Ruth Rendell - Un Beso Para Mi Asesino

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El libro arranca con la muerte de un policía en el atraco a un banco en el que inocentemente se ve envuelto y además, con un triple crimen perpetrado en una mansión. Casos aparentemente inconexos en cuya resolución se ve implicado el inspector jefe Wexford y que se verán seguidos de desconcertantes hechos que, como piezas de un complejo puzzle, tendrán que ser encajados adecuadamente para llegar al culpable.

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– ¿Le importaría preguntarle si podría hablar conmigo un momento ahora?

Mientras esperaba, ocurrió algo extraño. Recordó con claridad quién compartía su apellido con una armería de Nevada, quién se llamaba Coram de apellido.

26

Tardó todo el día porque no pudo empezar hasta media tarde. Todo el día y media noche, porque cuando era medianoche en Kingsmarkham, todavía eran las cuatro de la tarde en el lejano Oeste de los Estados Unidos.

El día siguiente, después de cuatro horas de sueño y suficientes llamadas telefónicas transatlánticas como para provocarle una apoplejía a Freeborn, conducía por la B 2428 hacia la puerta principal de Tancred. La noche había sido muy fría y había dejado una capa plateada en el muro y los postes de la verja y una escarcha blanquecina que brillaba tenuemente y delineaba las jóvenes hojas y los tallos que aún no tenían hojas. Pero la escarcha ya había desaparecido, derretida bajo el fuerte sol primaveral, el sol alto y deslumbrante de un cielo azul brillante. Muy parecido a Nevada.

Cada día los árboles eran más verdes. Un resplandor de verde se convirtió en una neblina, la neblina en un velo, el velo en una profunda capa brillante. Todo el cansancio del invierno estaba siendo cubierto por el verde, la suciedad y el daño producidos quedaban ocultos a medida que la vegetación iba creciendo. Un triste cuadro oscuro, una litografía gris, iba viendo llenar sus espacios gradualmente con un pincel cargado de suave verde cromo. El bosque que quedaba a su derecha y el que quedaba a su izquierda ya no eran masas oscuras sino una variedad de verdes que el viento agitaba, levantando ramas y columpiándolas permitiendo la entrada de la luz.

Había un coche aparcado junto a la verja. No un coche, una furgoneta. Wexford pudo imaginarse la figura de un hombre, que parecía estar atando algo al palo de la verja. Se acercaron despacio. Donaldson detuvo el coche y bajó para abrir la verja, parándose para examinar el ramo de azules, verdes y violetas, del que se componía el último ofrecimiento.

El hombre había regresado a su furgoneta. Wexford bajó del coche y se acercó a él, pasando necesariamente por detrás para hablar con el ocupante del asiento del conductor. Este lugar le permitió ver un ramo de flores pintado en el costado de la furgoneta.

El conductor era joven, no tendría más de treinta años. Bajó la ventanilla.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

– Soy el inspector jefe Wexford. ¿Puedo preguntarle si todas las flores que se han dejado en la verja las ha traído usted?

– Que yo sepa, sí. Es posible que otras personas hayan traído tributos florales, pero yo no lo sé.

– ¿Es usted admirador de los libros de Davina Flory?

– Mi esposa lo es. Yo no tengo tiempo para leer.

Wexford se preguntó cuántas veces había oído antes esas dos afirmaciones. En particular en el campo, un cierto tipo de hombre consideraba masculino efectuar estas renuncias. Consideraban que eran cosas de mujeres. Leer, en especial novelas, era para las mujeres.

– ¿Así que todos estos tributos proceden de su esposa?

– ¿Eh? ¿Está de broma? Son mi campaña de publicidad. Mi esposa escribió los fragmentos para incluir en las tarjetas. Parecía un buen lugar. Con tanto ir y venir. Estimula su apetito y cuando estén realmente intrigados, diles dónde pueden encargar flores similares. ¿Correcto? Ahora, si me disculpa, tengo una cita en el crematorio.

Wexford leyó la etiqueta que llevaba este ramo en forma de abanico de linos, asters, violetas y nomeolvides, un diseño como la cola de un pavo real. Esta vez no llevaba ninguna cita poética, ningún verso de Shakespeare, sino: Anther Florets, Primera planta, Kingsbrook Centre, Kingsmarkham, y un número de teléfono.

Burden, cuando Wexford se lo contó, dijo:

– Una publicidad un poco cara, ¿no? ¿Y crees que servirá de algo?

– Ya lo ha hecho, Mike. Vi a Donaldson anotando a escondidas la dirección. Y sin duda tú recuerdas a todas las personas que han deseado poder conseguir flores como ésas. Hinde, por ejemplo. Tú mismo lo dijiste. Las querías para tu aniversario de boda o algo así. Se acabaron mis especulaciones sentimentales.

– Había llegado a imaginar que se trataba de algún anciano, amante de Davina en el lejano pasado. Podría incluso ser el padre de Naomi. -Dijo a Karen, quien caminaba a su lado con una carpeta en la mano-. Todo esto lo podemos empaquetar hoy; listos para trasladarnos. El señor Graham Pagett puede recuperar su tecnología con el mayor de los agradecimientos del Departamento de Investigación Criminal de Kingsmarkham. Oh, y una educada y amable carta agradeciéndole su contribución a la lucha contra el crimen.

– Has encontrado la respuesta -dijo Burden. Fue una afirmación, no una pregunta.

– Sí. Por fin.

Burden le miró con fijeza.

– ¿Vas a contármelo?

– Hace una mañana espléndida. Me gustaría ir a alguna parte, al sol. Barry puede llevarnos en el coche. Iremos por el bosque, a algún sitio… y lo haremos lejos del árbol del ahorcado. Me pone la piel de gallina.

Sonó su teléfono.

La escasa cantidad de lluvia que había caído había servido poco para ablandar la tierra. Una rodada formada por las ruedas del Land Rover de Gabbitas mostraba señales de neumáticos que probablemente se habían hecho el último otoño y que se adentraban en el bosque. Vine condujo el coche por este camino, procurando no destruir los bordes. Esto se hallaba en la parte nororiental del bosque de Tancred, y el sendero se ramificaba hacía el norte por el camino secundario, no lejos de donde Wexford había visto a Gabbitas y a Daisy de pie, juntos, a la luz del crepúsculo, la mano de ella sobre el brazo de él.

Y mientras el coche seguía el sinuoso sendero a través de un claro en la multitud de carpes, la gran extensión de una verde vereda se abrió ante ellos. Este camino lleno de hierba, cortado entre el terreno boscoso central y oriental, se abría a una larga vista, un cañón verde o túnel sin techo, al final del cual había una U de resplandeciente azul iluminado por el sol. En este extremo y en todo el camino entre los muros formados por troncos de árboles, el sol lucía ininterrumpidamente sobre la suave hierba, las sombras reducidas a la nada por ser mediodía.

Wexford recordó las figuras de un paisaje, el aire romántico que había impregnado la escena aquel atardecer y dijo:

– Aparcaremos aquí. Hay una buena vista.

Vine puso el freno de mano y el motor se paró. El silencio era interrumpido por el agudo y nada musical canto de pájaros en los tilos gigantescos, antiguos supervivientes de un huracán. Wexford bajó la ventanilla.

– Sabemos ahora que los asesinos que vinieron aquí el 11 de marzo no lo hicieron en coche. Habría sido imposible hacerlo y escapar sin ser vistos. No vinieron en coche, ni en furgoneta ni en moto. Sólo supusimos que lo hicieron, pero la evidencia de que así había sido era fuerte. Creo que puedo decir que cualquiera hubiera supuesto eso. Sin embargo, estábamos equivocados. Vinieron a pie. O uno de ellos lo hizo.

Burden levantó la mirada y le miró incisivamente.

– No, Mike, había dos implicados. Y no se utilizó ningún transporte motorizado ni de ninguna otra clase. La hora también, eso lo hemos sabido desde el principio. Dispararon a Harvey Copeland unos minutos después de las ocho, digamos que dos o tres minutos, y a las dos mujeres y a Daisy a las ocho y siete minutos. La huida fue a y diez o un minuto o así antes, hora en que Joanne Garland todavía estaba camino de Tancred.

»Llegó a la casa a las ocho y once minutos. Cuando huían, ella estaría por el camino principal. Mientras llamaba a la puerta, intentaba ver algo por la ventana del comedor, mientras ella estaba haciendo todas estas cosas, tres personas ya habían muerto. Y Daisy se arrastraba por el suelo del comedor y del vestíbulo para llegar al teléfono.

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