Ruth Rendell - Un Cadáver Para La Boda

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Un camionero muere asesinado. Aunque su trágico final parece relacionado con el transporte ilegal de mercancias, el inspector Wexford, guiado por su sexto sentido para la investigación, sospecha que el crimen esconde un misterio, mas profundo. ¿Por qué, si no, la muerte de un agente de bolsa en un supuesto accidente de tráfico cuando se dirigía a una boda le impide concentrarse en la resolución del asesinato? ¿Es acaso una simple coincidencia que el crimen se haya cometido al da siguiente de recobrar el conocimiento la esposa del agente de bolsa? Las conexiones entre ambos sucesos son sin duda intangibles, pero cuando el alma humana persigue fines perversos, elige caminos en extremo, tortuosos. Y el inspector Wexford bien sabe que en tales casos todo es posible.

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Loring no encontró a Dorothy Fanshawe. Repasó la lista, convencido de que el nombre tenía que estar. Pero no estaba.

J de Jerome, pero también J de John, James, Jeremy, Jonathan, Joseph. ¿Era el amante de Bridget Culross el marido de la honorable señora de John Frazer-Bennett, de Wilton Crescent, o el marido de lady Fyne, de los Boltons? Loring llegó a la conclusión, e imaginó que Wexford habría coincidido con él, de que el amante de la muchacha era el último marido de Dorothy Fanshawe.

14

Los jóvenes Pertwee estaban de luna de miel en casa del padre de Jack. El piso iba a tardar dos semanas en estar listo y Jack había cancelado la reserva del hotel. No tenían otro lugar a donde ir ni mucho más que hacer. Jack había solicitado las vacaciones anuales, así que aquí estaba, en casa. ¿Dónde sino iba a estar? Al fin y al cabo, era la única luna de miel que iba a tener en su vida. Normalmente, en sus ratos libres, hacía trabajos de pintura o decoración, perdía el tiempo o iba al Dragón. Marilyn se hacía vestidos, reía con las amigas y asistía a reuniones para promover la lucha social. Esas no eran ocupaciones para una luna de miel y los jóvenes Pertwee creían que continuar con las viejas costumbres durante este período, consagrado a la ociosidad y la indulgencia amorosa, constituía una suerte de profanación. Como Jack había dicho, no puedes pasarte el día en la cama, de modo que pasaban la mayor parte del tiempo sentados en el saloncito, cogidos de la mano. Marilyn sólo sabía hablar de política y Jack no era excesivamente locuaz. No eran aficionados a la lectura y se aburrían terriblemente. Pero ambos habrían muerto antes que confesarlo y en su fuero interno sabían que el silencio no era un augurio de futuras discordias. Las cosas irían bien cuando Jack volviera al trabajo y vivieran en su propio piso, cuando hubiera compañeros de faena de los que hablar, y muebles y la suegra a tomar el té. Ahora llenaban sus silencios con tristes reflexiones sobre Charlie Hatton, y aunque tampoco era tema para una luna de miel, el recuerdo compartido del amigo, expresado con frases trilladas y sentimentales, ayudaba a pasar el tiempo, y puesto que era un acto desinteresado y sincero, fortalecía el amor entre ambos.

Así fue como los encontró Wexford.

Marilyn le invitó a pasar con un encogimiento de hombros como único saludo. También Wexford podía ser brusco y lacónico si se lo proponía, y cuando Jack se levantó torpemente, el inspector se limitó a decir:

– He venido para hablar de McCloy.

– Entonces hable.

La muchacha sonrió.

– Dale un puro, Jack -dijo, mirando con afectuoso orgullo a su marido-. Sí -prosiguió, acercándose a Wexford-, denos una conferencia. Queremos aprender, ¿verdad, Jack? No nos importa escuchar, no tenemos nada mejor que hacer.

– Pues empiezan bien su luna de miel.

– ¿Qué luna de miel? -refunfuñó Jack-. ¿Cree que era esto lo que habíamos planeado?

Wexford tomó asiento y miró a la pareja.

– Yo no maté a Charlie Hatton -dijo-. Ni siquiera le conocía. Ustedes sí. Se supone que eran sus amigos, pero tienen una forma muy curiosa de demostrarlo.

Una punzada de dolor hizo palidecer el rostro de Jack. Cogió la mano de su mujer y suspiró.

– Charlie está muerto. No puedes ser amigo de un muerto. Sólo te queda el recuerdo.

– Déme un pedazo de recuerdo, señor Pertwee.

Jack miró al inspector y la sangre le subió de nuevo, palpitando.

– Se pasa el día jugando con las palabras, retorciéndolas, dándoselas de astuto…

– ¡Exhibiendo su maldita educación! -espetó la mujer.

– Tranquilízate, cariño. Estoy de acuerdo contigo, pero no vale la pena discutir. Usted ha llegado a la conclusión de que Charlie era un estafador, ¿no? De nada serviría que yo le dijera que Charlie era un hombre generoso, un hombre con un gran corazón que jamás te defraudaba. De nada serviría decírselo, ¿o sí?

– Dudo que me ayudara a descubrir quién lo mató.

– Charlie nos encontró el piso -explicó Jack-. ¿Sabe lo que hizo? El antiguo inquilino exigía una entrada de doscientas libras y Charlie las pagó. Fue un préstamo, desde luego, pero sin intereses. Fue el veintiuno de mayo. Jamás olvidaré esa fecha. Charlie había pasado el día anterior en el camión, conduciendo desde el norte. De repente, llega por la mañana y dice que ha encontrado un piso para nosotros. Yo estaba trabajando, pero Marilyn consiguió dejar la tienda dos horas y fue a verlo con él. Charlie le prometió la entrada a ese tipo. Parecía más un padre que un amigo.

El día que Hatton había encargado su dentadura nueva. Justo después del robo que no fue tal. Una muestra más de lo que Hatton había hecho con la pequeña fortuna que obtuvo de McCloy.

– No tienes más que pedírmelo, dijo Charlie, sólo has de decir sí. Tendría que haberle visto cuando dijimos sí. Era feliz haciendo regalos.

– Este lugar -dijo Marilyn con un tono apacible impropio de ella- ya no es el mismo sin Charlie Hatton.

Sensiblería barata, pensó duramente Wexford.

– ¿De dónde sacaba Charlie tanto dinero, señora Pertwee?

– ¿Cree que se lo pregunté alguna vez? Puede que sea una simple trabajadora, pero recibí una educación y tengo modales, de modo que no se meta en eso.

– ¿Señor Pertwee?

Tenía que responder, pensó Wexford. Esta vez había hablado demasiado y se había controlado para escudarse en la pena. Jack se llevó un puño a la frente.

– ¿De dónde sacaba tanto dinero? Doscientas cincuenta libras para la dentadura, doscientas para ustedes… Muebles, vestidos para su esposa, el regalo de bodas, ingresos semanales en el banco… Ganaba veinte libras a la semana, señor Pertwee. ¿Cuánto gana usted?

– No es asunto suyo.

– Tranquilízate, cariño -dijo Jack Pertwee, y miró a Wexford mordiéndose el labio-. Un poco más -respondió-. Un poco más si la semana es buena.

– ¿Podría prestar a su mejor amigo doscientas libras?

– ¡Mi mejor amigo está muerto!

– Déjese de rodeos, por favor -espetó Wexford-. Usted sabía la clase de vida que llevaba Hatton. No me diga que nunca se preguntó de dónde provenía todo ese dinero. Usted se lo preguntaba a sí mismo y al final se lo preguntó a él. ¿Cómo consiguió Hatton hacerse rico el veintiuno de mayo?

Pertwee relajó la frente, suspiró y sus ojos desprendieron un ligero destello de triunfo.

– No lo sé. Puede preguntarme hasta el día del juicio final, pero no podré decirle nada porque no lo sé. -Pertwee vaciló-. Me ha preguntado por McCloy. Charlie no recibió ningún dinero de McCloy el veintiuno de mayo. Es imposible.

Y Wexford siguió interrogando a Pertwee, recurriendo a toda la astucia adquirida durante años. Pertwee, entretanto, se aferraba a la mano de su esposa, sacudía la cabeza, respondía con monosílabos y finalmente calló.

En la vista preliminar del caso, Maurice Cullam se declaró culpable del robo de ciento veinte libras del cadáver de Charlie Hatton y fue de nuevo encarcelado. Quizá le cayeran otros cargos, le insinuó Burden.

No creía que Cullam fuera un asesino. Habían registrado su casa de arriba abajo, pero no habían encontrado dinero alguno. Cullam no poseía cuenta bancaria, sólo algunas libras en la caja postal de ahorros. El único hallazgo importante fueron las magulladuras de las piernas de Samantha Cullam. La niña se hallaba ahora bajo la custodia de la autoridad municipal. Su padre sería acusado de otros cargos que, no obstante, nada tenían que ver con el asesinato o el latrocinio.

– ¿Cuál será el siguiente paso? -preguntó ociosamente el doctor Crocker cuando regresó de examinar las lesiones de la pequeña-. En mi opinión, un animal que es capaz de golpear así a una niña es muy capaz de matar.

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