Ellery Queen - El Misterio De Los Hermanos Siameses

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El Misterio De Los Hermanos Siameses: краткое содержание, описание и аннотация

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Ellery Queen y su padre deben poner todo su ingenio a trabajar para resolver un caso en el que todo parece duplicado: los muertos, los hermanos, las claves, las soluciones y quizá incluso los culpables. Pero no hay nada que se resista a la sagacidad e imaginación de los Queen.

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– Sobre eso no hay dudas -masculló el inspector.

– En realidad es algo que está confirmado. Pero supongamos otra alternativa: que haya habido dos asesinos, que el asesino de Mark haya sido otro distinto al de John. ¿Por qué el segundo asesino iba a elegir la peor hora, el peor momento para liquidar a Mark? Y digo el peor momento porque el herido estaba custodiado por un policía profesional y, además, bien armado. No, está claro que nadie más que alguien que tuviera que matar a Mark aquella precisa noche y no en otro momento, hubiera corrido tan graves riesgos para hacerlo, es decir, el asesino de su hermano que necesitaba que muriera antes de recuperar el conocimiento y poder revelar lo que sabía. Por lo tanto, creo que está fuera de toda duda, y ni siquiera creo que se puedan aportar uno o dos argumentos en contra, que nos encontramos ante un solo y único criminal.

– Nadie lo ha puesto en duda, pero ¿cómo puedes confirmar que fue el asesino y no el doctor Xavier quien dejó el valet de diamantes para inculpar a los chicos?

– A eso iba. En realidad no hace falta confirmarlo. Tenemos la confesión del propio asesino, que nos declara haber tratado de inculpar a los gemelos después de matar al doctor Xavier.

– ¿La confesión? -todos saltaron al oír esto, con el inspector en cabeza.

– Una confesión más de hechos que de palabras, claro. Estoy seguro que casi todos ustedes se sorprenderán al enterarse de que después de la muerte de Mark Xavier alguien estuvo jugueteando con la caja fuerte en la que habíamos guardado la baraja que recogimos sobre la mesa del doctor Xavier. Habían tratado de forzarla.

– ¿Cómo dice? -exclamó atónito el doctor Holmes-. No sabía nada.

– No pusimos anuncios, doctor. Pero después de la muerte trágica de Xavier hubo alguien que enredó con el cierre de la caja del salón en la que no había guardado nada más que el mazo de cartas que habíamos tomado del estudio. ¿Y qué había en esa baraja que pudiera ser significativo, lo bastante como para que alguien corriese el riesgo de ser sorprendido tratando de forzarla? Nada más que el hecho de que en ella faltaba el valet de diamantes. Y, ¿quiénes sabían que faltaba ese valet de diamantes? Tan sólo dos personas: Mark Xavier y el asesino de John Xavier. Y Mark Xavier estaba ya muerto. El intento de robo tuvo, pues, que ser realizado por el asesino.

»¿Qué propósito podía tener el asesino para tratar de forzar la caja fuerte del salón? ¿Robar la baraja? ¿Destruirla? No.

– ¿Cómo demonios puedes decir eso? -bramó el inspector.

– Porque todos los de la casa sabíamos que no había más que una llave de esa caja, que la caja no contenía nada más que la baraja y, lo más importante de todo, que la llave única estaba en tu poder, padre -Ellery hizo una mueca sarcástica-. ¿Por qué sé que el asesino no quería ni robar ni destruir las cartas? Veamos: si el asesino hubiera querido echar el guante a la baraja, ¿no hubiera cogido las llaves de tu bolsillo cuando te tuvo inconsciente y a su merced después de darte cloroformo? La única respuesta plausible es que no quería esa llave para nada, que no quería abrir la caja fuerte ni destruir las cartas ni robadas ni nada parecido.

– De acuerdo, pero, entonces, ¿para qué diantre estuvo jugando con la cerradura y dejando marcas evidentes?

– Buena pregunta, sí, señor. Y la única respuesta que ahora puedo encontrar, la única posible, si me apuras, es que lo único que quería era atraer la atención, hacer que nos fijásemos en la baraja. Incluso hay algo que confirma esta tesis: tratar de abrir una caja fuerte con un atizador es tan infantil que no podemos pensar más que se trataba de un esfuerzo intencionado y no involuntario.

– ¡No puede ser! -dijo Smith alterado.

– Pues lo es. Sin duda. Todo el manejo no era sino un astuto medio de volver a centrar nuestra atención en el valet de diamantes. ¿Por qué? ¿Quién podía estar interesado en ello? ¿Los mellizos a quienes acusaba ese medio valet? No lo hubieran hecho excepto si hubiera sido para destruir la baraja. Pero he demostrado ya que el propósito del asaltante furtivo fue precisamente el contrario: atraer la atención sobre esas cartas, lo último que se les hubiera ocurrido hacer a los chicos si hubieran sido culpables. Por lo tanto, no fueron ellos quienes anduvieron enredando con esa caja fuerte, puesto que, además, ya he indicado que quien lo hizo tuvo que ser el asesino. Y los mellizos no eran el asesino ni los dos ni uno solo, sino que habían sido falsamente acusados por él… que es lo que se trataba de demostrar desde el principio.

La señora Carreau suspiró. Los muchachos contemplaban a Ellery con clara expresión de agradecimiento.

Ellery se levantó y comenzó a pasear, imperturbable pero sin descanso.

– ¿Y quién era el asesino? ¿Quién era el sembrador de falsas pistas? -preguntó retóricamente en tono estridente, poco natural-. ¿Quién es ? ¿Hay, había, alguna pista verdadera que nos lleve hacia su verdadera identidad, a su desenmascaramiento? Pues bien, sí, la había.

Y me di cuenta de ello en el mismo momento en que… -y añadió con ligereza-… bueno, ya es demasiado tarde para hacer otra cosa que darme unas palmaditas en la espalda.

– ¡Así que lo sabe! -gritó la señorita Forrest.

– Por supuesto, querida amiga.

– ¿Quién fue? -rugió Bones-. ¿Quién fue el maldito…? -miró amenazadoramente a su alrededor, enarbolando los puños. Sus ojos se posaron más rato en Smith.

– El asesino, aparte de la falta de imaginación que es crear pistas falsas y fantásticas que no hubiera entendido nadie en una situación normal, cometió -continuó apresuradamente Ellery- una grave equivocación.

– ¿Qué equivocación? -el inspector parpadeó atónito.

– ¡Ah! ¡Y qué equivocación! Casi impuesta por la Madre Naturaleza, algo realmente inevitable, o casi, un error a consecuencia de una anormalidad. La persona que mató a Mark Xavier y administró cloroformo al inspector no pudo resistir la tentación de -hizo una pausa- ¡robarle su anillo!

Se volvieron todos hacia el inspector, mirándole embobados. El doctor Holmes dijo con voz sorda:

– ¡Cómo…! ¿Otro más?

– Un anillo de lo más inofensivo -dijo Ellery pensativo-, un vulgar anillo de bodas, de oro liso, de un valor de muy pocos dólares. Ya ve, doctor, otro robo de anillo sin valor, cuya historia comenzó cuando usted y la señorita Forrest nos comunicaron la desaparición de los suyos la misma noche de nuestra llegada a esta casa. ¿Extraño, verdad? Y más extraño que un acto tan idiota haya hecho caer a un doble asesino en su propia trampa.

– Pero ¿cómo? -el inspector tosió, cubriéndose la boca con un pañuelo grisáceo. Los demás se frotaban la nariz, moviéndose nerviosos. El aire se enrarecía.

– ¿Por qué robó el anillo? -gritó Ellery, solemne-. ¿Por qué robó los de la señorita Forrest y el doctor Holmes? ¿No se les ocurre alguna razón?

Nadie respondió.

– Vamos, vamos -les animó Ellery-, alegremos nuestra última hora jugando a las adivinanzas. Estoy convencido de que pueden ustedes dar con los motivos.

Su voz cortante volvió a hacerles participar.

– Bueno -dijo el doctor Holmes en un susurro-, pudiera ser alguna razón independiente de su valor, Queen. Usted mismo lo ha sugerido.

– Acierta usted -y Ellery añadió una nota mental de agradecimiento por haberle ayudado a seguir con su historia-. Pero, de todas maneras, muchas gracias, aunque eso es muy poco. ¿Alguien más? ¿Usted, señorita Forrest?

– Pues… -se humedeció sus secos labios con la lengua. Tenía los ojos extraordinariamente brillantes-. Tampoco sería por…, bueno, por razones sentimentales, señor Queen. Los anillos no tenían valor, solamente valor personal, de eso estoy segura. Sólo interesaban a sus propietarios. No podían tener valor sentimental ninguno para el ladrón.

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