Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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Gunder se puso pálido.

– ¡Ah, no! Será enterrada aquí, junto a la iglesia de Elvestad. Al fin y al cabo es mi mujer -dijo, muy preocupado -. Tengo aquí el certificado de matrimonio -añadió, tocándose el bolsillo.

– Sí -asintió Sejer -. Se lo estoy diciendo para que esté preparado. Ya encontraremos la solución a eso. Pero podrá tardar.

– Ella es mi esposa. Decido yo.

Gunder se alteró. Nunca le pasaba. Su pesado cuerpo estaba temblando.

– En la India tienen la tradición de incinerar a los muertos, ¿no es así? -preguntó Sejer con mucha prudencia -. ¿Qué religión profesaba ella?

– Era hindi -respondió Gunder en voz baja -. Pero no muy practicante. Habría querido estar aquí, junto a mí. Estoy seguro.

Volvieron a callar.

– Y si su hermano quiere llevársela de vuelta a la India, ¿qué puedo hacer? -preguntó muy afligido.

– Existen reglas para situaciones como esta. Por supuesto, tiene usted sus derechos. Un abogado podrá ayudarlo, pero no piense en eso ahora. Piense en usted mismo y en su hermana -dijo -. No puede hacer nada más por su mujer.

– ¡Sí! Puedo procurar que tenga un hermoso entierro. Me ocuparé de todo, ahora que me han dado la baja médica. Por eso estoy aquí día y noche. A mí ya me da lo mismo dónde esté. Tengo cama y todo -añadió señalando la cama junto a la ventana -. Karsten no soporta estar aquí. Karsten es su marido -explicó -. Pobre Karsten, tiene mucho miedo.

– Yo me quedaba a menudo con mi madre -dijo Sejer -. Murió hace dos años. Al final estaba en la cama, callada y mirando al vacío. Sin conocerme. Pero yo pensaba que de alguna manera, y a pesar de todo, ella percibía mi presencia. Si no sabía que era yo, al menos notaría que alguien estaba sentado junto a su cama. Así sentía que no estaba sola. Eso es lo que yo pensaba.

– ¿Cómo pasaba usted el tiempo? -preguntó Gunder.

– Hablaba conmigo mismo -sonrió Sejer -. Sobre todo y nada. Algunas veces le hablaba a ella, otras solo a mí mismo. Pensaba en voz alta. Cuando me marchaba tenía verdaderamente la sensación de haberla visitado. De haber hecho algo. Resulta mucho más pesado estar simplemente sentado sin decir nada.

Miró a Gunder.

– Usted háblele. Nadie puede oírlo aquí dentro. Háblele de Poona -dijo -. Háblele de todo lo que ha ocurrido.

Gunder bajó la cabeza.

– No sé si tengo fuerzas.

– Es una manera de asumirlo. Es lo que llaman psiquiatría de crisis. Usted tiene una hermana. Cuénteselo todo.

– ¡Pero ella no oye nada!

– ¿Está seguro de ello?

Sejer le golpeó amistosamente la espalda.

– Sé que tiene usted mucho en qué pensar. Si quiere preguntar algo, llámeme. En esta tarjeta encontrará mi número de teléfono, tanto el de mi casa como el del trabajo.

– Gracias -dijo Gunder.

Sejer se acercó a la puerta.

– Hay algo que debo decir -carraspeó Gunder, avergonzado.

– ¿Sí?

– Tengo una foto de Poona. Se la oculté a ustedes.

– ¿Quiere dejármela?

– Si usted me la devuelve…

La línea telefónica abierta al público se fue acallando. Los titulares de los periódicos fueron disminuyendo y se convirtió en una noticia menos importante. Poona ya no estaba en las portadas. A petición de Jomann, su nombre no se mencionó. Y, sin embargo, se filtró. Sejer por fin tuvo tranquilidad para poder pensar. ¿Qué era ese polvo blanco? Le daba vueltas al asunto en la cabeza cuando miraba el mapa de Elvestad y alrededores. El cruce de carreteras con la gasolinera Shell, el bar de Einar, la tienda de Gunwald, la carretera hacia Hvitemoen, el prado y el lago Norevann. Poona estaba representada mediante una cruz roja, exactamente en el lugar donde la encontraron. El coche rojo aparcado en el arcén. Linda en bicicleta. Todo estaba en su sitio. El hombre llegaría desde el centro, pensó Sejer; el coche estaba aparcado con el morro mirando hacia Randskog. No, no necesariamente. Tal vez viniera del lado opuesto. Vio a la mujer, la adelantó y luego dio la vuelta. El hombre estaba solo en el coche y tuvo una idea repentina. Llevaba algo pesado en el maletero. Poona pesaba cuarenta y cinco kilos, el hombre tal vez el doble. Linda, ¿qué viste?, pensó Sejer. Conoces a casi todos los que viven en Elvestad. ¿Lo conoces a él? ¿Sabes algo que no te atreves a contar?

Se puso a hacer garabatos en un bloc. Ella bajó del avión. Atravesó la sala de llegadas. Se encontró con Kolding, después con Einar y luego se fue sola por la carretera.

«No la vi marcharse, solo oí cerrarse la puerta.»

¿Einar Sunde estaba diciendo la verdad? ¿Por qué se fue la mujer? Por la carretera, con esa pesada maleta. ¿Por qué estaba desesperada? Cuando uno se marcha es porque va camino de una solución. El paisaje noruego con sus campos amarillos le inspiraría confianza, pues ella venía de una ciudad de doce millones de habitantes, y con las calles tan llenas de gente que apenas puede uno moverse. Aquí iba sola por la carretera. Una mujer morena, como una flor exótica entre ranúnculos y dientes de león. Sejer dejó la sala de reuniones y se metió en el despacho. Sacó la carpeta del cajón, hojeó y leyó. Sus propios informes, declaraciones de testigos. Sonó el teléfono. Era el forense Snorrason.

– Por favor, dime que tienes buenas noticias -dijo Sejer.

– Ese polvo blanco es magnesio.

– Se me da mal la química. ¿Para qué se usa?

– No podemos decir con seguridad con qué propósito pudo haberse utilizado. Seguramente, se emplease para varias cosas. Pero tengo algunas ideas. Y por lo demás, tendremos que pedir opinión a otros. El magnesio también se emplea en la medicina, pero en ese caso con otra composición.

– Llámame cuando sepas algo más. Y no lo hagas llegar a la prensa.

– De acuerdo -dijo Snorrason.

Sejer colgó y cerró la carpeta. Magnesio, pensó, en forma de polvo. ¿Quién andaba por ahí con magnesio? ¿Acaso alguien que trabaja en alguna empresa química? ¿Decía algo del lugar de trabajo del homicida? Pensó en el hecho de que el taxista Kolding hubiera comprado una batería de coche justo enfrente del bar de Einar, mientras Poona se encontraba en el local, solo a unos metros de distancia. Sejer salió del despacho y se dirigió a la gasolinera de Elvestad. Mode Bråthen estaba detrás del mostrador. Observó a Sejer con discreta curiosidad, parecía encantado con la situación, con ese agente larguirucho que acudía a su gasolinera haciendo preguntas. La mayoría solía retirarse; Mode se inclinó hacia delante por encima del mostrador, observando al recién llegado como a un raro huésped.

– No fui yo -dijo con una sonrisa burlona -. Como ya dije al hombre que estuvo aquí el otro día, libré aquella noche. Me fui a jugar a los bolos. Se quedó Torill. Ella vive aquí enfrente. Puedo llamarla y pedirle que venga.

– Ajá -dijo Sejer mirándolo fijamente con sus ojos grises -, a eso llamo yo buen servicio.

– Así es -sonrió Mode -. Está usted en una gasolinera Shell.

Dos minutos más tarde entró una chica.

– Este lugar es tranquilo, sobre todo por la tarde. Por eso me acuerdo bien -dijo, ávida de ser útil -. Llenó el depósito con diésel y compró una Coca-Cola -recordó.

– ¿Nada más? -preguntó Sejer.

– Sí. Y una batería de coche. Y leyó el periódico VG a escondidas, para no tener que comprarlo.

– ¿De modo que estuvo unos minutos aquí dentro?

– Sí -contestó la joven -. Pero no dijo nada.

– ¿A qué hora se marchó? ¿Lo recuerdas?

– No -respondió, pensándoselo -. Tal vez alrededor de las ocho y media.

– ¿Viste cómo se alejaba el coche?

– Sí, debía de llevar un pasajero, porque cuando arrancó se apagó la luz verde.

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