Ruth Rendell - Un Beso Para Mi Asesino
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Se encontraban en un lugar que en otro tiempo podría haber sido sala de mañana, cuarto de costura, estudio o «salón pequeño». En un rincón ardía una estufa de petróleo, que producía mucho olor pero no mucho calor.
Wexford dijo:
– Mira estas cosas que hay en mi vaso. Parecen canicas. ¿Cómo las llamarías? Cubitos de hielo no, porque son redondas. ¿Y esferas de hielo?
– Nadie entendería lo que querías decir. Dirías «cubitos de hielo redondos».
– Pero eso es una contradicción, tendrías que…
Burden le interrumpió con firmeza.
– El jefe ha telefoneado mientras estabas con esa mujer, Joanne. Le he hablado. Dice que es una farsa hablar de una «habitación del asesinato» cuatro semanas después del suceso y quiere que abandonemos Tancred a finales de semana.
– Lo sé. Tengo una cita con él. De todas maneras, ¿quién lo llama «habitación del asesinato»?
– Karen y Gerry cuando contestan al teléfono. Peor que eso. He oído a Gerry decir: «Habitación de la matanza, dígame».
– No importa mucho. No es necesario que estemos allí. Creo que lo tengo a mi alcance, Mike, no puedo decir más. Necesito que una o dos cosas se coloquen en su lugar, necesito una chispa de ilustración…
Burden le miraba con aire suspicaz.
– Yo necesito mucho más que eso, te lo aseguro. ¿Te das cuenta de que ni siquiera hemos pasado la primera valla, que es cómo se marcharon de Tancred sin que nadie les viera?
– Sí. Daisy efectuó su llamada de emergencia a las ocho y veintidós minutos. Esto, dice ella, fue entre cinco y diez minutos después de que se marcharan. Pero no lo sabe y en verdad es una estimación muy somera. Si fueron diez minutos, el tiempo máximo que yo calcularía, debieron de irse a las ocho y doce, lo cual es cuatro minutos antes de que Joanne Garland se marchara. Yo creo a esa mujer, Mike. Creo que sabe las horas como todos esos adictos a la puntualidad. Si ella dice que se fue a las ocho y dieciséis minutos, seguro que se fue a esa hora.
»Pero si se marcharon a las ocho y doce, ella tenía que verles. Es la hora en que dice que estaba en la parte delantera de la casa, intentando ver por la ventana del comedor. Así que se marcharon más tarde y Daisy tardó más bien cinco minutos que diez en llegar al teléfono. Digamos que se marcharon a las ocho y diecisiete o dieciocho. En ese caso, debieron de seguir a Joanne Garland y se podría suponer que conducirían más deprisa que ella…
– A menos que tomaran el camino secundario.
– En ese caso, les habría visto Gabbitas. Si Gabbitas está implicado en esto, Mike, le interesaría decir que les había visto. No lo dice. Si es inocente y dice que no les vio, no estuvieron allí. Pero volvamos a Joanne Garland.
»Cuando llegó a la verja principal, tuvo que bajar del coche y abrirla. Después, tendría que cruzarla con el coche, bajar y volver a cerrarla. ¿Es concebible que, con el coche de los asesinos detrás de ella, pudiera hacerlo y el otro coche no la atrapara?
– Podríamos probarlo -dijo Burden.
– Lo he probado. Lo he probado esta tarde. Sólo que dejamos tres minutos, no dos, entre la partida del coche A y la del coche B. Yo conducía el coche A entre cincuenta y sesenta por hora y Barry iba en el coche B, conduciendo lo más deprisa que podía, de sesenta a ochenta, y a ratos a más. Me ha atrapado cuando bajaba la segunda vez, para cerrar la verja.
– ¿Su coche podría haberse marchado antes de que llegara Joanne Garland?
– Es difícil. Ella llegó a las ocho y once minutos. Daisy dice que no oyeron a los asesinos en la casa hasta las ocho y uno o dos minutos. Si se marcharon a y diez, eso les deja nueve minutos como mucho para subir al piso de arriba, registrar el lugar y volver a bajar, matar a tres personas, herir a una cuarta y huir. Podría hacerse… justo. Pero si huyeron por el camino principal a través del bosque, tenían que encontrarse con Joanne que entraba. Y si tomaron el camino secundario digamos por ejemplo a las ocho y siete minutos, se habrían cruzado con Bib Mew en su bicicleta, ya que salió de Tancred a las ocho menos diez.
Burden dijo con aire pensativo:
– Lo haces parecer imposible.
– Es imposible. A menos que exista una conspiración entre Bib, Gabbitas, Joanne Garland y los asesinos, lo cual es evidente que no es así. Es imposible. Es imposible que se marcharan en cualquier momento entre las ocho y cinco y las ocho y veinte, y sin embargo sabemos que tuvieron que hacerlo. Todo este tiempo hemos estado suponiendo algo, Mike, basándonos en una evidencia muy débil. Y ésta es que llegaron y se fueron en coche. En alguna clase de vehículo de motor. Hemos supuesto que existía un vehículo. Pero ¿y si no fuera así?
Burden se quedó mirándole fijamente. En aquel momento la puerta se abrió y entró una multitud de gente, todos con platos de comida, en busca de algún lugar donde sentarse. En lugar de responder su propia pregunta, Wexford dijo:
– Es la hora de cenar. ¿Vamos a buscar algo para comer?
– De todas maneras no deberíamos quedarnos aquí. No es justo para Sylvia.
– ¿Quieres decir que los invitados a una fiesta tienen la obligación de circular y ganarse la bebida y las patatas fritas con sabor a taco?
– Algo así. -Burden sonrió. Consultó su reloj-. Vaya, ya son las diez. Sólo tenemos canguro hasta las once.
– Tiempo justo para un bocadillo -dijo Wexford, quien estaba seguro de que no habría de sus preferidos.
Mientras consumía mayonesa al salmón, habló con dos colegas de Sylvia y después con un par de viejas amigas de la escuela. Había algo de cierto en lo que Burden decía de hacer un poco de invitado. Vio a Dora enzarzada en una amistosa discusión con el padre de Neil. No perdía de vista a Burden y se encaminó en su dirección cuando las amigas del colegio fueron a buscar más ensalada de pollo.
Burden abordó su discusión en el punto preciso en que la habían dejado.
– Tenía que haber alguna clase de vehículo.
– Bueno, ya sabes lo que decía Holmes. Cuando todo lo demás es imposible, lo que queda, por improbable que sea, tiene que ser.
– ¿Cómo llegaron allí sin transporte? Está a kilómetros de cualquier parte.
– Por el bosque. A pie. Es la única manera, Mike. Piensa en ello. Los caminos estaban llenos de tráfico. Joanne Garland yendo arriba y abajo por el camino principal. Primero Bib y después Gabbitas por el secundario. Pero eso no les preocupa porque ellos van a pie, perfectamente a salvo. ¿Por qué no? ¿Qué tenían que transportar? Un arma y algunas piezas de joyería.
– Daisy oyó que se ponía en marcha un coche.
– Claro que sí. Oyó el coche de Joanne Garland. Más tarde de lo que ella dice, pero no se puede esperar que sea muy precisa en cuanto al tiempo. Oyó que el coche se ponía en marcha después de que los dos asesinos se hubieran marchado y ella se arrastraba hacia el teléfono.
– Creo que tienes razón. ¿Y los dos pudieron huir sin que nadie les viera?
– Yo no he dicho eso. Alguien les vio. Andy Griffin. Él estaba allí esa noche, durmiendo en su escondrijo, y les vio. Lo bastante de cerca, imagino, para reconocerles. El resultado de su intento de hacerles chantaje, a los dos o a uno de ellos, fue que le colgaron.
Cuando Burden y Jenny se marcharon, Wexford empezó a pensar en marcharse él también. Se habían ido tarde, su canguro se vería obligada a quedarse otro cuarto de hora. Eran casi las once.
Dora había ido con un grupo de otras mujeres, guiadas por Sylvia, a recorrer la casa. Tenían que mantenerse muy calladas, para no despertar a los niños. Wexford no quiso preguntarle a Sylvia si había tenido noticias de su hermana, porque esta pregunta podría provocar una escena de celos y resentimiento. Si Sylvia se sentía bien con su nueva casa y su estilo de vida actual, respondería su pregunta como una persona racional. Pero si no era así -y él no podía conocer el estado de ánimo de ella aquella noche- le atacaría con aquellas viejas acusaciones de que él prefería a su hermana menor. Logró llegar hasta Neil y preguntarle.
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