En algunas fotografías las mujeres sonreían. En otras estaban asustadas. Entre ellas había horrendas fotos que retrataban sus muertes. Darby imaginó a Boyle y a Evan en ese cuarto, mirando las fotos mientras se vestían, dispuestos a salir de caza.
Darby contempló aquellos rostros hasta que ya no pudo soportarlo más. Cogió la mano de Carol y un estremecimiento de gratitud la invadió al notar su calor. Juntas subieron por la escalera hasta la planta principal. Las luces funcionaban. No había muebles, sólo estancias frías y desiertas. Decadentes. Varias ventanas habían sido cubiertas con tablones.
Darby abrió la puerta principal con la esperanza de encontrar alguna señal en la calle. No había farolas, sólo oscuridad y un viento gélido que soplaba sobre los campos yermos. La derruida granja que había detrás era el único edificio de las inmediaciones.
Recordó que el coche de Evan iba equipado con GPS. Lo encontró aparcado detrás de la granja. Darby arrancó el vehículo y puso en marcha la calefacción.
El GPS mostraba su localización. Darby llamó al 911 y pidió un par de ambulancias. Ignoraba si alguna de las mujeres del sótano seguía aún con vida.
– Carol, ¿recuerdas el número de teléfono de tus vecinos, los que viven frente a tu casa? Los de la casa blanca con persianas verdes.
– Los Lombardo. Sí, sé su número. Cuido de sus niños de vez en cuando.
Darby marcó el número. Una mujer atendió la llamada con la voz ronca de sueño.
– Señora Lombardo, me llamo Darby McCormick. Pertenezco al Laboratorio de la Policía de Boston. ¿Está Dianne Cranmore con usted? Necesito hablar con ella enseguida.
La madre de Carol se puso al teléfono.
– Aquí hay alguien que quiere hablar con usted -dijo Darby, antes de pasarle el teléfono a Carol.
Según el GPS la granja abandonada estaba a cuarenta kilómetros de la casa de Boyle. Darby llamó a Mathew Banville y le relató lo sucedido.
Primero llegaron las ambulancias. Mientras atendían a Carol, Darby informó a los del servicio de urgencias de lo que les esperaba en el laberinto del sótano. Les mostró qué llave abría los candados y cuál abría las puertas. Se sentó en la parte trasera de la ambulancia con Carol hasta que a ésta le hizo efecto el sedante. Darby permitió que un enfermero la reconociera pero se negó a tomar ningún sedante.
Cuando llegó Banville con la policía local le estaban dando puntos en la mejilla. Se quedó junto a Darby mientras Holloway y sus hombres entraban en la granja.
– ¿Has traído las llaves de Boyle? -preguntó Darby.
– Las tiene Holloway.
– Hay un archivador cerrado en la habitación de las fotos. Me gustaría ver si contiene algo sobre Melanie Cruz.
– La patrulla forense del estado está a punto de llegar -dijo Banville-. Ahora el caso les pertenece. Dejaremos que procesen la escena del crimen. ¿Cómo lo llevas?
Darby no tenía una respuesta a esa pregunta. Le dio la cámara de Evan.
– Hay fotos de lo que les hacían a las mujeres.
– Holloway dijo que podías prestar declaración mañana, cuando hayas dormido un poco. Uno de sus agentes te acompañará a casa.
– Ya he llamado a Coop. Viene de camino.
Darby habló a Banville de Melanie Cruz y de las otras mujeres desaparecidas. Cuando terminó le anotó un número de teléfono en el dorso de una de sus tarjetas.
– Es el número de casa de mi madre. Si encontráis algo referente a Melanie, llámame, sea la hora que sea.
Banville deslizó la tarjeta en el bolsillo trasero del pantalón.
– Llamé a Dianne Cranmore justo después de que hablara contigo -dijo él-. Le dije que de no ser por ti nunca habríamos encontrado a su hija. Quería que lo supiera.
– Ha sido un trabajo en equipo.
– Lo que has hecho… -Banville hizo una larga pausa para contemplar el coche de Evan-. Si no me hubieras presionado, si yo no te hubiera respaldado, esto habría acabado de forma muy distinta.
– Pero no ha sido así. Gracias.
Banville asintió. No parecía saber qué hacer con las manos.
Darby le tendió la mano y Banville se la estrechó.
Cuando el Mustang de Coop apareció por la carretera, ésta ya estaba atestada de coches patrulla y vehículos del departamento forense. Los medios de comunicación también habían hecho acto de presencia. Darby vio un par de cámaras de televisión al otro lado de las vallas. Un fotógrafo intentaba sacarle una foto.
Coop se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros. La abrazó contra su pecho durante un buen rato.
– ¿Dónde te llevo?
– A casa -dijo Darby.
Coop condujo en silencio por las oscuras y desiguales calles. La ropa de Darby olía a sangre y a pólvora. Ella bajó la ventanilla, cerró los ojos y dejó que el viento le acariciara la cara.
Cuando el coche se detuvo, ella abrió los ojos y vio que habían aparcado en el área de servicio de la autopista. Coop rebuscó en el asiento trasero, de donde sacó una nevera portátil. Dentro, sobre el hielo, había dos vasos y una botella de whisky irlandés.
– Se me ocurrió que igual te apetecía -dijo Coop.
Darby llenó los vasos con hielo y vertió el whisky. Ya casi había apurado el segundo vaso cuando llegaron a la frontera del estado.
– Me siento mucho mejor -dijo Darby.
– Estuve tentado de llamar a Leland, pero pensé que preferirías contárselo en persona.
– Acertaste.
– Me gustaría poder seguirte con una videocámara y registrar ese momento para la posteridad.
– Quiero contarte algo -dijo Darby.
Por segunda vez aquella noche relató la historia de Melanie y Stacey. Esta vez quiso hacerlo despacio, quería que Coop supiera cómo se había sentido ella.
– Le dije a Mel que no quería seguir siendo amiga de Stacey, pero Mel no pudo evitar entrometerse. Siguió insistiendo. Ella deseaba que todo volviera a ser como antes. Le gustaba el papel de pacificadora. Cuando la vi con él, quise… -A Darby le falló la voz.
Coop la dejó respirar. Darby notó que las lágrimas acudían a sus ojos y trató de contenerlas.
Y entonces salió de ella, afilada y horrenda, aquella verdad que había pasado años arrastrando. Las lágrimas brotaron y Darby no luchó contra ellas, estaba harta de luchar.
– Mel gritaba. Grady tenía un cuchillo, y lo estaba usando contra Mel y ella le gritaba que parara. Me suplicó que bajara a ayudarla. Yo no… no le pedí a Melanie que viniera a casa ni que trajera a Stacey: fue Mel quien decidió hacerlo. Fue ella quien tomó la decisión de venir, no yo, y una parte de mí… Cada vez que veía a la madre de Mel, me miraba como si hubiera sido yo quien la hizo desaparecer. Yo quería decirle la verdad, gritársela hasta borrarle aquella maldita mirada de los ojos.
– ¿Por qué no se lo dijiste?
Darby no tenía una respuesta. ¿Cómo podía explicar que parte de ella odiaba a Mel por presentarse allí aquella noche… y por traer a Stacey? ¿Cómo podía explicar la culpa que sentía no sólo por lo que había pasado aquella noche, sino por cómo se sintió después, obligada a cargar con el peso de la culpa y con la ira?
Cerró los ojos y deseó retroceder en el tiempo, regresar a aquel momento en que Mel le preguntó junto a las taquillas si las tres podían volver a ser amigas. Darby se preguntaba qué habría sucedido si ella hubiera accedido. ¿Quizá Mel seguiría viva? ¿O estaría enterrada igualmente en el bosque, en algún lugar desconocido?
Coop le pasó su fuerte brazo sobre el hombro. Darby se apoyó en él.
– ¿Darby?
– ¿Sí?
– Abandonar a Melanie… Hiciste lo que debías hacer.
Darby no volvió a hablar hasta que llegaron a la carretera 1. A lo lejos se distinguían las luces de los rascacielos de Boston.
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