Mari Jungstedt - Nadie Lo Ha Oído

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Una fría mañana de noviembre el comisario Anders Knutas y sus colegas de la Brigada de Homicidios de Gotland reciben la noticia del cruel asesinato de Henry Dahlström, un fotógrafo de talento pero venido a menos por su adicción al alcohol. A pesar de que las primeres pesquisas policiales apuntan directamente a algunos de sus compañeros de juerga y el caso no reviste mayor misterio, la situación cambia cuando Knutas descubre que el fallecido cobró una importante cantidad de dinero el día anterior a su muerte.
Paralelamente, la señora Jannson denuncia la desaparición de su hija adolescente Fanny, un aparente caso de secuestro, pero nada parece indicar que los dos crímenes estén relacionados. Sin embargo, la investigación da un giro inesperado cuando en el piso de Dahlström se encuentra una caja con fotos de carácter pederasta en las que aparece la joven Fanny. El comisario Knutas necesitará todo su talento y la ayuda del periodista Johan Berg para descubrir qué se esconde detrás de este terrible caso. Entonces comprende que el perturbado asesino sigue sus pasos y se está acercando peligrosamente.

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La colmaron de besos mojados y de fuertes abrazos. Se sintió dichosa al notar la calidez de sus cuerpos contra el suyo y su olor. Los dos estaban impacientes por enseñarle la casita de galletas de jengibre que habían hecho con papá.

– ¡Oh! Qué bonita -exclamó ante los niños, que le mostraban las almenas y la torre-. ¡Si parece un castillo de verdad!

– Es un castillo de galletas de jengibre, mamá -dijo Filip.

Olle llegó y se colocó en el vano de la puerta. Llevaba puesto el delantal, el pelo revuelto y parecía un atractivo hombre de su casa. Instintivamente a Emma le entraron ganas de abrazarlo, pero se controló.

– La cena está lista. Venga, vamos a la mesa.

Cuando terminaron de cenar y los niños se sentaron frente al televisor para ver una película de dibujos animados, Olle llenó sus copas de vino.

– Bueno, quería hablar contigo en serio y por eso te he pedido que vinieras esta tarde. No quería hablarlo por teléfono.

– Está bien -dijo Emma prudentemente.

– Le he dado muchas vueltas. Al principio me cabreé mucho. Jamás pensé que tú pudieras hacerme una cosa así. Cuando descubrí aquel mensaje, me puse hecho una fiera. Sentí realmente que te odiaba y quise contarle a todo el mundo lo que habías hecho. Fue como si hubiera vivido engañado. Cómo podía haber sido tan tonto y no sospechar nada, todo me parecía tan tremendamente absurdo. Por no hablar de lo que pensaba de ese gilipollas de la tele. He estado varias veces a punto de ir a Estocolmo y darle una paliza.

Tomó un sorbo de vino.

– De todos modos, me di cuenta de que no tenía nada que ganar partiéndole la cara. Posiblemente un juicio por lesiones, pero eso seguro que le iba a hacer más gracia a él que a mí.

Emma no pudo evitar sonreír.

– La rabia fue cediendo pasados unos días y entonces pude empezar a reflexionar con claridad. He pensado en nosotros, en nuestra relación. He repasado toda nuestra vida aquí dentro.

Olle se dio unos golpecitos en la sien con dos dedos.

– Todo lo que hemos hecho juntos y lo que siento por ti. He llegado a la conclusión de que no quiero. Que nos separemos, me refiero. Aunque me has hecho un daño terrible, porque me lo has hecho de verdad. Por duro que sea, reconozco que yo también tengo mi parte de culpa en todo esto. Que no me he preocupado lo suficiente de ti, no te he hecho caso cuando tenías ganas de hablar conmigo y demás. No es que eso justifique lo que has hecho, pero quizá haya contribuido. Tardaré en atreverme a volver a confiar en ti, pero estoy dispuesto a intentarlo.

Emma se quedó absolutamente perpleja. No se esperaba algo así.

– Olle, no sé. No me lo esperaba. No sé qué decir.

– No tienes que decir nada. Ahora, de todos modos, ya sabes lo que quiero -le dijo y se levantó para poner el café.

Tomaron el café con los niños y luego los llevaron a la cama. Emma dejó la casa sin haber dado una respuesta, ni a sí misma ni a Olle.

Domingo 2 de Diciembre

Habían pasado cinco días desde la desaparición de Fanny Jansson y no habían avanzado nada. La chica había desaparecido y seguían sin saber su paradero. A medida que transcurrían los días la policía estaba cada vez más convencida de que tras su desaparición había algún hecho delictivo. La frustración de Knutas iba en aumento. Además de que estaba cada día de peor humor, también tenía el sueño alterado. Era domingo, el primer domingo de Adviento, y se despertó a las seis. Había dormido mal y había tenido una noche agitada. En sus sueños se habían mezclado unas imágenes con otras: el asesinado Henry Dahlström, Fanny vagando por el Jardín Botánico, Martin Kihlgård comiendo las chuletas de cerdo que le servía el fiscal Birger Smittenberg. Todo se confundía en su aturdida cabeza y se despertó agotado, sin saber ni dónde estaba ni la hora que era. Se quedó mirando fijamente la oreja de su mujer y se dio cuenta de que sólo había sido una pesadilla. Quizá le hubiera despertado el viento, que ululaba y bufaba en el tejado y silbaba en los canalones.

El tiempo había cambiado durante la noche. El viento soplaba del norte y la temperatura había caído varios grados. Fuera estaba oscuro como boca de lobo y la nieve se arremolinaba con el vendaval. Line se estiró en la cama.

– ¿Estás despierto? -le preguntó muerta de sueño.

– Sí. He tenido unos sueños muy raros.

– ¿Qué era?

– Ya casi no me acuerdo, era todo un embrollo.

– Pobrecito mío -le susurró en la nuca-. Es el trabajo, que te consume. Vaya tiempo. ¿Tienes gana?

Line mezclaba el danés con el sueco al hablar y solía meterse con ella porque aún sonaba como si tuviera gachas de avena en la garganta al hablar. A él también se le habían pegado bastantes palabras y expresiones danesas, y los niños hablaban una curiosa mezcla del dialecto de Gotland y del danés.

Cuando se sentaron a desayunar, sintió el dolor con claridad. Un cosquilleo incesante en los codos, alrededor de las muñecas y en la parte posterior de las rodillas que presagiaba un cambio de tiempo. Era una molestia con la que había vivido desde que tenía uso de razón. Luego, cuando el tiempo se estabilizaba un par de días, desaparecía el dolor tan rápido como había llegado. No había ninguna explicación y nadie de su familia padecía nada por el estilo. Knutas estaba tan acostumbrado que ya apenas pensaba en ello. Era bastante peor cuando el tiempo se tornaba más frío, como ahora.

Se sirvió otra taza de café. La incertidumbre sobre lo que le podía haber ocurrido a Fanny Jansson lo corroía por dentro.

Ciertos colegas insinuaban que se trataba de un suicidio. Era una teoría que él no compartía, pero por pura rutina había ordenado rastrear algunos de los lugares más populares entre quienes decidían acabar con su vida. Uno de ellos era Högklint, a las afueras de Visby, una roca que caía en picado hacia el mar y que los candidatos a suicidarse solían utilizar. La búsqueda no dio ningún resultado.

Y en cuanto al asesinato de Dahlström, tampoco habían avanzado nada. La investigación había entrado en vía muerta y lo único positivo de todo ello era que el interés de los periodistas se había enfriado.

Aquel punto muerto hizo que Knutas pudiera cogerse un día libre para estar con la familia. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Aquél era el domingo en que se ponían las decoraciones navideñas en los escaparates y habían quedado con Leif y con Ingrid Almlöv para dar una vuelta por la ciudad.

Knutas había contado con poder desconectar de la investigación, pero los Almlöv empezaron inmediatamente a hablar del caso.

– Es espantoso lo de esa chica que ha desaparecido -empezó Ingrid después de saludarse-. Trabajaba precisamente en la cuadra donde mi padre tiene a Big Roy. Bueno, la verdad, nosotros somos propietarios de la mitad del caballo.

– Sí, lo tenemos a medias, pero al único que le interesa el caballo es a tu padre. Fue él quien quiso comprarlo.

– De todos modos, es horrible. ¿Qué creéis que le ha ocurrido? -preguntó Ingrid volviéndose hacia Knutas.

– Puede haber pasado cualquier cosa. Es posible que haya sufrido un accidente o que se haya suicidado o, sencillamente, que se haya marchado de casa. No tiene por qué tratarse de un crimen.

– ¿Pero eso es lo que vosotros sospecháis? -aventuró Ingrid.

Knutas evitó dar una respuesta. Entonces intervino Line y empezó a hablar de las decoraciones navideñas que habían puesto en el centro.

Los comerciantes se habían esforzado por crear un ambiente navideño. El viento había remitido y la nieve que caía confería al entorno un aspecto mágico. Por encima de sus cabezas colgaban entre las casas guirnaldas hechas con ramas de abeto y las bombillas dispuestas entre el ramaje difundían un cálido resplandor sobre las calles. En la plaza Stora Torget vendían julgotter, unas golosinas navideñas, y productos artesanos en los puestos provisionales montados para la ocasión. Invitaban a glögg, una especie de ponche navideño y a galletas de jengibre. En los altavoces resonaban villancicos y por la tarde se bailaría alrededor del enorme árbol de Navidad que habían colocado en el centro de la plaza. Un orondo Papá Noel, con su larga barba blanca, repartía bengalas a los niños. Estaban abiertos hasta los establecimientos más pequeños, y no habían visto tanta gente en la zona de tiendas de la calle Adelsgatan desde la temporada turística del verano anterior.

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