La persona que había hecho algo así debía de estar completamente desquiciada.
Hacia las dos de la tarde, todos tenían la información que necesitaban. Annika había preparado los documentos y Patrik le dio las gracias en voz baja mientras recopilaba las páginas que, una tras otra, les habían ido llegando por fax. Llamó a la puerta de Martin, pero entró sin esperar respuesta.
– Buenas -le dijo éste consiguiendo que aquel saludo informal sonase como una pregunta.
Sabía cuál era la información que Annika y Patrik habían estado recabando y, con sólo ver su expresión, comprendió que su trabajo había dado resultado.
Patrik no respondió al saludo, sino que se sentó en la silla que había frente a Martin y dejó los faxes sobre la mesa sin el menor comentario.
– Doy por sentado que habéis encontrado algo -dijo Martin extendiendo la mano para coger el montón de papeles.
– Sí, una vez obtenida la licencia para examinarlo, ha sido como abrir la caja de Pandora. Hay todo lo que busques. Léelo tú mismo.
Patrik se retrepó en la silla a la espera de que Martin ojease las copias.
– Esto no tiene buena pinta -sentenció tras unos minutos.
– No, no la tiene -convino Patrik moviendo la cabeza-. En trece ocasiones en total Albin aparece registrado en los archivos de algún centro de salud, atendido de algún tipo de lesión. Fracturas, cortes, quemaduras y Dios sabe qué más. Es como leer un manual de maltrato infantil.
– ¿Y tú crees que es Niclas y no Charlotte el autor de todo esto? -preguntó Martin señalando los documentos.
– En primer lugar, no existen pruebas concretas de que estemos ante un caso de maltrato infantil. Nadie ha visto motivo para empezar a hacer preguntas hasta el momento y, en teoría, podría tratarse del niño más infortunado del mundo. Dicho esto, tú y yo sabemos que esa probabilidad es mínima. Lo más verosímil es que alguien haya estado maltratando a Albin. Si ha sido Niclas o Charlotte, bueno, es imposible decirlo con seguridad. Pero Niclas, por ahora, es la persona sobre la que tenemos el signo de interrogación más grande, así que yo partiría del supuesto de que lo más probable es que haya sido él.
– ¿Podrían ser los dos? Se han dado casos, ya sabes.
– Sí, desde luego -admitió Patrik-. Todo es posible y no podemos excluir ninguna variable. Pero, teniendo en cuenta que Niclas nos mintió sobre su coartada, involucrando además a otra persona en su mentira, me gustaría convocarlo a una charla muy seria. ¿Estamos de acuerdo?
Martin asintió.
– Sí, desde luego. Lo llamamos y le enseñamos estos informes a ver qué dice.
– Bien, pues eso vamos a hacer. ¿Nos marchamos ahora mismo?
Martin volvió a asentir.
– Si tú estás listo, yo también.
Una hora más tarde estaban sentados con Niclas en la sala de interrogatorios. Parecía sereno y no protestó cuando fueron a buscarlo al centro médico. Era como si no tuviese fuerzas para oponer resistencia. En ningún momento del trayecto hacia la comisaría preguntó por qué querían hablar con él. Antes bien, se pasó el camino contemplando el paisaje, dejando que el silencio hablase por sí mismo. Por un instante, Patrik sintió un punto de compasión. Daba la impresión de que el cerebro de Niclas acabara de registrar que su hija estaba muerta y que, por el momento, toda su energía se concentraba en soportar la vida sabiendo que así era. Pero al recordar el contenido de los partes médicos, la compasión se esfumó de forma rápida y eficaz.
– ¿Sabe por qué lo hemos hecho venir para interrogarlo? -comenzó Patrik sereno.
– No -respondió Niclas escrutando la superficie de la mesa.
– Hemos recibido cierta información un tanto… -Patrik hizo una pausa dramática- inquietante.
Niclas no se inmutó. Estaba totalmente apagado y le temblaban las manos, que tenía cruzadas sobre la mesa.
– ¿No quiere saber de qué tipo de información se trata? -intervino Martin con amabilidad.
Niclas tampoco respondió en esta ocasión.
– Bien, en ese caso se lo diremos nosotros -prosiguió Martin cediéndole la palabra a Patrik.
Éste se aclaró la garganta.
– En primer lugar, resulta que la información que nos dio sobre su coartada para el lunes por la mañana no es cierta.
Al oír esto, Niclas alzó la vista por primera vez. Patrik creyó ver un atisbo de asombro que desapareció enseguida. A falta de una reacción verbal por su parte, continuó.
– La persona que le proporcionó la coartada ha desmentido su declaración. Hablando en plata: Jeanette nos ha contado que no estuvo con ella, como usted decía, y, además, que le pidió que mintiera al respecto.
Niclas seguía sin reaccionar. Se diría que se había desprendido de todo sentimiento y sólo había quedado un gran vacío en su lugar. No mostraba ni ira, ni asombro, ni consternación, ni ninguna de las reacciones que Patrik esperaba. Calló a la espera de una respuesta, pero Niclas persistía en su silencio.
– ¿No quiere hacer ningún comentario sobre ese particular? -sugirió Martin.
Niclas negó con la cabeza.
– Si ella lo dice.
– Tal vez quiera contarnos dónde pasó esas horas.
Niclas respondió encogiéndose de hombros. Después, dijo en voz baja:
– No tengo intención de pronunciarme en absoluto. Ni siquiera comprendo por qué estoy aquí ni por qué me hacen esas preguntas. Es mi hija la que ha muerto, ¿por qué iba yo a hacerle daño? -alzó la vista y miró a Patrik.
Éste vio en sus palabras una introducción idónea para su siguiente pregunta.
– Quizá porque tiene por costumbre hacer daño a sus hijos. Por ejemplo, a Albin.
Niclas dio un respingo y, boquiabierto, clavó sus ojos en Patrik. La primera expresión de algún sentimiento se manifestó en forma de un leve temblor del labio inferior.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Niclas inseguro, mirando ya a Patrik, ya a Martin.
– Lo sabemos -dijo Martin con tranquilidad, mientras hojeaba con un gesto elocuente los documentos que tenía ante sí.
Había sacado copias de los partes, de modo que tanto él como Patrik tenían un juego.
– ¿Qué es lo que creen saber? -preguntó Niclas con un leve tono de desacuerdo, aunque sin poder evitar echar una que otra ojeada a los documentos que Martin tenía delante, sobre la mesa.
– Albin ha sido tratado de diversos tipos de lesiones en trece ocasiones -apuntó Patrik-. Como médico, ¿qué opina usted de eso? ¿Qué conclusión sacaría si alguien acudiese al hospital con un niño trece veces, por quemaduras, fracturas y cortes?
Niclas apretó los labios. Patrik continuó:
– Además, ustedes no han acudido siempre al mismo centro. Habría sido tentar la mala suerte, ¿verdad? Pero si reunimos todos los partes que existen en el hospital de Uddevalla y los centros de salud de los alrededores, tenemos un total de trece visitas. ¿Acaso Albin es un niño propenso a sufrir accidentes?
Niclas seguía sin pronunciarse. Patrik observó sus manos. ¿Serían capaces de hacerle daño a un niño?
– Tal vez exista una explicación para ello -intervino Martin insidioso-. Quiero decir, comprendo perfectamente que a veces uno no puede más. Ustedes los médicos trabajan demasiadas horas y están agotados y estresados. Además, Sara exigía mucho tiempo y atención, y con ella y un bebé, cualquiera se viene abajo. Todas esas frustraciones contenidas en busca de una vía de escape… Después de todo, sólo somos personas, ¿verdad? Y eso podría explicar por qué no ha habido más partes de «accidentes» desde que llegaron a Fjällbacka: ayuda con la intendencia, un trabajo menos estresante… De pronto, todo resultaba más llevadero. Ya no hay necesidad de dar rienda suelta al sentimiento de fracaso.
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