Dueñas, María - El tiempo entre costuras
Здесь есть возможность читать онлайн «Dueñas, María - El tiempo entre costuras» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, spa. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El tiempo entre costuras
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El tiempo entre costuras: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El tiempo entre costuras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El tiempo entre costuras — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El tiempo entre costuras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
–No he podido dejar de pensar en ti ni un solo minuto desde que te fuiste ayer -me susurró al oído apenas nos acomodamos.
Me sentí incapaz de replicar, las palabras no llegaron a mi boca: como azúcar en el agua, se diluyeron en algún lugar incierto del cerebro. Volvió a tomarme una mano y la acarició al igual que la tarde anterior, sin dejar de observarla.
–Tienes asperezas, dime, ¿qué han estado haciendo estos dedos antes de llegar a mí?
Su voz seguía sonando próxima y sensual, ajena a los ruidos de nuestro alrededor: al entrechocar del cristal y la loza contra el mármol de las mesas, al runrún de las conversaciones mañaneras y a las voces de los camareros pidiendo en la barra las comandas.
–Coser -susurré sin levantar los ojos del regazo.
–Así que eres modista.
–Lo era. Ya no. – Alcé por fin la mirada-. No hay mucho trabajo últimamente -añadí.
–Por eso ahora quieres aprender a usar una máquina de escribir.
Hablaba con complicidad, con cercanía, como si me conociera: como si su alma y la mía llevaran esperándose desde el principio de los tiempos.
–Mi novio ha pensado que prepare unas oposiciones para hacerme funcionaria como él -dije con un punto de vergüenza.
La llegada de las consumiciones frenó la conversación. Para mí, una taza de chocolate. Para Ramiro, café negro como la noche. Aproveché la pausa para contemplarle mientras él intercambiaba unas frases con el camarero. Llevaba un traje distinto al del día anterior, otra camisa impecable. Sus maneras eran elegantes y, a la vez, dentro de aquel refinamiento tan ajeno a los hombres de mi entorno, su persona rezumaba masculinidad por todos los poros del cuerpo: al fumar, al ajustarse el nudo de la corbata, al sacar la cartera del bolsillo o llevarse la taza a la boca.
–Y ¿para qué quiere una mujer como tú pasarse la vida en un ministerio, si no es indiscreción? – preguntó tras el primer trago de café.
Me encogí de hombros.
–Para que podamos vivir mejor, imagino.
Volvió a acercarse lentamente a mí, volvió a volcar su voz caliente en mi oído.
–¿De verdad quieres empezar a vivir mejor, Sira?
Me refugié en un sorbo de chocolate para no contestar.
–Te has manchado, deja que te limpie -dijo.
Acercó entonces su mano a mi rostro y la expandió abierta sobre el contorno de la mandíbula, ajustándola a mis huesos como si fuera ése y no otro el molde que un día me configuró. Puso después el dedo pulgar en el sitio donde supuestamente estaba la mancha, cercano a la comisura de la boca. Me acarició con suavidad, sin prisa. Le dejé hacer: una mezcla de pavor y placer me impidió realizar cualquier movimiento.
–También te has manchado aquí -murmuró con voz ronca cambiando el dedo de posición.
El destino fue un extremo de mi labio inferior. Repitió la caricia. Más lenta, más tierna. Un estremecimiento me recorrió la espalda, clavé los dedos en el terciopelo del asiento.
–Y aquí también -volvió a decir. Me acarició entonces la boca entera, milímetro a milímetro, de una esquina a otra, cadencioso, despacio, más despacio. A punto estuve de hundirme en un pozo de algo blando que no supe definir. Igual me daba que todo fuera una mentira y en mis labios no hubiera rastro alguno de chocolate. Igual me daba que en la mesa vecina tres venerables ancianos dejaran suspendida la tertulia para contemplar la escena, enardecidos, deseando con furia tener treinta años menos en su haber.
Un grupo ruidoso de estudiantes entró entonces en tropel en el café y, con su bullanga y sus carcajadas, destrozó la magia del momento como quien revienta una pompa de jabón. Y de pronto, como si hubiera despertado de un sueño, me percaté atropelladamente de varias cosas a la vez: de que el suelo no se había derretido y se mantenía sólido bajo mis pies, de que en mi boca estaba a punto de entrar el dedo de un desconocido, de que por el muslo izquierdo me reptaba una mano ansiosa y de que yo estaba a un palmo de lanzarme de cabeza por un despeñadero. La lucidez recobrada me impulsó a levantarme de un salto y, al coger el bolso de forma precipitada, tumbé el vaso de agua que el camarero había traído junto con mi chocolate.
–Aquí tiene el dinero de la máquina. Esta tarde a última hora irá mi novio a recogerla -dije dejando el fajo de billetes sobre el mármol.
Me agarró por la muñeca.
–No te vayas, Sira; no te enfades conmigo.
Me solté de un tirón. Ni le miré ni me despedí; tan sólo me giré y emprendí con forzada dignidad el camino hacia la puerta. Únicamente entonces me di cuenta de que me había derramado el agua encima y llevaba el pie izquierdo chorreando.
Él no me siguió: probablemente intuyó que de nada serviría. Tan sólo permaneció sentado y, cuando me empecé a alejar, lanzó a mi espalda su última saeta.
–Vuelve otro día. Ya sabes dónde estoy.
Fingí no oírle, apreté el paso entre la marabunta de estudiantes y me diluí en el tumulto de la calle.
Ocho días me acosté con la esperanza de que el amanecer siguiente fuera distinto y las ocho mañanas posteriores desperté con la misma obsesión en la cabeza: Ramiro Arribas. Su recuerdo me asaltaba en cualquier quiebro del día y ni un solo minuto conseguí apartarlo de mi pensamiento: al hacer la cama, al sonarme la nariz, mientras pelaba una naranja o cuando bajaba los escalones uno a uno con su memoria grabada en la retina.
Ignacio y mi madre se afanaban entretanto con los planes de la boda, pero eran incapaces de hacerme compartir su ilusión. Nada me resultaba grato, nada conseguía causarme el menor interés. Serán los nervios, pensaban. Yo, entretanto, me esforzaba por sacarme a Ramiro de la cabeza, por no volver a recordar su voz en mi oído, su dedo acariciando mi boca, la mano recorriéndome el muslo y aquellas últimas palabras que me clavó en los tímpanos cuando le di la espalda en el café convencida de que con mi marcha pondría fin a la locura. Vuelve otro día, Sira. Vuelve.
Peleé con todas mis fuerzas para resistir. Peleé y perdí. Nada pude hacer para imponer un mínimo de racionalidad en la atracción desbocada que aquel hombre me había hecho sentir. Por mucho que busqué alrededor, incapaz fui de encontrar recursos, fuerzas o asideros a los que agarrarme para evitar que me arrastrara. Ni el proyecto de marido con el que tenía previsto casarme en menos de un mes, ni la madre íntegra que tanto se había esforzado para sacarme adelante hecha una mujer decente y responsable. Ni siquiera me frenó la incertidumbre de no saber apenas quién era aquel extraño y qué me guardaba el destino a su lado.
Nueve días después de la primera visita a la casa Hispano-Olivetti, regresé. Como en las veces anteriores, volvió a saludarme el tintineo de la campanilla sobre la puerta. Ningún vendedor gordo acudió a mi encuentro, ningún mozo de almacén, ningún otro empleado. Tan sólo me recibió Ramiro.
Me acerqué intentando que mi paso sonara firme, llevaba las palabras preparadas. No se las pude decir. No me dejó. En cuanto me tuvo a su alcance, me rodeó la nuca con la mano y plasmó en mi boca un beso tan intenso, tan carnoso y prolongado que mi cuerpo quedó sobrecogido, a punto de derretirse y convertirse en un charco de melaza.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El tiempo entre costuras»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El tiempo entre costuras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El tiempo entre costuras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.