«Aceptemos que Boyle vio a Banville. Boyle coge el arma y antes de bajar hace una llamada. ¿A quién llamó? ¿Quién podía ayudarle…?»
– Oh, Dios. -Darby se pasó la mano por el cuello-. Boyle hizo esa llamada porque tenía a alguien que trabajaba con él. El Viajero no era una sola persona, sino dos. Boyle llamaba para avisar a su compañero.
Darby se dio la vuelta. Evan tenía la mirada perdida; sus ojos parecían sumidos en una profunda reflexión.
– Piénsalo -prosiguió Darby-. Boyle organizó tres explosiones: la de la furgoneta, la que metió en una caja de FedEx dentro de un maniquí, y la última, la bomba de fertilizante que estalló en el hospital.
– Ya veo por dónde vas. Boyle podría haber dejado la furgoneta la noche anterior y salir a la mañana siguiente con el vehículo de FedEx.
– Los micrófonos se conectaron a una hora concreta. Boyle sólo pudo hacerlo si nos tenía vigilados. Pero no habría podido vigilarnos y conducir la furgoneta de FedEx al mismo tiempo.
– No es una hipótesis descabellada -dijo Evan-. Quizá Slavick fuera su cómplice. Encontramos muchas pruebas en su casa.
– Slavick no era el cómplice: era el cabeza de turco.
– Tal vez Slavick traicionó a Boyle y éste decidió dejar que cargara con las culpas. Muerto Slavick, Boyle puede recoger las cosas y largarse. Estaba preparándose para partir, ¿no?
– Me has dicho que registrasteis a fondo la casa de Slavick sin encontrar ninguna celda.
– Cierto. Pero las hallamos en casa de Boyle.
– Los números no cuadran.
– No te sigo.
– Había sólo dos celdas en casa de Boyle -dijo Darby-. Rachel me habló de las demás mujeres encerradas con ella: Paula y Marci. Eso hace tres mujeres; no, cuatro. Había cuatro personas contando a Rachel: Paula, Marci y el novio de Rachel, Chad. Así que, además de Rachel, había tres prisioneros más, encerrados en el mismo sitio. Boyle tenía que disponer de algún otro escondrijo.
– Tal vez primero fueran Chad y Rachel. Después de acabar con Chad, Boyle debió de llevar a Marci, y cuando ésta murió, Boyle, o Boyle y Slavick, secuestraron a Paula.
– No, estaban todos a la vez.
– Eso no puedes asegurarlo -dijo Evan-. Rachel Swanson deliraba. Cuando estaba en el hospital, creía hallarse todavía en la celda.
– Oíste la cinta. Rachel me dijo que no había salida, sólo escondrijos. Las celdas de la casa de Boyle eran pequeñas. Allí no había ningún lugar donde Rachel pudiera esconderse. Y todas esas indicaciones que se escribió en el brazo. Rachel dijo: «Da igual que vayas a la derecha, a la izquierda o recto, todos los caminos llevan a un callejón sin salida». Rachel y las otras mujeres estaban encerradas en otro lugar, estoy segura de ello.
– Sé las ganas que tienes de encontrar a Carol, pero creo que…
Darby pasó por delante de Evan en dirección al coche.
– ¿Adónde vas?
– Vuelvo a casa de Boyle. Necesito hablar con Banville.
Evan se metió las manos en los bolsillos.
– ¿Te has planteado la posibilidad de que Boyle metiera a Rachel y a las otras mujeres en el sótano de su casa? Tal vez las encerró allí. Hay muchos recovecos, muchos rincones donde es conderse.
– ¿Cómo sabes tanto del sótano de Boyle?
– Porque fue allí donde maté a Melanie -dijo Evan, un segundo antes de apretar el trapo impregnado de cloroformo sobre la cara de Darby.
Darby despertó con la mente sumida en una nebulosa de ideas. Estaba tendida boca abajo, pero no en una cama. No, era demasiado duro. Con el ojo sano, el que no tenía hinchado, parpadeó en la oscuridad. Se giró y se sentó.
Por un breve instante creyó que se había quedado ciega en un horrible accidente. Luego empezó a recordar.
Evan la había drogado con aquel trapo. El hombre que había intentado consolarla aquel día en la playa cuando le contó el final de Victor Grady y el destino de las mujeres desaparecidas era el mismo que había apretado el trapo impregnado en cloroformo sobre su cara, el mismo que había matado a Melanie: Evan era el cómplice de Boyle. Evan dejaba las pruebas mientras Boyle secuestraba mujeres y las llevaba hasta allí.
Darby se levantó, desorientada por la oscuridad. Intentó respirar hondo mientras se palpaba el cuerpo. No llevaba chaqueta, pero seguía vestida con la misma ropa y las mismas botas. Tenía los bolsillos vacíos. No sangraba, ni parecía herida, pero las piernas no dejaban de temblar.
El mareo fue remitiendo. Tenía que sobreponerse.
Con las manos extendidas en la penumbra Darby se movió hacia delante, hasta que los dedos chocaron contra una superficie plana y rugosa: una pared de hormigón. Fue hacia la izquierda, contando los pasos: uno, dos, tres… La pierna dio con algo duro. Se agachó e intentó identificar el objeto por el tacto. Una cama. Cinco pasos más y se acababa el muro. Gira. Seis pasos, otro objeto: en este caso un retrete. Estaba en una celda parecida a la que había visto en casa de Boyle, al lugar donde habían encerrado a Carol.
Sonó un zumbido, fuerte y desagradable, como el sonido del timbre de la escuela.
Se abría la puerta; una fina línea de luz partía la penumbra de la celda.
Tenía que defenderse. Necesitaba un arma. Registró la celda. Todo estaba clavado al suelo. No había nada que pudiera utilizar.
La puerta se había abierto hacia un pasillo tenuemente iluminado.
Una melodía empezó a sonar. Era I Get a Kick Out of You, de Frank Sinatra. Evan no entró.
El mareo había remitido, la adrenalina se le había disparado. «Piensa.»
¿Acaso Evan esperaba que ella saliera?
Sólo había un camino, y Darby se acercó al extraño pasillo, esforzándose por oír algo aparte de la música. Alerta a cualquier movimiento repentino. Si la atacaba, ella iría directa a los ojos. Ese hijo de puta no podría hacerle daño si no veía.
Darby apoyó la espalda en la pared de la celda. Bien. «Prepárate para correr.»
El corazón le latía más y más rápido… Ya.
Salió al largo pasillo en el que había seis puertas de madera.
Todas las puertas estaban cerradas. Algunas tenían picaportes. En dos había candados.
Frente a las puertas había cuatro celdas abiertas. Darby registró las otras tres. Estaban vacías. Buscó cualquier cosa que pudiera utilizar como arma. Nada. Todo estaba clavado al suelo. En la última celda detectó un intenso olor corporal que al instante le recordó a Rachel Swanson. Era allí donde la habían tenido encerrada. Allí había vivido Rachel durante todos aquellos años.
El timbre de alarma volvió a sonar. Las puertas de acero se cerraron con un crujido.
Un nuevo ruido se oyó a lo lejos: puertas que se abrían y cerraban, se abrían y cerraban.
Evan. Iba a por ella.
Tenía que moverse, tenía que pensar en algo… Pero ¿adónde ir? Cualquier puerta.
Darby intentó abrir la que tenía justo delante. Estaba cerrada. La siguiente no. Cuando traspasó el umbral se sintió en la clase de laberinto que poblaba sus peores pesadillas.
Frente a ella había un estrecho pasillo desprovisto de luz. A tientas pudo distinguir cuatro puertas, dos por lado… No, cinco. Había una quinta al final del pasillo. Las paredes estaban hechas con tablas de madera clavadas. Parte de la madera estaba resquebrajada. Miró a través de un pequeño agujero y se encontró con una sala parecida a aquélla.
Y entonces lo comprendió: los números y letras que Rachel se había escrito en el brazo y en el mapa eran indicaciones para recorrer ese laberinto. Rachel había logrado trazar un camino a través de cada una de las puertas.
Darby se esforzaba por recordar las combinaciones de números y letras mientras las puertas se abrían y cerraban a su alrededor. Había alguien más allí aparte de Evan. ¿Sería Carol? ¿Estaría viva? ¿Cuántas mujeres había allí abajo y por qué corrían? ¿Qué iba a hacerles Evan? ¿Qué le haría a ella?
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