Ruth Rendell - Un Cadáver Para La Boda

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Un camionero muere asesinado. Aunque su trágico final parece relacionado con el transporte ilegal de mercancias, el inspector Wexford, guiado por su sexto sentido para la investigación, sospecha que el crimen esconde un misterio, mas profundo. ¿Por qué, si no, la muerte de un agente de bolsa en un supuesto accidente de tráfico cuando se dirigía a una boda le impide concentrarse en la resolución del asesinato? ¿Es acaso una simple coincidencia que el crimen se haya cometido al da siguiente de recobrar el conocimiento la esposa del agente de bolsa? Las conexiones entre ambos sucesos son sin duda intangibles, pero cuando el alma humana persigue fines perversos, elige caminos en extremo, tortuosos. Y el inspector Wexford bien sabe que en tales casos todo es posible.

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– No tiene sentido.

– El problema con la gente como tú es que siempre estás buscando complicaciones. Ahí viene el jefe. Acabo de preguntar a Mike si tienes un puesto libre en tu plantilla, habida cuenta lo mucho que les he ayudado con las encuestas.

Wexford miró al doctor con amargura.

– Cullam no es un asesino.

– Tal vez no. Prefiere las víctimas menudas y femeninas -repuso el doctor, y se embarcó en una acalorada diatriba contra el detenido.

– ¡Estoy harto de este maldito asunto! -exclamó Wexford-. Me he pasado la mañana tratando de hacer hablar a Pertwee. ¡Estúpido sensiblero! Todo el mundo sabe que Hatton era un ladrón y un estafador, pero Pertwee se niega a hablar porque no quiere mancillar la memoria de su amigo.

– Un principio digno de elogio -dijo Burden.

– Ningún principio es digno de elogio si su práctica deja impune a un asesino. Hatton trabajaba para McCloy y un fin de semana de mayo empezó a apretarle las tuercas. Y apretó con fuerza, eso te lo aseguro. Doscientas libras para Pertwee, doscientas cincuenta para Vigo… ¡Oh, estoy realmente harto!

– ¿Tiras la toalla? -inquirió el doctor.

Burden parecía profundamente consternado y chasqueó la lengua como una solterona. Wexford, no obstante, respondió con calma.

– Voy a probar otra estrategia y cuento contigo para que me allanes el camino. Después de todo, se supone que eres médico.

Cuando el trío llegó al hospital, encontraron a la señora Fanshawe sola pero levantada. Envuelta en un salto de cama negro, estaba sentada en una butaca leyendo el Fanny Hill.

– Han venido a verla un inspector jefe, un inspector y un médico -le informó la enfermera Rose.

La señora Fanshawe escondió el Fanny Hill debajo del último número de Homes and Gardens. Ahora ya sabía que la enfermera Rose era una enfermera y no una criada, y que ella estaba en un hospital. Pero ésa no era razón para que la muchacha supusiera que su paciente se sentía honrada por la visita. La señora Fanshawe conocía el motivo. Además, su semblante resplandecía con la seguridad propia de alguien a quien, por increíble que parezca, nadie ha dado crédito durante días y finalmente ha demostrado estar en lo cierto. Nora estaba viva. Nora estaba aquí, o por lo menos a un par de millas de aquí, en Kingsmarkham. Probablemente semejante delegación, enviada por la autoridad que tan estúpidamente había insistido en enterrar a su hija, venía a disculparse.

La señora Fanshawe se apresuró a coger un montón de anillos del joyero que su hermana le había traído, y luego tendió con elegancia una mano emperifollada a Wexford.

El inspector jefe, por su parte, vio una cara descontenta, un mentón de músculos caídos y unas arrugas que empujaban hacia abajo las comisuras de los labios. La mirada de la señora Fanshawe fue dura y fulgurante y su voz sonó ácida cuando dijo:

– Como ve, no estoy loca. Todo el mundo me tomó por una chiflada cuando aseguré que mi hija estaba viva. Imagino que han venido a disculparse.

– Por supuesto, señora Fanshawe. Le ruego acepte nuestras disculpas. -Las disculpas no costaban dinero. Wexford sonrió con dulzura al rostro irritado de la mujer y de repente recordó la historia que le había contado Nora Fanshawe. Que Jerome Fanshawe sobornaba a su esposa para que le dejara alojar a las amantes en casa-. Nadie pensó que usted estaba loca, pero había sufrido un accidente grave.

La señora Fanshawe asintió con presunción y Wexford pensó: No está más loca de lo que siempre ha estado. Pero ¿qué significaba eso? Finalmente llegó a la conclusión de que la mujer no era demasiado lista.

La enfermera Rose entró con dos sillas y sonrió sofocadamente cuando los tres hombres le agradecieron efusivamente el detalle.

– Tráeme otro cojín -ordenó la señora Fanshawe-. Un cojín como Dios manda, no una almohada. Luego telefonea a mi hija.

– Tendrá que esperar diez minutos, señora Fanshawe -dijo la joven.

– Como quieras. -La señora Fanshawe esperó a que la muchacha se marchara y luego dijo malhumorada-: Se supone que es una habitación privada, pero nadie lo diría por la arrogancia con que la tratan a una. Cuando tocas el timbre, la mitad de las veces no acude nadie.

– ¿Le gustaba más la clínica Princess Louise? -preguntó secamente Wexford.

– ¿A qué viene esa pregunta?

– Tengo entendido que el año pasado estuvo ingresada en la clínica Princess Louise de Cavendish Street.

– Pues ha entendido mal. La única vez que he estado en una clínica fue cuando nació mi hija. -Suspiró con impaciencia cuando la puerta se abrió y la enfermera Rose apareció con un servicio de té para cuatro-. Pensaba que andaban cortos de personal. No se trata de una visita de cortesía. Estos caballeros son policías.

El doctor Crocker, con todo, dijo:

– Muchas gracias, querida. -Y miró amorosamente a la enfermera Rose-. ¿Le importaría hacer los honores, señora Fanshawe?

Los anillos tintinearon mientras la mujer servía el té. Luego miró al doctor con suspicacia.

– Bien, mi hija está viva y nunca he visitado la clínica Princess Louise. ¿Qué más desean saber?

Wexford se limitó a mirar a Burden y éste tomó la palabra.

– Su hija está viva pero había una muchacha muerta entre los despojos del coche. ¿Tiene idea de quién era? ¿Le dice algo el nombre de Bridget Culross?

– Nada en absoluto.

– Era enfermera. -Una elocuente aspiración nasal de la señora Fanshawe le indicó lo que pensaba de las enfermeras-. Tenía veintidós años y tal vez sea la joven que murió en la carretera con su marido.

– Esa chica nunca estuvo viva en el coche con mi marido.

– Señora Fanshawe -intervino con cautela Wexford-, ¿está segura de que no recogieron a nadie en Eastbourne o Eastover?

– Estoy harta -espetó la mujer-. ¿Cuántas veces tengo que decirlo? No había nadie más en el coche.

El inspector jefe la miró y pensó: ¿Me lo dirías? ¿Acaso te avergüenza que tu marido hiciera gala de otras mujeres en tu presencia y te pagara por soportar semejante trato? ¿O es que después de tantos años ya no te importa y realmente no había nadie en el coche?

Dorothy Fanshawe contempló los destellos de los anillos producidos por el sol, evitando la mirada del pesado trío. Pensaban que era una estúpida o una embustera. Sabía perfectamente a dónde querían ir a parar. Nora había hablado con ellos. Nora no tenía la decencia ni la discreción necesarias para mantener en secreto los repugnantes hábitos de Jerome.

¡Menudos estúpidos! Sus rostros mojigatos estaban turbados. ¿Realmente creían que a ella le importaba lo que hubiese hecho Jerome? Jerome estaba muerto y enterrado. ¡Enhorabuena! Ahora todo el dinero era de ella y de Nora, más dinero del que esos patanes podrían ganar en toda su vida. Mientras Nora no cometiera la estupidez de casarse con ese Michael, no habría nada de qué preocuparse.

Dorothy Fanshawe bebió un sorbo de té y dejó la taza en el plato con un golpe seco. Luego pulsó el timbre y cuando la puerta se abrió, dijo:

– Tráenos más agua caliente.

Iba a decir «por favor», pero se abstuvo. La enfermera Rose, tan rolliza y joven, le había recordado de súbito a la criada que Jerome solía manosear cuando hacía las camas. Con todo, sonrió vagamente, pues Jerome estaba muerto y donde ahora estaba no había criadas ni enfermeras ni cuerpos jóvenes y frescos.

– ¡Exhumación! -exclamó Burden-. No puedes hacerlo.

– Sí puedo, Mike -respondió Wexford con tono apaciguador-. Creo que podríamos conseguir una autorización judicial. Lo malo es que la muchacha lleva mucho tiempo muerta y tiene la cara destrozada… Dios, ahora mismo podría retorcerle el cuello a Camb.

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