Jussi Adler-Olsen - El mensaje que llegó en una botella

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El mensaje que llegó en una botella: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Puede un terrible hecho del pasado seguir teniendo consecuencias devastadoras? Cuando una botella que contiene un mensaje escrito con sangre humana llega al Departamento Q, el subcomisario Carl Mørck y sus asistentes Assad y Rose logran descifrar algunas palabras de lo que fue la última señal de vida de dos chicos desaparecidos en los años noventa. Pero ¿por qué su familia nunca denunció su desaparición? Carl Mørck intuye que no se trata de un caso aislado y que el criminal podría seguir actuando con total impunidad.

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En aquel momento se dio cuenta de su error.

La bici que había en la entrada lo echaba todo a perder. Iba a asociar ambas cosas, así era él.

Se quedó mirando a la sala, donde Benjamin sacudía los barrotes del corralito como si fuera un animal luchando por salir de allí.

También tenían eso en común.

El cargador de móvil parecía más pequeño en la mano de él. Como si pudiera aplastarlo con un solo apretón.

– ¿De dónde ha salido? -preguntó.

– Creía que era tuyo -respondió ella.

Él no dijo nada. O sea, que se llevaba el cargador cuando salía.

– Venga, dilo -la apremió-. Sé que estás mintiendo.

Trató de hacerse la indignada. No le costó gran cosa.

– Oye, ¿por qué dices eso? Si no es el tuyo, será de alguien que se lo ha dejado. Seguro que lleva ahí desde el bautizo.

Pero se sentía insegura.

– ¿Desde el bautizo? Eso fue hace año y medio. ¿Desde el bautizo, dices?

Era evidente que le parecía risible, pero no se rio.

– Tuvimos diez o doce invitados. La mayoría viejas. Nadie se quedó a dormir y pocos tendrían móvil, de eso estoy seguro al cien por cien. Y si lo tenían, ¿por qué llevar el cargador a un bautizo? No tiene ninguna lógica.

Ella iba a protestar, pero la detuvo con un movimiento de la mano.

– No, mientes -dijo, señalando la bici al otro lado de la ventana-. ¿Es el cargador de él? ¿Cuándo ha estado por última vez?

La reacción de las glándulas sudoríferas de las axilas llegó de inmediato.

La asió con fuerza del brazo, tenía la mano cubierta de sudor frío. Ella había tenido sus dudas cuando vio el contenido de las cajas del primer piso, pero aquella presa de su brazo, tan firme y segura como un tornillo de banco, las despejó todas. Ahora me pegará, pensó ella; pero no la pegó. Al contrario, cuando vio que ella no respondía se volvió, cerró la puerta que daba al recibidor dando un portazo y no ocurrió nada más.

La mujer se levantó para ver si la sombra de él se deslizaba por el sendero del jardín. Tan pronto como supiera que él había salido iba a coger a Benjamin y escapar. Atravesar el jardín hasta el seto, encontrar el agujero que habían hecho los hijos de los anteriores propietarios y escabullirse por allí. Tardarían cinco minutos en llegar a la casa de Kenneth. Su marido jamás sabría adónde habían ido.

Y después tendría que volver a empezar de cero.

Pero no apareció la sombra del sendero del jardín; eso sí, se oyó un golpe sordo en el piso de arriba.

Dios mío, pensó. ¿Qué está haciendo ahora?

Miró a su hijo, que saltaba y reía. ¿Podría llevarlo hasta el seto sin que su marido los oyera? Las ventanas de arriba ¿seguirían abiertas? ¿Estaría vigilando por una de ellas para no perderlos de vista?

Se mordió el labio y miró al techo. ¿Qué hacía allí arriba?

Entonces tomó su bolso y vació en él el contenido de la lata con el dinero para los gastos de la casa. No se atrevía a salir al pasillo a por su abrigo y el de Benjamin, pero todo iría bien si Kenneth estaba en casa.

– Ven, cielo -dijo, atrayendo hacia sí al pequeño. Cuando la puerta del jardín estaba abierta, no hacían falta más de diez segundos para llegar al seto. La cuestión era si el agujero seguía estando allí. El año anterior lo había visto.

Al menos entonces tenía un tamaño considerable.

Capítulo 20

Cuando nacieron, él y su hermana Eva vivían en un mundo completamente diferente. Cuando su padre cerraba la puerta del despacho la mente se sosegaba. Entonces podían ir a sus habitaciones y dejar que Dios se ocupara de sus cosas.

Pero también otras veces, cuando acudían a las clases obligatorias de catequesis o cuando estaban en el servicio religioso rodeados de la multitud de manos alzadas al cielo, gritos de júbilo y adultos en éxtasis, volvían la mirada hacia su interior y se centraban en su propia realidad.

Cada uno tenía su propio estilo. Eva contemplaba a escondidas los zapatos y vestidos de las mujeres y se acicalaba. Apretaba con encanto los pliegues de la falda plisada entre las puntas de los dedos hasta dejarlos bien marcados y brillantes. En su interior era una princesa. Libre de los ojos severos y palabras duras del mundo. O un hada de livianas alas traslúcidas que el menor soplo de viento podía elevar por encima de la realidad gris y las obligaciones de su casa.

Cuando estaba en ese estado canturreaba en su interior. Canturreaba con la mirada embelesada y los pies inquietos, y los padres estaban convencidos de que se encontraba en las manos protectoras de Dios, y de que aquellos movimientos ágiles eran su forma característica de rezar.

Pero él ya sabía que no. Eva soñaba con zapatos y vestidos y un mundo hecho a base de espejos admiradores y palabras cariñosas. Era su hermano, y cosas así las sabía.

Él soñaba con un mundo de personas que supieran reír.

Donde vivían ellos nadie reía. Las sonrisas eran algo que solo veía en la ciudad, y le parecían feas. No, en su vida no había risas, no había alegría. No había oído reír a su padre desde la vez que, teniendo él cinco años, habló de un pastor de la Iglesia nacional al que había expulsado entre juramentos y maldiciones de su iglesia. Y por eso su alma infantil tardó años en entender que la risa podía expresar otras cosas que no fueran la alegría por el mal ajeno.

Cuando al final cayó en la cuenta, se hizo el sordo ante los sermones y las burlas de su padre, y aprendió a protegerse.

Guardaba secretos que podían alegrarlo, pero también hacerle daño. Debajo de su cama, bien oculto bajo un armiño disecado, estaban sus tesoros. Ejemplares de Hogar y La voz de la familia con dibujos y relatos delirantes. Catálogos de los grandes almacenes Daell con mujeres casi desnudas que lo miraban y sonreían. Tenía también revistas con nombres tan desquiciados que solo eso lo hacía reír. Antiguas revistas desechadas, con lamparones de grasa y las esquinas abarquilladas. Media hora de humor, Daffy, Scooby Doo . Revistas que excitaban y desafiaban, y que nada exigían a cambio. Solía encontrarlas en la basura de los vecinos cuando salía sigiloso por la ventana después de anochecer, cosa que hacía a menudo.

Luego pasaba la noche riendo con una risa ahogada bajo el edredón.

Fue en aquel período de su vida cuando empezó a ocuparse de que todas las puertas estuvieran entreabiertas, para saber dónde se encontraban los diversos miembros de la familia. Fue entonces cuando aprendió a asegurarse de que no había moros en la costa para poder volver con sus trofeos sin peligro.

Fue entonces cuando aprendió a escuchar como los murciélagos cuando salen de caza.

Desde el momento en que dejó a su mujer en la sala hasta que la vio salir furtivamente por la puerta del jardín con el niño en brazos apenas transcurrieron dos minutos. Más o menos lo que había esperado.

No era tonta. Desde luego, era joven e ingenua, y fácil de calar, pero tonta no era. Por eso sabía que él sospechaba algo, y por eso también tenía miedo. Lo leía en su cara y lo oía en el tono de su voz.

Y ahora quería huir.

Iba a actuar tan pronto como se sintiera a salvo de él. Era solo cuestión de tiempo, lo sabía. Por eso estaba ahora junto a la ventana de la primera planta golpeando el piso de madera con el pie, y no paró hasta que ella casi alcanzó el seto.

Así de fácil era conocer sus intenciones, y aquello dolía, pese a que hacía tiempo que se había acostumbrado a que la gente lo defraudara. Te acostumbrabas, eso era todo.

Miró a la mujer y al niño. Se le escapaba una vida. Dentro de poco habrían pasado por el agujero.

El seto estaba bien crecido, así que esperó un momento para bajar las escaleras en dos saltos y salir al jardín.

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