Lawrence Block - Un paseo entre las tumbas

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`Un millón de dolares en efectivo o matamos a tu mujer`. Los traficantes de drogas son presa fácil de la extorsión y, por razones obvias, no pueden acudir a la policía. Kenan Khoury recibió el mensaje, pero vaciló frente al precio del rescate: no volvió a ver a su mujer con vida. Ahora sólo piensa en vengar su muerte. Para ello contrata los servicios de Matt Scudder, un detective privado sin apenas trabajo y que sufre algún que otro problema con el alcohol. Con ayuda de dos genios de los ordenadores, un punk callejero y una amiga prostituta, Scudder busca a los asesinos en los bajos fondos de Brooklyn.

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– Por lo que se interesan algunos tipos es por los ordenadores. Según he oído, los Kong han estado desde siempre con los ordenadores. En realidad, se servían de un ordenador para mantener su máxima puntuación en los videojuegos. Sabían lo que la máquina iba a hacer antes de que lo hiciera. ¿Juegas al ajedrez?

– Conozco los movimientos.

– Jugaremos una partida de vez en cuando para ver si lo haces bien. ¿Conoces esas mesas de piedra que hay por Washington Square? ¿Y la gente que se lleva cronómetros y estudia los libros de ajedrez mientras espera el turno de jugar? A veces juego allí.

– Debes de ser muy bueno.

Negó con la cabeza.

– Cuando juegas contra alguno de esos tipos, es como si participaras en una carrera metido en el agua hasta la cintura. No puedes llegar a ninguna parte porque, en su mente, siempre están cinco o seis movimientos por delante de ti.

– A veces uno se siente así en mi trabajo.

– ¿Sí? En eso se convirtieron los videojuegos para los Kong, estaban siempre cinco o seis pasos por delante. Pues lo mismo les pasa con los ordenadores, son piratas informáticos. ¿Sabes qué es eso?

– He oído la expresión.

– Si quieres algo de la compañía telefónica, no llamas a información. Tampoco acudes a ningún vicepresidente. Llamas a los Kong. Se cuelan en los teléfonos y se arrastran por ellos como si la compañía telefónica fuera un monstruo y ellos nadaran en su sistema circulatorio. ¿Te acuerdas de aquella película, cómo se llamaba, Viaje alucinante? Pues bien, ellos viajan por los teléfonos.

– No sé -dije-. Si un ejecutivo de la compañía no sabe cómo obtener la información…

– Tío, ¿no me estabas escuchando? -Suspiró, chupó de la pajita con fuerza y aspiró lo que quedaba de la Pepsi-. ¿Quieres saber lo que está pasando en las calles, lo que está pasando en el Deuce, en el Barrio o en Harlem? ¿A quién le preguntarás? ¿Al alcalde de los huevos?

– Bueno…

– ¿Entiendes lo que digo? Ellos patrullan por las calles de la compañía telefónica.

– ¿Dónde podemos encontrarlos, en las galerías?

– Te lo dije. Perdieron interés hace algún tiempo. Vienen de vez en cuando sólo para ver cómo van las cosas, pero ya no andan por aquí. No los encontraremos. Ellos nos encontrarán a nosotros. Les dije que estaríamos aquí.

– ¿Cómo diste con ellos?

– ¿A ti que te parece? Hice sonar su buscapersonas: pi…, pi… Los Kong nunca están lejos de los teléfonos. ¿Sabes? Ese perrito caliente estaba muy bueno. Nunca pensarías que puedes comer algo decente en un lugar como éste, pero te sirven perritos muy buenos.

– ¿Significa que quieres otro?

– Más bien. Les llevará algún tiempo llegar hasta aquí y quieren echarte un vistazo antes de conocerte.

Quieren comprobar que estás solo y que pueden salir corriendo si te tienen miedo.

– ¿Por qué me han de tener miedo?

– Porque podrías ser una especie de policía que trabaja para la compañía telefónica. ¡Hombre, los Kong están fuera de la ley! Si la telefónica les echa el guante, les caerá una buena.

– La cuestión -dijo Jimmy Hong- es que hay que tener cuidado. Los mejecutas están convencidos de que los piratas informáticos son la peor amenaza que sufre la industria estadounidense desde el Peligro Amarillo. Los medios de información siempre difunden anécdotas acerca de lo que los infopiratas podríamos hacer al sistema si quisiéramos.

– Destruir datos -dijo David King-, alterar informes, borrar circuitería.

– No es moco de pavo, pero pierden de vista el hecho de que nunca nos dedicamos a esa mierda. Creen que vamos a poner dinamita en el ferrocarril, cuando todo lo que hacemos es viajar gratis.

– Bueno, de tanto en tanto algún papanatas mete un virus…

– Pero no suelen ser piratas. Es algún tarado que le guarda rencor a alguna empresa o alguien que mete un desperfecto en el sistema utilizando software de contrabando.

– La cuestión es que Jimmy es demasiado viejo para correr riesgos -dijo David.

– Cumplí dieciocho años el mes pasado -dijo Jimmy Hong.

– Así que, si nos pescan, juzgarán a Jimmy como mayor de edad. Eso si se guían por la edad cronológica, pero si tienen en cuenta la madurez emocional…

– David saldría impune porque no ha llegado a la edad de la razón -sentenció Jimmy.

– Cosa que ocurrió entre la Edad de Piedra y la Edad de Hierro.

Una vez que confiaban en uno, no había manera de hacerlos callar. Jimmy Hong tenía alrededor de un metro noventa de estatura. Largo y delgado, de cabello negro y lacio, lucía una larga cara melancólica. Llevaba gafas oscuras de aviador y después de estar juntos diez o quince minutos, se las quitó y se puso otras de vidrio redondo e incoloro y montura de carey, que cambiaron su aspecto de gamberrete por el de un estudioso.

David King tenía una estatura no superior al metro sesenta y cinco, una cara redonda, cabellos rojos y muchas pecas. Los dos llevaban cazadora forrada de pelo, pantalones informales y Reeboks, pero la similitud en el vestir no era suficiente para hacerlos parecer mellizos.

Si uno cerraba los ojos, sin embargo, podía engañarse. Sus voces eran muy parecidas y sus formas de hablar muy similares, y cada uno terminaba casi siempre las frases del otro.

Les gustaba mucho la idea de desempeñar un papel en un caso de asesinato (yo no les había dado muchos detalles) y se rieron mucho cuando les conté cómo habían reaccionado los distintos empleados de la compañía telefónica.

– Qué bueno -comentó Jimmy Hong-, decir que no se puede hacer. Seguro que querían decir que no sabían cómo hacerlo.

– Es su sistema -repuso David King- y en teoría por lo menos tienen que entenderlo.

– Pero no lo entienden.

– Y nos odian porque lo entendemos mejor que ellos.

– Y creen que dañaríamos el sistema…

– Cuando lo que de verdad pasa es que lo amamos. Porque si hay que piratear en serio, hay que meterse en NYNEX.

– Es un sistema precioso.

– Increíblemente complejo.

– Ruedas dentro de las ruedas.

– Laberintos dentro de los laberintos.

– El videojuego primordial, los Dragones y Mazmorras esenciales, todos en uno.

– Cósmico.

– Pero ¿se puede hacer? -dije.

– ¿El qué? ¡Ah, los números! ¿Llamadas telefónicas durante un día específico a un número específico?

– Exacto.

– Va a ser un problema -dijo David King.

– Quiere decir un problema interesante.

– Exacto. Muy interesante. Un problema que seguramente tiene solución, un problema que se puede resolver.

– Pero con truco.

– Por la cantidad de información.

– Toneladas de información -dijo Jimmy Hong-. Millones y millones de datos.

– Cuando dice datos quiere decir llamadas telefónicas.

– Miles de millones de llamadas. Incalculables miles de millones de llamadas.

– Que hay que procesar.

– Pero antes de que empieces a hacerlo…

– Tienes que meterte dentro.

– Lo que antes era fácil.

– Antes era coser y cantar.

– Acostumbraban a dejar la puerta abierta.

– Ahora la cierran.

– A cal y canto.

– Si necesitáis comprar algún equipo especial… -dije.

– Oh, no. En realidad, no.

– Ya tenemos todo lo que necesitamos.

– No hace falta mucho. Un ordenador portátil, medianamente decente, un módem, un acoplador acústico…

– Todo el paquete no costará más de mil doscientos dólares.

– A menos que te vuelvas completamente loco y compres un ordenador portátil muy caro, pero no tienes por qué hacerlo.

– El que usamos costó siete cincuenta y tiene todo lo que se necesita.

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