Jo Nesbø - La estrella del diablo

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En un verano excepcionalmente caluroso en Oslo, el cuerpo de una joven aparece en el suelo de su apartamento, en medio de un charco de sangre. Tiene amputado un dedo de la mano izquierda, y bajo un párpado le han colocado un pequeño diamante rojo con la forma de una estrella de cinco puntas: el símbolo de las tinieblas, el emblema del diablo. Cinco días después del tétrico hallazgo, un hombre denuncia la desaparición de su esposa. Otro dedo cercenado aparece en escena: lleva un anillo con un diamante rojo engarzado, tallado como una estrella de cinco puntas. Tendrán que pasar cinco días más para que aparezca el tercer cadáver… y se repita el ritual. Son demasiadas coincidencias, y todo apunta a que un asesino en serie está actuando en la ciudad.
Harry Hole no tiene vacaciones, por lo que el jefe Moller le asigna el caso y le impone como compañero a Tom Waaler, un tipo corrupto, implicado en el tráfico de armas y de alguna manera responsable de la muerte de Hellen Gjelten, compañera y amiga de Hole, en el transcurso de una investigación. Harry está decidido a demostrar que sus sospechas sobre Waaler están fundadas, e incluso empieza a preguntarse si no estará relacionado con los crímenes. Los demonios reales y los imaginarios se mezclan en la mente del policía, que se tiene que enfrentar a un criminal sanguinario y a un enemigo implacable dentro del departamento. Sólo tiene una cosa clara: la estrella de cinco puntas es la clave para resolver el misterio.

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– El Dagsavisen se pregunta cómo es posible que Marius Veland haya permanecido cuatro semanas en el desván de un edificio de apartamentos durante el verano más caluroso de la historia sin que nadie lo haya descubierto hasta ahora.

– Con cierta reserva respecto de la duración exacta, parece que el asesino empleó una de esas bolsas de plástico que se utilizan para guardar trajes o abrigos, y que luego la selló con caucho para que quedara hermética antes de… -Møller buscaba la palabra exacta-…colgarlo en el armario del desván.

Un rumor cundió por entre los periodistas y Møller se preguntó si no se habría excedido describiendo los detalles.

Roger Gjendem estaba preguntando algo.

Møller vio que el periodista movía la boca mientras él escuchaba la melodía que le resonaba en la cabeza. I just called to say I love you. Aquella chica la había cantado tan bien en el Beat for Beat… Era la hermana, la que representaría el papel principal en el musical. ¿Cómo se llamaba?

– Perdón -se excusó Møller-. ¿Podrías repetir la pregunta?

Harry y Beate estaban sentados en un borde de cemento, a cierta distancia de los de la prensa, observando la escena mientras fumaban. Beate le había explicado que sólo fumaba en ocasiones festivas. Harry la invitó a fumar del paquete que acababa de comprar. No sentía necesidad de celebrar nada. Sólo de dormir.

Vieron a Tom Waaler salir por la puerta principal, sonriendo hacia la lluvia de flashes. Las sombras bailaban la danza de los vencedores en la pared de la comisaría general.

– Ahora se hará famoso -observó Beate-. El hombre que estaba al frente de la investigación y que detuvo personalmente al mensajero asesino.

– ¿Con dos pistolas y más cosas? -sonrió Harry.

– Sí, fue como en el salvaje oeste. Y ¿me puedes explicar por qué se le pide a un tío que deje un arma que no tiene?

– Waaler se referiría seguramente al arma que Sivertsen llevaba encima. Yo habría hecho lo mismo.

– Vale, pero ¿sabes dónde encontramos esa pistola? En la maleta.

– Pero Waaler no podía estar seguro de que Sivertsen no fuese el hombre más rápido del mundo sacando una pistola de una maleta.

Beate se rió.

– Vienes a tomar una cerveza después, ¿no?

Él la miró y la sonrisa se le congeló en la cara mientras se ruborizaba hasta el cuello.

– No era mi intención…

– No pasa nada. Celébralo tú por los dos, Beate. Yo ya he hecho lo mío.

– ¿No puedes venir con nosotros de todas formas?

– No lo creo. Éste era mi último caso.

Harry chasqueó los dedos y la colilla salió volando como una luciérnaga en la oscuridad.

– La semana que viene ya no seré policía. Supongo que debería tener la sensación de que es algo que celebrar, pero no es el caso.

– ¿Qué vas a hacer?

– Algo diferente. -Harry se levantó-. Algo totalmente diferente.

Waaler alcanzó a Harry en el aparcamiento.

– ¿Te largas tan rápidamente, Harry?

– Cansado. ¿Cómo te sabe la fama hasta ahora?

Los dientes de Waaler relucían blancos en la oscuridad.

– Sólo han sido un par de fotos en el periódico. Tú ya has pasado por eso, así que sabrás cómo es.

– Si te refieres a aquella vez en Sidney, entonces se refirieron a mí como a un vaquero o algo así, porque disparé a mi hombre. Tú has logrado atrapar al tuyo con vida. Eres el tipo de héroe policial que quiere la socialdemocracia.

– ¿Noto cierto sarcasmo?

– En absoluto.

– De acuerdo. A mí me da lo mismo a quién conviertan en héroe. Si se puede contribuir a mejorar la reputación del cuerpo, por mí pueden hacer falsos héroes de tipos como yo. Nosotros, los de dentro, sabemos quién ha sido el héroe esta vez.

Harry sacó las llaves del coche y se detuvo delante de su Ford Escort blanco.

– Lo que quería decir, Harry, en nombre de todos los que han participado, es que tú eres quien ha resuelto el caso, ni yo, ni nadie más.

– Sólo hice mi trabajo.

– Sí, tu trabajo. De eso también quería hablarte. ¿Nos sentamos en el coche un momento?

Había un olor dulce a gasolina en el interior. Un agujero de óxido en algún sitio, pensó Harry. Waaler declinó la oferta de un cigarrillo.

– Tu primera misión está decidida -dijo Waaler-. No es fácil ni está exenta de peligro. Pero si la resuelves bien, podrás ser socio al cien por cien.

– ¿De qué se trata? -preguntó Harry exhalando el humo contra el retrovisor.

Waaler palpaba con los dedos uno de los cables que salían del agujero del salpicadero donde una vez hubo una radio.

– ¿Qué pinta tenía Marius Veland? -preguntó.

– Cuatro semanas en una bolsa de plástico. ¿Tú qué crees?

– Tenía veinticuatro años, Harry. Veinticuatro años. ¿Recuerdas lo que esperabas cuando tenías veinticuatro años? ¿Lo que esperabas de la vida?

Harry se acordaba.

Waaler le sonrió con una mueca.

– El verano que cumplí veintidós, salí de viaje de Interrail con Geir y Solo. Llegamos a la costa italiana, pero los hoteles eran tan caros que no nos podíamos permitir alojarnos en uno, a pesar de que Solo se llevó todo lo que había en la caja del quiosco de su padre el mismo día que nos marchamos. Así que levantamos una tienda de campaña en la playa por la noche y durante el día sólo dábamos vueltas mirando a las tías, los coches y los barcos. Lo extraño era que nos sentíamos superricos. Porque teníamos veintidós años. Y creíamos que todo era para nosotros, que eran regalos que nos estaban esperando bajo el árbol de Navidad. Camilla Loen, Barbara Svendson, Lisbeth Barli, todas eran jóvenes. Quién sabe si no habían tenido tiempo de desilusionarse, Harry. Quién sabe si no estarían esperando a que llegasen los regalos de Nochebuena.

Waaler pasó la mano por el salpicadero.

– Acabo de tomarle declaración a Sven Sivertsen, Harry. Puedes leerla más tarde, pero ya te puedo adelantar lo que sucederá, Es un cabrón frío e inteligente. Fingirá que está loco, intentará engañar al jurado y sembrar entre los psicólogos la duda suficiente como para que no se atrevan a mandarlo a la cárcel. Acabará en una unidad psiquiátrica, donde experimentará una mejoría tan espectacular que le darán el alta dentro de unos años. Así son las cosas ahora, Harry. Eso es lo que hacemos con esa basura humana que nos rodea. No la recogemos, no la tiramos, sino que la vamos cambiando de sitio. Y no entendemos que, cuando la casa se ha convertido en un nido de ratas infecto y apestoso, ya es demasiado tarde. No tienes más que fijarte en otros países donde se ha instaurado el crimen. Por desgracia, vivimos en un país tan rico que los políticos compiten por ser los más generosos. Nos hemos vuelto tan blandos y bondadosos que ya nadie se atreve a asumir la responsabilidad de lo que es desagradable. ¿Comprendes?

– Hasta ahora, sí.

– Ahí es donde entramos nosotros, Harry. Asumimos responsabilidades. Considéralo un trabajo de limpieza que la sociedad no se atreve a abordar.

Harry daba tales caladas que hacía crujir el papel del cigarrillo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó aspirando el humo.

– Sven Sivertsen -respondió Waaler mirando por la ventana-. Basura humana. Tú vas a recogerla.

Harry se encogió en el asiento del conductor y expulsó el humo tosiendo.

– ¿Es eso lo que hacéis? ¿Y qué hay de lo otro? ¿El contrabando?

– Cualquier otra actividad se lleva a cabo para financiar ésta.

– ¿Tu catedral?

Waaler hizo un movimiento lento de asentimiento con la cabeza. Se inclinó hacia Harry, que notó que le metía algo en el bolsillo de la chaqueta.

– Una ampolla -explicó Waaler-. Se llama Joseph's Blessing. Desarrollada por el KGB durante la guerra de Afganistán para su uso en atentados, pero se la conoce más como el método de suicidio de los soldados chechenos capturados. Paraliza la respiración pero, a diferencia del ácido prúsico, es insípido e inodoro. La ampolla cabe bien en el ano o debajo de la lengua. Si bebe el contenido disuelto en un vaso de agua, morirá en cuestión de segundos. ¿Has entendido la misión?

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