David - FUEGO.PDF

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Ron enmudeció de pronto ante la mirada de Harry, y no volvió a decir nada hasta que llegaron al Gran Comedor, cuando se atrevió a comentar que sería mejor que empezaran aquella misma noche con el trabajo para la profesora Trelawney, porque les llevaría unas cuantas horas.

Hermione no participó en la conversación de Harry y Ron durante la cena, sino que comió a toda prisa para volver a la biblioteca. Harry y Ron fueron hacia la torre de Gryffindor, y Harry, que no había pensado en otra cosa durante toda la cena, volvió al tema de las maldiciones imperdonables.

—¿No se meterán en un aprieto Moody y Dumbledore si el Ministerio se entera de que hemos visto las maldiciones? —preguntó, cuando se acercaban a la Señora Gorda.

—Sí, seguramente —contestó Ron—. Pero Dumbledore siempre ha hecho las cosas a su manera, ¿no?, y me parece que Moody se ha estado metiendo en problemas desde hace años. Primero ataca y luego pregunta... Fíjate en lo de los contenedores de basura.

«Tonterías...»

La Señora Gorda se hizo a un lado para dejarles paso, y ellos entraron en la sala común de Gryffindor, que estaba muy animada y llena de gente.

—Entonces, ¿nos ponemos con lo de Adivinación? —propuso Harry.

—Deberíamos —respondió Ron refunfuñando.

Fueron por los libros y los mapas al dormitorio, y encontraron a Neville allí solo, sentado en la cama, leyendo. Parecía mucho más tranquilo que al final de la clase de Moody, aunque todavía no estuviera del todo normal. Tenía los ojos enrojecidos.

—¿Estás bien, Neville? —le preguntó Harry.

—Sí, sí —respondió Neville—, estoy bien, gracias. Estoy leyendo este libro que me ha dejado el profesor Moody...

Levantó el libro para que lo vieran. Se titulaba Las plantas acuáticas mágicas del Mediterráneo y sus propiedades .

—Parece que la profesora Sprout le ha dicho al profesor Moody que soy muy bueno en Herbología —dijo Neville. Había una tenue nota de orgullo en su voz que Harry no había percibido nunca—. Pensó que me gustaría este libro.

Decirle a Neville lo que la profesora Sprout opinaba de él, pensó Harry, había sido una manera muy hábil de animarlo, porque muy raramente oía decir que fuera bueno en algo. Era un gesto del estilo de los del profesor Lupin.

Harry y Ron cogieron sus ejemplares de Disipar las nieblas del futuro y volvieron con ellos a la sala común, encontraron una mesa libre y se pusieron a trabajar en las predicciones para el mes siguiente. Al cabo de una hora habían hecho muy pocos progresos, aunque la mesa estaba abarrotada de trozos de pergamino llenos de cuentas y símbolos, y Harry tenía la cabeza tan neblinosa como si se le hubiera metido dentro todo el humo procedente de la chimenea de la profesora Trelawney.

—No tengo ni idea de qué significa todo esto —declaró, observando una larga lista de cálculos.

—¿Sabes qué? —dijo Ron, que tenía el pelo de punta a causa de todas las veces que se había pasado los dedos por él llevado por la desesperación—. Creo que tendríamos que usar el método alternativo de Adivinación.

—¿Qué quieres decir? ¿Que nos lo inventemos?

—Claro —contestó Ron, que barrió de la mesa el batiburrillo de cuentas y apuntes, mojó la pluma en tinta y comenzó a escribir—. El próximo lunes —dijo, mientras escribía— es probable que me acatarre debido a la negativa influencia de la conjunción de Marte y Júpiter. —Levantó la vista hacia Harry—. Ya la conoces: pon unas cuantas desgracias y le gustará.

—Bien —asintió Harry, estrujando su primer borrador del trabajo y tirándolo al fuego por encima de las cabezas de un grupo de charlatanes alumnos de primero—.

Vale. El lunes tendré riesgo de... resultar quemado.

—La verdad es que sí —dijo Ron con una risita—, porque el próximo lunes volveremos a ver los escregutos. Bien, el martes yo...

—Puedes perder tu más preciada posesión —propuso Harry, echando un vistazo a Disipar las nieblas del futuro en busca de ideas.

—Muy bien. Será a causa de... eh... Mercurio. ¿Qué te parece si a ti alguien que pensabas que era amigo tuyo te apuñala por la espalda?

—Sí, eso me gusta —dijo Harry, tomando nota—. Y ocurrirá porque... Venus estará en la duodécima casa celeste.

—Y el miércoles creo que me irá muy mal en una pelea.

—¡Eh, me lo has quitado! Bueno, no pasa nada: puedo perder una apuesta.

—Sí, puedes apostar a que yo gano la pelea.

Continuaron inventando predicciones (que iban aumentando en gravedad) durante otra hora, mientras se iba vaciando la sala común conforme la gente se iba a dormir.

Crookshanks se les acercó, saltó con agilidad a una silla vacía y miró a Harry acusadoramente, de forma muy semejante a como lo habría hecho Hermione de haber sabido que no estaban haciendo el trabajo de un modo honrado.

Harry contempló la sala, intentando pensar en una desgracia que aún no hubiera puesto, y vio a Fred y George sentados uno al lado del otro contra el muro de enfrente, las cabezas casi juntas y las plumas en la mano, escudriñando un pedazo de pergamino.

No era normal ver a Fred y George apartados en un rincón y trabajando en silencio. Les gustaba estar en todos los fregados y ser siempre el centro de atención. Había algo misterioso en la manera en que trabajaban sobre el trozo de pergamino, y Harry se acordó de cómo se habían puesto a escribir los dos juntos cuando habían vuelto a La Madriguera. Entonces había pensado que debía de tratarse de otro cupón de pedido para los «Sortilegios Weasley», pero esta vez no le daba la misma impresión: en ese caso, seguramente habrían dejado a Lee Jordan participar en la broma. Se preguntó si no estaría más bien relacionado con el Torneo de los tres magos.

Mientras Harry los observaba, George le dirigió a Fred un gesto negativo de la cabeza, tachó algo con la pluma y, en una voz muy baja que sin embargo llegó al otro lado de la sala casi vacía, le dijo:

—No... así da la impresión de que lo estamos acusando. Tenemos que tener cuidado...

En ese momento George levantó la vista y se dio cuenta de que Harry los observaba. Harry sonrió y se apresuró a volver a sus predicciones. No quería que George pensara que los espiaba. Poco después, los gemelos enrollaron el pergamino, les dieron las buenas noches y se fueron a dormir.

Hacía unos diez minutos que Fred y George se habían marchado cuando se abrió el hueco del retrato y Hermione entró en la sala común con un manojo de pergaminos en una mano y en la otra una caja cuyo contenido hacía ruido conforme ella andaba.

Crookshanks arqueó la espalda, ronroneando.

—¡Hola! —saludó—, ¡acabo de terminar!

—¡Yo también! —contestó Ron con una sonrisa de triunfo, soltando la pluma.

Hermione se sentó, dejó en una butaca vacía las cosas que llevaba, y cogió las predicciones de Ron.

—No vas a tener un mes muy bueno, ¿verdad? —comentó con sorna, mientras Crookshanks se hacia un ovillo en su regazo.

—Bueno, al menos no me coge de sorpresa —repuso Ron bostezando.

—Me temo que te vas a ahogar dos veces —dijo Hermione.

—¿Sí? —Ron echó un vistazo a sus predicciones—. Tendré que cambiar una de ellas por ser pisoteado por un hipogrifo desbocado.

—¿No te parece que es demasiado evidente que te lo has inventado? —preguntó Hermione.

—¡Cómo te atreves! —exclamó Ron, ofendiéndose de broma—. ¡Hemos trabajado como elfos domésticos!

Hermione arrugó el entrecejo.

—No es más que una forma de hablar —se apresuró a decir Ron.

Harry dejó también la pluma. Acababa de predecir su propia muerte por decapitación.

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