Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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Ella sintió un escalofrío de repulsión, se esforzó por no retroceder.

– Espero que la policía lo atrape -dijo ella.

Joachim la abrazó, y un sollozo sacudió su cuerpo robusto.

– ¡Joder, joder, joder! -exclamó sofocado-. ¿Por qué coño está muerta?

Comenzó a llorar. Patricia le pasó cuidadosamente los brazos por la espalda y lo acunó levemente.

– ¡Mi Jossa, mi ángel!

Lloraba, sollozaba y moqueaba. Ella cerró los ojos y se obligó a permanecer quieta.

– Pobre Joachim -susurró-. Pobrecito…

La soltó y fue al cuarto de baño, se sonó y orinó. Patricia se quedó azorada en el recibidor mientras oía cómo la orina salpicaba en el suelo y después él tiraba de la cadena.

– ¿Ha hablado la policía contigo? -preguntó al salir.

Ella asintió.

– Sí, un rato, ayer. Hoy volverán a interrogarme.

La miró detenidamente.

– Está bien -dijo él-. Tienen que encerrar a ese asqueroso. ¿Qué vas a decir?

Ella dio media vuelta, se fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua.

– Depende de lo que pregunten. En realidad no sé nada -respondió y bebió.

Joachim la siguió, se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina.

– Nunca diré nada que perjudique a Jossie -dijo ella decidida.

El hombre parecía satisfecho.

– Ven aquí -dijo y le pasó el brazo por los hombros.

La acompañó a través del recibidor al dormitorio y hasta el ropero de Josefin.

– Mira -mostró y pasó la mano libre por los caros trajes de Jossie-. ¿Quieres alguno? ¿Quizá éste?

Sacó un vestido chillón de seda y lana rosa, hecho a medida con grandes botones dorados. Josefin lo adoraba. Pensaba que con él se parecía a la princesa Diana.

Patricia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Tragó saliva.

– Pero Joachim, yo no puedo…

– Toma. Te lo regalo.

Ella comenzó a llorar. Él la soltó y sostuvo el vestido delante de ella.

– Tienes unas tetas pequeñas, pero eso quizá tenga arreglo -dijo y esbozó una sonrisa.

Patricia dejó de llorar, bajó la vista y cogió la percha.

– Gracias -murmuró.

– Te lo puedes poner para el entierro -apuntó él. Oyó cómo él se dirigía a la cocina, cogía algo de la nevera y abandonaba el piso.

Patricia permaneció en el dormitorio de Josefin como congelada en medio del calor.

El Konkurrenten había hablado con el padre de Josefin. Lo cierto es que no había dicho nada interesante, sólo que no comprendía que hubiera muerto. Así pues, éste era un tema menos a tratar por su periódico.

– Nunca se sabe de dónde sopla el viento -dijo Berit-. Si el Konkurrenten tiene mala suerte le caerá encima un gran debate sobre ética periodística.

– ¿Por haberse acercado a los familiares? -preguntó Annika y continuó ojeando el artículo.

Berit asintió y bebió de una lata de Ramlösa limón.

– Tienes que ser muy cuidadosa al hacerlo -explicó-. Unos quieren hablar, muchos no. No se les puede engañar para que hablen. ¿Llamaste a los padres?

Annika abandonó el periódico y lo negó con la cabeza.

– No me decidí a hacerlo. Me parecía tan desagradable…

– Ésa no es una buena pauta a seguir -respondió Berit grave-. Solo porque a ti te parezca desagradable no tiene por qué serlo para los demás. Los familiares se pueden sentir más tranquilos al saber lo que el periódico escribe sobre el caso.

– ¿Así que te parece bien que los medios llamen a casa de los padres cuyos hijos han muerto?

Annika oyó lo agresiva que sonaba.

Berit echó un trago de su agua mineral y reflexionó.

– Bueno, cada caso es diferente. Lo único de lo que se puede estar seguro es de que la gente reacciona de distintas maneras. No existe una regla universal. Hay que tener mucha delicadeza y sensibilidad para no herir a nadie.

– De todos modos, me alegro de no haberlos llamado -replicó Annika, se levantó y fue a buscar un café.

Cuando regresó con la taza de plástico y la bebida humeante Berit ya se había ido a su mesa.

Me pregunto si la habré ofendido, pensó Annika. La vio, inclinada sobre un periódico al otro lado del mar de la redacción. Levantó el auricular rápidamente y marcó el número interior de Berit.

– ¿Te has enfadado? -preguntó y se encontró con la mirada de Berit.

Annika vio su risa y la oyó en el auricular.

– ¡Qué va! Eres tú misma quien debe encontrar lo que está bien y lo que está mal.

Llamaban por «Escalofríos», Annika cambió de auricular.

– ¿Qué me dais por una buena noticia? -preguntó una excitada voz masculina.

Annika aspiró en silencio y recitó sus condiciones.

– Okey -respondió el hombre-. Ahora escucha. ¿Estás escribiendo?

– Sí, sí -contestó Annika-. Habla de una vez.

– Conozco a un famoso de televisión que se viste de mujer y acude a obscenos clubes de alterne -dijo el hombre, y sonó como si fuese a explotar.

Nombró a uno de los presentadores más admirados y populares de Suecia. Annika se enfadó sobremanera.

– ¡Joder, qué mierda de chisme! -exclamó Annika-. ¿Crees que el Kvällspressen publicaría una patraña malintencionada como ésta?

El hombre perdió el hilo al otro lado del auricular.

– Esto es un escándalo.

– ¡Por Dios! -dijo Annika-. La gente puede hacer lo que le plazca. ¿Y qué te hace pensar que es cierto?

– Lo sé de muy buena tinta -informó el hombre.

– Seguro -replicó Annika-. Gracias por llamar.

Colgó.

El Konkurrenten tenía prácticamente los mismos textos y fotografías que el Kvällspressen, pero Annika creía que en general los artículos del Konkurrenten eran algo peores. Por ejemplo, no tenían la fotografía de Josefin con la gorra de bachiller. Sus fotografías del lugar del crimen eran más flojas, el texto más plano, habían entrevistado a vecinos muy aburridos y tenían menos datos sobre el antiguo asesinato de Eva. No tenían al profesor ni a la amiga. El Kvällspressen, en cambio, publicaba cortas entrevistas con Charlotta, la amiga, y el rector Martin Larsson-Berg.

– Buen trabajo -dijo Spiken por encima de Annika, que alzó la vista y se encontró con la mirada de su jefe.

– Gracias -respondió.

Este se sentó en el borde de la mesa.

– ¿Qué hacemos hoy?

A Annika la embargó una extraña calidez. Ahora ya era una de ellos. Spiken le estaba haciendo preguntas.

– Había pensado en ir a ver a su compañera de piso, la chica que la identificó.

– ¿Crees que hablará?

– Quizá. He intentado establecer contacto -anunció ella.

Supo instintivamente que no debía mencionar el encuentro con Patricia en el parque. Si lo hacía, Spiken se enfadaría porque no había escrito un artículo de inmediato.

– Okey -dijo el redactor jefe-. ¿Quién se ocupa de la investigación policial?

– Lo haremos entre las dos -contestó.

– Bien. ¿Algo más? ¿Crees que el padre y la madre querrán llorar sus penas?

Annika se retorció.

– No me parece adecuado molestarlos ahora -respondió ella.

– El pobre habló con el Konkurrenten -replicó Spiken-. ¿Qué te dijo cuando llamaste?

Annika se sonrojó.

– Él… yo… pensé que no era buena idea llamar justo después…

Spiken se levantó y se fue sin decir una palabra. Annika deseó llamarle, explicarle qué era lo que le parecía mal, que no se podían comportar de esa manera. Pero el grito se congeló, su boca abierta. Tenía que aceptarlo, ella no era quien mandaba. La enorme espalda de Spiken se alejó, luego su corpachón cayó pesadamente sobre la silla junto a la mesa de redacción. A pesar de la distancia, Annika oyó un fuerte crujido.

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