión en la vida. Se acordó de un investigador de la policía que había sido relevado de un caso por haber entablado una relación sentimental con una testigo con la que más adelante se casó. Y encima la mujer no era una testigo importante, no tan importante como ella. Se enojó al pensar en todo el lío que podía llegar a causar. Pensó en lo que le había dicho Jacob, en que no hablara con nadie. No lo haría, excepto con Karen.

13

Los rumores corrían y se colocaban por donde encontraban una rendija. ¡La mujer muerta era la esposa de Gunder Jomann, procedente de la India! Si Poona hubiese llegado sana y salva, no lo habría tenido fácil. La habrían escrutado sin piedad. Pero no merecía la muerte, y Gunder recibió simpatías por su exceso erótico. Pero lo que a la gente le interesaba aún más era que habían visto el coche de Gøran Seter aparcado junto al lugar del crimen. La gente pensaba que era natural que corrieran los rumores, pero no creían en absoluto que Gøran hubiera matado a nadie, era un buen chico al que todo el mundo conocía. Lo que más interés despertaba era quién había visto un coche parecido al del chico, y encima había llamado a la policía dando el nombre de Gøran. Estaban en el bar de Einar bebiendo. Eran Frank, la Proeza de Margit , un hombre pálido y flaco al que llamaban Nudel, y Mode, de la gasolinera Shell. Frank apoyó sus enormes antebrazos en la mesa.

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