lan Fleming - Desde Rusia con amor

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Desde Rusia con amor: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde Rusia con amor es la quinta novela de James Bond escrita por Ian Fleming. La inteligencia soviética planea un golpe contra la inteligencia occidental, para esto han escogido como blanco al agente 007 de MI6. La agente Tatiana Romanova es inducida por la coronel Rosa Klebb para que le ofrezca a Bond un decodificador soviético a cambio de que él la lleve a Inglaterra. El agente Grant se asegurará de que no falle la misión. Bond será ayudado por Kerim Bey, un musulmán que se encubre bajo la identidad de un vendedor de tapetes. El desenlace final será que Kerim Bey morirá a manos de Grant en el Expreso de Oriente, Grant será eliminado por Bond y Rosa Klebb será arrestada, no sin antes herir a Bond con un cuchillo escondido en su zapato. El desenlace de esto se ve en la novela Dr. No, en donde Bond se cura.

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Los dos hombres mantuvieron las linternas apuntadas como armas de fuego sobre las filas de retaguardia hasta que, tras un buen cuarto de hora de ascenso, llegaron a su destino.

Se trataba de un profundo nicho de ladrillos recientemente revocados, abierto en un flanco del túnel. Dentro había dos bancos a ambos lados de un objeto grueso envuelto en lienzo alquitranado, que descendía desde el techo del nicho.

Entraron en él. Unos pocos metros más de ascenso, pensó Bond, y la histeria colectiva se habría apoderado de los distantes millares de ratas que se hallaban más arriba del túnel. La horda habría invertido la marcha. Debido a la apremiante necesidad de espacio, las ratas habrían desafiado a la luz y se habrían lanzado sobre los dos intrusos, a pesar de los dos ojos ardientes y del amenazador perfume.

– Observe -dijo Kerim.

Hubo un momento de silencio. En lo alto del túnel, los chillidos habían cesado como ante una orden. A continuación, el túnel quedó cubierto por una ola de treinta centímetros de cuerpos grises que corrían a toda velocidad pasando unos por encima de otros cuando las ratas, con un continuo grito agudo, dieron media vuelta y se arrojaron ladera abajo.

Durante varios minutos, el brillante río gris se agitó en el exterior del nicho hasta que, al fin, el número disminuyó y sólo una fina hilera de ratas enfermas o heridas pasó cojeando y tanteando el camino por el piso del túnel.

El grito de la horda se desvaneció lentamente en dirección al río, hasta que reinó el silencio, interrumpido sólo por el ocasional chillido de un murciélago en vuelo.

Kerim profirió un gruñido ambiguo.

– Uno de estos días, esas ratas comenzarán a morir. Entonces volveremos a tener la peste en Estambul. A veces me siento culpable por no hablarles a las autoridades acerca de este túnel, para que puedan limpiarlo. Pero me es imposible hacerlo mientras los rusos continúen aquí arriba. -Con un movimiento de la cabeza señaló el techo. Luego miró su reloj-. Faltan cinco minutos. Ahora estarán ocupando sus sillas y rebuscando entre sus papeles. Estarán los tres hombres permanentes del MGB, o puede que uno de ellos sea del servicio de inteligencia del ejército, el GRU. Y probablemente habrá otros tres. Dos de ellos llegaron hace dos semanas, uno a través de Grecia y el otro desde Persia. Otro llegó el lunes. Sabe Dios quiénes son, o para qué están aquí. Y a veces, la muchacha, Tatiana, entra con un mensaje y vuelve a salir. Esperemos verla hoy. Se sentirá impresionado. Es toda una mujer.

Kerim alzó los brazos, desató la funda de lienzo alquitranado y la bajó. Bond lo comprendió entonces. La funda protegía el tubo de un periscopio de submarino, bajado al máximo. La humedad centelleaba sobre la espesa grasa de la juntura inferior que quedaba al aire. Bond rió entre dientes.

– ¿De dónde diablos ha sacado eso, Darko?

– De la marina turca. Excedentes de guerra. -El tono de voz de Kerim no invitaba a hacer más indagaciones-. Ahora, el departamento Q de Londres está intentando inventar algo para pertrechar el condenado trasto con equipo de sonido. No va a resultar fácil. El objetivo de la parte superior de esto no es mayor que el extremo de un encendedor de cigarrillos. Cuando lo subo, queda al nivel del suelo de la habitación donde están ellos. En el rincón de la sala por donde sale, hemos abierto un agujero de cueva de ratones. Lo hicimos bien. En una ocasión, cuando vine aquí a echar un vistazo, lo primero que vi fue una trampa grande para ratones con un trozo de queso encima. Al menos parecía grande a través del objetivo. -Kerim profirió una breve carcajada-. Pero no queda el espacio suficiente para añadir un micrófono a lo largo del objetivo. Y no hay ninguna esperanza de poder meterse otra vez ahí para hacer más arreglitos en la estructura del edificio. La única manera que tuve de conseguir instalar este trasto fue hacer que mis amigos del ministerio de Obras Públicas sacaran a los rusos de ahí durante unos días. La historia que se les contó fue que el tranvía que sube por la cuesta estaba dañando los cimientos de las casas a causa de las vibraciones. Había que echarles un vistazo. Me costó unos centenares de libras esterlinas en los bolsillos correctos. Los de Obras Públicas inspeccionaron media docena de edificios a ambos lados de éste, y declararon que no había peligro. Para entonces, mi familia y yo habíamos terminado los trabajos de construcción. Los rusos estaban tan suspicaces como el demonio. Supongo que cuando volvieron peinaron el lugar de una punta a otra en busca de micrófonos, bombas y demás. Pero ese truco no podemos usarlo una segunda vez. A menos que al departamento Q se le ocurra algo muy inteligente, tendré que contentanne con no apartar los ojos de ellos. Uno de estos días me proporcionarán algo de utilidad; Interrogarán a alguien en quien estemos interesados o algo por el estilo.

Junto al alojamiento del periscopio, abierto en el techo del nicho, había una burbuja colgante de metal, dos veces más grande que un balón de fútbol.

– ¿Qué es eso? -preguntó Bond.

– La mitad inferior de una bomba… una bomba grande. Si a mí me sucediera cualquier cosa, o si estallara la guerra con Rusia, esa bomba sería activada por radiocontrol desde mi oficina. Es triste -Kerim no parecía triste-, pero me temo que mucha gente inocente moriría junto con los rusos. Cuando hierve la sangre, los hombres son tan insensibles como la naturaleza misma.

Kerim había estado limpiando el visor protegido que había entre las dos asas que sobresalían a ambos lados de la base del periscopio. Ahora miró su reloj, sé inclinó, aferró las dos asas y las hizo ascender lentamente hasta la altura de su mentón. Se produjo un siseo hidráulico cuando la barra del periscopio ascendió deslizándose dentro de su vaina de acero incrustada en el techo del nicho. Kerim inclinó la cabeza para mirar por el visor y fue subiendo con lentitud las asas hasta que pudo ponerse de pie. Giró suavemente. Enfocó el objetivo y llamó a Bond.

– Los seis están ahí.

Bond se acercó y cogió las asas.

– Écheles una buena mirada -pidió Kerim-. Yo ya los conozco, pero será mejor que usted grabe sus caras en la memoria. El que está en la cabecera de la mesa es el director residente. A su izquierda se encuentran sus dos adjuntos. Ante ellos están los tres nuevos. El último que llegó, que parece un tipo bastante importante, se encuentra a la derecha del director. Si hacen cualquier cosa que no sea hablar, dígamelo.

El primer impulso de Bond fue decirle a Kerim que no hiciera tanto ruido. Era como si estuviera en la habitación con los rusos, como si se hallara sentado en el rincón, como un secretario, quizá, tomando notas taquigráficas de la reunión.

El gran angular que abarcaba toda la estancia, diseñado para ver aviones además de barcos, le daba una imagen curiosa: una vista de ratón de un bosque de piernas bajo el borde exterior de la mesa, y varios aspectos de las cabezas que pertenecían a esas piernas. El director y sus dos colegas los veía con claridad: serios rostros rusos aburridos, cuyas características memorizó Bond. Estaba el atento rostro profesional del director, con sus gafas, sus mejillas chupadas, frente ancha y cabello ralo peinado hacia atrás. A su lado había un rostro cuadrado e inexpresivo con profundos surcos a ambos lados de la nariz y cabello castaño claro cortado en forma de cepillo, a cuya oreja izquierda le faltaba un trozo. El tercer miembro del personal permanente tenía un semblante ingenioso estilo norteamericano con brillantes ojos inteligentes color almendra. Era el que hablaba en ese momento. Adoptaba una falsa expresión de humildad. En su boca relumbraba el oro.

Bond podía ver menos detalles de los tres visitantes. Estaban de espaldas a él, y sólo el perfil del más cercano, y presumiblemente el más joven, se veía con claridad. También la piel de este hombre era oscura. También él sería de una de las repúblicas del sur. Tenía la mandíbula mal afeitada y el ojo que se le veía era bovino y apagado bajo una gruesa ceja castaña. Su nariz era carnosa y porosa. Su labio superior, largo, formaba parte de una boca de expresión resentida bajo la cual podía verse el comienzo de una papada. Llevaba el grueso cabello negro muy corto, hasta tal extremo que la mayor parte de la nuca y el arranque de la cabeza parecían casi azules hasta la altura de las puntas de las orejas. Era un corte de pelo militar hecho con máquina.

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