Lawrence Block - Cuando el antro sagrado cierra

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Matt Scudder fue policía de Nueva York. Ahora es un detective sin licencia que saca las castañas del fuego a sus amigos. Se divorció de su mujer, y ahora vive en un modesto hotel del West Side. Pero su verdadero hogar se encuentra en cualquiera de los bares de su zona, la clientela habitual forma su familia. Corre el verano de 1975, y Matt anda comprometido con varios favores a amigos. En primer lugar, debe salvar de sospechas a Tommie Tillary, un hombre de negocios de ropas estridentes cuya mujer ha sido asesinada. Matt Scudder no dejará de beber ni un instante, pero se mantendrá lo suficientemente lúcido como para encontrar la solución, hallando la inspiración en el fondo de la botella.

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– Quería a ese tío -dijo-. Creía, creía que él me quería a mí. -Respiró hondo y soltó el aire-. De aquí en adelante -dijo-, no querré a nadie. -Se levantó-. Creo que tiene bastantes posibilidades, de todos modos. A lo mejor sale de esta.

– A lo mejor.

Pero no lo hizo. Ninguno de ellos lo hizo. Para cuando llegó el fin de semana, habían aparecido en los periódicos: Gary Michael Atwood, Lee David Cutler, Robert Joel Ruslander; los tres encontrados en distintas partes de la ciudad, con sus cabezas cubiertas por capuchas negras, las manos atadas a sus espaldas con alambre y cada uno con un disparo en la nuca de una automática del calibre 25. Rita Donegian fue encontrada con Cutler, también encapuchada, atada y con el disparo. Supongo que ella estorbaba.

Cuando lo leí aún tenía el dinero en el sobre marrón del banco. Aún no había decidido qué hacer con él. No sé si tomé alguna decisión al respecto estando consciente, pero al día siguiente doné quinientos dólares para los pobres en la iglesia de San Pablo. Después de todo, tenía muchas velas que encender. Y algo del dinero fue a Anita, otra parte de él al banco y en algún punto dejó de ser dinero manchado de sangre para convertirse en… bueno, dinero nada más.

Supuse que era el final. Pero seguí suponiéndolo y seguí equivocándome.

La llamada se produjo en mitad de la noche. Llevaba dormido un par de horas, pero el teléfono me despertó y lo busqué a tientas. Me llevó un minuto reconocer la voz al otro lado de la línea.

Era Carolyn Cheatham.

– Tenía que llamarte -dijo- dado que eres bebedor de burbon y un caballero. Te debía una llamada.

– ¿Qué ocurre?

– Nuestro amigo en común me ha dejado -dijo- y ha hecho que me despidan de Tannahill & Co., así que ya no tendrá que buscarme por la oficina. Una vez que no me necesitó, ha roto la cuerda y ¿sabes que lo ha hecho por teléfono?

– Carolyn…

– Todo está en la nota -dijo ella-. He dejado una nota.

– Mira, no hagas nada todavía -dije. Ya había salido de la cama y estaba buscando a tientas mi ropa-. Estoy allí enseguida. Nos sentaremos y hablaremos de ello.

– No puedes detenerme, Matthew.

– No voy a intentar detenerte. Hablaremos un poco y entonces podrás hacer lo que quieras.

Oí el clic del teléfono al colgar.

Me puse la ropa, salí corriendo de allí, esperando que fuera a utilizar pastillas, ya que tardan en hacer efecto. Rompí un pequeño cristal en las escaleras de abajo y entré; luego usé una tarjeta de crédito vieja para hacer resbalar el pestillo de su cerradura. Si hubiera echado el candado, habría tenido que derribar la puerta, pero no lo había hecho y eso me facilitó las cosas.

Olí la cordita antes de haber abierto la puerta. Dentro, la habitación apestaba. Ella estaba tirada en el sofá, con la cabeza colgando de un lado. La pistola seguía en su mano sin vida y había un agujero bordeado de negro en su sien.

También había una nota; una hoja arrancada de un cuaderno de espiral y sujetada a la mesa de café con una botella vacía de burbon Maker's Mark. Había un vaso vacío junto a la botella vacía. En su letra se notaban los efectos del alcohol y también en la sombría redacción de su nota de suicidio.

Leí la nota. Me quedé allí unos minutos, no demasiados, y luego cogí un paño de la cocina y lo pasé por la botella y por el vaso. Cogí otro vaso, lo aclaré, lo sequé y lo puse en el escurreplatos sobre la encimera.

Me metí la nota en mi bolsillo. Le quité la pequeña pistola de entre los dedos, le comprobé el pulso de manera automática y luego envolví una almohada del sofá cama alrededor de la pistola para amortiguar su detonación.

Disparé sobre el suave tejido bajo su tórax y también dentro de su boca abierta. Me metí la pistola en un bolsillo y salí de allí.

Encontraron la pistola en la casa de Tommy Tillary en Colonial Road, metida entre los cojines del sofá del salón. Se le habían limpiado las huellas a la superficie de la pistola, pero encontraron una huella identificable dentro, en el clip, y resultó ser de Tommy.

Los de balística dieron en el clavo. Las balas pueden hacerse añicos cuando dan en un hueso, pero el disparo dentro de su abdomen no dio en ningún hueso y se recuperó intacta.

Después de que la historia llegara a los periódicos, cogí el teléfono y llamé a Drew Kaplan.

– No lo entiendo -dije-. Estaba libre y había quedado limpio, ¿por qué coño fue y mató a la chica?

– Pregúntaselo tú -dijo Kaplan. No parecía muy contento-. Si quieres mi opinión, es un lunático. De verdad que no pensaba que lo fuera. Me imaginé que tal vez había matado a su mujer, o que tal vez no, mi trabajo no era juzgarlo, ¿sabes? Pero no creía que el muy hijo de puta fuera a ser un maniaco homicida.

– ¿No hay duda de que él mató a la chica?

– Que yo sepa, no la hay. La pistola es una prueba bastante contundente. A veces se encuentra a alguien con la prueba del delito en la mano y en este caso se ha encontrado en el sofá de Tommy. ¡El muy imbécil!

– Es curioso que se la quedara.

– A lo mejor quería disparar a más gente. Supón que está loco. No, la pistola es una jodida evidencia, y alguien llamó para dar parte del tiroteo; dijo que vio a un hombre salir corriendo del edificio y dio una descripción que encajaba a la perfección con Tommy. Describió su ropa. Esa hortera bléiser roja que le hace parecer un acomodador del viejo Brooklyn Paramount.

– Parece que va a ser difícil defenderlo.

– Bueno, alguien tendrá que intentarlo -dijo Kaplan-. Yo le he dicho que no sería conveniente para mí defenderlo esta vez. En resumidas cuentas, que me lavo las manos en esto.

Pensé en todo esto justo cuando el otro día leí que Ángel Herrera había salido. Cumplió diez años de una pena de entre cinco y diez porque dentro de aquellas paredes había sido tan bueno metiéndose en problemas como lo había sido fuera.

Alguien mató a Tommy Tillary con un cuchillo improvisado después de haber cumplido dos años y tres meses por homicidio sin premeditación. En aquel momento me pregunté si habría sido una venganza de Herrera y supongo que jamás lo sabré. A lo mejor dejaron de recibirse los cheques en Santurce y Herrera se lo tomó mal. O a lo mejor Tommy le hizo algún comentario desafortunado a algún chiflado y lo hizo cara a cara en lugar de hacerlo por teléfono.

Tantas cosas han cambiado y hay tantas personas que ya no están…

Antares & Spiro's, el bar griego de la esquina, ya no está. Ahora es una frutería coreana. El Polly's Cage es ahora el Café 57; ha pasado de sórdido a elegante y ya no están ni el papel de pared rojo ni el loro de neón. El Red Flame ha desaparecido y también el Blue Jay. Hay un restaurante especializado en carnes llamado Desmond's donde antes estaba el McGovern's. El Miss Kitty's cerró como un año y medio después de comprar sus libros. John y Skip lo traspasaron y se marcharon. Los nuevos propietarios abrieron un club gay llamado Kid Gloves y dos años después lo cerraron y pusieron allí otra cosa.

El gimnasio donde vi a Skip haciendo un montón de poleas en la máquina de dorsales cerró al año. Un estudio de danza moderna ocupó el local y luego, hace un par de años, derribaron el edificio entero y se construyó uno nuevo. De los dos restaurantes franceses que había puerta con puerta, ha cerrado aquel en el que cené con Fran y el último arrendatario es un lujoso restaurante indio. El otro local francés sigue allí y aún no he comido en él.

¡Qué de cambios!

Jack Diebold está muerto. Un infarto al corazón. Murió seis meses antes de que yo me enterara, pero lo cierto es que no tuvimos mucho contacto después del incidente de Tillary.

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