Knutas parecía abatido.
– Bueno, al menos sabemos que el modus operandi del asesino está inspirado en algo que se llama «la triple muerte» y que se practicaba en la antigua tradición nórdica. ¿A quién pueden atraerle semejantes cosas?
– A alguien que esté interesado en las creencias de nuestros antepasados y en mitología nórdica, quizá algún miembro de una asociación dedicada a esas cosas -propuso Kihlgård.
– ¿Qué asociaciones de ese tipo tenemos en Gotland? ¿Alguien lo sabe?
Knutas soltó la pregunta y todos negaron con la cabeza.
– ¿Esto no tendrá nada que ver con la gente que prepara la Semana Medieval? -preguntó Karin-. Hay un montón de personas que están trabajando contrarreloj para tener todo listo para el festival, que se celebra la próxima semana. Pero ellos no estarán interesados en los dioses vikingos, ¿verdad?
– La Edad Media comienza después de la época vikinga, y coincide con la cristianización del Norte. Creo que ocurrió a principios del siglo XII – explicó Knutas-. Pero es posible que las dos estén vinculadas. Debemos empezar por buscar entre los grupos que se dediquen al culto a los dioses Ases, luego alguien podría encargarse de hablar también con los organizadores de la Semana Medieval. Tienen una especie de asociación, ¿no?
– Sí, yo puedo encargarme de eso -se ofreció Karin.
– Te ayudo encantado -dijo Kihlgård-. Parece tremendamente interesante.
– Bien, pero que os ayude más gente. Esta pista debe ser considerada como la más importante, por lo tanto debemos concentrarnos principalmente en ella. Toda esta historia comenzó con el caballo degollado que apareció en junio en Petesviken. Tenemos que buscar a partir de ahí y registrar los movimientos de todas las personas que de alguna manera se han cruzado en nuestra investigación y ver quiénes guardan alguna relación con el culto a los dioses Ases o con la antigua mitología nórdica.
El seudónimo era Viking Venture pero Johan comprendió de inmediato que el contacto que había conseguido a través de la web americana era sueco y que posiblemente vivía en Gotland, pese a lo extraño que pudiera parecer que un isleño vendiera tesoros arqueológicos en el mercado estadounidense. Había intercambiado varios mensajes de correo electrónico con Viking Venture y se había hecho pasar por un comprador interesado y dispuesto a pagar bien por objetos de la época vikinga procedentes de Gotland. El contacto le aseguró que podía ofrecerle bastantes piezas singulares que podían interesarle. Johan fingió ser un coleccionista del sur de Suecia y después de intercambiar unos cuantos mensajes consiguió concertar una cita con el tal Viking Venture. Quedaron en verse el sábado siguiente en la pista de hockey sobre hielo en las afueras de Visby.
Johan iba a intentar fotografiar al vendedor con una cámara pequeña que había en la redacción. El miércoles repasó con Pia todos los detalles y acordaron no decir nada a la policía ni a la redacción central en Estocolmo. Este era su proyecto. Johan se sentía animado de verdad.
Emma lo había llamado al trabajo para proponerle que prepararan una cena en su casa el sábado por la noche e invitar a Pia Lilja y a Niklas Appelqvist. Era la primera vez que organizaban juntos una cena, lo interpretó como una indicación más de que Emma empezaba a ceder. Quizá al final acabarían convirtiéndose en una pareja de verdad. La dirección de la Televisión Sueca había decidido mantener el equipo en Gotland durante el otoño a modo de prueba y Pia había conseguido el puesto de fotógrafa. Que Johan siguiera al frente como reportero estaba fuera de toda duda porque él quería ese trabajo y lo hacía bien. Estaba agradecido por poder quedarse en la isla y al menos no tener que preocuparse por eso. Además, tenía derecho a ver a su hija y ése era un derecho al que no pensaba renunciar.
De una cosa estaba seguro. Pasara lo que pasase entre Emma y él, nunca cedería lo más mínimo en lo referente a su derecho a ver a la niña.
Para su satisfacción había notado un cambio en la actitud de Emma hacia él desde que nació Elin. Era más cariñosa, confiaba más en él, se atrevía a mostrar sus flaquezas. Era como si Johan se hubiera vuelto más importante para ella ahora que se había convertido en el padre de su hija. Elin siempre iba a depender de él de una u otra manera. Aquel pensamiento lo agradaba.
El crucero Nordic Star llegó procedente de Riga, en Letonia, y atracó majestuoso en el muelle once del puerto de Visby aquel jueves por la mañana. La ciudad no podía mostrar un aspecto más bello. El sol coloreaba las fachadas con una luz cálida y dorada, y la temperatura ya había subido a veinte grados. Los turistas americanos, que sólo disponían de un día para descubrir Gotland antes de proseguir su viaje rumbo a Estocolmo, estaban admirados antes de dejar la pasarela. Las torres de la catedral, la muralla y las casas antiguas les fascinaron y en el puerto se respiraba un ambiente de expectación y entusiasmo. Diez relucientes autocares equipados con aire acondicionado estaban aparcados en hilera, preparados para engullir a los cientos de pasajeros que descendían del barco. Los turistas iban ataviados con bermudas, camisetas y gorras, todos con su correspondiente cámara colgada del cuello. La edad media rondaba los cincuenta o sesenta años, pero asomaba alguna que otra pareja joven entre los locuaces turistas. En el muelle los esperaban los guías locales, que se distinguían claramente porque llevaban el chaleco azul de la asociación de guías turísticos. Llenaron enseguida los autocares y uno tras otro abandonaron el puerto, dispuestos a conquistar la isla.
El autocar de Matilda Drakenberg fue uno de los primeros en salir. Los guías habían repartido la vuelta en pequeños grupos para no chocar unos con otros. El autobús de Matilda iba a empezar por los alrededores de la ciudad para después irse desplazando hacia el centro. La primera parada era la reserva natural de Högklint, al sur de Visby, desde donde se contemplaba una vista maravillosa de la ciudad y del mar. Después los esperaba el Jardín Botánico y un paseo por la zona amurallada que terminaba en la Puerta Este, donde los turistas quedaban libres para almorzar e ir de compras por su cuenta hasta que llegara la hora de volver al barco para seguir viaje rumbo a la capital sueca.
Matilda dio la bienvenida a los turistas y antes de que el autocar hubiera tomado la carretera de la costa en dirección a Högklint, ya había empezado a explicarles la historia de Visby. Los grupos de turistas eran tremendamente parecidos, los americanos eran positivos, les gustaba preguntar y quedaban fascinados por todo lo que tuviera más de cien años de antigüedad. Cuando les contó que la muralla fue construida en el siglo XIII se les pusieron los ojos como platos.
El autocar se detuvo lo más cerca posible de Högklint, los americanos no tenían fama de ser aficionados a caminar y algunas personas del grupo eran realmente obesas. Un señor mayor caminaba con un bastón y parecía que le costaba avanzar.
Matilda ya se temía el paseo por las calles empedradas de Visby. Esperó a que todos hubieran llegado y los guió por la pequeña cuesta que conducía al mirador.
Después, cuando Matilda tuvo que contar lo que había visto aquella mañana le costaba recordar en qué orden había sucedido todo. Recordaba con claridad la animada charla del grupo y al hombre de Wisconsin que se había pegado a ella y no paraba de preguntar acerca de todo, desde cuál era el sueldo medio en Suecia hasta dónde había vivido Ingmar Bergman en Gotland, pasando por quién creían los suecos que había matado a Olof Palme. Siempre había alguien así en todos los grupos. Una persona que se pegaba a ella y hacía un montón de preguntas y le absorbía la energía. Al cabo recordaría que había tratado de contestarle con evasivas, explicándole que lo iba a contar luego para todo el grupo para que todos pudieran oírlo. El hombre no cogió la indirecta y continuó preguntando.
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