Toni Hill - Los Buenos Suicidas

Здесь есть возможность читать онлайн «Toni Hill - Los Buenos Suicidas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Buenos Suicidas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Buenos Suicidas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Hace poco terminó Navidad. Sumida en plena crisis económica, Barcelona es ahora una ciudad más fría y lluviosa. La desaparición de Ruth, su ex mujer, obsesiona a Héctor Salgado y quizá el caso que le acaban de asignar puede hacerle olvidar por momentos su caída en desgracia.
El director financiero de una compañía de cosméticos mata a su esposa y luego se suicida. Lo que paree un caso de violencia doméstica llevado al extremo se revela como algo mucho más complejo al hallarse indicios que lo relacionan con otra muerte. En el mundo de la empresa, las mentiras son sólo la fachada de un mal mayor.
Mientras, encerrada en casa por una prematura baja médica, Leire Castro, la pareja de investigación de Héctor, sigue la pista perdida de Ruth y no sospecha que puede destapar peligros que nadie había imaginado.

Los Buenos Suicidas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Buenos Suicidas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Suelta.

Él no hizo caso. Al revés, apretó un poco más.

– ¡Habla, Emma!

– «Habla, Emma.» «Calla, Emma.» Eres igual que mamá. ¿Por qué no « sit Emma»? ¿Os creéis que soy vuestra mascota?

César la agarró entonces por los dos brazos y la empujó contra la pared.

– Habla, joder.

Disimulando, para no darle ese gusto, ella contesta:

– Sara. La fiel Sara. Podemos confiar en ella. Sara es de fiar…

Se quedó frío al reconocer frases que Sílvia y él habían usado en la intimidad del dormitorio.

– Se oye todo, César. Desde el cuarto de Pol se oye todo y a él no le importa cambiármelo por una noche. -Se rió-. Hasta se oyen vuestros patéticos intentos de echar un polvo.

Él volvió a empujarla contra la pared. La cabeza de ella rebotó contra el muro blanco.

– ¡Bruto!

César se dio cuenta de que le había hecho daño. El golpe había resonado en el piso vacío y los ojos de Emma se llenaron de lágrimas, a su pesar.

– Perdona -murmuró él-. Emma, esto es más grave de lo que crees… Por favor, cuéntame todo lo que oíste.

– Me has hecho daño.

– No era mi intención.

– ¿Y cuál era tu intención?

Volvían a estar peligrosamente cerca y el olor de Emma era una adicción a la que costaba resistirse. Un solo beso, uno más. El último, se prometió él.

Sus lenguas se acariciaron, se lamieron; sus labios chocaron al tiempo que las manos de César cayeron sobre sus pechos. Ella separó un poco los labios, sólo un instante, para recobrar el aliento. Para gemir, porque ya sabía que esos jadeos le excitaban.

Él atajó el gemido con otro beso, más voraz, más furioso, y ambos cerraron los ojos. Las lenguas se buscaban, las manos quemaban. Se olvidaron de lo que estaban hablando antes, de donde estaban, de quienes eran. Sólo respiraban, se besaban, se tocaban, se olían.

Sin darse cuenta, en ningún momento, de que no estaban solos.

Sílvia había entrado hacía pocos minutos, preocupada por la llamada amenazante que había recibido después de comer. La misma voz, las mismas exigencias económicas. Y mientras le hablaba, Sílvia no había podido quitarse de la cabeza la imagen de Amanda muerta en una cama blanca. En cuanto cortó la llamada sufrió un mareo, fue al cuarto de baño de la empresa y vomitó el desayuno junto con la comida, y luego se sintió demasiado enferma para seguir trabajando. De hecho, se encontraba tan mal que por un instante, al encontrarse con esa escena, había creído que todo era producto de la fiebre. Una alucinación. Una pesadilla.

No era así. Ningún sueño era tan real. Eran César y Emma, en carne y hueso. A punto de follar, besándose como hacía años que nadie la besaba a ella. Tan entregados a sus actos que ni siquiera la habían visto, ni la habían oído, hasta que Sílvia, incapaz de reaccionar de otra forma, se echó a reír. Y fue esa risa amarga, antinatural, lo que hizo que los dos amantes se detuvieran. Siguieron abrazados pero inmóviles, negándose a abrir los ojos; los mantuvieran cerrados un poco más para no tener que ver. Les bastaba con sentir esa carcajada, esa lluvia de dardos oxidados que los clavaba a la pared como si fueran una foto erótica, un póster de mal gusto que en poco tiempo sería arrancado, rasgado en dos y arrojado a la basura.

Capítulo 35

El trayecto de vuelta a Barcelona estaba resultando mucho más relajado que el de la mañana. En ello influía que habían parado a comer, ya tarde, en un restaurante a pie de carretera, y que el relato de la señora Vinyals abría paso a toda una serie de posibilidades, aunque a pocas certezas. Cuando subieron de nuevo al coche eran ya más de las cinco, y Héctor aceleró un poco. Quería llegar a comisaría a tiempo para ver a Fort y enterarse de primera mano de si había alguna novedad. Curiosamente, la animada conversación que habían mantenido durante la comida se apagó un poco en cuanto él se puso de nuevo al volante. Lola miraba por la ventanilla y él la observó de reojo: se había cortado el pelo, pero aparte de ese detalle había cambiado muy poco en esos siete años. Siempre había sido atractiva, aunque su estilo era tan opuesto al de Ruth que cabía preguntarse cómo el mismo hombre había podido enamorarse de dos mujeres tan distintas.

– Estás igual. -Su pensamiento había encontrado la forma de expresarse en voz alta sin que él se diera cuenta.

– No creas -repuso ella, sin desviar la mirada de la ventanilla-. Sólo lo parece.

– ¿Y cómo te va? Ahora tenemos más de siete minutos para hablar… Dime, ¿cómo te van las cosas?

– Supongo que podrían ir peor. Y mejor también. En resumen, no me quejo. ¿Y a ti?

Él encendió un cigarrillo antes de contestar; esa vez no pidió permiso para hacerlo.

– Digamos que he tenido momentos mejores y peores también -respondió por fin.

– Me enteré de lo de Ruth. Lo siento, de verdad.

– Lo sé.

La mención de ese nombre fue un hechizo de silencio, pero en esa ocasión fue Lola quien lo rompió.

– Vine a Barcelona a entrevistarla. Poco después de que os separarais.

Héctor se sorprendió.

– No sabía que te dedicaras a esa clase de reportajes.

– Bienvenido al perfil de la nueva periodista -dijo ella en tono irónico-. O, mejor dicho, como consta en mi tarjeta: «Proveedora de contenidos». Ten cuidado, cualquier día dejarás de ser inspector para convertirte en «proveedor de orden» o algo parecido.

Había una nota de amargura en su voz que ella no se molestaba en disimular.

– Todo ha cambiado mucho. Y me temo que tendremos que asistir a cosas peores. ¿No lo percibes? -Por primera vez en ese rato se volvió hacia él-. Hemos vivido en una especie de limbo, Héctor, pero ese limbo no será la antecámara del cielo…

– ¿Te has vuelto religiosa? -bromeó él.

– ¡No! Creo que mi ADN no me lo permite, debo de ser inmune a la espiritualidad. Hasta el incienso de las tiendas de velas y budas me marea. No, hablo de un infierno real: pobreza, extremismos, miedo… Tal vez sea que la edad me vuelve pesimista, pero en este país ya nada tiene sentido: ni la izquierda, que lo es sólo de nombre; ni la derecha, que se llama a sí misma moderada; ni los bancos, que obtienen más beneficios que las empresas. -Sonrió-. Ni los empresarios, que se llevan a sus empleados a pasar unos días al campo como si fueran hijos suyos, como si les importaran de verdad. Ha habido demasiado buen rollo, Héctor, demasiadas mentiras que todos nos hemos creído porque eran bonitas. Porque decían lo que nos gustaba oír.

Lola se calló durante unos momentos y luego retomó el tema inicial.

– Como te decía, conocí a Ruth. Era una mujer encantadora. Durante toda la entrevista estuve dudando de si sabía o no lo nuestro, y me fui sin haber llegado a una conclusión.

– Lo sabía -dijo Héctor-. Yo se lo conté. Cuando…

– Cuando me dejaste. Dilo. Han pasado siete años, no me voy a echar a llorar.

Se acercaban a Barcelona. El tráfico se volvía más denso y la sensación de intimidad se evaporaba.

– No podíamos seguir como estábamos. Se estaba volviendo demasiado… intenso. Si te sirve de consuelo, Ruth acabó dejándome a mí.

– No, no me consuela. -La voz de Lola era tan seria, tan triste, que Héctor apartó un momento la mirada de la carretera para volverse hacia ella-. ¿Sabes por qué? No porque sea una santa, precisamente. Cuando preparando la entrevista de Ruth me enteré de que os habíais separado, de que ella tenía otra pareja, supe que tú y yo ya no podríamos estar juntos nunca más sin que me sintiera como una sustituta obligada. Un recambio forzado por los acontecimientos.

Héctor alejó una mano del volante y buscó la de ella. No pudo evitarlo. Lola no apartó la suya.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Buenos Suicidas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Buenos Suicidas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los Buenos Suicidas»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Buenos Suicidas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x