Elizabeth George - El Padre Ausente

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El sufrimiento en el pasado… la muerte en el presente… Leonardo Da Vinci es la clave. Una turbadora intriga y una novela genial.

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Como ahora.

Rebecca cruzó a pasitos la diminuta zona situada bajo las campanas de la iglesia, mientras estrujaba con furia su ramo. El suelo estaba sucio, pero no hizo nada para levantar el vestido y evitar arrastrarlo. Su madre se encargó de la tarea. La siguió desde el punto A al punto B como un perrito fiel, con el raso y el terciopelo aferrados en sus manos. Cecily se mantuvo apartada, rodeada por un par de cubos de hojalata, un rollo de cuerda, una pala, una escoba y un montón de trapos. Un aspirador Hoover antiguo estaba apoyado contra una pila de cajas de cartón, cerca de ella, y colgó su ramo del gancho de metal que, en otras circunstancias, se habría utilizado para sujetar el cable. Levantó su vestido de terciopelo. La atmósfera era sofocante, y era imposible moverse en cualquier dirección sin tocar algo negro de mugre. Al menos, se estaba caliente.

– Sabía que pasaría algo por el estilo. -Las manos de Rebecca estrangularon sus flores nupciales-. La ceremonia no se celebrará, y todos se reirán de mí, ¿no es cierto? Ya les oigo reír.

La señora Townley-Young efectuó un cuarto de giro al mismo tiempo que Rebecca, quien arrojó a sus brazos más metros de cola de raso y la parte inferior del vestido.

– Nadie se está riendo -dijo su madre-. No te mortifiques, querida. Se habrá producido alguna equivocación desafortunada. Un malentendido. Tu padre lo solucionará todo.

– ¿Cómo puede haberse cometido una equivocación? Ayer por la tarde vimos al señor Sage. Lo último que dijo fue: «Hasta mañana por la mañana». ¿Y luego se olvidó? ¿Se marchó de viaje?

– Quizá se produjo una urgencia. Un moribundo, alguien que quisiera ver…

– Pero Brendan regresó. -Rebecca dejó de pasear. Entornó los ojos y miró con aire pensativo hacia la pared oeste del campanario, como si pudiera ver la vicaría, al otro lado de la calle-. Fui al coche y él dijo que había olvidado preguntarle una última cosa al señor Sage. Volvió. Entró. Esperé un minuto. Dos, tres. Y… -Dio media vuelta y reanudó sus paseos-. No estaba hablando con el señor Sage, no. Es esa puta. ¡Esa bruja! Está detrás de todo esto, madre. Tú ya lo sabes. La mataré, lo juro por Dios.

Cecily consideró que se había producido un giro interesante en los acontecimientos de la mañana. Contenía una atractiva promesa de diversión. Si tenía que soportar aquel día en nombre de la familia, y con un ojo puesto en el testamento de su tío, decidió que bien debía hacer algo por mitigar sus sufrimientos.

– ¿Quién? -preguntó, en consecuencia.

– Cecily -dijo la señora Townley-Young, en tono sereno pero decidida a mantener la disciplina.

Pero la pregunta de Cecily había sido suficiente.

– Polly Yarkin -dijo Rebecca entre dientes-. Esa miserable guarra de la vicaría.

– ¿El ama de llaves del vicario? -se extrañó Cecily.

Era un giro que merecía estudiarse en profundidad. Teniendo en cuenta las circunstancias, no podía culpar al pobre Brendan, pero pensó que sus miras no eran demasiado ambiciosas. Continuó el juego.

– Dios, ¿qué tiene que ver ella en todo esto, Becky?

– Cecily, querida.

La voz de la señora Townley-Young tenía un timbre menos afable.

– Planta esas tetazas en la cara de todos los hombres y aguarda la reacción -dijo Rebecca-. Y él la desea. Ya lo creo. A mí no me lo puede ocultar.

– Brendan te quiere, cariño -dijo la señora Townley-Young-. Va a casarse contigo.

– Tomó una copa con ella en el Crofters Inn la semana pasada. Una parada rápida antes de volver a Clitheroe, dijo. Ni siquiera sabía que ella estaba allí, dijo. No podía fingir que no la había reconocido, dijo. Al fin y al cabo, es un pueblo. No podía comportarse como si ella fuera una extraña.

– Cariño, estás haciendo una montaña de nada.

– ¿Crees que está enamorado del ama de llaves del vicario? -preguntó Cecily, y abrió los ojos con falsa ingenuidad-. Pero, Becky, en ese caso, ¿por qué se casa contigo?

– ¡Cecily! -siseó su tía.

– ¡No va a casarse conmigo! -gritó Rebecca-. ¡No va a casarse con nadie! ¡No tenemos vicario!

De pronto, se hizo el silencio en la iglesia. El organista dejó de tocar un momento, y dio la impresión de que las palabras de Rebecca rebotaban de pared a pared. El organista se reanimó de inmediato, y atacó Crown with Love, Lord, This Glad Day [2] .

– Misericordia -susurró la señora Townley-Young.

Pasos decididos resonaron sobre el suelo de piedra, y una mano enguantada apartó la cortina roja. El padre de Rebecca asomó la cara.

– Ni rastro. -Sacudió la nieve de su abrigo y sombrero-. No está en el pueblo. No está en el río. No está en el ejido. Ni rastro. Haré que le despidan.

Su mujer extendió la mano hacia él, pero no llegó a tocarle.

– St. John, por Dios bendito, ¿qué vamos a hacer? Toda esa gente. Tanta comida en casa. Y el estado de Reb…

– Conozco todos los jodidos detalles. No necesito que me refresques la memoria. -Townley-Young apartó un poco la cortina y echó un vistazo a la iglesia-. Seremos el hazmerreír de todo el mundo durante la próxima década. -Miró de nuevo a las mujeres, y a su hija en particular-. Tú te metiste en este lío, Becky, y debería dejar que te salieras solita.

– ¡Papá! -gimoteó Rebecca.

– La verdad, St. John…

Cecily decidió que había llegado el momento de echar una mano. Su padre, sin duda, se les uniría en cualquier momento -los problemas sentimentales le causaban un placer especial-, y en ese caso, hacer gala de su capacidad para solucionar una crisis familiar serviría a sus propósitos a las mil maravillas. Al fin y al cabo, su padre todavía estaba reflexionando sobre su petición de pasar las vacaciones en Creta.

– Quizá deberíamos llamar a alguien, tío St. John -dijo-. Habrá algún otro vicario no lejos.

– He hablado con el agente de policía -respondió Townley-Young.

– Pero él no puede casarles, St. John -protestó su mujer-. Necesitamos un vicario. Necesitamos que se celebre la boda. La comida espera en casa. Los invitados estarán hambrientos. El…

– Quiero a Sage -replicó el marido-. Le quiero aquí. Le quiero ahora. Y si he de arrastrar a esa rata de iglesia hasta el altar, lo haré.

– Pero si ha tenido que ir a otra parte…

Estaba claro que la señora Townley-Young trataba de hablar con la voz de la razón.

– No es así. Esa tal Yarkin salió a buscarle por el pueblo. Dijo que anoche no había dormido en su cama, pero tiene el coche en el garaje, de modo que no anda muy lejos. Y sé muy bien a qué se ha estado dedicando.

– ¿El vicario? -preguntó Cecily, fingiendo horror, al tiempo que experimentaba el placer del drama que estaba a punto de estallar. Un matrimonio a la fuerza celebrado por un vicario fornicador, protagonizado por un novio reticente enamorado del ama de llaves del vicario, y una novia enfurecida y sedienta de venganza. Casi valía la pena haber sido designada dama de honor-. No, tío St. John. El vicario no. Cielos, qué escándalo.

Su tío le dirigió una mirada penetrante. Alzó un dedo hacia ella, y ya estaba a punto de hablar cuando alguien apartó la cortina. Todos se volvieron como un solo hombre y vieron al policía del pueblo, con su grueso chaquetón sembrado de nieve y las gafas de concha con vaho. No llevaba sombrero, y una capa de cristales cubría su peto color jengibre. Se pasó la mano por la cabeza para sacudirlos.

– ¿Y bien? -preguntó Townley-Young-. ¿Le ha encontrado, Shepherd?

– Sí -contestó el hombre-, pero esta mañana no va a casar a nadie.

ENERO

La escarcha

1

– ¿Qué ponía el cartel? ¿Lo has visto, Simon? Era una especie de letrero al borde de la carretera.

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