Sara Paretsky - Sin previo Aviso

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Para la detective privada V. I. Warshawski, «Vic», esta nueva aventura comienza durante una conferencia en Chicago, donde manifestantes furiosos están reclamando la devolución de los bienes que les arrebataron en tiempos de la Alemania nazi. De repente, un hombre perturbado se levanta para narrar la historia de su infancia, desgarrada por el Holocausto… Un relato que tendrá consecuencias devastadoras para Lotty Herschel, la íntima amiga y mentora de V. I. Lotty tenía tan sólo nueve años cuando emigró de Austria a Inglaterra, junto con un grupo de niños rescatados del terror nazi, justo antes de que la guerra comenzara.
Ahora, inesperadamente, alguien del ayer ha regresado. Con la ayuda de las terapias de regresión psicológica a las que se está sometiendo, Paul Radbuka ha desenterrado su verdadera identidad. Pero ¿es realmente quien dice ser? ¿O es un impostor que ha usurpado una historia ajena? Y si es así, ¿por qué Lotty está tan aterrorizada? Desesperada por ayudar a su amiga, Vic indaga en el pasado de Radbuka. Y a medida que la oscuridad se cierne sobre Lotty, V. I. lucha para decidir en quién confiar cuando los recuerdos de una guerra distorsionan la memoria, mientras se acerca poco a poco a un sobrecogedor descubrimiento de la verdad.

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Hice un par de fotocopias de la póliza de seguros del tío de Isaiah Sommers y metí el original en mi caja fuerte, que es donde guardo todos los documentos de mis clientes mientras estoy llevando a cabo una investigación. La verdad es que mi despacho es una cámara acorazada con paredes ignífugas y puerta blindada.

En la póliza figuraba la dirección de la Agencia de Seguros Midway, que era quien se la había vendido a Aaron Sommers hacía tantos años. Si no conseguía nada positivo de la compañía de seguros, tendría que dirigirme al agente con la esperanza de que recordara qué había hecho hacía treinta años. Consulté la guía de teléfonos. La agencia seguía estando en la calle Cincuenta y tres a la altura de Hyde Park.

Tenía que rellenar unos cuestionarios para unos clientes de esos que no dan más que para ir tirando y, mientras estaba sentada esperando para hablar con el Ministerio de Sanidad, decidí entrar en los sitios de Lexis y ProQuest e iniciar una búsqueda de datos sobre Rhea Wiell y Paul Radbuka.

Mi contacto en el Ministerio de Sanidad se puso por fin al teléfono y, por una vez, me contestó a todas las preguntas sin demasiadas evasivas. Cuando acabé con el informe, me puse a mirar los resultados obtenidos en Lexis. Con el nombre de Radbuka no había nada. Busqué en mis disquetes de números telefónicos y direcciones de Estados Unidos, que están más al día que los buscadores de la Red, y tampoco encontré nada. Al buscar Ulrich, el nombre de su padre, encontré cuarenta y siete entradas en la zona de Chicago. Tal vez Paul no se había cambiado de nombre legalmente después de saber que se llamaba Radbuka.

Por otro lado, la búsqueda sobre Rhea Wiell me proporcionó un montón de resultados. Aparentemente había intervenido como experta en gran número de juicios, pero localizar los sumarios para obtener las transcripciones sería un asunto la mar de tedioso. Me salí del programa y metí todos los papeles en el maletín para poder llegar a tiempo a la cita con el director del Departamento de Reclamaciones de Ajax.

Capítulo 6

Haciendo una reclamación

Conocí a Ralph Devereux al poco tiempo de iniciar mi carrera como investigadora. No hace tantos años pero, por aquella época, yo era la primera mujer con una licencia de detective privado en Chicago y, tal vez, en todo el país. Resultaba bastante duro lograr que los clientes o los testigos me tomaran en serio. Cuando Ralph recibió un balazo en el hombro por no haberme creído cuando le dije que su jefe era un sinvergüenza, nuestra amistad se rompió tan abruptamente como su omóplato.

Desde entonces no nos habíamos visto, así que he de admitir que me sentía algo inquieta mientras iba hacia los cuarteles generales de Ajax de la calle Adams. Al salir del ascensor en la planta sesenta y tres hasta me pasé por el aseo de señoras para comprobar que estaba bien peinada y que no se me había corrido la barra de labios.

El ordenanza de la planta de los directivos me acompañó a lo largo de kilómetros de suelo de madera hasta el ala donde estaba el despacho de Ralph. Su secretaria se comunicó con el sancta sanctorum por el interfono y pronunció mi nombre perfectamente. Ralph apareció sonriendo y con los brazos abiertos.

Tomé sus manos entre las mías, sonriéndole yo también e intentando amortiguar una punzada de tristeza. Cuando nos conocimos, Ralph era un joven ardiente de caderas estrechas con una mata de pelo negro que le caía hasta los ojos y una sonrisa cautivadora. Su pelo seguía siendo abundante, aunque con bastantes canas, pero sus mejillas se habían vuelto fofas y, a pesar de no estar gordo, sus caderas estrechas eran ya cosa del pasado, igual que nuestro breve romance.

Intercambiamos los saludos de rigor y le felicité por su ascenso a director del Departamento de Reclamaciones.

– Parece que has recobrado el movimiento en el brazo -añadí.

– Casi del todo. Me sigue molestando cuando el tiempo está húmedo. Estuve bastante deprimido mientras esperaba a que se curara mi herida. Me sentía tan imbécil por no haber impedido que aquello ocurriera, que me puse morado de hamburguesas con queso. Y los grandes vaivenes que hemos sufrido por aquí en estos últimos tiempos tampoco han ayudado mucho. Tú, sin embargo, tienes un aspecto magnífico. ¿Sigues corriendo siete kilómetros todas las mañanas? Debería contratarte como entrenadora.

Me reí.

– Seguro que tú ya estás en la primera reunión del día antes de que yo me haya levantado de la cama. Tendrías que tener un trabajo con menos presión. Esos vaivenes a los que te referías ¿han sido a causa de la compra de Ajax por parte de Edelweiss?

– En realidad eso llegó al final. El mercado nos estaba castigando muchísimo justo al mismo tiempo que nos asolaba el huracán Andrew. Mientras intentábamos salir de aquello, despidiendo a un veinte por ciento de la plantilla en todo el mundo, Edelweiss se hizo con una buena parte de nuestras acciones, que estaban por los suelos. Nos hicieron una OPA hostil, seguro que te enteraste por las páginas financieras, pero la verdad es que no están siendo unos amos hostiles. En realidad, parecen más ansiosos por aprender cómo hacemos las cosas aquí que por interferir. El director general procedente de Zurich, que está encargado de Ajax, ha querido acompañarme en esta reunión contigo.

Con la mano en mi cintura, me condujo a su despacho, donde un hombre con unas gafas con montura de carey, un traje de lana de color claro y una corbata llamativa se puso de pie al entrar yo. Tenía unos cuarenta años y un rostro redondo y alegre que iba más con la corbata que con el traje.

– Vic Warshawski, Bertrand Rossy de Edelweiss Re de Zurich. Os vais a entender muy bien. Vic habla italiano.

– ¿De verdad? -dijo Rossy estrechándome la mano-. Llamándose Warshawski hubiese pensado que hablaría polaco.

– Mi madre era de Pitigliano, vicino Orvieto -le dije-. En polaco sólo sé decir unas cuantas frases sueltas.

Rossy y yo nos sentamos en unos sillones de tubo cromado que estaban junto a una mesa con la parte superior de cristal. Ralph, que siempre ha tenido un gusto bastante incongruente hacia lo moderno, se apoyó contra el borde del tablero de aluminio que utilizaba como mesa de despacho.

Le hice a Rossy las preguntas habituales, que dónde había aprendido el perfecto inglés que hablaba (había ido a un colegio en Inglaterra) y que si le gustaba Chicago (mucho). A su mujer, que era italiana, el verano le había parecido demasiado agobiante y se había ido con los dos niños a la finca que la familia tenía en las montañas en los alrededores de Bolonia.

– Acaba de regresar esta misma semana con Paolo y Marguerita para el comienzo del curso escolar y ya se nota que voy mejor vestido de lo que he estado todo el verano, ¿no es cierto, Devereux? Esta mañana casi no logro convencerla de que me dejara salir por la puerta con esta corbata -dijo soltando una carcajada que dejó al descubierto unos hoyitos a ambos lados de la boca-. Ahora estoy haciendo una campaña para convencerla de que pruebe a ir a la ópera de Chicago. Su familia lleva ocupando el mismo palco de La Scala desde que se inauguró en 1778 y ella no puede creer que una ciudad tan rabiosamente joven como ésta sea en efecto capaz de poner una ópera en escena.

Le dije que yo iba una vez al año en honor a mi madre, que solía llevarme todos los otoños, pero que, por supuesto, no podía compararse con una compañía de ópera europea.

– Y tampoco tengo un palco familiar. Yo voy al último piso, a lo que llamamos el gallinero.

Volvió a reírse.

– ¡El gallinero! Hablando con usted ampliaré mi vocabulario. Deberíamos ir todos juntos una noche, si nos hace el honor de descender del gallinero. Pero veo que Devereux está mirando el reloj…, bueno, de un modo muy discreto, no se ofenda, Devereux. Una mujer hermosa te hace olvidar lo valioso que es el tiempo en los negocios, pero la señora Warshawski habrá venido con algún propósito diferente al de hablar de ópera.

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