– La investigación del señor Small aún no está completa. Estamos en el proceso de reunir los hechos. – Los pocos hechos que habían hallado.
– Sí, claro – Matchett volvió a colocar la tapa redonda de madera sobre el barril, ahora vacío -. ¿Alguna otra cosa que quisiera ver acá abajo, inspector?
– No, creo que no. Pero me gustaría hablar con la camarera, si es posible. – Los tres subieron de prisa.
Twig arreglaba la mesa mientras Daphne Murch ponía la platería cuando Matchett guió a Jury al comedor.
– Twig, Daphne, el inspector en jefe Jury, que ha venido de Londres, querría hacerles algunas preguntas. Me retiro, inspector, estaré en el bar si me necesita.
La chica se puso pálida, y comenzó a tironear del delantal blanco. Nerviosa, como era de esperar, pensó Jury.
– ¿El señor Twig?
– Twig, nada más – dijo el hombre que estaba parado en posición de firmes.
– Y la señorita Murch. ¿Puedo llamarla Daphne? – Jury le dedicó una de sus sonrisas más cálidas; con toda intención, porque la pobre chica parecía a punto de desmayarse. Ella asintió casi imperceptiblemente.
– Estoy seguro de que ya le han dicho al inspector lo que saben, pero, ¿les molestaría volver a contarme algunos detalles? Sentémonos.
Twig y Daphne miraron la mesa como si ubicarse allí estuviera fuera de sus atribuciones. Jury retiró una silla para Daphne.
– Twig, usted fue al sótano entre las ocho y las nueve esa noche. ¿Todo estaba como siempre?
Twig se rascó la cabeza.
– La puerta estaba cerrada, señor. Pero no podría jurar que el candado no estaba roto. Me devané los sesos tratando de recordar.
– Muy bien, Daphne…
Daphne aspiró hondo, como si le hubiera llegado el turno de recitar ante una maestra regañona.
– Usted se portó muy bien, Daphne – dijo Jury -. No cualquiera hubiera mantenido la cabeza fría. – Claro que eso no era lo que había dicho Lady Ardry, pero él no le cría. Twig emitió un resoplido desdeñoso.
Las mejillas de Daphne recuperaron el color, y ella se volvió hacia el empleado con más espíritu.
– No tiene por qué reírse, señor Twig. No fue usted quien bajó esa escalera sin sospechar nada y se encontró con el pobre hombre. – Se tapó la boca con la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– Debió de ser un experiencia espantosa.
– Horrible, señor. La mitad adentro y la mitad afuera del barril, estaba. Yo no podía creerlo. Pensé que alguien me había hecho una broma, como la noche de Guy Fawkes o algo parecido. Después me di cuenta de que era el señor Small, por el traje.
– ¿Y qué hizo?
– Subí la escalera corriendo. Justo cuando había pasado la puerta, Lady Ardry salía del baño… perdón, señor – y se ruborizó -. Me latía tanto el corazón que casi no podía hablar. Me preguntó qué pasaba y yo le señalé el sótano, y entonces ella bajó. En seguida oí un alarido, y la vi subir como si la persiguiera una manada de elefantes, gritando a todo lo que daban sus pulmones. Después todos se enloquecieron. Yo me fui corriendo a la cocina y me tapé la cabeza con las manos.
Jury le apoyó la mano en el brazo.
– Gracias, Daphne. No tengo más preguntas. – Cuando se levantaron, Jury reflexionó que Daphne Murch era probablemente la única que le había dicho la verdad hasta ese momento.
Matchett apareció en la puerta del comedor.
– Inspector, si usted y el sargento desean cenar aquí, pronto estará todo listo.
Wiggins había ido a sentarse junto al fuego con el perro, alegando que estaba a punto de resfriarse por la humedad del sótano.
– Con mucho gusto – dijo Jury -. Quisiera hablar con su cocinera.
La información de la cocinera resultó ser de escasa importancia, como era de esperar. La señora Noyes no había visto al señor Small. Estaba tan asustada con el crimen que el señor Matchett apenas consiguió que se quedara esa noche. Jury le agradeció y volvió al bar, donde Matchett acomodaba botellas.
– Por lo que puede recordar, ¿cuáles fueron los movimientos de Small esa tarde?
Matchett sirvió whisky para los dos y pensó.
– Cenó a eso de las siete, antes de que llegaran los otros. Después desapareció, quizá volvió a su cuarto, y volvió a aparecer a eso de las ocho u ocho y media. Tomó una copa en el bar. No recuerdo haberlo visto después de eso.
– ¿Con el señor Trueblood?
– Sí. Creo que Willie Bicester-Strachan también estaba con ellos.
– Así que todos lo vieron, o pudieron haberlo visto.
– Sí, eso supongo. Yo estuve muy ocupado, de modo que no reparé en dónde estaban todos.
– Además no estaban muy sobrios, ¿no? Lo cual hace aún más difícil recordar.
– Admito que tomé un poco. Las vacaciones; usted sabe cómo son esas cosas.
– Pero no puede decir con seguridad si alguien bajó al sótano entre las nueve menos cuarto, cuando su empleado Twig fue a buscar más vino, y el momento en que bajó la señorita Murch, a eso de las once.
– No. – Matchett negó con la cabeza. – Hay una cosa que no entiendo, inspector.
– ¿Qué?
– Sus preguntas. Parece convencido de que alguien de aquí, que estaba en la posada, fue… el que cometió el crimen. Nadie conocía a Small.
– Lo que usted quiere decir es que nadie dijo conocer a Small.
Dick Scroggs limpiaba la barra cuando Jury entró en la posada Jack and Hammer, se presentó y mostró su credencial. Esto despertó los cuchicheos de la media docena de clientes que estaban en la barra, que parecieron separarse como las olas del mar, tres a cada lado de Jury. Se encasquetaron las boinas o simplemente bajaron la nariz hacia sus vasos. Parecían creer que Jury iba a arrestarlos a todos allí mismo.
– Sí, señor – dijo Scroggs con rápidos movimientos de su repasador -. Sabía de su llegada al pueblo. Supongo que me hará preguntas.
– Así es, señor Scroggs. ¿Podríamos subir al cuarto que ocupó el señor Ainsley? – Jury sintió los ojos de los clientes en su espalda cuando Scroggs lo guió por las escaleras destartaladas, explicando que rara vez alguien se alojaba en uno de sus tres cuartos, pues ese sitio era una taberna más que una posada, a diferencia de la de Matchett. Ainsley había llegado al pueblo varios días antes pidiendo un cuarto. No dijo de dónde venía ni hacia dónde iba.
El cuarto era una caja cuadrada y mal iluminada con los muebles habituales: cama, cómoda y un sillón bastante decrépito. El armario no guardaba ningún secreto. La ventana era la tercera en la hilera de cinco que daban al frente de la posada.
Scroggs se hallaba junto a una puerta en la pared que hacía ángulo recto con la ventana.
– Esta puerta da al cuarto de al lado. Todos los cuartos se comunican. Como no había otros huéspedes, Ainsley me dijo que no me preocupara por cerrar las otras puertas.
– En otras palabras, se puede ir desde este cuarto al depósito sin necesidad de salir al pasillo.
– Sí, exacto.
– Algo muy conveniente para el asesinato.
Entraron en el cuarto de al lado, idéntico al primero con la única diferencia de los muebles que estaban dispuestos de otra manera, y luego fueron al depósito, lleno de lámparas viejas, valijas, diarios, revistas y demás.
La ventana era baja, oculta a medias por el techo de paja y, cuando Jury la empujó, abrió sin dificultad. Justo abajo, a no más de treinta centímetros, estaba la viga de madera sobre la que se apoyaba la figura tallada. El asesino se había limitado a levantar al herrero de madera del poste y colocar a su víctima sobre la viga.
– Usted le dijo al inspector Pratt que Ainsley llegó a eso de las siete, ¿correcto?
– Sí, señor.
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