Era difícil estar más desacertado.
Carl observó el cuerpo carcajeante de Yrsa. ¿De dónde puñetas había sacado aquel ser singular tanta información? ¿Sabía también hablar serbio?
– Probablemente queréis llegar a que una fortuna de origen muy dudoso se canalizó mediante empresas de crédito legales en Occidente, supongo -aventuró Carl-. Escuchad bien los dos. Si este caso va por ahí, creo que debemos pasárselo a nuestros compañeros del segundo piso, que saben algo más sobre delitos económicos.
– Antes tienes que ver esto, Carl -se apresuró a decir Yrsa, rebuscando en su montón-. Tenemos una foto de los cuatro hermanos. Es vieja, pero da igual.
Y le puso delante la fotografía.
– Vaya -dijo Carl, impresionado por aquellas cuatro vacas escocesas sobrealimentadas-. Desde luego, están fortachones los hermanitos. ¿Eran luchadores de sumo, o qué?
– Fíjate bien, Carl -dijo Assad-, y verás lo que queremos decir.
Siguió la mirada de Assad a la parte inferior de la foto. Los cuatro hermanos estaban sentados educadamente en torno a una mesa con mantel blanco y copas de cristal. Todos con las manos apoyadas en el borde de la mesa, como si hubieran recibido instrucciones de una madre severa que no salía en la foto. Cuatro pares de manos fuertes, y todos llevaban un anillo en el meñique de la izquierda. Anillos que se habían incrustado en la piel.
Carl miró a sus compañeros -dos de los individuos más extraños que habían puesto el pie en aquellos edificios imponentes-, que acababan de darle una nueva dimensión al caso. Un caso que en realidad no les correspondía.
Joder, qué surrealista era aquello.
Una hora más tarde la distribución de tareas hecha por Carl se vio trastornada una vez más. Era el subinspector Lars Bjørn quien llamaba. Uno de sus hombres había bajado al archivo y había oído un intercambio de palabras entre Assad y la nueva. ¿Qué pasaba? ¿Habían encontrado alguna conexión entre los casos de incendio?
Carl explicó en pocas palabras en qué consistía, mientras al otro lado de la línea el zoquete secundaba con un murmullo cada palabra para mostrar que lo seguía.
– Hazme el favor de mandar a Hafez el-Assad a Rødovre para que oriente a Antonsen. Ya seguiremos nosotros con los incendios del centro, pero podéis encargaros del caso antiguo, ya que habéis empezado -propuso el subinspector.
Se acabó la paz.
– Si he de ser sincero, no creo que Assad tenga ganas de hacer eso.
– Pues entonces tendrás que hacerlo tú.
Aquel jodido de Bjørn lo conocía demasiado bien.
– No lo dices, o sea, en serio, ¿verdad, Carl? Estás de coña, ¿no? -aventuró Assad, mostrando unos enormes hoyuelos en la barba de días que desaparecieron enseguida.
– Llévate el coche de servicio, Assad. Cuidado con acelerar en Roskildevej. La Policía de Tráfico ha salido a poner multas hoy.
– A mí si me parece algo, me parece una majadería. O nos encargamos de todos los casos de incendio o no nos encargamos de ninguno -aseveró con énfasis, moviendo la cabeza arriba y abajo.
Carl no reaccionó. Se limitó a tenderle las llaves del coche.
Cuando la retahíla de tacos y juramentos de Assad se desvaneció por fin junto con sus pisotones escaleras arriba, Carl se quedó de mala gana tragándose las serenatas que canturreaba Yrsa en cinco octavas chillonas. Ay, cómo echaba de menos el mutismo más que ocasional de Rose en momentos así. Y ¿qué coño estaría haciendo ahora?
Se levantó con pesadez y salió al pasillo.
Por supuesto. Una vez más estaba allí, mirando el repajolero mensaje de la pared.
– Andas algo retrasada, Yrsa -dijo-. Tryggve Holt nos ha dado su interpretación del mensaje. ¿No crees que es el más indicado para ello? Y ¿no crees que sabemos bastante ya? ¿Qué más puede poner que vaya a ayudarnos en la investigación? Nada, ¿verdad? Entonces entra y haz algo de provecho, algo de lo que hemos visto.
Ella siguió cantando tranquilamente hasta que Carl terminó de hablar.
– Ven, Carl -pidió, llevándolo hasta su reino de los cielos de color rosa.
Lo dejó frente al escritorio de Rose, donde había una copia de la interpretación de Tryggve del mensaje de la botella.
– Mira. En las primeras líneas estamos todos de acuerdo.
SOCORRO
– El 16 de fevrero de 1996 nos sequestraron nos llevaron de la parada de autovus de Lautropvang en Ballerup – El hombre mide 1,8. tiene el pelo corto
– ¿De acuerdo?
Carl asintió en silencio.
– Después Tryggve propone lo siguiente:
Tiene ojos oscuros pero azules – Tiene una cicatriz en la… derrecha
– Sí, pero seguimos sin saber dónde tiene la cicatriz -intervino Carl-. Tryggve no se había fijado en eso, y tampoco habló con Poul sobre ello. Era el tipo de cosas en que reparaba Poul, dijo Tryggve. Los pequeños defectos de los demás hacían desaparecer quizá los suyos. Pero sigue.
Yrsa asintió con la cabeza.
conduce una furgoneta asul Papá y mamá le conocen – Freddy y algo con una B- Nos ha amenazado si van a la poli nos matara-
– Sí, todo suena bastante probable.
Carl miró al techo. Había allí arriba otro moscón repulsivo riéndose de él. Lo miró con atención. ¿Llevaba una salpicadura de tippex en un ala? Sacudió la cabeza, confuso. Pues sí, la llevaba. Era la mosca a la que había arrojado el frasco de tippex. ¿Dónde diablos había estado escondida?
– Estamos de acuerdo en que Tryggve estuvo presente durante los hechos, y en que estaba consciente -continuó Yrsa, infatigable-. Esta parte del mensaje versa sobre los rasgos del hombre, y, si lo unimos a la descripción hecha por Tryggve, tendremos una descripción bastante buena. Ahora solo nos falta ver el dibujo que han hecho los suecos.
Señaló las líneas del final.
– No sé qué pensar de las siguientes frases del mensaje. La cuestión es si realmente pone lo que creemos. Léelo en voz alta, Carl.
– ¿En voz alta? Léelo tú misma.
¿Qué se había pensado? ¿Que era un artista a las órdenes del rey?
Ella le palmeó el hombro y, para rematar la faena, le dio un pellizco en el brazo.
– Venga, Carl. Así captarás mejor el contenido.
Carl sacudió la cabeza, resignado, y se aclaró la garganta. Aquella bruja estaba loca.
Nos apretó un trapo en la cara primero a mí y luego a mi hermano Fuimos en coche casi 1 hora y estamos junto al agua Hay molinos de viento cerca Aquí uele mal – Daros prisa Mi ermano es Tryggve -13 años y yo soy Poul 18 años
POULHOLT
Yrsa aplaudió la interpretación en silencio, con las puntas de los dedos.
– Magnífico, Carl. Sí, ya sé que Tryggve está seguro de casi todo, pero lo de los molinos ¿no podría ser otra cosa? También alguna de las otras palabras. Imagínate si esos puntos esconden más de lo que podemos adivinar.
– Poul y Tryggve no hablaban en absoluto sobre el ruido, claro que tampoco podían hacerlo con la boca tapada con cinta adhesiva; pero Tryggve recordaba que, de vez en cuando, oían un sonido grave, ronroneante -explicó Carl-. Además, Tryggve dijo que Poul era hábil para esas cosas técnicas y para los sonidos. Pero, en resumidas cuentas, el ruido puede ser de cualquier cosa.
Carl vio ante sí a Tryggve cuando, después de llorar y en silencio, leyó por segunda vez el mensaje de la botella a la luz de la mañana sueca.
– El mensaje impresionó mucho a Tryggve. Dijo varias veces que todo lo escrito era típico de su hermano mayor. Que había una falta absoluta de puntuación, a excepción de algún guion, y que Poul siempre escribía igual que hablaba. Que leer el mensaje era como oírselo decir a él.
Carl dejó escapar la imagen de Tryggve. Cuando se hubiera recuperado de la experiencia tenían que traerlo a Copenhague.
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