– Los hijos de puta se pasan el tiempo cambiando la clave de acceso. ¿Sabes cómo se las ingenian para despistar a la gente como nosotros?
– Como si pudieran.
– Si dedicaran la misma energía a mejorar el sistema…
– Estúpidos.
Más letras, más números.
– ¡Maldita sea! -exclamó Jimmy, que alargó la mano hacia su lata de Coca-Cola- ¿Sabéis qué?
– Es la hora de nuestro programa «viva la gente» -dijo David.
– En eso estaba pensando. ¿Tienes ganas de afinar tus aptitudes para el contacto humano?
David asintió y cogió el teléfono.
– Hay quien lo llama «ingeniería social» -me explicó-. Es más difícil en NYNEX porque el personal ya está prevenido. Menos mal que casi todos los que trabajan allí son imbéciles.
Marcó un número y después de un momento dijo:
– Hola, aquí Ralph Wilkes, le estoy limpiando y reparando las conexiones. Ha tenido usted problemas para entrar en COSMOS, ¿no?
– Siempre los tienen -murmuró Jimmy Hong-. De manera que es una pregunta que nunca falla.
– Sí, sí -contestó David. Se adentró en una jerga que no pude seguir y, al cabo de un rato, ya con un lenguaje más asequible para un lego como yo, dijo-: Y ahora, ¿cómo entra en la terminal? ¿Cuál es su código de acceso? No, está bien, no me lo diga, no tiene que decírmelo. Es norma de seguridad. -Hizo una mueca y puso los ojos en blanco-. Sí, ya lo sé. A nosotros también nos incordian con eso. Mire, no me diga el código, basta con que lo teclee.
En nuestro monitor aparecieron números y letras, y Jimmy se puso a repetirlos en nuestro teclado.
– Magnífico -dijo David-. ¿Puede hacer lo mismo con su contraseña de COSMOS? No me diga cuál es. Basta con que la introduzca. Ya.
– Fantástico -dijo Jimmy cuando el número apareció en nuestro monitor. Lo tecleó.
– Eso debería ser todo -dijo David a su interlocutor-. No creo que tenga problemas en adelante.
Cortó la conexión y dio un suspiro.
– No creo que nosotros tengamos ningún problema tampoco. «No me diga el número, basta con teclearlo. No me lo digas a mí, querido, basta con que se lo digas a mi ordenador.»
– Es la leche -dijo Jimmy.
– ¿Estamos dentro?
– Estamos dentro.
– ¡Bien!
– Matt, ¿cuál es tu teléfono?
– No me llames -bromeé-. No estoy en casa.
– No quiero llamarte. Quiero verificar tu línea. ¿Cuál es el número? No importa, no me lo digas, a ver si acierto. «Scudder, Matthew.» Calle 57 Oeste, ¿vale? ¿Te suena de algo?
Miré el monitor.
– Ése es mi número -dije.
– ¡Ajá! ¿Estás contento? ¿Quieres que te lo cambie, que te dé uno más fácil de recordar?
– Si llamas a la compañía telefónica para que te cambien el número -terció David- tardan alrededor de una semana en pasarlo por los canales. Pero nosotros podemos hacerlo en el acto.
– Creo que conservaré el número que tengo.
– Como quieras. ¡Ajá! Tienes un servicio bastante básico, ¿no? Ni transferencia de llamadas ni esperas. Estás en un hotel, tienes detrás de ti la centralita, así que no necesitas las llamadas de espera, pero tendrías que tener transferencia de llamadas. Supón que te quedas en casa de alguien. Te podrías hacer pasar las llamadas allí automáticamente.
– No sé si valdría la pena.
– No cuesta nada.
– Creía que tenía un coste mensual.
Sonrió y sus dedos se movieron con agilidad sobre el teclado.
– Sin cargo para ti, porque tenemos amigos influyentes. Desde este momento tienes transferencia de llamadas, con saludos de los Kong. Ahora estamos en COSMOS, que es el sistema específico que invadimos, así que es aquí donde voy a introducir los cambios de tu cuenta. El sistema que calcula tu facturación no se enterará del cambio, así que no te costará nada.
– Como quieras.
– Veo que utilizas los servicios de AT &T para las conferencias. No elegiste Sprint o MCI.
– No. No calculé que ahorraría tanto.
– Bueno, te voy a dar Sprint. Te ahorrarás una fortuna.
– ¿En serio?
– Desde luego, porque NYNEX derivará las conferencias a Sprint, pero Sprint no lo sabrá.
– Así que no te lo cobrarán -apostilló David.
– Pero…
– Confía en mí.
– ¡Oh, no dudo de lo que dices! Sólo que no sé lo que siento al respecto. Es un robo de servicios.
Jimmy me miró.
– Estamos hablando de la compañía telefónica -dijo.
– Ya me doy cuenta.
– ¿Te parece que lo van a notar?
– No, pero…
– Matt, cuando haces una llamada desde un teléfono público y se efectúa la conexión, pero el aparato te devuelve la moneda, ¿qué haces? ¿Te la guardas o la vuelves a meter en la ranura?
– ¿O se la mandas a la compañía en sellos de correos? -sugirió David.
– Ya entiendo lo que quieres decir.
– Porque todos sabemos lo que ocurre cuando el teléfono se traga tu moneda y no se efectúa la conexión. Admítelo, ninguno de nosotros estamos fuera del juego cuando tratamos con la compañía telefónica.
– Me lo imagino.
– Así que tienes conferencias y transferencia de llamadas gratuitas. Hay un código que tienes que meter en el ordenador para transferir tus llamadas, pero llámalos y diles que perdiste el papel, y te lo explicarán. No es nada. TJ, ¿cuál es tu número de teléfono?
– No tengo.
– Bueno, tu teléfono público predilecto.
– ¿Predilecto? No sé. De todos modos no sé el número de ninguno.
– Bueno. Elige uno y dame la situación.
– Hay un grupo de tres en Port Authority, que utilizo a veces.
– No sirve. Hay demasiados teléfonos allí. Es imposible saber si estamos hablando del mismo. ¿Qué tal uno en alguna esquina?
Se encogió de hombros.
– Digamos Octava con la 43.
– ¿Norte o centro?
– Norte, en la parte este de la calle.
– Bien, veamos… Ya lo tengo. ¿Quieres anotar el número?
– Cámbialo.
– Buena idea. Que sea uno fácil de recordar. ¿Qué tal TJ-5-4321?
– ¿Mi propio número? Me gusta.
– Veamos si está disponible. No, lo tiene ya alguien. Vamos en la otra dirección. TJ-5-6789. Ningún problema, es todo tuyo.
– ¿Podéis hacerlo así por las buenas? -pregunté-. Los prefijos de tres números, ¿no corresponden a distintas zonas?
– Antes, sí. Y todavía hay centrales, pero eso funciona para determinado número de la línea, y no tiene nada que ver con lo que marcas. Mira, el número que marcas, como el que le acabo de asignar a TJ, es lo mismo que el código que empleas para sacar dinero de un cajero automático. En realidad, no es más que un código de reconocimiento.
– Bueno, es un código de acceso -comentó David-. Pero accede a la línea y eso es lo que vehicula la llamada.
– Bien, arreglemos tu teléfono, TJ. Es un teléfono de monedas, ¿verdad?
– Verdad.
– Mentira. Era un teléfono de monedas. Ahora es un teléfono gratuito.
– ¿Así y ya está?
– Así y ya está. Algún idiota informará a la compañía, seguramente dentro de un par de semanas, pero hasta entonces puedes ahorrarte algunas monedas. ¿Recuerdas cuando jugábamos a Robin Hood?
– Era muy divertido -replicó David-. Estábamos en el World Trade Center una noche haciendo llamadas desde un teléfono público y, como es lógico, lo primero que hicimos fue convertirlo, hacerlo gratuito…
– … porque de lo contrario habríamos estado metiendo monedas toda la noche, lo cual es ridículo…
– …y Hong dice que los teléfonos públicos deberían ser gratuitos para todos, lo mismo que el metro. Tendrían que eliminar los torniquetes…
– …o hacerlos girar con señal o sin ella, lo que se podría hacer si estuvieran informatizados, pero son mecánicos…
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