Mari Jungstedt - Nadie Lo Conoce

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Con la resolución del último caso en el que estuvo implicado, el comisario Anders Knutas se siente deprimido y agobiado. Espera ansioso la llegada de las vacaciones de verano para pasar unos días con su familia. Pero antes debe ocuparse de un nuevo caso.
Un grupo de arqueólogos está excavando en un viejo poblado vikingo de Gotland, pero ignoran que un grave peligro se cierne sobre ellos. Todo empieza con el descubrimiento, por parte de dos niñas, del cadáver decapitado de un caballo en un prado cerca de su casa. Parece que el criminal, obedeciendo a un antiguo rito vikingo, ha torturado al animal antes de llevarse su cabeza y su sangre. El caso se complica peligrosamente cuando la holandesa Martina Flochten, una de las estudiantes del grupo de arqueología, desaparece sin dejar rastro y es hallada asesinada unos días más tarde. Posteriormente un importante político de la isla, Gunnar Ambjörnsson, encuentra en la caseta de su jardín una cabeza de caballo y Anders Knutas y su equipo se preguntan si será la próxima víctima.
Una vez más, Anders Knutas y el periodista Johan Berg, que ahora vive en la isla y espera el nacimiento de su hija, necesitarán todo su valor e inteligencia para resolver este cruel caso con ecos de cultos ancestrales.

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– ¿Ha estado fuera desde el sábado por la noche? -preguntó Staffan indignado.

– Sí.

Eva se arrepintió de no haberlo llamado antes.

– Fuimos al concierto y luego unos cuantos nos quedamos en la terraza del hotel. Martina fue al servicio y después no volvió. Pensamos que se habría ido a la cama.

– ¿Qué hora era entonces?

– La una quizá, o las dos. No miré el reloj.

– ¿Qué hicisteis los demás?

– Nos quedamos charlando.

– ¿No fue nadie a ver dónde estaba cuando os disteis cuenta de que no volvía?

– No.

– ¿Cuánto tiempo os quedasteis allí después de que ella se marchara?

– Una hora, quizá dos.

– ¿La ha visto alguno de vosotros después?

– No, al menos ninguno de los que estuvimos allí sentados.

– Entonces, ¿Martina no se ha puesto en contacto con vosotros desde entonces?

– No.

– ¿Estás segura de que lleva dos noches sin dormir en su cama?

– Sí, claro -respondió Eva con voz un poco temblorosa. Ya no pudo contener más las lágrimas. Se asustó al ver lo preocupado que parecía. La reacción del profesor confirmaba sus presentimientos, había motivos para inquietarse.

– Tenemos que llamar a la policía. No queda más remedio.

– ¿Estás seguro?

– Absolutamente. Tiene que haber pasado algo, si no habría llamado. ¿Has preguntado en la recepción? -No.

– Hazlo, mientras tanto, yo llamaré a la policía.

Le temblaban las piernas cuando echó a correr hacia la recepción, que se encontraba en el edificio principal. La recepcionista sabía quién era Martina, pero no la había visto últimamente. Se ofreció amablemente a preguntar por ella a lo largo de la mañana al resto del personal. Eva se dejó caer en una silla. Marcó el número del teléfono móvil de su amiga, pero ya no le respondió el buzón de voz, sino una voz inexpresiva que le comunicaba: «El número marcado no está disponible en estos momentos».

Knutas y Karin decidieron desplazarse hasta Warfsholm, puesto que Martina Flochten llevaba desaparecida más de un día y al parecer nadie sabía dónde se encontraba. No se había puesto en contacto ni con su familia ni con su novio en Holanda.

No tenían nada mejor que hacer. Había empezado la sequía estival y la investigación del caballo degollado estaba en un punto muerto. Seguía siendo un misterio quién era el autor del crimen y dónde se hallaba la cabeza desaparecida.

Primero comprobaron en la recepción si las cosas de valor de Martina seguían en su sitio. Se guardaban en la caja de seguridad del edificio principal. Todo estaba allí: el pasaporte, la tarjeta Visa y los resguardos de los seguros. Por lo tanto, no había salido del país, al menos no voluntariamente.

En las escaleras del edificio principal se encontraron con Eva Svensson, su compañera de habitación. Tenía el cabello color ceniza, cortado a la altura de los hombros y llevaba una camiseta blanca de algodón, falda y sandalias. Mientras los guiaba hasta el albergue, hablaron de Martina.

– ¿Tiene novio? -preguntó Karin.

– Está saliendo con un chico en Holanda o por lo menos estaba saliendo con él cuando vino. En realidad creo que ha conocido a algún otro, aquí, en Gotland.

– ¿Por qué crees eso?

– Ha salido mucho y a veces se va sin dar explicaciones.

– ¿Entonces no es extraño que haya desaparecido ahora?

– La diferencia es que ahora no llama. Siempre suele hacerlo.

– ¿Conoces bien a Martina?

Knutas observaba con atención a la joven.

– No demasiado. Congeniamos desde el primer momento y al principio nos lo pasamos muy bien. El curso empezó con dos semanas de clases teóricas en la Universidad de Visby y entonces estábamos en la ciudad todo el tiempo. Luego Martina empezó a largarse sola por las tardes. La segunda semana apenas le vi el pelo.

– ¿En Visby también vivíais juntas?

– No, cada una teníamos una habitación en una residencia de estudiantes, por eso no estábamos tan al tanto de dónde estaba la otra. Y desde que llegamos aquí, a Warfsholm, ha salido muchas veces sola. Ha puesto la excusa de que tenía que hacer varios recados o de que quería meditar, pero no me lo creo. No es de ésas.

– ¿Había pasado fuera alguna noche entera antes?

– La semana pasada pasó una noche fuera. Me dijo que iba a ver a unos amigos de su familia en Visby. Claro que ellos suelen venir aquí en vacaciones.

– ¿Sabes quiénes son? ¿Los amigos?

– No, la verdad es que no se lo pregunté y tampoco me lo dijo. Como no soy de aquí, tampoco habría sabido quiénes eran.

– ¿Y no puede haber ocurrido eso ahora, que esté en casa de unos amigos, sencillamente?

– No lo creo. Habría llamado.

– Si tiene algún novio aquí, ¿quién podría ser? -preguntó Karin.

– Ni idea, la verdad. He tratado de descubrir a lo largo del curso si había algo entre ella y alguien del grupo, pero es muy difícil confirmarlo porque habla y bromea con todos.

– ¿Por qué no se lo has preguntado?

– Lo he intentado, pero en cuanto hago la más mínima alusión cambia inmediatamente de tema.

– ¿A quién podría haber conocido, aparte de los compañeros de curso? Vivís bastante aislados, ¿no?

– Sí, pero hay más huéspedes en el hotel y en el camping que hay cerca de aquí. Y también puede tratarse de alguien a quien conociera anteriormente en Visby.

Cuando cruzaron la puerta de entrada del albergue advirtieron inmediatamente que se encontraban en un edificio antiguo, aunque lo habían renovado. En el vestíbulo había colgado un tablón de anuncios con las instrucciones acerca de todo, desde fiestas hasta salidas para pescar o las normas para utilizar el lavadero. Desde el piso de arriba llegaba un olor a pan tostado y el sonido amortiguado de voces. La habitación que ocupaban Eva y Martina estaba en la planta baja, casi al final del pasillo. Era estrecha y alargada, con una ventana en una de las paredes. Había una sencilla litera de hierro a cada lado y apenas había espacio para pasar entre ellas. En una de las paredes había un lavabo encastrado con un espejo encima. Todos los rincones estaban abarrotados de cosas; en la amplia repisa de la ventana había un radiocasete junto con botes de laca, neceseres de maquillaje, perfumes, pintauñas, bolsas de patatas fritas y varios CD. La ropa estaba tirada o colgaba de las barras de las camas de arriba. Algunos libros de la época de los vikingos revelaban que las responsables de que aquello estuviera manga por hombro eran estudiantes de arqueología. Knutas desistió en el umbral de la puerta, cuando vio el desorden, y dejó que Karin registrara sola la habitación. De todas formas, los dos no cabían.

Se sentó fuera, encendió la pipa en contra de su costumbre e hizo unas cuantas llamadas para asegurarse de que habían empezado a acordonar la zona. Habló con Erik Sohlman, quien prefería esperar un poco antes de hacer un examen técnico de la habitación. Todavía no tenían ninguna prueba de que se hubiera cometido un delito.

Mientras tanto, Karin fue registrando el cuarto sola. Eva le había explicado cuál era el lado de Martina y Karin empezó a revisar sus cosas metódicamente. Allí estaba el neceser, con el cepillo de dientes y un blister de píldoras anticonceptivas que revelaba que Martina no había tomado ninguna píldora desde el viernes, es decir, desde el 2 de julio, unos días antes. Si se hubiera marchado voluntariamente, se habría llevado el neceser, pensó Karin, y abrió la maleta que había debajo de la cama. Además de ropa, dentro había unos cuantos libros, un cartón de tabaco empezado y accesorios de maquillaje. En un compartimento halló una fotografía de un chico joven con el pelo moreno y los ojos castaños. Karin dio la vuelta a la foto pero no había nada escrito en la parte de atrás.

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