Toni Hill - Los Buenos Suicidas

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Hace poco terminó Navidad. Sumida en plena crisis económica, Barcelona es ahora una ciudad más fría y lluviosa. La desaparición de Ruth, su ex mujer, obsesiona a Héctor Salgado y quizá el caso que le acaban de asignar puede hacerle olvidar por momentos su caída en desgracia.
El director financiero de una compañía de cosméticos mata a su esposa y luego se suicida. Lo que paree un caso de violencia doméstica llevado al extremo se revela como algo mucho más complejo al hallarse indicios que lo relacionan con otra muerte. En el mundo de la empresa, las mentiras son sólo la fachada de un mal mayor.
Mientras, encerrada en casa por una prematura baja médica, Leire Castro, la pareja de investigación de Héctor, sigue la pista perdida de Ruth y no sospecha que puede destapar peligros que nadie había imaginado.

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– De acuerdo.

– Una cosa más. -No quería enseñarle a esa chica la foto de los perros: bastante alterada se veía ya. Sin embargo, debía preguntárselo-. ¿Sara le habló alguna vez de perros? ¿Le daban miedo o algo parecido?

Ella le miró como si se hubiera vuelto loco.

– ¿Perros? -Negó con la cabeza-. No. Para nada. No sé si le gustaban o no, pero ¿qué tiene que ver eso con su suicidio?

Había pronunciado la palabra por primera vez. Era extraño, reflexionó Fort, cuánto costaba decir ciertas cosas. La gente hablaba con total libertad de sexo, por ejemplo, y sin embargo el tema de la muerte, sobre todo cuando ésta era autoinfligida, seguía siendo un tabú difícil de superar.

– No lo sé. Probablemente nada -repuso él, sin darle más datos.

Segundos después el agente Roger Fort se dirigía a la puerta, sin saber muy bien si había sacado algo en claro de aquella charla, aparte de dos fotografías y una sensación de melancolía que parecía oprimirle el pecho.

– Perdone -le dijo Kristin cuando el agente estaba ya en el rellano-. Antes he dicho cosas feas de Sara. No eran mentira. Pero luego me he acordado de cuando estuve enferma y ella llamó al médico y cuidó de mí. Preparaba sopa y me la llevaba a la cama. -Bajó la cabeza, como avergonzada-. Es una tontería. Sólo quería que lo supiera. Sara era extraña, pero no era mala persona.

Roger Fort asintió y le sonrió. La puerta del ascensor se abrió y tras ella salió un individuo que, según dedujo, era el amigo catalán de Kristin. Igual de joven aunque mucho menos rubio. Mientras bajaba, el agente Fort observó las dos fotos. Y pensó que la última frase de la holandesa era un epitafio acertado, aunque habría podido aplicarse a una gran parte de la población mundial. Guardó las fotos antes de salir. La sonrisa de Sara Mahler, aquel semblante aniñado en un cuerpo de mujer, se le había quedado alojado en algún rincón de la memoria, junto con una sensación de desánimo que, de repente, hizo que las calles de Barcelona, llenas a rebosar de vehículos y transeúntes, se le antojaran un espacio desconocido y hostil.

Capítulo 8

Hay noticias buenas que uno se alegra de dar porque sabe que van a ser bien recibidas; otras absolutamente nefastas que uno se ve obligado a transmitir con cara de circunstancias deseando que el trago pase lo antes posible. Y luego existe una tercera clase, más ambigua, que genera una sensación a medio camino entre la satisfacción y la nostalgia; al menos a mí, pensó Héctor cuando se disponía a explicar a la subinspectora Andreu la «oportunidad» que se le presentaba.

Martina estaba intrigada, sin duda. Desde la tarde anterior, la frase de Salgado había estado rondándole la cabeza, como un aguijón molesto aunque tan pequeño que no podía extraerlo. Para colmo, él había pasado toda la mañana de nuevo con Savall y no estuvo libre hasta después de la comida.

– Suéltalo de una vez, Héctor -le espetó en cuanto se sentó ante él-. Me tienes en ascuas y no lo soporto. Ya sabes que las sorpresas me ponen nerviosa.

Lo sabía. A veces Héctor se solidarizaba con el marido de la subinspectora, a quien apenas conocía. Tener al lado a alguien que era la voz de la razón podía ser molesto a veces.

Salgado tomó aire.

– ¿Viste que ayer estuvimos reunidos con Savall?

– Claro que lo vi. No te hagas el interesante -le advirtió ella con una sonrisa.

– Espera. No seas impaciente. -Había pensado en las palabras más adecuadas, pero en ese instante, con ella delante, mirándole con su franqueza habitual, las mandó al carajo-. Bueno, estuvo Calderón. Ya le conoces, de la unidad de crimen organizado de la Nacional.

Martina le conocía de vista. Habían cooperado en el caso del tráfico de mujeres nigerianas, un año atrás, aunque había sido Héctor quien había trabajado más estrechamente con él.

– Te lo resumo en pocas palabras. Ahora anda metido en varios temas, aunque se dedica en especial a uno. Las mafias del Este. Ucranianos, georgianos, rumanos… y rusos. -El énfasis en la última palabra fue evidente-. Hasta el momento, los rusos han utilizado España como lugar de inversión, no de delincuencia.

Martina asintió. Las noticias sobre los supuestos vori v zakone , o «ladrones de ley», hacía tiempo que rondaban por periódicos y despachos oficiales. Eran los equivalentes a los capos de la mafia italiana, que residían cómoda y lujosamente en diferentes lugares de España, sobre todo del sur, y blanqueaban dinero gracias al gran pozo sin fondo que había sido la inversión inmobiliaria, en particular en urbanizaciones costeras.

– Bien -prosiguió Héctor-. Como también sabes, el tema inmobiliario ya no es lo que era y, según Calderón, algunos de los que hasta ahora se dedicaban acá sólo a invertir están cambiando su estrategia. Se llevan el dinero a otro lado, más rentable, y empiezan a pensar en España como lugar de negocio. Ya sabes, drogas, chicas, todo…

»Al parecer se están dispersando. Antes vivían todos juntos, por lo general en sitios de costa, con la intención de pasar desapercibidos y ser tomados por residentes extranjeros que buscan un clima más benévolo que el suyo. Hace unos meses, según Calderón, comenzaron los traslados. El jefe permanece en su sitio, pero sus colaboradores se han distribuido por distintos puntos de la península: Valencia, Madrid, Galicia, Tarragona…

– ¿Creen que están montando una especie de red organizada?

– Exacto. Es mala época, Martina, todos lo sabemos. Y en un momento como éste, el dinero es bien recibido en todas partes sin que nadie haga muchas preguntas.

– ¿Hablas de corrupción?

– Corrupción, necesidad… Pobreza, al fin y al cabo. El mejor acicate del crimen. La pobreza de los nuevos ricos, sobre todo los que ya no quieren volver a ser pobres. -Héctor se encogió de hombros-. No sé muchos detalles. Por lo visto la cosa aún está empezando, y por una vez quizá les llevemos ventaja. Al menos estamos al tanto de sus movimientos, que ya es algo. Y desde Interior hay una voluntad firme de no dejar que sus negocios florezcan. Le pese a quien le pese.

Martina Andreu no dijo nada, pero en su postura se veía con claridad que no entendía qué tenía que ver ella con todo eso.

– Bien. Esa voluntad firme se traduce en fondos para una unidad especial con Calderón a la cabeza. Y con colaboradores de los distintos cuerpos autonómicos. Creo que Savall lo llamó una «unidad integral». -Sonrió.

– ¿Y? -Martina no se atrevió a plantear la pregunta concreta.

– Y quieren que tú entres en ella. Bueno, de hecho quieren que coordines la parte que nos corresponde. Tendrás a un reducido grupo de agentes a tu cargo y reportarás directamente a Calderón.

Martina Andreu apoyó la espalda en la silla, como si alguien acabara de empujarla.

– Pero… -Ella no era diplomática, nunca lo había sido, y formuló la pregunta a bocajarro-. ¿No sería más lógico que te encargaras tú de esto? ¿O algún otro inspector?

Salgado enarcó las cejas al tiempo que sonreía.

– Bueno… Martina, no nos engañemos, tú sabes que yo estoy más o menos en el banquillo en este momento. -Acalló con un movimiento de cabeza la inminente protesta de la subinspectora-. Es así. Ya está. En parte me lo busqué. -Se dio un leve golpe en el pecho-. Mea culpa. No te preocupes por eso.

– Claro que me preocupo. No es justo, y…

– ¡Martina, no! Como dicen los tangos, la vida no es justa. Si alguien cree lo contrario, lo compadezco. Le partí la cara a Omar, eso es un hecho que, en una ficha, se traduce como propensión a la violencia, sin espacio para más explicaciones. Y luego -su voz se volvió más seria- está el tema de Ruth.

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