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Mari Jungstedt: Nadie Lo Ha Oído

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Mari Jungstedt Nadie Lo Ha Oído

Nadie Lo Ha Oído: краткое содержание, описание и аннотация

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Una fría mañana de noviembre el comisario Anders Knutas y sus colegas de la Brigada de Homicidios de Gotland reciben la noticia del cruel asesinato de Henry Dahlström, un fotógrafo de talento pero venido a menos por su adicción al alcohol. A pesar de que las primeres pesquisas policiales apuntan directamente a algunos de sus compañeros de juerga y el caso no reviste mayor misterio, la situación cambia cuando Knutas descubre que el fallecido cobró una importante cantidad de dinero el día anterior a su muerte. Paralelamente, la señora Jannson denuncia la desaparición de su hija adolescente Fanny, un aparente caso de secuestro, pero nada parece indicar que los dos crímenes estén relacionados. Sin embargo, la investigación da un giro inesperado cuando en el piso de Dahlström se encuentra una caja con fotos de carácter pederasta en las que aparece la joven Fanny. El comisario Knutas necesitará todo su talento y la ayuda del periodista Johan Berg para descubrir qué se esconde detrás de este terrible caso. Entonces comprende que el perturbado asesino sigue sus pasos y se está acercando peligrosamente.

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Los dos muros alargados estaban ocupados por grandes ventanales. Una de las hileras tenía vistas a la calle, al aparcamiento del supermercado Obs y a la parte este de la muralla; más allá de ésta se veía el mar. La otra daba al pasillo, de manera que se podía ver quién pasaba. Si preferían una reunión más privada, podían correr unos ligeros visillos de algodón, las viejas cortinas amarillas habían sido sustituidas por otras blancas con un dibujo discreto.

Knutas, en contra de su costumbre, llegó a la reunión con unos minutos de retraso. Lo recibió un agradable murmullo cuando entró en la sala con la taza de café en una mano y una carpeta con papeles en la otra. Eran las ocho pasadas y todos habían llegado ya. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla, se colocó como siempre en uno de los extremos de la mesa y bebió un sorbo del amargo café de la máquina. Observó a sus colegas mientras hablaban entre ellos.

A la derecha se sentaba su más inmediata colaboradora Karin Jacobsson: treinta y siete años, no muy alta, morena y con los ojos castaños. Profesionalmente era tenaz y atrevida, podía ser tan obstinada como un terrier. Era abierta y comunicativa, pero de su vida privada no sabía gran cosa, pese a que llevaban quince años trabajando juntos. Vivía sola y no tenía hijos. Knutas no sabía si tenía novio.

Había estado todo el otoño sin ella y la había echado mucho de menos. Karin Jacobsson había sido objeto de una investigación interna por un supuesto de prevaricación en relación con el caso de los asesinatos del verano anterior. La investigación fue sobreseída, pero a ella le afectó mucho todo aquello. Estuvo apartada del servicio durante el tiempo que duraron las indagaciones y después se tomó vacaciones inmediatamente. No tenía ni la más remota idea de lo que había hecho durante el tiempo que estuvo alejada.

Ahora conversaba en voz baja con el inspector Thomas Wittberg, el cual, con su abundante cabellera rubia y su cuerpo bien torneado, parecía más un surfista que un policía. Un juerguista de veintisiete años al que no le faltaban los ligues, pero que realizaba su trabajo de forma irreprochable. El talento de Wittberg para relacionarse con la gente le había sido de gran utilidad; al frente de un interrogatorio era difícil de superar.

Lars Norrby, al otro lado de la mesa, era el polo opuesto de Wittberg. Alto, moreno y meticuloso, casi prolijo. A Knutas podía volverlo loco con su manera de darle vueltas a las cosas. En el trabajo los dos conocían muy bien las manías del otro. Habían empezado al mismo tiempo en la policía y habían patrullado juntos muchas veces. Ahora ambos se acercaban a los cincuenta y estaban tan familiarizados con los delincuentes de la isla como con la manera de ser del otro.

El inspector Norrby era también el portavoz de prensa de la policía y el jefe adjunto de la Brigada de Homicidios, un nombramiento con el que Knutas no siempre estaba satisfecho.

El técnico del grupo, Erik Sohlman, era enérgico, temperamental e inquieto como un perro sabueso, al tiempo que era increíblemente metódico.

Se sentaba también a la mesa el fiscal jefe del juzgado de primera instancia de Gotland, Birger Smittenberg. Era de Estocolmo, pero se había casado con una mujer de Gotland. Knutas apreciaba sus conocimientos y su gran dedicación.

Knutas abrió la reunión:

– La víctima es Henry Dahlström, el Flash, nacido en 1943. Fue hallado en una habitación del sótano que utilizaba como cuarto oscuro ayer por la tarde, poco después de la seis. Por si alguno de vosotros aún no lo sabe, se trata de un alcohólico que había sido fotógrafo. Solía andar por la zona de Öster y se lo reconocía fácilmente porque siempre llevaba la cámara colgada.

El silencio era total alrededor de la mesa, todos escuchaban con atención.

– Dahlström presentaba graves contusiones en la parte posterior de la cabeza. Se trata sin duda alguna de un asesinato. El cuerpo será trasladado hoy a la Unidad de Medicina Forense del Hospital de Solna.

– ¿Habéis encontrado el arma? -preguntó Norrby.

– De momento no. Hemos registrado el cuarto oscuro y el piso. Sólo hemos precintado esos dos sitios. No tiene sentido acordonar una zona más amplia puesto que el cuerpo ha permanecido allí una semana y sabe Dios cuántas personas habrán pasado por la escalera desde entonces. Dahlström vivía en el bajo, en un apartamento que hacía esquina. Justo fuera está el camino peatonal que va hasta Terra Nova. Hay que reconocer toda esa zona. La oscuridad dificultó ayer los trabajos, pero la búsqueda se ha reanudado esta mañana en cuanto se ha hecho de día. Bueno, claro, hace apenas un momento.

Knutas miró el reloj.

– ¿Quién lo descubrió? -preguntó el fiscal.

– El cuerpo lo encontró uno de los porteros. Por lo visto hay cuatro. Éste vivía en el portal de enfrente. Se llama Ove Andersson. Ha contado que un hombre que se presentó como un buen amigo de la víctima llamó a su puerta ayer por la tarde, a eso de las seis. El hombre le explicó que llevaba varios días sin ver a Dahlström y que estaba preocupado por su paradero. Lo encontraron en el sótano, pero, cuando el portero subió a su casa para llamar a la policía, el amigo aprovechó para largarse de allí.

– Parece algo sospechoso que desapareciera. Puede qué sea el asesino -sugirió Wittberg.

– En ese caso, ¿para qué iba a ponerse en contacto con el portero? -objetó Norrby.

– Tal vez quisiera entrar en el apartamento para buscar algo que se había dejado olvidado y no se atrevía a entrar por la fuerza -aventuró Karin.

– No, no se puede descartar, claro, aunque parece bastante improbable -contradijo Norrby-. ¿Por qué iba a esperar una semana entera? Siempre existía el riesgo de que alguien encontrara el cuerpo.

Knutas frunció el ceño.

– Otra posibilidad es que desapareciera porque tuvo miedo de que lo consideraran sospechoso. Tal vez participó en la fiesta, porque en el apartamento hubo una, eso está claro. De todos modos, tenemos que localizarlo cuanto antes.

– ¿Tenemos su descripción? -preguntó Wittberg.

Knutas miró sus papeles.

– De mediana edad, alrededor de los cincuenta, según el portero. Alto y fuerte. Moreno, con bigote y con el pelo largo peinado hacia atrás y recogido en una coleta que le cae por la espalda. Jersey oscuro, pantalón oscuro. No se fijó en los zapatos. A mí me parece que se trata de Bengt Johnsson. Es el único de la cuadrilla de alcohólicos que coincide con esa descripción.

– Sí, tiene que ser Bengan. Ellos dos eran como uña y carne -afirmó Wittberg.

Knutas se volvió hacia el técnico.

– Erik, ¿expones tú las cuestiones técnicas?

Sohlman asintió.

– Hemos registrado el apartamento y el cuarto de revelado, pero aún nos queda mucho por hacer. Si empezamos con la víctima y las heridas, deberemos ver las fotos. Estad preparados porque son bastante desagradables.

Sohlman apagó la luz y mediante un ordenador proyectó las imágenes digitales en la pantalla grande que había en la pared de enfrente.

– Henry Dahlström yacía boca abajo en el suelo con importantes contusiones en la parte posterior del cráneo. El autor del crimen utilizó un objeto romo. Yo diría que un martillo, pero el forense podrá aportarnos más datos dentro de poco. El objeto golpeó la cabeza repetidas veces. Las abundantes salpicaduras de sangre se explican porque el asesino primero le rompió el cráneo y luego siguió dando golpes sobre la superficie ensangrentada. Cada vez que levantó el arma para asestar un nuevo golpe, la sangre salpicó alrededor.

Sohlman utilizó un puntero para mostrar las salpicaduras que se veían tanto en el suelo como en las paredes y en el techo.

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