Ernest Hemingway - ¿Por Quién Doblan Las Campanas?

Здесь есть возможность читать онлайн «Ernest Hemingway - ¿Por Quién Doblan Las Campanas?» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, und. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

¿Por Quién Doblan Las Campanas?: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «¿Por Quién Doblan Las Campanas?»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

¿Por Quién Doblan Las Campanas? — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «¿Por Quién Doblan Las Campanas?», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

- ¿Y por qué aparecen ahora por aquí? -preguntó la mujer-. ¿Qué es lo que los trae en estos momentos? Nunca se han visto tantos aviones como hoy. Nunca pasaron en tal cantidad. ¿Es que preparan un ataque?

- ¿Qué movimiento ha habido esta noche en el camino? -inquirió Robert Jordan. María estaba a su lado, pero él no le prestaba atención.

- Tú -dijo la mujer de Pablo-, Fernando, tú has estado en La Granja esta noche. ¿Qué movimiento había por allí?

- Ninguno -replicó un hombre bajo de estatura, de rostro abierto, de unos treinta y cinco años, con una nube en un ojo, y al que Robert Jordan no había visto antes-. Algunos camiones, como de costumbre. Algunos coches. No ha habido movimiento de tropas mientras yo he estado por allí.

- ¿Va usted a La Granja todas las noches? -preguntó Robert Jordan.

- Yo u otro cualquiera -dijo Fernando-. Siempre hay alguien que va.

- Van por noticias, por tabaco y por cosas pequeñas -dijo la mujer.

- ¿Tenemos gente nuestra por allí?

- Sí, los que trabajan en la central eléctrica. Y otros.

- ¿Y qué noticias ha habido?

- Pues nada. No ha habido noticias. Las cosas siguen yendo mal en el Norte. Como de costumbre. En el Norte van mal las cosas desde el comienzo.

- ¿No ha oído decir nada de Segovia?

- No, hombre; no he preguntado.

- ¿Va usted mucho por Segovia?

- Algunas veces -contestó Fernando-; pero es peligroso. Hay controles y piden los papeles.

- ¿Conoce usted el aeródromo?

- No, hombre. Sé dónde está, pero no lo he visto nunca. Piden muchos papeles por aquella parte.

- ¿No le habló nadie de esos aviones ayer por la noche?

- ¿En La Granja? Nadie. Nadie hablará seguramente esta noche. Anoche hablaban del discurso de Queipo de Llano por la radio. Y de nada más. Bueno, sí… Parece que la República prepara una ofensiva.

- ¿Una qué?

- Que la República prepara una ofensiva.

- ¿Dónde?

- No es seguro. Puede ser por aquí o por otra parte de la Sierra. ¿Ha oído usted algo de eso?

- ¿Dicen eso en La Granja?

- Sí, hombre, lo había olvidado. Pero siempre hay mucha parla sobre las ofensivas.

- ¿De dónde proviene el rumor?

- ¿De dónde? Lo dice mucha gente. Los oficiales hablan en los cafés, tanto en Segovia como en Avila, y los camareros escuchan. Los rumores se extienden. Desde hace algún tiempo se habla de una ofensiva de la República por aquí.

- ¿De la República o de los fascistas?

- De la República. Si fuera de los fascistas lo sabría todo el mundo. No, es una ofensiva importante. Algunos dicen que son dos. Una, aquí, y la otra, por el Alto del León, cerca de El Escorial. ¿Ha oído usted hablar de eso?

- ¿Qué más ha oído usted decir?

- Nada, hombre. ¡Ah, sí!, se decía también que los republicanos intentarían hacer saltar los puentes si hay una ofensiva. Pero los puentes están bien custodiados.

- ¿Está usted bromeando? -preguntó Robert Jordan, bebiendo lentamente su café.

- No, hombre -dijo Fernando.

- Ese no bromea por nada del mundo -dijo la mujer-; es un mal ángel.

- Entonces -dijo Robert Jordan-, gracias por sus noticias. ¿No sabe usted nada más?

- No. Se habla, como siempre, de tropas que mandarían para limpiar estas montañas; se dice que ya están en camino y que han salido de Valladolid. Pero siempre se dice eso. No hay que hacer caso.

- Y tú -rezongó la mujer de Pablo a éste, casi con malignidad- con tus palabras de seguridad.

Pablo la miró meditabundo y se rascó la barba.

- Y tú -insistió- con tus puentes.

- ¿Qué puentes? -preguntó Fernando, sin saber a qué se referían.

- Idiota -le dijo la mujer-. Cabeza dura. Tonto. Toma un poco de café y trata de recordar otras noticias.

- No te enfades, Pilar -dijo Fernando, sin perder la calma y el buen humor-; no hay que inquietarse por esos rumores. Te he contado a ti y a ese camarada todo lo que puedo recordar.

- ¿No recuerda usted nada más? -preguntó Robert Jordan.

- No -contestó Fernando, con actitud de dignidad ofendida-. Y es una suerte que me haya acordado de eso, porque, como se trata de rumores, no hago mucho caso.

- Luego es posible que haya habido algo más.

- Sí, es posible; pero yo no he prestado atención. Desde hace un año no oigo más que rumores.

Robert Jordan oyó una carcajada contenida. Era la muchacha, María, que estaba de pie, detrás de él.

- Cuéntanos algo más, Fernando -dijo la muchacha, y empezó otra vez a estremecerse de risa.

- Si me acordara, no lo contaría -dijo Fernando-; no es cosa de hombres andarse con cuentos y darles importancia.

- ¿Y es así como salvaremos la República? -dijo la mujer de Pablo.

- No, la salvaréis haciendo saltar los puentes -contestó Pablo.

- Iros -dijo Robert Jordan a Anselmo y a Rafael-. Iros, si habéis acabado de comer.

- Vámonos -dijo el viejo, y se levantaron los dos. Robert Jordan sintió una mano sobre su hombro. Era María.

- Debieras comer -dijo la muchacha, manteniendo la mano apoyada sobre su hombro-; come, para que tu estómago pueda soportar otros rumores.

- Los rumores me han cortado el apetito.

- No deben quitártelo. Come antes de que vengan otros -y puso una escudilla ante él.

- No te burles de mí -le dijo Fernando-; soy amigo tuyo, María.

- No me burlo de ti, Fernando. Me burlo de él. Si no come, tendrá hambre.

- Debiéramos comer todos -dijo Fernando-. Pilar, ¿qué pasa hoy, que no se sirve nada?

- Nada, hombre -le dijo la mujer de Pablo, y le llenó la escudilla de caldo de cocido-. Come, vamos, que eso sí que puedes hacerlo: come.

- Está muy bueno, Pilar -dijo Fernando, con su dignidad intacta.

- Gracias •-dijo la mujer-. Gracias, muchísimas gracias.

- ¿Estás enfadada conmigo? -preguntó Fernando.

- No, come. Vamos, come.

Robert Jordan miró a María. La joven empezó a estremecerse de ganas de reír y apartó de él sus ojos. Fernando comía calmosamente, lleno de dignidad, dignidad que no podía alterar siquiera el gran cucharón de que se valía ni las escurriduras del caldo que brotaban de las comisuras de sus labios.

- ¿Te gusta la comida? -le preguntó la mujer de Pablo.

- Sí, Pilar -dijo, con la boca llena-. Está como siempre.

Robert Jordan sintió la mano de María apoyarse en su brazo y los dedos de su mano apretarle regocijada.

- ¿Es por eso por lo que te gusta? -preguntó la mujer de Pablo a Fernando-. Sí -añadió sin esperar contestación-. Ya lo veo. El cocido, como de costumbre. Como siempre. Las cosas van mal en el Norte: como de costumbre. Una ofensiva por aquí: como de costumbre. Envían tropas para que nos echen: como de costumbre. Podrías servir de modelo para una estatua como de costumbre.

- Pero si no son más que rumores, Pilar.

- ¡Qué país! -dijo amargamente la mujer de Pablo, como hablando para sí misma. Luego se volvió hacia Robert Jordan-. ¿Hay gente como ésta en otros lugares?

- No hay nada como España -respondió cortésmente Robert Jordan.

- Tienes razón -dijo Fernando-; no hay nada en el mundo que se parezca a España.

- ¿Has visto otros países?

- No -contestó Fernando-; pero no tengo ganas.

- ¿Has visto? -preguntó la mujer de Pablo, dirigiéndose de nuevo a Robert Jordan.

- Fernando -dijo María-, cuéntanos cómo lo pasaste cuando fuiste a Valencia.

- No me gustó Valencia.

- ¿Por qué? -preguntó María, apretando de nuevo el brazo de Jordan.

- Las gentes no tienen modales ni cosa que se le parezca y yo no entendía lo que hablaban. Todo lo que hacían era gritarse che los unos a los otros.

- ¿Y ellos te comprendían? -preguntó María.

- Hacían como si no me comprendieran -dijo Fernando.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «¿Por Quién Doblan Las Campanas?»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «¿Por Quién Doblan Las Campanas?» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «¿Por Quién Doblan Las Campanas?»

Обсуждение, отзывы о книге «¿Por Quién Doblan Las Campanas?» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.