Manuel Fernández y González - Los monfíes de las Alpujarras

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Sin embargo, habia llegado el dia en que Yaye supiese que Yuzuf era su padre, y á mas de su padre rey de los monfíes.

¿Y qué eran los monfíes? ¿Salteadores como parecia indicarlo su nombre, ó soldados valientes é indomables de un pueblo vencido que sostenian aun con un teson incansable la bandera del Islam?

Para contestar á esta pregunta que suponemos nos haran nuestros lectores, necesitamos remontarnos á la conquista de Granada.

En el año de 1492 los reyes de Castilla y de Aragon doña Isabel y don Fernando, terminaron con la conquista de Granada, la tenaz guerra de restauracion contra los árabes, empezada por don Pelayo en Covadonga, y sostenida durante siete siglos por los condes soberanos, los reyes y los señores de España, á vueltas de sangrientas disensiones intestinas; habian puesto al fin el sello á su poder y á su grandeza, constituyendo un solo reino de los diferentes Estados de España, y añadiendo á su corona por fuerza de armas el reino moro de Granada, por cuya conquista el papa Alejandro VI los denominó por excelencia los Reyes Católicos; eran al fin señores de aquel último refugio de los restos del gigantesco imperio fundado por Tarik y sostenido con tanta gloria por los califas Omniades.

Ya desde las columnas de Hércules hasta las fronteras de Portugal, por una parte, y por otra, hasta los ásperos Pirineos, resonaba la voz de un solo señor, y la salmodia de un solo rito; la unidad religiosa y la refundicion de tantos reinos en una sola corona, eran un hecho consumado con la conquista de Granada y con la existencia de un descendiente de los Reyes Católicos.

Las pretensiones de la Beltraneja, de aquella desgraciada princesa, cuya legitimidad y cuyos derechos á la corona de Castilla son aun un misterio, habian muerto en la batalla de Toro, y doña Juana la Beltraneja, la excelente señora , como la llaman las crónicas portuguesas, se habia separado del mundo tomando el velo de esposa del Señor, en el convento de Santa Clara de Coimbra. Ningun obstáculo existia ya delante del astro esplendoroso de los Reyes Católicos, y como si esto no bastase, un hombre oscuro, un pobre piloto genovés, Cristóval Colon, habia arrojado á sus plantas el imperio de un nuevo mundo, que habian ocultado hasta entonces los mares de Occidente. Las naciones mas poderosas miraban con espanto el poder de los Católicos monarcas; la victoria reposaba cansada sobre sus pendones, y una extensa y pacífica monarquía era el sólido fundamento de su poder y de su grandeza.

Sin embargo, á veces en el corazon de un robusto cedro vive un insecto roedor é incansable que no se ve, que no se adivina, pero que trabaja en silencio, que adelanta en su afanosa tarea y que logra acaso atacar la vitalidad del robusto tronco que le contiene.

Tambien bajo el esplendoroso manto de victoria de los Reyes Católicos se ocultaba una carcoma activa y roedora, un elemento hostil, pertinaz, bravío, incansable; una raza vencida, pero malcontenta con el yugo, ansiosa de sacudirlo: esta raza era el pueblo moro, á quien se habia concedido una capitulacion honrosa, á quien se habia conservado el derecho de la pacífica posesion de sus propiedades, de la práctica de su religion, de su idioma, de sus leyes, de sus costumbres, á la manera que Tarik y Muza habian dejado siete siglos antes á los godos y solariegos vencidos, iguales derechos y franquicias.

Pero si los árabes habian respetado religiosamente sus pactos con los españoles subyugados, no habia sucedido lo mismo (rubor causa confesarlo) respecto á las estipulaciones concluidas entre los vencedores reyes de Castilla y Aragon, y el vencido rey de Granada. El fanatismo cristiano fue para con los moros infinitamente mas intolerante que lo habia sido el fanatismo musulman con los solariegos; los Reyes Católicos, dominados por sus confesores, pertenecientes al clero mas feroz de que puede encontrarse ejemplo en la historia, empezaron muy pronto á faltar á los solemnes tratados concluidos con el rey moro de Granada. Ya, poco despues de la conquista, (30 de marzo de 1492) habian expedido un decreto de expulsion contra los judíos, decreto que arrojó de Granada y del reino, cincuenta mil familias industriosas y opulentas; los moriscos miraron esta medida tomada contra los judíos con un profundo recelo; no podia ocultárseles que tras la expulsion de los judíos, se pensaria en expulsarlos á ellos mismos, ó lo que era peor, de reducirlos por fuerza á una religion extraña, á usos, á costumbres enteramente opuestas á las suyas; el tremendo tribunal de la Inquisicion, creado poco tiempo antes, se habia establecido en Granada; los frailes cristianos se habian atrevido á penetrar en sus mezquitas, para predicarles la religion del Crucificado, y como estas misiones no habian producido conversion alguna, empezaron las mas odiosas persecuciones; las mezquitas fueron ocupadas por el vencedor, con abierta infraccion de las capitulaciones, y convertidas en iglesias; se pretendió obligar á que volviesen al cristianismo los descendientes de cristianos que habian abrazado el mahometismo, gentes que se conocian entre los moros con el nombre de elches , y estos se negaron enérgicamente, apoyándose en las capitulaciones de la conquista, á pesar de las cuales fueron perseguidos y obligados.

Por consecuencia el Albaicin se sublevó en masa, y fue necesario que el conde de Tendilla, capitan general á la sazon del reino y costa de Granada, apelase á la fuerza y á la artillería; los principales de los sublevados fueron duramente castigados á sangre, y los moriscos, aterrados por el castigo, doblaron la cerviz y aparentaron una sumision que no sentian; esto en cuanto á los moriscos de Granada y de las aldeas de la vega, que en cuanto á los de las Alpujarras, gente indómita y brabía, se alzaron de una manera imponente, degollaron á los cristianos que hubieron á las manos, se apoderaron de las fortalezas y se declararon en abierta rebelion.

Fue necesario que el mismo don Fernando el Católico acudiese á cortar aquel incendio; logrólo no sin trabajo; entregáronle los moriscos gran número de rehenes y se obligaron á pagar á la corona en el término de dos años cincuenta mil ducados, dejándose bautizar por añadidura; pero al mismo tiempo que se sofocaba la rebelion en las Alpujarras, brotaba otra en la Serrania de Ronda y se extendia rápidamente á Sierra Bermeja. Aquella sublevacion costó la vida á uno de los primeros capitanes de los Reyes Católicos: á don Alonso de Aguilar, hermano mayor del Gran Capitan Gonzalo Fernandez de Córdoba.

Aquella sublevacion fue sofocada tambien aunque con mas trabajo y mas tiempo, y al fin no quedó en España un morisco de las poblaciones que no estuviese bautizado y que públicamente no profesase la religion católica.

¿Qué mucho? Ellos se habian visto obligados á escoger entre el bautismo y las hogueras de la Inquisicion.

Eran, pues, cristianos á la fuerza, de una manera externa, y en el fondo de sus corazones aborrecian á muerte al odioso conquistador.

Pero si bien los habitantes de las poblaciones, los que poseian terrenos ú oficios, los que para conservar sus bienes se veian obligados á someterse al yugo, practicaban el cristianismo, habia un número considerable de gente suelta, nómada, como los antiguos árabes del Yemen, que preferian la lucha con el vencedor y sus peligros á someterse vergonzosamente al yugo. Estos moriscos, ó mejor dicho, estos moros, porque solo se llamaba moriscos á los convertidos, no entraban en las poblaciones, sino para saquearlas; vivían en la montaña, se albergaban ya en las cuevas de las rocas, ya bajo sus tiendas de cuero, activos siempre, siempre dispuestos al combate y feroces y terribles hasta el punto de causar terror á los mismos moriscos de quienes habian sido hermanos.

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