Jussi Adler-Olsen - El mensaje que llegó en una botella

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El mensaje que llegó en una botella: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Puede un terrible hecho del pasado seguir teniendo consecuencias devastadoras? Cuando una botella que contiene un mensaje escrito con sangre humana llega al Departamento Q, el subcomisario Carl Mørck y sus asistentes Assad y Rose logran descifrar algunas palabras de lo que fue la última señal de vida de dos chicos desaparecidos en los años noventa. Pero ¿por qué su familia nunca denunció su desaparición? Carl Mørck intuye que no se trata de un caso aislado y que el criminal podría seguir actuando con total impunidad.

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Un extraño espasmo cruzó el rostro del hombre. Joshua no lo advirtió, claro, pero su mujer sí. Era un espasmo que no debería haberse producido.

– ¿Camino de Sjørup? -inquirió el hombre, mientras su mirada vagaba por la estancia, en busca de un apoyo-. No lo sé. Pero podré decírtelo el lunes, cuando haya visto la casa.

Entonces sonrió.

– ¿Dónde tenéis a los hijos? ¿Haciendo los deberes?

Rakel asintió con la cabeza. El hombre no parecía muy comunicativo. ¿Se habría hecho una idea equivocada de él?

– ¿Dónde vives ahora? -lo apremió-. ¿En Viborg, en la ciudad?

– Sí, un antiguo colega vive en el centro. Trabajamos juntos hace unos años. Ahora tiene una pensión de invalidez.

– Vaya. ¿Otro que se ha dejado la vida trabajando? -preguntó Rakel mientras captaba la mirada de él.

Esta vez el hombre le dirigió una mirada cálida. Le costó algo de tiempo, pero puede que fuera reservado, sin más. No tenía por qué ser un rasgo negativo.

– ¿Dejado la vida trabajando? No, no fue por eso. Ojalá hubiera sido por eso, si se me permite decirlo. No, mi amigo Charles perdió un brazo en un accidente de tráfico.

Mostró con el canto de la mano dónde tuvieron que amputárselo, y ella se sintió mal. Malos recuerdos. Él leyó la mirada de ella y bajó la suya.

– Sí, fue un accidente feo, pero se las arregla.

Entonces alzó de pronto la cabeza.

– ¡Por cierto! Pasado mañana hay un encuentro de kárate en Vinderup. Había pensado preguntarle a Samuel si quería acompañarme a verlo. Pero igual es demasiado pronto para su rodilla lesionada. ¿Qué tal está? ¿Se rompió algo al caer por la escalera?

Rakel sonrió y miró a su marido. Aquella era la clase de compasión y solicitud que preconizaba su iglesia. «Toma la mano del prójimo y acaríciala con suavidad», como decía su sacerdote siempre.

– No -respondió el marido-. Tiene la rodilla muy hinchada, pero dentro de pocas semanas estará como nuevo. Dices que en Vinderup, ¿eh? ¿Hay un encuentro? Vaya, vaya.

Se acarició la barbilla. Seguro que profundizaría en aquello al cabo de un rato.

– Pero podemos preguntarle a Samuel. ¿Qué te parece, Rakel?

Ella hizo un gesto afirmativo. Sí, si podían volver antes del descanso sería perfecto. Igual podría llevarse a todos los niños si querían, ¿no?

El rostro de él adquirió de pronto un aire de disculpa.

– Bueno, lo haría con sumo gusto, pero por desgracia solo podemos ir tres pasajeros en el asiento delantero de la furgoneta, y está prohibido llevar a nadie en la parte de atrás. Pero puedo llevarme a dos. Y a lo mejor los demás tienen más suerte la próxima vez. ¿Qué tal Magdalena? ¿No le gustaría el plan? Parece ser una chica despierta. Y está bastante unida a Samuel, ¿no?

Rakel sonrió, y su marido también. Había sido muy amable por su parte. Era casi como si en aquel momento se hubiera establecido entre ellos un contacto especial. Como si él supiera cuán cerca del corazón de ella habían estado siempre aquellos dos niños. Samuel y Magdalena. Entre sus cinco hijos, los que más se parecían a ella.

– Pues entonces, de acuerdo, ¿no, Joshua?

– De acuerdo, sí.

Joshua sonrió. Con tal de que las aguas bajaran tranquilas, era fácil de contentar.

Palmeó la mano que su huésped había extendido sobre la mesa. Estaba extrañamente fría.

– Estoy segura de que Samuel y Magdalena estarán también de acuerdo -exclamó-. ¿A qué hora tienen que estar preparados?

El hombre puso los labios en punta y calculó el tiempo del trayecto.

– Bueno, como el encuentro empieza a las once, ¿qué tal si aparezco a las diez?

Cuando se marchó, una paz divina se extendió por la casa. Después de tomar su café retiró las tazas de la mesa y las fregó con la mayor naturalidad. Les dedicó una sonrisa y les agradeció su hospitalidad. Finalmente se despidió.

El dolor de vientre seguía allí, pero la náusea había desaparecido.

Qué maravilloso era el amor al prójimo. Tal vez el más hermoso regalo de Dios a la humanidad.

Capítulo 13

– No me ha ido muy bien, Carl -advirtió Assad.

Carl no tenía ni idea de qué estaba hablando. Un reportaje de dos minutos en el canal de noticias sobre subvenciones medioambientales de miles de millones, y de pronto se encontró en lo más profundo del país de los sueños.

– ¿Qué es lo que no te ha ido bien? -se oyó decir desde muy lejos.

– He buscado por todas partes y puedo decir con toda seguridad que no se ha denunciado ningún intento de secuestro en ningún momento. No mientras ha existido algo que se llama Lautrupvang en Ballerup.

Carl se frotó los ojos. No, no le había ido bien, tenía razón Assad. Si es que el mensaje de la botella iba en serio, claro.

Assad estaba ante él con su gastado cuchillo patatero hundido en un tarro de plástico con caracteres árabes y lleno de una sustancia indeterminada. Después le mostró una sonrisa expectante, cortó un pedazo y se lo metió en la boca. Sobre su cabeza zumbaba alerta el viejo moscón de siempre.

Carl alzó la vista. Tal vez debiera emplear un poco de energía para aplastarla, pensó.

Giró la cabeza con indolencia en busca de un arma asesina apropiada y la encontró justo ante sí sobre la mesa. Un frasco desgastado de tippex, de un plástico duro contra el que no hay mosca que aguante el impacto.

Solo hay que apuntar como es debido, pensó durante un breve segundo, antes de arrojar con fuerza el frasco y observar que la tapa no estaba bien enroscada.

El ruido al estrellarse contra la pared hizo que Assad mirase desconcertado la masa blanca que se deslizaba sin prisa hacia el suelo.

El moscón había desaparecido.

– Es muy raro -murmuró Assad, sin dejar de masticar-. Antes estaba pensando, o sea, en mi cabeza, y creía que Lautrupvang era un sitio donde vivía gente, pero resulta que no hay más que oficinas e industria.

– ¿Y…? -preguntó Carl, mientras cavilaba a qué puñetas olía la masa de color beis de su tarro. ¿Era vainilla?

– Sí, despachos e industria, ya sabes -continuó Assad-. ¿Qué hacía allí el que dice que lo secuestraron?

– Trabajaría allí, ¿no? -propuso Carl.

En ese momento la expresión de Assad se deformó hasta convertirse en un gesto, cuanto menos, bastante escéptico.

– Nooo, Carl. No cuando escribía tan mal que no sabía escribir ni el nombre de su calle.

– Puede que no fuera su lengua materna. Te suena, ¿no?

Carl se volvió hacia su ordenador y tecleó el nombre de la calle.

– Mira, Assad: hay multitud de centros de trabajo y de enseñanza justo al lado, donde podría trabajar gente de origen extranjero o gente joven, sin ir más lejos.

Señaló una de las direcciones.

– Por ejemplo, la escuela de Lautrupgård. Un centro para niños con problemas sociales o emocionales. No, si al final van a ser travesuras de chicos. Verás, cuando descifremos el resto del mensaje tal vez descubramos que está redactado para acosar a un profesor o algo así.

– Descifrar por acá, acosar por allá, vaya palabras más raras usas, Carl. Entonces, ¿si fuera alguien que trabajaba en alguna de esas empresas? Hay muchas.

– Así es. Pero ¿no crees que en ese caso la empresa habría informado a la policía de la desaparición de un empleado? Entiendo lo que quieres decir, pero debemos recordar que nunca se ha denunciado nada de lo que sugiere el mensaje de la botella. Por cierto, ¿existe algún otro Lautrupvang en otro lugar del país?

Assad sacudió la cabeza.

– ¿Me dices que, o sea, no es un secuestro de verdad?

– Sí, algo parecido.

– Creo que te equivocas, Carl.

– Bueno. Pero escucha, Assad: si se tratara de un secuestro, ¿quién nos dice que la persona que secuestraron no fue liberada hace tiempo a cambio de un rescate? Podría ser, ¿no? Y luego puede haberse olvidado todo. En ese caso, no vamos a poder seguir con la investigación, ¿verdad? Puede que solo unos pocos iniciados supieran lo que ocurrió.

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