Burden enjuagó el vaso que descansaba en la bandeja de la cena de Wexford, y del lavabo cogió para él el vaso de la pasta de dientes.
– ¿Así que una habitación privada? Es magnífica.
Wexford sonrió.
– No ha sido idea mía, Mike. Nos dirigíamos a la sección general cuando Crocker recordó que Mono Mathews estaba ingresado allí para rehacerse las venas. Llegamos a la conclusión de que al hombre le incomodaría verme, máxime cuando hace dos años le detuve por robo. No te preocupes, me encargaré de hacerle saber lo que me ha costado salvar el orgullo. -Miró a su alrededor complacido-. Ocho libras al día. Me alegro de no haber pasado más tiempo en ese ascensor. -Bebió cerveza y se enjugó los labios con un pañuelo de papel-. Y bien, ¿lo has hecho?
– A las cinco y media.
– Lamento no haber estado allí. -De repente sintió un escalofrío-. La piel de mis dientes… -Se echó a reír-. ¡Dientes! -exclamó-. Qué curioso.
Unos pasos que no avanzaban de puntillas sonaron en el pasillo y Crocker entró en la habitación.
– ¿Quién te ha dado permiso para beber?
– Siéntate, pero no en mi cama. A la enfermera Rose no le gusta. Nos disponíamos a hacer una autopsia, ¿te apuntas?
El doctor cogió una silla de la habitación contigua, que estaba vacía, y se derrumbó en ella.
– Ya he oído rumores sobre su identidad. Caray, hubieras podido derribarme de un soplo.
– Prefiero dejárselo a otros -replicó Wexford-, como uno de esos chicos que prefieren las piedras a los soplos. -Clavó la mirada en los ojos del doctor y vio en ellos esa perplejidad y ese ansia de saber que tanto le gustaban-. También la profesión médica tiene sus asesinos. ¿Qué me dices de Crippen o Buck Ruxton? Esta vez le tocó a un dentista.
– Siempre es un problema -comenzó Wexford saber por dónde empezar. ¿Dónde está el principio? A veces pienso que los novelistas se enfrentan a un problema similar. Lo sé de buena tinta. Conocí a un tipo que escribía libros. Decía que terminar era fácil y que el medio transcurría solo, pero que nunca sabía por dónde empezar. ¿Hasta dónde es preciso remontarse en la vida de un hombre para averiguar qué le ha llevado a actuar de determinada manera? ¿Hasta su infancia, hasta sus padres, hasta Adán?
– No te remontes tan lejos -protestó Burden- o estaremos aquí toda la noche.
Wexford sonrió. Ahuecó las almohadas y tiró de las esquinas hacia sus hombros.
– Creo que empezaré diez años atrás -dijo-, pero no se preocupen. Ya saben que el tiempo vuela.
– Vigo no vivía aquí hace diez años.
– Hace diez años estaba desposando a una muchacha rica y probablemente no lo hizo sólo por su dinero. Pero el dinero le permitió abrir una consulta y comprar una casa. Tuvieron un hijo.
– Mongólico -intervino el doctor-. Lleva internado en una institución desde los seis meses de edad. Fue un fuerte golpe para Vigo.
– Lógico -dijo Wexford-, no hay más que mirarlo. Hitler lo habría descrito como el perfecto ario. Si tuvieras una granja de humanos, ¿no elegirías a Vigo como el perfecto semental?
El doctor asintió de mala gana.
– Y si fueras Vigo, ¿no esperarías engendrar una prole excelente?
– Todo el mundo lo espera.
– Tal vez. Digamos que todo el mundo lo desea, y a veces los menos idóneos son los más afortunados. -Wexford sonrió y apuró la cerveza-. Creo que Vigo culpó a su mujer, y no me digas que fue injusto. La vida es injusta. Tardaron ocho años en tener otro hijo.
El doctor se inclinó hacia adelante.
– Pobre muchacho -suspiró.
– El que sea pobre es culpa de su padre -espetó Wexford-. No te pongas sentimental. He aquí el verdadero comienzo de la historia, el segundo embarazo de la señora Vigo. La mujer padecía una toximia.
– Una toximia de embarazo, evidentemente -corrigió con pedantería el doctor.
– Sea lo que fuere, la señora Vigo ingresó en la clínica Princess Louise dos meses antes de dar a luz. Como podéis imaginar, a Vigo le aterraba la idea de que algo fuera mal.
– La toximia no genera niños mongólicos.
– ¡Oh, cierra el pico! -dijo irritado Wexford-. La gente no razona en este tipo de situaciones. El hombre estaba asustado y deprimido, y empezó a alternar con una de las enfermeras que conoció durante las visitas de su mujer. Es probable que siempre haya sido un donjuán, y hablo con conocimiento de causa.
– En tus notas -dijo Burden, que tenía la libreta abierta sobre el regazo- dices que Vigo dejó a Bridget Culross una vez que el niño nació sano y normal.
– Es una conjetura. Digamos que estaba demasiado absorbido por el niño para interesarse por otras cosas. Adora a su pequeño. ¿Hablaste con la clínica?
– Sí. La señora Vigo ingresó en octubre y permaneció en la clínica hasta dos semanas después del parto, o sea, hasta finales de diciembre. Bridget Culross trabajó en la sección que comprendía la habitación de la señora Vigo desde el uno de noviembre hasta el uno de enero.
Wexford se recostó.
– Tenía que ser alguien cuyo nombre o apodo comenzara por J. Al principio pensamos en Jerome Fanshawe, pero no podía ser porque la señora Fanshawe ya no tenía edad para procrear. Pensé seriamente en Michael Jameson. No me sorprendería que tuviera una esposa en algún lugar. -Wexford bajó la voz. Tan sólo una habitación le separaba de la señora Fanshawe-. Cabía la posibilidad de Michael Jameson se hiciese llamar Jota, como Mike, y poseía el coche idóneo. Pero de eso hablaremos más tarde. En cualquier caso, no era ninguno de ellos, sino Jolyon Vigo. Con un nombre así, cualquier apodo es de agradecer.
– Dijiste que dejó a la chica. ¿Por qué volvió con ella?
– Un hombre tiene un hijo -dijo Wexford-. Si lo adora, es posible que durante un tiempo ese sentimiento le acerque a su esposa. Pero tales sentimientos se agotan. ¿Puede un leopardo cambiarse las manchas? En aquel entonces, la muchacha vio ante sus ojos la oportunidad de casarse con él. No hay duda de que el propio Vigo había tenido en cuenta esa misma posibilidad cuando pensó que su mujer no iba a darle otro hijo. Ahora, sin embargo, lo que quería era divertirse un poco, pero no tenía intención de perder a su hijo. Hete aquí el quid de la cuestión.
El doctor cruzó las piernas y arrastró ligeramente la silla.
– ¿Qué pinta Charlie Hatton en todo esto?
Wexford no respondió directamente, sino que dijo:
– Vigo y Culross vivían su idilio de forma intermitente, y si no desembocó en una relación estable fue probablemente porque ella no dejaba de presionarle con la idea del matrimonio y él se dedicaba a darle evasivas.
– Eso es algo que no puedes saber -objetó Burden.
– Conozco la naturaleza humana -replicó con arrogancia Wexford-. El dieciocho de mayo, Bridget Culross tenía por delante un largo fin de semana libre y, casualmente, la Sociedad Blake celebraba durante esos días una conferencia en Brighton. Vigo recogió a Culross en Marble Arch y se la llevó a Brighton en su coche, un enorme sedán Plymouth.
– ¿Cómo sabes que era la Sociedad Blake? ¿Por qué no los gibbonitas?
– Vigo tiene las paredes de su vestíbulo cubiertas de dibujos de Blake. ¿Averiguaste dónde se alojaron?
– Se inscribieron en el hotel Majestic con sus nombres verdaderos. Reservaron dos habitaciones contiguas, que abandonaron el lunes, veinte de mayo, por la tarde.
Wexford asintió.
– Quizá fuera el primer fin de semana que pasaban juntos. Bridget Culross se dedicó a presionar a Vigo para que se divorciara de su esposa. O a tratar de presionarle. Ignoro qué ocurrió exactamente. ¿Cómo voy a saberlo? Supongamos que la muchacha sabía que, de regreso a Londres, tenían que pasar cerca de Kingsmarkham, y trató de convencer a Vigo de que la llevara a la casa de la calle Ploughman para que juntos plantaran cara a la señora Vigo. -Wexford se aclaró la garganta-. Los hombres detestan ese tipo de cosas. Discutieron. ¿Queréis saber dónde? Ella llegó al colmo de su insistencia cuando alcanzaron el punto donde la carretera pasa más cerca de Kingsmarkham, es decir, a unas tres millas al sur del lugar donde fue hallado el cuerpo. Bajaron del coche y la muchacha dijo que iría por su propio pie a la calle Ploughman si él se negaba a acompañarla. Vigo es un hombre fuerte. Forcejearon, ella cayó y se golpeó la cabeza. De repente, él tenía en sus manos una muchacha inconsciente, puede que muerta. ¿Comprendéis el dilema?
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