Beate e Ivan asintieron con la cabeza, en señal de que lo habían entendido.
– La patrulla de Seguridad Ciudadana no tardará en llegar. Beate, recíbelos tú y les dices que controlen el vecindario, que hablen con la gente. Sobre todo en la tienda a la que se dirigía. Luego, tú misma hablas con la gente que vive en este portal. Yo voy a ver a los vecinos que están en la terraza del otro edificio.
– ¿Crees que saben algo? -preguntó Beate.
– Tienen una vista perfecta de este lado y, a juzgar por la cantidad de botellas vacías, llevan ahí un buen rato. Según el marido, Lisbeth Barli ha pasado todo el día en casa. Quiero saber si la han visto en la terraza y cuándo.
– ¿Por qué? -preguntó el policía tironeando de la correa de Ivan.
– Porque me parecería muy sospechoso que una señora en biquini en este horno de apartamento no hubiera salido a la terraza.
– Por supuesto -murmuró Beate-. Sospechas del marido.
– Sospecho del marido por norma -confirmó Harry.
– ¿Por qué? -repitió Ivan.
Beate sonrió en señal de aprobación.
– Siempre es el marido -dijo Harry.
– La primera norma de Hole -añadió Beate.
Ivan miró varias veces a Harry y a Beate alternativamente.
– Pero… ¿no ha sido él quien ha dado el aviso?
– Sí -admitió Harry-. Pero de todas formas, siempre es el marido. Por eso, Ivan y tú no vais a empezar a rastrear en la calle, sino aquí dentro. Invéntate una excusa si es necesario, pero primero quiero tener controlados el apartamento y los trasteros del desván y del sótano. Después podéis seguir en el exterior. ¿De acuerdo?
El agente Ivan se encogió de hombros mirando a su tocayo, que le correspondió con una mirada de desánimo.
Las dos personas de la terraza resultaron no ser dos chicos, como Harry había pensado cuando las vio desde la terraza de Barli. Harry sabía que ser una mujer adulta, tener fotos de Kylie Minogue en la pared y compartir piso con una mujer de su misma edad con el pelo de punta y una camiseta estampada con la leyenda «El águila de Trondheim», no significaba necesariamente ser también lesbiana. Pero, de momento, se imaginaba que sí. Estaba sentado en el sillón enfrente de las dos mujeres, igual que cinco días antes con Vibeke Knutsen y Anders Nygård.
– Siento pediros que dejéis el balcón -dijo Harry.
La mujer que se había presentado como Ruth se puso la mano en la boca para moderar un eructo.
– No importa, ya hemos tenido bastante -aseguró-. ¿Verdad?
Ruth hizo la pregunta dándole a su compañera un manotazo en la rodilla. De una forma un tanto masculina, observó Harry al tiempo que recordaba lo que Aune, el psicólogo, le había explicado en una ocasión: que los estereotipos se acentúan a sí mismos porque buscan inconscientemente aquello que les sirve para afirmarse. Por esa razón los policías, basándose en lo que llamaban experiencia, opinaban que todo delincuente era tonto.
Harry les expuso un breve resumen de la situación. Las mujeres lo miraban con sorpresa.
– Seguramente todo se arreglará, pero la policía tiene que hacer estas cosas. De momento, intentamos comprobar algunas indicaciones horarias.
Muy serias, las dos mujeres asintieron con la cabeza.
– Bien -dijo Harry probando la «sonrisa Hole», que era el nombre que Ellen le había dado a la mueca que formaban los labios de Harry cada vez que intentaba aparentar un talante amable y jovial.
Ruth contó que, efectivamente, se habían pasado toda la tarde en el balcón. Habían visto a Lisbeth y a Willy tumbados en la terraza hasta las cuatro y media, hora a la que Lisbeth se fue adentro. Al cabo de un rato, Willy encendió la barbacoa. Le gritó a Lisbeth algo sobre una ensaladilla de patatas y ella le contestó desde el interior. Él entró y volvió a salir con los filetes -Harry la corrigió: eran chuletas-, más o menos veinte minutos más tarde. Algo más tarde, calcularon que sería a las cinco y cuarto, vieron a Barli llamando desde el móvil.
– El sonido se transmite bien en este tipo de patios interiores -explicó Ruth-. Y oíamos cómo sonaba el móvil en el interior del apartamento. Barli daba la impresión de estar muy atribulado, porque arrojó el móvil contra la mesa.
– Aparentemente, intentaba llamar a su mujer -intervino Harry.
Observó que las dos mujeres intercambiaban una mirada elocuente y se arrepintió de haber dicho «aparentemente».
– ¿Cuánto se tarda en comprar ensaladilla de patatas en la tienda de la esquina?
– ¿En Kiwi? Yo puedo ir y volver corriendo en cinco minutos, si no hay cola.
– Lisbeth Barli no corre -dijo la compañera en voz baja.
– Así que la conocéis, ¿no?
Ruth y «El Águila de Trondheim» se miraron como para coordinar la respuesta.
– No, pero sabemos quiénes son.
– ¿Y?
– Bueno, supongo que has visto el extenso artículo que publicó el periódico VG sobre Barli, que ha alquilado el Teatro Nacional este verano para montar un musical, ¿no?
– Ruth, sólo era una nota.
– No lo era -dijo Ruth contrariada-. Lisbeth va a ser la protagonista. El artículo incluía fotos de gran tamaño y eso, es imposible que no lo hayas visto.
– Ya -murmuró Harry-. Este verano mi lectura de los periódicos ha sido… algo floja.
– Se armará un gran revuelo. El mundillo cultural consideraba indigno que se estrenara una revista de verano en el Teatro Nacional. ¿Cómo se llama la obra? ¿ My Fat Lady?.
– « Fair » Lady -la corrigió en voz baja «El Águila de Trondheim».
– ¿Así que se dedican al teatro? -quiso saber Harry.
– Bueno, al teatro… Willy Barli es uno de esos tipos que se dedican a todo. Revistas, películas y musicales y…
– Él es productor. Y ella canta.
– ¿Ah, sí?
– Seguro que te acuerdas de Lisbeth antes de que se casara, entonces se llamaba Harang.
Harry negó con la cabeza y Ruth exhaló un hondo suspiro.
– Entonces cantaba con su hermana en Spinnin' Wheel. Lisbeth era una verdadera muñeca, un poco como Shania Twain, y tenía verdadera fuerza en la voz.
– No era tan conocida, Ruth.
– Bueno, en cualquier caso, cantó en el programa aquel de Viciar Lønn-Arnesen. Y vendieron un montón de discos.
– Eran cintas, Ruth.
– Yo vi a Spinning' Wheel en la feria de Momarkedet. Todo muy en serio, ¿sabes? Incluso iban a grabar un disco en Nashville. Pero entonces la descubrió Barli. Iba a convertirla en una estrella de musicales, pero parece que está tardando.
– Ocho años -aclaró «El Águila de Trondheim».
– Bueno, Lisbeth Harang dejó lo de Spinnin' Wheel y se casó con Barli. El dinero y la belleza. ¿Te suena?
– ¿Así que la rueda dejó de girar?
– ¿Qué?
– Está preguntando por el grupo, Ruth.
– Ah, bueno. La hermana siguió cantando sola, pero Lisbeth era la estrella. Creo que ahora se dedica a cantar en hoteles de alta montaña, en los barcos que van a Dinamarca y esas cosas.
Harry se levantó.
– Sólo una última pregunta rutinaria. ¿Tenéis alguna impresión sobre cómo funcionaba el matrimonio de Willy y Lisbeth?
«El Águila de Trondheim» y Ruth intercambiaron nuevas señales de radar.
– Como ya dijimos, el sonido se trasmite bien en esta clase de patios -dijo Ruth-. Su dormitorio también da al patio.
– ¿Los oíais discutir?
– No, discutir no.
Miraron a Harry con expresión elocuente. Transcurrieron un par de segundos antes de que él cayese en la cuenta de lo que estaban insinuando y notó con disgusto que se ruborizaba.
– Así que tenéis la impresión de que funcionaba bastante bien, ¿no?
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