Colleen Mccullough - On, Off

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El cuerpo de una mujer es hallado en uno de los centro de investigación neurológica más reputados del mundo. Es la primera víctima de una serie de asesinatos que tendrán lugar en el estado Connnecticut. El teniente Delmonicco se hace cargo del caso, y tendrá que actuar con rapidez para evitar futuros asesinatos. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie, tal vez un miembro del centro. Son varios los investigadores que despiertan sus sospechas, por lo que Delmonicco solicitará la ayuda de la directora del centro para resolver el enigma.

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– No está siéndome de mucha ayuda, Desdemona.

Un leve repiqueteo en la ventana hizo que Desdemona se pusiera en pie.

– ¡Aguanieve, qué puñeta! Ideal para conducir. Lléveme a casa, Carmine.

«Y con eso -pensó él, suspirando para sus adentros- me despido de intentar volver a cogerle la mano. No es que me ponga, más bien es que bajo toda esa eficiente independencia hay una mujer dulce hasta decir basta tratando de salir a la superficie.»

12

Jueves, 16 de diciembre de 1965

Puesto que no había nevado antes del día de Acción de Gracias y la primera quincena de diciembre no había sido más fría de lo habitual, casi toda la gente de Connecticut pensó que podrían pasar unas Navidades verdes. Entonces, la noche previa al día en que Carmine debía viajar a Nueva York para ver a los Parson, cayó una nevada de tomo y lomo. Como detestaba los trenes y no tenía intención de hacer el viaje apretujado en un vagón que apestaría a lana mojada, tabaco y mal aliento, Carmine salió temprano en el Ford, para encontrarse la I-95 reducida de tres a dos carriles, pero transitable. Cuando llegó a Manhattan, las quitanieves sólo habían pasado por las avenidas, básicamente porque era imposible sacar de las calles los coches necesarios para que pudieran pasar ellas. Recorrió la avenida Park a paso de tortuga hasta que pudo girar por Madison, sin tener idea de dónde iba a poder aparcar, pero Roger Parson Junior se había ocupado del asunto. En cuanto se detuvo frente a un edificio que no era ni el más alto ni el más bajo de la manzana, un portero uniformado se apresuró a pedirle las llaves y endosárselas a un subalterno. Él se encargó de conducir a Carmine a través de un vestíbulo de mármol de Lovanto decorado en púrpura principesco, pasando de largo ante la fila de ascensores hasta llegar a uno que estaba separado de los otros, en un extremo. El ascensor de ejecutivos: con llave en los mandos y una decoración a tono con su rango.

Roger Parson Junior le recibió al abrirse sus puertas en el piso cuarenta y tres, con Richard Spaight a su lado, aunque ligera y sutilmente retrasado.

– Teniente, celebro que haya desafiado al tiempo para venir. ¿Ha llegado en tren?

– No, en coche. Es más difícil manejarse por Manhattan que venir desde Connecticut -dijo Carmine, tendiéndole su abrigo, su bufanda y su gorra de cazador.

Parson observó la gorra, fascinado.

– Ah… ¿una referencia deliberada a Sherlock Holmes?

– Si quiere bromear, señor, supongo que sí. Lo compré en Londres hace algunos años, cuando los gorros rusos no eran tan populares, con Joe McCarthy dando guerra. Calienta las orejas.

Una secretaria de mediana edad se fue a pasos enérgicos llevándose sus prendas, mientras Parson invitaba a Carmine a pasar a una sala de reuniones más bien pequeña, equipada con seis butacas en torno a una mesa baja, y seis sillas alrededor de otra más alta. El suelo era de parqué cubierto de alfombras persas de seda; los muebles de arce tallado, con profusión de nudos; las librerías lucían frontales de cristal emplomado en forma de rombos. Lujoso pero sobrio, a excepción de los cuadros que colgaban de las paredes.

– Es parte de la colección de arte del tío William -dijo Spaight, mientras indicaba a Carmine que debía sentarse en una de las butacas-. Rubens, Velázquez, Poussin, Vermeer, Canaletto, Tiziano. Para ser precisos, la colección pertenece a la Universidad Chubb, pero somos libres de posponer la transmisión del legado, y francamente, nos agrada contemplarlos.

– No se lo reprocho -dijo Carmine, preguntándose al sentar sus posaderas en el cuero granate de su butaca si alguna vez lo habrían mancillado tejidos tan baratos como el de sus pantalones.

– Tengo entendido -dijo Roger Parson Junior cruzando una de sus delgadas y elegantemente vestidas piernas sobre la otra- que el Hug congrega ahora manifestaciones raciales.

– Sí, señor, siempre que el tiempo no lo impide.

– ¿Cómo es que no están haciendo ustedes nada al respecto?

– La última vez que eché un vistazo a la Constitución, señor Parson, permitía las manifestaciones pacíficas de todo tipo, incluidas las raciales -dijo Carmine en tono neutro-. Si se producen disturbios, podemos actuar, en otro caso no. Tampoco nos parece prudente recurrir a medios coactivos que pudieran provocar disturbios. Resulta embarazoso para el Hug, pero no se está importunando a su personal al entrar o salir.

– Debe usted admitir, teniente, que al menos desde nuestro punto de vista la policía de Holloman no ha estado precisamente brillante en ningún momento durante los últimos dos meses y medio -dijo Spaight, con los labios contraídos-. Ese asesino parece estar dándoles sopas con honda a todos ustedes. Quizás haya llegado el momento de llamar al FBI.

– Consultamos al FBI regularmente, señor, se lo aseguro, pero el FBI está tan huérfano de pistas como nosotros. Hemos preguntado en todos los estados del país por detalles de crímenes de la misma naturaleza, sin resultados positivos. Durante las últimas dos semanas, por ejemplo, hemos revisado las credenciales y los destinos de varios cientos de profesores sustitutos, sin resultados positivos. No hemos pasado por alto nada que pudiera brindarnos una solución.

– ¡Pues no entiendo -dijo Parson, malhumorado- por qué sigue en libertad! ¡Tienen ustedes que tener alguna idea de quién es el responsable!

– La metodología policial depende de una red de conexiones -repuso Carmine, que había pensado en lo que iba a decir durante el largo trayecto-. En circunstancias normales, contamos con una bolsa de posibles sospechosos, ya se trate de asesinato, atraco a mano armada o tráfico de drogas. Los criminales y los polis nos conocemos todos. Nosotros, el término policial de la ecuación, conducimos las investigaciones por derroteros bien trillados, porque es lo que mejor funciona. Los de mi rango llevamos en esto tiempo suficiente para haber desarrollado un instinto bastante certero en lo que se refiere a determinar quién está en el término criminal de la ecuación. Los asesinatos siguen un patrón, llevan una firma. Los robos siguen un patrón, llevan una firma. Firmas que nos conducen hasta los autores.

– Este asesino sigue un patrón y deja una firma -dijo Spaight.

– No es eso de lo que estoy hablando, señor Spaight. Este asesino es un fantasma. Secuestra a chicas, pero no deja el menor rastro de su persona tras de sí. Nadie le ha visto ni oído nunca. No parece que ninguna de las chicas le conociera. En cuanto comprendimos que buscaba víctimas de origen caribeño y pudimos en consecuencia dar protección a todas las chicas de ese perfil, él cambió a una chica mestiza de negro de Connecticut y blanca de Pennsylvania. El mismo tipo físico, pero de distinto origen étnico. Secuestrada en un instituto situado en plena ciudad, con mil quinientos estudiantes. Introdujo variaciones en sus métodos que no estoy autorizado a revelarle. Lo que puedo decirles, señores, es que no hemos avanzado un milímetro, estamos donde estábamos hace dos meses y medio. Porque la red de conexiones no existe. No es un criminal profesional, es una entelequia anónima. Un fantasma.

– ¿No podría tener antecedentes por otro delito? ¿Violación? -preguntó Parson.

– También lo hemos investigado, y con peine de púas finas. Mi propia impresión es que responde tanto al tipo de violador como al de asesino, que incluso la violación es más importante para él que el asesinato, y mata sólo para asegurarse de que la víctima no pueda hablar. He revisado personalmente cientos de expedientes buscando cualquier cosa que pudiera apuntar a un violador que ha subido la apuesta. Tras comprobar que ninguno de los convictos o acusados de violación cuadraba con el perfil, pasé a examinar los casos en que la chica o la mujer retiró los cargos, cosa que sucede a menudo. Vi fotos de las chicas, descripciones de su violación, pero mi instinto de poli no me dio la alerta en ningún momento. Si él hubiera estado allí, estoy seguro de que me la habría dado.

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