Los dos repitieron el nombre y el hombre dijo:
– Perdone, comisario, no oí su rango cuando entró. Espero que no le haya molestado que le llamara agente.
– En absoluto -dijo Brunetti con una sonrisa. Se estrecharon las manos y Brunetti los siguió con la mirada hasta que doblaron la esquina de la iglesia.
Cuando el comisario volvió al lugar en el que el hombre había sido asesinado, encontró a un agente de uniforme al lado de uno de los postes. Al acercarse Brunetti, el agente saludó.
– ¿Está aquí solo? -preguntó el comisario. Observó que todas las sábanas y los pocos bolsos que quedaban habían desaparecido y se preguntó si se los habría llevado la policía.
– Sí, señor. Santini me ha pedido que le diga que no ha encontrado nada. -Brunetti supuso que no se refería sólo a los cartuchos sino a las huellas de quienes pudieran haber matado al hombre.
Miró la zona acordonada y observó en ella un montoncito ovalado de serrín. Sin pensar, preguntó, señalándolo con la barbilla: -¿Qué es eso?
– Es la, ejem, sangre, señor -respondió el hombre-. Es por el frío.
Era tan grotesca la imagen que esto sugería, que Brunetti se resistió a considerarla siquiera y se limitó a decir al agente que a las doce llamara a la questura para recordarles que tenían que relevarlo a la una. Preguntó al joven si quería ir a tomar un café antes de que cerraran el bar, y se quedó esperando su vuelta.
Cuando el agente regresó, Brunetti le dijo que, si veía a otros vu cumprá, les dijera que su compañero había muerto y que, si podían dar alguna información, llamaran a la policía. Hizo hincapié en que debía dejar bien claro que no tendrían que dar el nombre ni presentarse en la questura y que lo único que la policía deseaba de ellos era información.
Brunetti llamó a la questura por su telefonino. Después de dar su nombre, repitió lo que acababa de decir al agente en el escenario del crimen, recalcando que a los comunicantes no debía preguntárseles el nombre y que todas las llamadas relacionadas con el crimen debían ser grabadas. Llamó después a los carabinieri y, sin estar muy seguro de si tenía autoridad para ello, solicitó su colaboración para que toda llamada que pudiera llegarles al respecto fuera tratada con la mayor discreción y, cuando el maresciallo accedió, le pidió que también ellos grabaran las llamadas. El maresciallo comentó que era poco probable que los vu cumprá dieran información voluntariamente; no obstante, no puso inconveniente alguno en hacer lo que se le pedía.
Poco más podía hacer Brunettí, por lo que se despidió del agente, al que deseó que no se hiciera mucho más fría la noche y, pensando que si iba a pie llegaría antes, tomó el camino de Rialto para ir a casa
Paula se había quedado con la boca abierta, temiendo que todos sus desvelos de madre hubieran sido inútiles y que hubiera criado a un monstruo y no a una niña. Mientras miraba a su hija, su hijita ,su tierno y precioso ángel, se preguntaba si seria posible la posesión demoníaca.
Hasta aquel momento, la cena había sido bastante normal, o todo lo normal que puede ser una cena que ha sido retrasada a causa de un asesinato. Brunetti, que había recibido el aviso minutos antes de sentarse a la mesa, había llamado poco después de las nueve para decir que aún tardaría. Para entonces, los lamentos de los chicos de que desfallecían de hambre habían minado la resistencia de Paola, que les dio de cenar, dejando su propia cena y la de Guido al calor del horno. Se sentó con los chicos, bebiendo poco a poco una copa de prosecco que iba calentándose mientras ellos consumían grandes cantidades de un pasticcio compuesto por capas de polenta, ragú y parmesano. De segundo había sólo radicchi asados, ahogados en stracchino, aunque Paola no creía que sus hijos pudieran comer algo más.
– ¿Por qué siempre ha de llegar tan tarde? -protestó Chiara alargando la mano hacia los radicchi.
– No siempre llega tarde -puntualizó Paola, ecuánime.
– Pues da la impresión -dijo Chiara eligiendo dos largos ejemplares que cubrió cuidadosamente de queso fundido.
– Ha dicho que volvería lo antes posible. -Después de todo, no es tan importante, ¿verdad? ¿Tanto ha de retrasarse?
Paola les había explicado la causa de la ausencia del padre, por lo que la sorprendió el comentario de Chiara. -¿No os he dicho que han matado a un hombre? -preguntó con suavidad.
– Sí, pero era sólo un vu cumprá -dijo Chiara empuñando el cuchillo.
Fue al oír estas palabras cuando Paola se quedó con la boca abierta. Asió la copa, hizo como que tomaba un sorbo de vino, acercó la fuente de radicchio a Raffi, que parecía no haber oído a su hermana, y preguntó:
– ¿Qué quiere decir «sólo», Chiara? -Notó con satisfacción que su tono de voz era perfectamente natural. -Pues eso, que no era uno de nosotros -respondió su hija.
Paola trató de descubrir una nota de sarcasmo o un intento de provocación en la respuesta de su hija, pero no había asomo de una cosa ni de otra. El tono de Chiara parecía tan desapasionado como el suyo propio.
– Chiara, al decir «nosotros», ¿te refieres a los italianos o a todos los blancos? -preguntó.
– No -respondió Chiara-. A los europeos. -Ah, naturalmente. -Paola levantó la copa, hizo girar la pata entre los dedos y volvió a dejarla en la mesa, sin beber-. ¿Y dónde están las fronteras de Europa? -preguntó al fin.
– ¿Qué, mamma?. -dijo Chiara, que estaba distraída contestando una pregunta de Raffi-. No te he oído.
– Te he preguntado dónde están las fronteras de Europa.
– Oh, mamma, va lo sabes. Está en los libros. -Antes de que Paola pudiera decir algo, preguntó-: ¿Hay postre?
Cuando era una joven madre, Paola, hija única que nunca había tenido tratos con niños pequeños, había leído todos los libros y manuales que orientan a los padres modernos sobre la manera de tratar a sus hijos. Había leído también muchos libros de psicología y sabía que todos los profesionales coinciden en que no hay que someter a un niño a una critica severa sin indagar y examinar previamente las causas de su conducta o de sus palabras, y aun entonces se recomienda tomar en consideración la posibilidad de dañar la psiquis del niño, que se encuentra en proceso de desarrollo.
– Eso es lo más repugnante y lo más cruel que he oído en esta mesa, y me avergüenzo de haber criado a alguien capaz de decir tal cosa.
Raffi, que no había sacado la antena hasta que su radar captó e! tono de la madre, dejó caer el tenedor. Chiara abrió la boca a su vez, reflejando la expresión de su progenitura y por la misma causa: estupor y horror ante el hecho de que una persona que era fundamental para su felicidad fuera capaz de decir semejantes palabras. Al igual que su madre, prescindió de diplomacia e inquirió:
– ¿Se puede saber qué significa eso?
– Eso significa que un vu cumprá no es «sólo» esto o lo otro. No puedes hacer como si su muerte no tuviera importancia.
Chiara oía las palabras de su madre y, lo que era más, percibía el furor de su tono, y se defendió:
– No he querido decir eso.
– No sé lo que has querido decir, Chiara, pero lo que has dicho es que ese hombre era «sólo un vu cumprá». Y tendrías que hablar mucho para convencerme de que hay alguna diferencia entre lo que esas palabras «dicen» y lo que «quieren decir».
Chiara dejó el tenedor en el plato y preguntó:
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