– ¿Horizontal?
– Sí, bueno… las putas, con perdón. La Tripolina no tiene un cuarto de más para el hombre… -Lo había dicho con respeto, como si tuviera una H mayúscula, y ante la mirada fruncida de De Luca prosiguió, sorprendida, casi apurada por aquella explicación tan evidente-: el hombre, el gorila, ¿cómo lo llaman ustedes? El que ayuda en la casa, acompaña a las chicas por ahí, echa a los borrachos…, hace como de guardián, vamos. Ermes vivía del boxeo…
Señaló el aparador, las fotografías introducidas entre el cristal esmerilado y la madera de la puerta. De Luca se acercó y sacó una que había caído de lado y se aguantaba sólo por una esquina. Era una foto bonita, más grande de lo normal, enmarcada por un reborde blanco. Ermes Ricciotti estaba con el torso desnudo y tendía delante del rostro los puños cerrados con los guantes de boxeo. Detrás, un palo de ring, y, al fondo, la pancarta oscura de un gimnasio, Polideportivo Popular Espartaco . De Luca se volvió a mirar al hombre ahorcado. Había advertido enseguida la nariz rota, con la punta aplastada, y también las orejas deformadas, bajas a los lados de la mandíbula cuadrada, empujada hacia un lado por el nudo de la cuerda. Tendría poco más de veinte años.
Devolvió la fotografía a su sitio, entre las demás, que eran más antiguas, con las esquinas dobladas: un puñado de hombres armados en un Fiat Millecento que entraba en Bolonia delante de un tanque americano, y un muchacho en el capó que, bien mirado, entornando los párpados para enfocar la mirada, podría ser Ricciotti. El recorte de un periódico con el primerísimo plano de una muchacha de cabello suelto que se confundía con el negro del fondo, los labios entreabiertos en una sonrisa provocativa y el mentón oculto tras la curva desnuda del hombro, «Concurso La bella italiana 1947», ponía de través, en falsa letra manuscrita. Ricciotti de muy lejos, movido y amarilleado por una mancha en el papel, mientras entraba en Via delle Oche, en una Vespa Lambretta. Había también un pedazo de foto, una esquina con reborde blanco de una foto que ya no estaba, un pie en una sandalia de cuña de corcho y apenas el extremo de una falda de rayas sobre un tobillo claro. De Luca lo rascó con la uña del meñique, pero el fragmento, bien metido en la madera, no se movió.
– Puede poner Armida -estaba diciendo la maîtresse a Pugliese, que había sacado el bloc-, es decir Evelina Conti, pero desde 1920 me llaman así… Pues no, no me esperaba una cosa así. Nunca lo había visto tan contento como estos días, al pobre Ermes… Hasta volvió borracho una noche, hace poco… ¿cuándo fue la tormenta? ¿El domingo? Entonces fue anteayer, el lunes.
– ¿Está segura? Yo no recuerdo ninguna tormenta…
– Estoy segura, sí… Por ley, tenemos que tener las ventanas de delante cerradas, pero el patio está detrás y desde ahí se ven los rayos… Fue el lunes.
– ¿Quién lo ha encontrado? -preguntó De Luca. Otro segundo de silencio, el tiempo de que la maîtresse volviera a mirar de reojo a Pugliese.
– La Katy -pero dijo Catí , con acento final-, una de las chicas que trabaja abajo. La mandé porque ya eran las ocho y el Ermes todavía no había salido. Es que el Tonini, que es nuestro hombre, siempre se levanta tarde, pero como la Catí es devota de la Virgen, el Ermes la acompañaba a decir la novena a San Petronio, con la Vespa. Aunque políticamente… -Armida bajó la voz-, políticamente Ermes era comunista. Bueno, no sé cuáles son las ideas de ustedes, pero ya les digo…, simpatizaba.
– Mire a su alrededor -atajó De Luca, señalando el cuarto con un movimiento circular de la muñeca-. ¿Está todo en orden? ¿Nota algo cambiado?
– Responda al comisario -dijo Pugliese, advirtiendo que De Luca, normalmente tranquilo, había entornado los ojos, cerrando el puño-. El superior es él, yo sólo soy inspector. Pero ¿por qué hace estas preguntas, comisario? ¿Qué busca?
– Señales de lucha.
– ¿Señales de lucha? Pues a mí me parece que…
Pugliese levantó una mano con la palma para arriba y la bajó en vertical al costado de Ermes. De Luca le lanzó un vistazo rápido, luego se acercó a Ermes y volvió a agacharse debajo de él, con otro crujido, tra-trac, de las rodillas. Levantó el taburete debajo de las puntas de los pies del hombre y midió un palmo de vacío entre la superficie y las suelas.
– Que un ahorcado se estire al estar colgado es normal -murmuró-, pero que se encoja no lo he oído nunca.
A Pugliese se le escapó una sonrisa incrédula, que le frunció los finos labios. Corrió a la puerta y, ya en el umbral, se volvió un segundo hacia De Luca:
– ¡Dios, comisario… -dijo-, cómo me alegro de que haya vuelto!
Luego salió del cuarto, para gritar desde el hueco de las escaleras que llamasen al magistrado y al jefe de Homicidios, pues el muchacho no se había matado solo y alguien tenía que haberlo puesto ahí arriba.
«Intolerancias comunistas provocan una doble intervención de la Celere [7] ». «El padre Angelini se dirige a los fieles: quien esté contra Dios no puede creer en las conquistas». «Detenido en Imola un hombre en posesión de armas».
«Se moviliza la Celere para arrancar carteles». «Certeza en todo el mundo de la victoria del bloque de izquierdas, el Fronte Popolare». «En Ostiglia (provincia de Mántova), la Celere abre fuego contra la población».
«Hoy en el cine Fulgor una película audaz y aventurada: Los vengadores de Arizona, con Ray Corrigan y John King».
– Scelba quiere cerrar las fábricas del 19 al 21, pero los sindicatos no, así que no podrá. Yo creo que es mejor así…, mejor los obreros encerrados que por ahí sueltos cuando se sepa el resultado de las elecciones. Sea el que sea.
El jefe la policía, Giordano, era un hombrecillo bajo, casi calvo, aparte de un peluquín aplastado por la brillantina que se alisaba sin parar, como un tic. Levantaba el brazo en ángulo recto, detenía por un instante la mano en forma de copa a la altura de la sien y se la pasaba rápido por la cabeza, con un gesto envolvente que le tapaba momentáneamente el rostro. De Luca, de pie detrás de la última fila de sillas de la sala de reuniones, con los brazos cruzados y la espalda apoyada en la pared, había dejado de fijarse al cabo de unas cuantas veces; al principio, levantó la vista esbozando una sonrisa de asombro, pero la reprimió en el acto, al reparar en la natural indiferencia de los demás funcionarios.
– El gobernador no quiere que los cañones de la Celere estén en Porta Lame. Dice que a la gente le recuerdan cuando estaban los alemanes, y que parece una provocación… ¿qué le pasa, D’Ambrogio?
De Luca ladeó la cabeza para mirar al otro extremo de la mesa, donde estaba sentado el jefe. Un hombre, altísimo a juzgar por el busto alargado que sobresalía de la superficie, sacudía la cabeza con los labios fruncidos y sacados hacia fuera, como un niño. También su voz, aguda y casi en falsete, parecía la de un niño:
– Pues que no creo que sea buena idea. Podría parecer una señal de debilidad por nuestra parte, y desde luego no es el momento más oportuno. Esta mañana, en el mitin de Secchia de Piazza Maggiore, los socialcomunistas han mandado a cinco agentes al hospital…
– ¡Provocaciones! -Rápidamente, el jefe se pasó una mano por la cabeza, reteniéndola en la nuca un segundo más de lo acostumbrado-. ¡Mano firme, listos para reaccionar, no hay que dar espacio a las provocaciones! Que manden más agentes la próxima vez… ¿Qué sucede, Scala?
En el extremo opuesto de la mesa, un hombre con chaqueta cruzada gris y camisa blanca desabotonada en el cuello había levantado la mano, como en el colegio. Sonreía, divertido:
Читать дальше