Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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Bertil Strand no estaba, y Annika encendió el televisor que colgaba de una esquina de la sala de recreo de los periodistas. Las noticias locales ni siquiera nombraron a Josefin.

Rapport dedicó medio programa a Oriente Próximo. Durante los enfrentamientos habían muerto siete israelíes y quince palestinos. Tres de ellos eran niños. Annika se estremeció.

A continuación, el portavoz del partido de los ecologistas demandaba una comisión sobre el registro de opinión y el asunto IB. Annika bostezó.

Al final de la retransmisión mostraron la segunda parte del reportaje del corresponsal en Rusia sobre el conflicto del Cáucaso. Ayer había entrevistado al presidente que hablaba sueco, hoy el periodista continuaba con la guerrilla bien equipada, que representaba a una minoría.

– Luchamos por nuestra libertad -dijo el dirigente guerrillero y sostenía un kaláshnikov en cada mano-. El presidente es un traidor hipócrita.

En el cuartel general de la guerrilla había mujeres y niños. Los pequeños reían y jugaban, polvorientos y descalzos. Las mujeres se pasaban el velo por la cabeza y desaparecían en el agujero negro de la puerta de sus casas. El jefe guerrillero abrió una puerta que daba a un sótano, el reportero le siguió bajo tierra. Bajo el foco de la cámara apareció un arsenal de armamento ruso, cajas de minas, cañones antiaéreos, filas de armas automáticas, granadas, bombas antitanque, morteros.

A Annika la embargó una gran sensación de desaliento. Estaba cansada y tenía hambre. ¿Qué importaba lo que ella escribiera sobre la muerte de una joven sueca cuando en el mundo no hacían otra cosa que matarse unos a otros?

Se fue a la cafetería y compró una bolsa de gelatina de frambuesa. Mientras regresaba a su mesa se la zampó toda y se sintió realmente mareada.

– ¿Cómo estás, Annika?

Era Berit.

– Más o menos -respondió Annika-. El mundo está lleno de desgracias. ¿Qué tal te fue con los padres?

– Bien -dijo Berit-. Plantearon algunas objeciones al texto, pero nos pusimos de acuerdo en casi todo. Tenemos una fotografía de ellos, sentados en la cama del cuarto de niña de Josefin.

– ¿Todavía conservan los muebles? -indagó Annika.

– Parecía que estaba todo sin tocar.

Berit se dirigió a la mesa de noticias para informar a los jefes. En ese mismo instante llegó Bertil Strand.

– ¿Puedes acompañarme un momento al lugar del asesinato? -preguntó Annika, y se aseguró de llevar su bolso.

– Acabo de aparcar en el garaje. ¿No me lo podías haber dicho antes?

Patricia estaba tumbada sobre el colchón tras las cortinas negras y sudaba en la oscuridad. Le dolían las piernas, se sentía mareada debido al cansancio. No tenía fuerza para espiar a Joachim. No era justo que le pidieran eso. Sólo pensarlo le ponía los pelos de punta.

Cerró los ojos e intentó ahuyentar el ruido. Ahí fuera comenzaba a anochecer, la gente se dirigía a los restaurantes y a las citas, trasiego de ropas, vino, cerveza y sudor. Examinó su alma, intentó encontrar la verdad en su interior, escuchó su propia respiración y se entregó a una especie de autohipnosis.

Evocó desde lo más profundo de su ser la voz de Josefin en la oscuridad. Al principio la voz era alegre, crecía y decrecía, Patricia sonrió. Jossie tarareaba y cantaba, clara y limpiamente. Cuando llegó el grito, Patricia estaba preparada. Escuchó con una paciencia expectante el golpe y el desplome, el grito de Joachim. Ella se ocultó entre las sombras hasta que él enmudeció y desapareció, esperó los llantos y la desesperación desde el cuarto de Jossie. Los sentimientos de culpabilidad desaparecieron, no lo había podido impedir. No se sentía atemorizada, no estaba asustada. Ahora él ya no podía hacerle nada a Jossie.

Respiró hondo y se obligó a alcanzar la superficie. La realidad regresó, sorda y calurosa.

Tengo que preguntarle a las cartas, pensó.

Se levantó lentamente, la presión arterial no respondió e hizo que se mareara. Sacó su cofrecillo de esencias de una bolsa de deportes que había en la esquina, abrió la tapa y acarició la seda negra con sus manos. Ahí moraban sus cartas.

Se sentó en el suelo en la posición de loto y barajó el tarot respetuosamente. Luego cortó tres veces. A continuación repitió el proceso dos veces más, justo como requerían las energías. Después de cortar por última vez, no juntó los montones sino que eligió uno, lo cogió con la mano izquierda y luego volvió a barajar las cartas una vez más.

Finalmente extendió una cruz celta sobre el parqué, diez cartas que simbolizaban la naturaleza del momento desde distintos puntos de vista. La cruz celta era el sistema más completo frente a los grandes cambios, y ella sentía que se encontraba ante ellos.

No estudió ni analizó las cartas hasta que la cruz estuvo dispuesta. Pensativa consideró su situación. Su carta base era el tres de espadas, que mostraba a Saturno en Libra. Asintió, en realidad era evidente. El tres de espadas significaba aflicción y tirantez en una relación triangular. Se le recomendaba tomar resoluciones claras e inequívocas.

La carta que cruza a la carta base es la que le impedía tomar decisiones, era por supuesto la decimoquinta carta del Arcano Mayor. El Diablo, el sexo masculino. No podía estar más claro.

Las cartas tercera y cuarta mostraban sus pensamientos conscientes e inconscientes sobre la situación. No revelaban nada extraño, nueve de espadas y diez de bastos. Crueldad y opresión.

Sin embargo, la séptima y octava carta le causaron una gran impresión. La séptima la simbolizaba a ella misma y se trataba de la decimoctava carta del Arcano Mayor, la Luna. No era bueno. Indicaba que se encontraba ante una prueba definitiva y muy difícil, y que esta tenía que ver con el sexo femenino.

La octava carta la hizo recapacitar. Representaba las energías exteriores que influirían en su situación.

El Mago, la primera carta, simboliza a un comunicador alocado, un brillante sofista que se mueve continuamente en la linde de la verdad. Ella ya se imaginaba quién podía ser.

La décima carta, el resultado, la tranquilizó. El seis de bastos. Júpiter en Leo. Claridad. Revelación. Victoria.

Ahora sabía que lo conseguiría.

Diecisiete años, nueve meses y tres días

Nuestra felicidad es sólida. Él me abraza siempre. Su compromiso es enorme, de vez en cuando me resulta difícil satisfacerle. Su desengaño es grande si no se lo cuento todo, debo ser más cuidadosa. Nuestros viajes en el tiempo y en el espacio son eternos, le quiero muchísimo.

He intentado explicarle, la culpa no es suya. Es mía, soy yo quien no se decide a valorarlo como se merece.

Me ha comprado ropa que yo nunca antes había tenido, símbolos de amor y confianza. Mi ingratitud se basa en el egoísmo y la inmadurez, su desencanto es profundo y fuerte. No hay disculpa posible, una tiene su responsabilidad en una dualidad universal.

Lloro al comprender mi imperfección. Él me perdona. Luego hacemos el amor.

No me abandones nunca,

dice,

no puedo vivir sin ti.

Y yo se lo prometo.

Lunes, 30 de julio

Spiken se paseaba junto a la mesa de Annika, cuando todavía faltaba una hora y media para que ella comenzara a trabajar.

– Berit ha recibido un soplo buenísimo sobre otro asunto -informó el jefe de noticias-. Hoy tú te encargarás de cubrir el asesinato junto a Carl Wennergren.

Annika dejó caer el bolso al suelo y se secó el sudor de la frente.

– Cada día hace más calor -dijo.

– Carl viene de Nynäshamn -anunció Spiken-. ¿Te has enterado de que ha ganado la vuelta a Gotland?

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