Sara Paretsky - Golpe de Sangre

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Victoria Warshawski debe averiguar quién es el padre de su amiga Caroline. Pero nadie quiere oír hablar de ello y su investigación choca con un extraño miedo al pasado en una truculenta historia de crimen y seducción familiar.
Golpe de sangre es una novela en la más pura tradición del género policíaco, pero también, como siempre en su autora, una profunda mirada sobre la corrupción, el escándalo político y los dramas de familia.
Victoria Warshawski, universitaria y radical, divorciada y treinteañera, hija de un policía de origen polaco y de una emigrante italiana que quiso ser cantante de ópera, es ya uno de los personajes más fascinantes de la novela negra.

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La habían encontrado en el Cuarto Distrito Policial. Allí no conocía a nadie; mi padre trabajaba las zonas del Loop y las secciones noroeste, no su propia vecindad. Además, de eso hacía más de diez años.

Me estaba mordisqueando la punta del dedo, intentando decidir a quién llamar, cuando sonó el timbre de la puerta. Me imaginé que sería el Sr. Contreras, queriendo convencerme para que sacara a la perra en medio del chaparrón, y fruncí las cejas mirando hacia la ventana neblinosa sin moverme. La tercera vez que el timbre vociferó abandoné mi escondite a regañadientes. Taza en mano, apreté el automático de la puerta exterior y bajé descalza los tres tramos de escalera.

Había dos figuras voluminosas en el portal. La lluvia relucía en sus caras rasuradas y goteaba de sus impermeables azules formando charcos sucios en el suelo de baldosa.

Cuando abrí la puerta el mayor de los dos dijo con cargado sarcasmo:

– Buenos días, sol. Espero que no hayamos interrumpido tu descanso de belleza.

– En absoluto, Bobby -dije sinceramente-. Llevo levantada por lo menos una hora. Pero hubiera querido que fuera el timbre equivocado. Hola, sargento -añadí dirigiéndome al más joven-. ¿Os apetece un café?

Cuando pasaron ante mí para subir la escalera me cayó agua fría de sus impermeables a los pies descalzos. Si sólo hubiera estado Bobby Mallory habría pensado que era intencionada. Pero el sargento McGonnigal había sido siempre escrupulosamente educado conmigo, sin participar nunca en la hostilidad que me mostraba su teniente.

La verdad era que Bobby había sido el mejor amigo de mi padre, tanto dentro como fuera del cuerpo. Sus sentimientos hacía mí eran una mezcla de mala conciencia por haber prosperado mientras mi padre se quedaba en la patrulla de zona y por seguir vivo mientras que Tony había muerto, y de frustración porque yo hubiera crecido y fuera investigadora profesional en lugar de la niña que él podía sentar en sus rodillas.

Echó un vistazo al pequeño recibidor de mi casa buscando dónde dejar su impermeable mojado, tirándolo finalmente al suelo al otro lado de la puerta. Su mujer era un ama de casa meticulosa y estaba bien entrenado. El sargento McGonnigal siguió su ejemplo, pasándose los dedos por el espeso cabello rizado para sacudir el agua todo lo posible.

Les hice pasar al salón gravemente y traje tazas de café, recordando poner más azúcar en la de Bobby.

– Me alegro de veros -les dije cortésmente cuando estuvieron sentados en el sofá-. Especialmente en un día tan repugnante. ¿Cómo estáis?

Bobby me miró con severidad, apartando la vista rápidamente cuando comprobó que no llevaba sostén debajo de la camiseta.

– Yo no quería venir. El capitán creyó conveniente que alguien hablara contigo y, como te conozco, pensó que debía ser yo. Aunque no estuve de acuerdo, el capitán es el capitán. Si respondes seriamente a mis preguntas y no intentas hacerte la listilla, todo irá más deprisa y mejor para los dos.

– Y yo que creía que era una visita amistosa -dije tristemente-. No, no, lo siento, mal comienzo. Voy a ser tan seria como… como un juez de delitos de tráfico. Pregúntame lo que quieras.

– Nancy Cleghorn -dijo Bobby sin rodeos.

– Eso no es una pregunta, y no tengo respuesta. Acabo de leer en el periódico de esta mañana que la mataron ayer. Estoy segura de que tú sabes mucho más del asunto que yo.

– Desde luego -asintió secamente-. Sabemos mucho: que murió hacia las seis de la tarde, Por la cantidad de hemorragia interna el forense dice que probablemente fuera golpeada alrededor de las cuatro. Sabemos que tenía treinta y seis años y que estuvo embarazada por lo menos una vez, que comía cantidades excesivas de alimentos grasos y se había roto la pierna derecha de mayor. Sé que un hombre, o una mujer con zapatos tamaño trece y una zancada de cuarenta pulgadas, la arrastró en una manta verde hasta la parte sur de la Laguna del Palo Muerto. La manta se adquirió en alguna sucursal nacional de Sears en algún momento entre 1978, cuando empezaron a fabricarlas, y 1984, cuando interrumpieron esa marca. Otra persona, presumiblemente un hombre, acompañó a la primera en el paseo, pero no ayudó a arrastrar ni a arrojar el cuerpo.

– El laboratorio hizo horas extras anoche. No sabía que hicieran esas cosas por el cadáver del ciudadano medio.

Bobby se negó a seguirme la burla.

– Hay también alguna cosilla que no sé, pero es la parte que cuenta. No tengo idea de quién la querría muerta. Pero tengo entendido que os criasteis juntas y que erais bastante buenas amigas.

– ¿Y quieres que encuentre yo al asesino? Pues yo suponía que vosotros contabais con la maquinaria para hacer una cosa así mejor que yo.

Su mirada habría hecho desmayarse a un recluta de academia.

– Quiero que me lo digas.

– No lo sé.

– No es eso lo que me han dicho -dirigió una mirada furibunda a un punto por encima de mi cabeza.

Yo no podía imaginar de qué me estaba hablando, y entonces recordé los mensajes que había dejado para Nancy en PRECS y en casa de su madre. Pero aquellos me parecían palitos demasiado débiles para levantar una casa.

– Deja que adivine -le dije con animación-. No ha empezado el horario comercial y tú has arredilado ya a todo el personal de PRECS y has hablado con ellos.

McGonnigal se removió inquieto y miró a Mallory. El teniente cabeceó brevemente. McGonnigal dijo:

– Hablé con la Srta. Caroline Djiak a última hora de la noche. Me dijo que habías asesorado a Cleghorn con respecto a la forma de investigar un problema que tenían con un permiso de zonificación para una planta de reciclaje. Dijo que sabrías con quién había hablado la fallecida sobre ese asunto.

Me quedé mirándole estupefacta. Finalmente dije ahogadamente:

– ¿Son ésas sus palabras exactas?

McGonnigal sacó un cuadernillo del bolsillo de la camisa. Pasó las páginas consultando sus notas con ojos estrábicos.

– No lo apunté palabra por palabra, pero se parece mucho -dijo al fin.

– Yo no diría que Caroline Djiak es una embustera patológica -respondí en tono coloquial-. Pero sí una mosquita muerta que utiliza al prójimo. Y aunque estoy lo bastante furiosa con ella para ir a romperle la crisma personalmente, no me hace excesiva gracia que vengáis a verme de esta manera. Vamos, que la cosa se repite siempre que pensáis que estoy implicada en algún delito, ¿a que sí, teniente? Me montáis un ataque frontal que da por sentado mi conocimiento culpable del caso.

– Podríais haber empezado por comunicarme las palabras fantasiosas de Caroline y preguntarme si eran ciertas. Entonces os habría contado todo lo ocurrido -que fueron unos cinco minutos de conversación en el comedor de Caroline- y podríais haberos ido con un cabo suelto bien atadito.

Me levanté del suelo y me dirigí a la cocina. Bobby entró tras de mí cuando metía la cabeza en la nevera para comprobar si había algo comestible que poder emplear como desayuno. El yogur se había convertido en moho y leche agria. No había fruta, y el único pan que quedaba estaba lo bastante duro para fabricar proyectiles.

Bobby arrugó la nariz inconscientemente al ver los platos sucios, pero se contuvo heroicamente de hacer comentarios. Por el contrario dijo:

– Siempre que te veo cerca de un crimen se me remueven las tripas. Ya lo sabes.

Eso era lo más parecido a una disculpa que iba a ofrecerme.

– No estoy cerca de éste -dije con impaciencia-. No sé por qué quiere Caroline meterme en eso. Me arrastró hasta Chicago Sur la semana pasada para una reunión de baloncesto. Entonces me engatusa para que la ayude con un problema personal. Después me llama para decirme que no me meta más en su vida. Ahora quiere que vuelva. O quizá lo que quiere es castigarme.

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