Unknown - i f495d2cc80b26422
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-En vez de eso me vas a arrestar a mí – terminó Dumbledore, sonriendo – Es como perder un Knut y encontrar un Galeon,
¿verdad?
-¡Weasley! – gritó Fudge, ahora positivamente temblando con deleite – Weasley, ¿Has escrito todo, todo lo que dijo, su confesión, la tienes?
-¡Sí, señor, creo que sí! – contestó Percy ansiosamente, con su nariz salpicada de tienta debido a la velocidad con que estaba tomando notas.
-¿Algo sobre cómo ha estado tratando de construir un ejército contra el Ministerio, de cómo ha estado intentando conspirar para desestabilizarme?
-Sí, señor, ¡ya lo tengo, sí! – confirmo Percy, revisando sus notas alegremente.
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-Muy bien, entonces – declaró Fudge en ese momento radiante de regocijo – Sácale un duplicado, Weasley, y envía una copia al Profeta. ¡Si enviamos una lechuza de inmediato, saldrá en la edición de la mañana! – Percy salió de la habitación, dando un portazo detrás de él y Fudge se volvió hacia Dumbledore –
Ahora serás escoltado de regreso al Ministerio donde serás acusado formalmente, luego se te enviará a Azkaban para esperar el juicio.
-Ah – dijo Dumbledore gentilmente – Sí, claro. Yo pensé que podríamos arreglar este pequeño inconveniente.
-¡¿Inconveniente?! – exclamó Fudge, con la voz todavía vibrante de placer - ¡No me parece un inconveniente, Dumbledore!
-Bueno – replicó Dumbledore, en tono de disculpa - temo tener que hacerlo.
-¿El qué?
-Bien….. es sólo que pareces estar trabajando bajo la falsa ilusión de que yo voy a... ¿cuál sería la frase?.....quedarme tranquilo. Y me temo que no me voy a quedar tranquilo d ningún modo, Cornelius. No tengo la más mínima intención de ser enviado a Azkaban. Podría escapar, de hecho, pero sería una pérdida de tiempo, y francamente, se me ocurren una buena cantidad de cosas que preferiría estar haciendo.
La cara de Umbridge enrojecía más cada vez; lucía como si estuviera llena de agua hirviendo. Fudge se quedó mirando a Dumbledore con una expresión muy tonta en la cara, como si simplemente hubiera quedado aturdido por un repentino golpe y no pudiera creer lo que había pasado. Con un pequeño ahogo, miró alrededor a Kingsley y el hombre de pelo corto, que era el único en el salón que había permanecido en silencio hasta ahora.
Este último le hizo a Fudge un gesto tranquilizador y se adelantó ligeramente, alejándose de la muralla. Harry vio que su mano se dirigía, casi casualmente, hacia su bolsillo.
-No seas estúpido, Dawlish – le dijo Dumbledore, bondadosamente – Estoy seguro que eres un excelente Auror, me 626
parece que lograste sobresaliente en todas tus NEWTs, pero si intentas.......er..... apresarme a la fuerza, tendré que lastimarte El hombre llamado Dawlish parpadeó confundido. Miró hacia Fudge nuevamente, pero esta vez parecía estar esperando una señal de lo que debería hacer.
-Entonces – dijo Fudge con desprecio, recuperándose – tienes la intención de enfrentarte con Dawslish, Shacklebolt, a Dolores y a mi mismo sin ayuda de nadie, ¿es así, Dumbledore?
-Por la barba de Merlín, no – replicó Dumbledore, sonriendo –
No a menos que seas lo suficientemente tonto como para obligarme a hacerlo.
-¡Él no estará sin ayuda! – agregó la Profesora McGonagall en alta voz, metiendo su mano dentro de su túnica.
-¡Oh, sí lo estará, Minerva! – exclamó Dumbledore con voz aguda - ¡Hogwarts te necesita!
¡Basta de toda esta basura! – gritó Fudge, sacando su propia varita - ¡Dawlish, Shacklebolt, atáquenlo!
Un rayo de luz plateada relampagueó alrededor de la habitación; hubo un ruido similar a un disparo y el suelo tembló; una mano agarró la nuca de Harry y lo obligó a bajar hasta el piso al tiempo que un segundo destello plateado estalló; varios de los cuadros gritaron, Fawkes chilló y una nube de polvo llenó el aire.
Tosiendo por el polvo, Harry vio una oscura figura caer al piso chocando delante de él; hubo un alarido y un ruido sordo y alguien gritó ¡NO!; luego el sonido de un vaso que se rompía, pasos que peleaban frenéticamente, un gemido......y silencio.
Harry luchó para ver quién estaba casi estrangulándolo y vio a la Profesora McGonagall encorvada a su lado; los había forzado a él y a Marietta a salir de la línea de fuego. El polvo todavía flotaba suavemente en el aire sobre ellos. Jadeando ligeramente, Harry vio una alta figura que se movía hacia ellos.
-¿Están todos bien? – preguntó Dumbledore.
-¡Sí! – contestó la Profesora McGonagall, levantándose y llevando a Harry y Marietta con ella.
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El polvo empezaba a esparcirse. La ruina de la oficina surgió amenazadoramente a la vista: el escritorio de Dumbledore había sido volcado, todas las mesas de análisis estaban tiradas por el piso, los instrumentos de plata destrozados. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish yacían inmóviles en el piso. El fénix Fawkes se remontaba en amplios círculos sobre ellos, cantando suavemente.
-Desafortunadamente tuve que aturdir también a Kingsley o hubiera resultado muy sospechoso – explicó Dumbledore en voz baja – El fue notablemente listo, modificando la memoria de la Señorita Edgecombe, mientras todos miraban hacia otro lado. Le agradecerás por mí, ¿verdad, Minerva?
-Ahora, ellos despertarán muy pronto y será mejor que no sepan que tuvimos tiempo de comunicarnos. Deben actuar como si no hubiera pasado el tiempo, como si acabaran de ser golpeados, ellos no recordarán.
-¿Dónde va a ir, Dumbledore? – susurró la Profesora McGonagall – ¿Grimmauld Place?
-Oh, no – contestó Dumbledore, con una sombría sonrisa – No voy a esconderme. Fudge muy pronto deseará nunca haberme desalojado de Hogwarts, lo prometo.
-Profesor Dumbledore…. – comenzó Harry.
-Escúchame, Harry – le dijo con urgencia – Debes estudiar Occlumencia(*1) tan duro como puedas, ¿me entiendes? Haz todo lo que te diga el Profesor Snape y practica, especialmente cada noche antes de dormir para que puedas cerrar tu mente a malos sueños. Entenderás el por qué muy pronto, pero debes prometérmelo.
El hombre llamado Dawlish se empezó a mover. Dumbledore aferró la muñeca de Harry
-Recuerda, cierra tu mente.
Pero mientras los dedos de Dumbledore se aferraban a la piel de Harry, un repentino dolor pasó como un relámpago sobre la cicatriz de éste, quien sintió nuevamente ese terrible, 628
serpenteante anhelo de golpear a Dumbledore, morderle, lastimarle.
-Tú entenderás – susurró Dumbledore
Fawkes siguió girando alrededor de la oficina y bajó en picada sobre él. Dumbledore liberó a Harry, elevó su mano y aferró la larga cola dorada del fénix. Luego de un destello de fuego, ambos se habían ido.
-¿Dónde está? – gritó Fudge, levantándose del piso - ¿Dónde está?
-¡No lo sé! – también gritó Kingsley, brincando sobre sus pies.
-¡Bueno, no puede haber desaparecido! – bramó Umbridge – No se puede hacer eso dentro de esta escuela.
-¡Las escaleras! – exclamó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta, la abrió de un tiró y desapareció, seguido de cerca por Kingsley y Umbridge. Fudge vaciló, luego se inclinó lentamente hacia sus pies, sacudiendo el polvo de su parte delantera. Hubo un largo y doloroso silencio.
-Bien, Minerva – comentó Fudge, malvadamente, arreglando la manga rota de su camisa – Me temo que es el fin de tu amigo Dumbledore.
-¿Tú de verdad crees eso? – inquirió la Profesora McGonagall desdeñosamente.
Fudge pareció no escucharla. Miraba alrededor de la destrozada oficina. Unos cuantos retratos le sisearon; uno o dos le hicieron gestos groseros con las manos.
-Es mejor que lleve a estos dos a la cama – sugirió Fudge, mirando a la Profesora McGonagall, señalando con una despectiva inclinación de cabeza a Harry y Marietta.
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