Joseph Teller - El Décimo Caso

Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Teller - El Décimo Caso» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Décimo Caso: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Décimo Caso»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Siempre ha confiado en sus clientes… hasta su última defendida. El abogado defensor Harrison J. Walker, más conocido como Jaywalker, acaba de ser suspendido por usar tácticas “creativas” y por recibir en las escaleras del juzgado “un acto de gratitud” de una clienta acusada de ejercer la prostitución. Jaywalker consigue convencer al juez de que sus clientes lo necesitan y recibe autorización del tribunal para terminar diez casos.
Sin embargo, es el último el que realmente pone a prueba su capacidad y su excelente registro de absoluciones. Samara Moss ha apuñalado a su marido en el corazón. Al menos, eso es lo que cree todo el mundo. Samara, una ex prostituta que se casó con el anciano multimillonario cuando tenía dieciocho años, es el arquetipo de la cazadora de fortunas. Sin embargo, Jaywalker sabe que las apariencias engañan. ¿Qué otra persona podría haber matado al multimillonario? ¿Le han tendido una trampa a Samara para incriminarla? ¿O acaso Jaywalker se está dejando influir por su necesidad de ganar los casos de sus clientes y de conseguir la gratitud eterna de esta clienta en particular?

El Décimo Caso — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Décimo Caso», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Hasta ahora has perdido tres meses de vida.

– ¿Yo? -preguntó él con un jadeo-. Entonces tú has perdido años.

– No es lo mismo, tonto. ¿Es que no entiendes nada?

Y aquello, de labios de una mujer veinte años más joven que él, que estaba sentada a horcajadas y completamente desnuda sobre su cuerpo. Ya estaba ocupada intentando arrebatarle otro mes de vida más.

En algún momento, cuando habían tenido que parar para tomar un respiro, Samara vio a Jaywalker pellizcándose el puente de la nariz.

– ¿Te duele la cabeza? -le preguntó.

Él asintió.

– Estoy segura de que Barry se dejó aspirinas por ahí. O ibuprofeno. Era una farmacia andante.

– No puedo tomar nada de eso -respondió Jaywalker, que había desarrollado alergia a aquellos medicamentos-. Se me hincha la cabeza y parezco un manatí.

– Entonces, ¿qué podemos hacer por ti?

– Has hecho más de lo que puedes imaginar.

– En serio.

– ¿En serio? Supongo que me vendría bien comer algo -dijo-. Hace un día y medio que no como.

– Y seguro que no te refieres a comer helado.

Al pensar en algo frío, tuvo que volver a pellizcarse el puente de la nariz.

– Probablemente no.

– ¿Pizza?

– ¿Tienes pizza?

– No -respondió Samara-, pero tengo teléfono. Estamos en Nueva York, ¿o no te acuerdas?

Él insistió en que pidieran dos pizzas grandes en vez de una. Cuando llegaron, media hora después, se quedaron la de queso para ellos, y enviaron la de carne, pepperoni y extra de queso al coche que había aparcado frente a la casa.

– ¿Y qué es un manatí? -preguntó Samara.

Estaban sentados en la alfombra, frente al fuego, comiendo pizza. Entre los dos tan sólo llevaban puesto un brazalete electrónico.

– Un manatí es una vaca marina. Y, confía en mí, no te gustaría verme así.

– Confío en ti -dijo ella-. Y siento no haber confiado lo suficiente en ti antes como para contarte lo de que apuñalé a ese tipo, y que me llamaba Samantha Musgrove. Supongo que pensé que, si no se lo contaba a nadie, sería como una pesadilla que no había ocurrido en realidad.

– ¿Por qué elegiste el nombre de Samara? Quiero decir, entiendo lo de Moss. Es corto y bonito, y fácil de recordar. Pero, ¿Samara?

– ¿Sabes lo que es una samara?

– No.

– La samara es la semilla del arce. Tiene un par de alitas diminutas. Cuando se desprenden del árbol, el viento las hace volar y las aleja para que puedan empezar una vida nueva por sí mismas.

– Bonito -dijo Jaywalker-. ¿Y sólo tenías catorce años cuando te diste cuenta de que eso eras tú?

– Era una niña de catorce años muy vieja.

– Es verdad. Samara -repitió él, sólo para oír el sonido-. Bonito nombre, Samara Moss.

– La parte de Moss, que significa musgo, era porque esperaba tener un aterrizaje suave. De todos modos me gustaba más que Musgrove.

Jaywalker asintió solemnemente, o tan solemnemente como podía asentir un hombre que estaba comiendo pizza desnudo. No estaba seguro, pero tenía la sensación de que el dolor de cabeza ya estaba remitiendo. Quizá fuera buena idea acordarse de comer algo todos los días, pensó.

– Es curioso -continuó Samara-. En todos estos años, es la segunda vez que cuento esto.

– ¿El qué?

– Lo de Samara Musgrove.

– Me siento muy honrado -dijo Jaywalker-. ¿Cuándo fue la primera?

– Hace ocho años. Cuando creía en el amor verdadero, en compartir tus pensamientos más íntimos, en toda la porquería de «hasta que la muerte os separe».

Jaywalker acababa de dar otro mordisco, y al quedarse boquiabierto, el pedazo de pizza se le cayó, algo poco aconsejable cuando se estaba sentado y desnudo. Lo cierto era que sus oídos habían captado lo que acababa de decir Samara, pero su cerebro todavía estaba intentando encontrarle sentido.

– ¿Se lo contaste a…?

Ella asintió.

– ¿Barry?

– Íbamos a casarnos -explicó Samara, encogiéndose de hombros-. Yo creía que lo quería. Pensé que tenía derecho a saberlo.

– ¿Se lo contaste todo?

Otro asentimiento.

– ¿La violación, el acuchillamiento, incluso que tu nombre era…?

– Todo.

– ¿Samantha Musgrove?

– Sí.

– Musgrove, Musgrove -repitió Jaywalker-. ¿Dónde he oído yo ese apellido?

– En el juicio. Era mi apellido cuando vivía en Indiana. De eso hemos estado hablando todo este tiempo.

– Lo sé, lo sé. Pero, ¿en qué otro sitio lo he visto?

– En la etiqueta del Seconal. Es el apellido del médico que extendió la receta. El que no existía. Samuel Musgrove. Por eso, en cuanto descubrí el Seconal, supe que tenía que ser parte de una trampa, pero no podía decírtelo, porque habría tenido que contarte todo el pasado…

– Vaya.

– ¿Vaya, qué?

– ¿Quién más, aparte de Barry, conocía el apellido Musgrove?

Ella se quedó pensativa un momento.

– Nadie.

– ¿Estás segura?

– Claro. Hasta el viernes, cuando me dijiste que el señor Burke lo había averiguado todo, Barry era la única persona a la que yo se lo había contado.

Jaywalker se puso en pie rápidamente y comenzó a pasearse de un lado a otro, completamente ajeno a su desnudez. El dolor de cabeza había regresado con intensidad, y le retumbaba entre los ojos y en las sienes. Samara lo estaba mirando como si él y su mente se hubieran disociado. Sin embargo, cuando ella abrió la boca para decir algo, él alzó la mano para indicarle que se callara.

Barry sabía lo del viejo acuchillamiento, y lo del nombre de Samantha Moss. Nadie más lo sabía. ¿Habría pedido Barry el Seconal, usando el nombre de Samuel Musgrove, para que pareciera que lo había asesinado Samara? Por otra parte, si Barry se había dejado aspirinas o ibuprofeno en casa de Samara, como ella había dicho, eso significaba que pasaba tiempo allí. Si quería, podía haber llevado el Seconal en una de sus visitas. Y también podía haberle robado uno de sus cuchillos a Samara.

– Dime, ¿tenía Barry llave de esta casa?

– Sí, una vez la tuvo, así que supongo que sí. ¿Por qué?

– ¿Qué hora es?

Samara se levantó, fue a otra habitación y dijo:

– Las dos y cuarto.

– Un teléfono -dijo Jaywalker-. Necesito un teléfono.

Cuando ella volvió, llevaba puesto su albornoz. Parecía que quería tener algo encima si a él le daba un ataque y tenía que llevarlo a urgencias. Sin embargo, llevaba un teléfono inalámbrico en la mano.

Jaywalker lo tomó y marcó un número.

– Información de suscriptores que no figuran en la guía telefónica -dijo una voz femenina.

– Soy el detective Anthony Bonfiglio -dijo Jaywalker-. De la vigésimo primera División de Homicidios, número de placa dos dos cero cinco. Necesito el número de Thomas Francis Burke.

Mientras hablaba, le hizo una señal a Samara para que le diera papel y lápiz. Ella lo hizo.

– En el ordenador aparecen cinco Thomas Burke sin segundo nombre ni inicial, y tres T. Burke.

– Démelos todos.

La telefonista leyó todos los resultados.

– Necesitaré la confirmación escrita hoy, antes de las cinco de la tarde -le dijo después, y le dio un número de fax.

– Muy bien -respondió Jaywalker, sin molestarse en apuntarlo.

Habló brevemente con dos Tom Burke y con tres mujeres sin nombre. Ninguno de ellos se mostró entusiasmado por el hecho de que lo hubieran despertado a las tres de la mañana. Sin embargo, al sexto intento, Jaywalker oyó una voz familiar, aunque somnolienta.

– Tom, despierta. Soy Jaywalker.

– Dios, ¿qué hora es?

– No lo sé -mintió Jaywalker-. Un poco después de medianoche.

– ¿Cómo has conseguido mi número?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Décimo Caso»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Décimo Caso» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Décimo Caso»

Обсуждение, отзывы о книге «El Décimo Caso» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x