"Los nuevos videntes lo cambiaron todo al darse cuenta de que mientras el hombre tenga capullo no hay manera de aspirar a la inmortalidad.
Don Juan explicó que, aparentemente, los antiguos videntes nunca se dieron cuenta de que el capullo humano es un receptáculo y que no puede sostener indefinidamente el embate de la fuerza rodante. A pesar de todo el conocimiento que acumularon, al final de cuentas acabaron quizá mucho peor que el hombre común y corriente.
– ¿De qué manera acabaron peor que el hombre común? -pregunté.
– Su tremendo conocimiento los obligó a creer que sus selecciones eran infalibles -dijo-. Así que escogieron vivir, a cualquier precio.
Don Juan me miró y sonrió. Con su pausa teatral me decía algo que yo no podía entender.
– Escogieron vivir -repitió-. Al igual como eligieron ser árboles para poder unificar mundos con esas grandes bandas casi inalcanzables.
– ¿Qué quiere usted decir con eso, don Juan?
– Quiero decir que, en vez de dejar que la fuerza rodante los llevara hasta el pico del Águila para ser devorados, la usaron para mover sus puntos de encaje a posi ciones de ensueño inimaginables.
XV. LOS DESAFIANTES DE LA MUERTE
Llegué a la casa de Genaro como a las dos de la tarde. Don Juan y yo nos envolvimos en una conversación, y después don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia.
– Aquí estamos nuevamente los tres, igual como estábamos el día que fuimos a esa roca plana -dijo don Juan-. Y esta noche vamos a hacer otro viaje a esa área.
"Ahora sabes lo suficiente para llegar a conclusiones muy serias acerca de ese lugar y de sus efectos en la conciencia.
– ¿Qué es lo que vamos a hacer en ese lugar, don Juan?
– Esta noche te vas a enterar de unos asuntos tenebrosos que los antiguos videntes descubrieron acerca de la fuerza rodante; y vas a ver cómo es que los antiguos videntes eligieron vivir a cualquier precio.
Don Juan se volvió hacia Genaro, quien estaba a punto de quedarse dormido. Le dio un leve empujón.
– ¿No dirías tú, Genaro, que los antiguos videntes eran hombres terribles? -preguntó don Juan.
– Absolutamente -dijo Genaro con un tono cortante y luego pareció sucumbir a la fatiga.
Comenzó a cabecear. En un instante dormía profundamente, apoyando la cabeza sobre el pecho con el mentón metido. Roncaba.
Yo estaba a punto de soltar la risa, pero me di cuenta de que Genaro me miraba con fijeza, como si durmiera con los ojos abiertos.
– Eran hombres tan temibles que incluso desafiaron a la muerte -agregó Genaro entre ronquidos.
– ¿No tienes curiosidad por saber cómo desafiaron a la muerte esos hombres terribles? -me preguntó don Juan.
Parecía exhortarme a que le pidiera un ejemplo de lo temibles que eran. Hizo una pausa y me miró con un brillo de expectativa en los ojos.
– Espera usted que le pida un ejemplo, ¿verdad? -dije.
– Este es un momento grandioso -dijo sacudiéndome de los brazos y riéndose-. A estas alturas mi benefactor me tenía comiéndome las uñas de pura curiosidad. Le pedí que me diera un ejemplo, y lo hizo; ahora yo te voy a dar uno, aunque no me lo pidas.
– ¿Qué va usted a hacer? -pregunté, tan asustado que tenía el estómago hecho nudos y la voz entrecortada.
Don Juan tardó bastante en dejar de reír. Cada vez que comenzaba a hablar le daba un acceso de tos y risa.
– Como te dijo Genaro, los antiguos videntes eran hombres temibles -dijo frotándose los ojos-. Había algo que trataron de evitar a cualquier precio; no querían morir. Es obvio que ningún hombre tampoco quiere morir, pero los temibles antiguos videntes tenían la ventaja de su concentración y disciplina para alinear otros mundos; y de hecho, alinearon mundos donde se puede evitar la muerte.
Hizo una pausa y me miró arqueando las cejas. Me dijo que, me estaba volviendo muy lento, que no hacía mis preguntas de costumbre. Yo comenté que me parecía muy claro que me estaba incitando a preguntarle si los antiguos videntes lograron evitar la muerte, pero él mismo ya me había dicho que todo su conocimiento acerca de la tumbadora no los salvó de morir.
– Lograron evitar la muerte mediante el alineamiento de otros mundos -dijo pronunciando sus palabras con especial cuidado-. Pero de todos modos tuvieron o tienen que morir.
– ¿Cómo evitaron la muerte mediante el alineamiento de otros mundos? -pregunté.
– Los videntes observaron a sus aliados -dijo-, y viendo que eran seres vivientes con una resistencia a la fuerza rodante mucho más grande que la nuestra, se ajustaron al molde de sus aliados.
Don Juan explicó que sólo los seres orgánicos tienen una abertura que parece un tazón. Su tamaño y su forma y su fragilidad hacen de ella la configuración ideal para apresurar la ruptura y el desplome de la concha luminosa bajo los embates de la fuerza rodante. Por otra parte, los aliados, que sólo tienen una línea por abertura, le presentan una superficie tan pequeña a la fuerza rodante que resultan ser prácticamente inmortales. Sus capullos pueden resistir indefinidamente los embates de la tumbadora, porque aberturas del ancho de un cabello no ofrecen ninguna configuración ideal para la ruptura.
– Los antiguos videntes desarrollaron las más extrañas técnicas para cerrar sus aberturas -prosiguió don Juan-. En esencia, estaban en lo correcto al suponer que una abertura del ancho de un cabello es más durable que una forma de tazón.
– ¿Aún existen esas técnicas? -pregunté.
– No, ya no -dijo-. Pero aún existen algunos de los videntes que las practicaron.
Por razones que desconocía, esta aseveración me provocó una reacción de terror sin límites. Mi respiración se alteró al instante, y no pude controlar su ritmo. Sudaba copiosamente y mi cuerpo se sacudía.
– Aun viven hoy en día, ¿no es así, Genaro? -preguntó don Juan.
– Absolutamente -murmuró Genaro aparentemente desde un estado de sueño profundo.
Le pregunté a don Juan si conocía la razón por la que yo estaba tan asustado. Me recordó una ocasión previa, en ese mismo cuarto, en la que me preguntaron si había visto las extrañas criaturas que entraron en el momento en que Genaro abrió la puerta.
– Ese día tu punto de encaje entró muy profundamente en el lado izquierdo y alineó un mundo aterrador -continuó-. Pero eso ya te lo dije; lo que no recuerdas es que entraste directamente a un mundo muy remoto y ahí te orinaste del susto.
Don Juan se volvió hacia Genaro, quien roncaba pacíficamente con las piernas estiradas al frente.
– Se orinó del susto, ¿verdad, Genaro? -preguntó.
– Absolutamente orinado -murmuró Genaro, y don Juan se dobló de risa.
– Quiero que sepas que no te culpamos por sentirte tan asustado. -prosiguió don Juan-. A nosotros mismos nos repugnan algunas de las acciones de los antiguos videntes. Estoy seguro de que a estas alturas ya te diste cuenta de que aquella noche vistes a los antiguos videntes que aún viven hoy en día, pero no puedes recordarlo.
Quise protestar que no me había dado cuenta de nada, pero no le podía dar voz a mis palabras. Tuve que despejarme la garganta una y otra vez antes de poder articular una palabra. Genaro se incorporó mientras tanto y me golpeaba duramente la parte superior de la espalda, cerca del cuello, como si me quisiera sacar de un ahogo.
– Tienes un oso en la garganta -dijo.
Le di las gracias con una voz aguda y chillona.
– No, creo que lo que tienes ahí es una gallina -agregó y se sentó a dormir.
Don Juan dijo que los nuevos videntes se rebelaron contra todas las extrañas prácticas de los antiguos videntes, y las declararon no sólo inútiles sino dañinas. Incluso llegaron al grado de prohibir que estas técnicas fueran enseñadas a los nuevos guerreros; y durante generaciones no hubo mención alguna de esas prácticas.
Читать дальше